Ramón Bueno Tizón - Breviario de pequeñas traiciones

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Breviario de pequeñas traiciones: краткое содержание, описание и аннотация

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¿Cómo habitar en un mundo que exige, a la vez, sumisión y ambición? se plantean constantemente los personajes de esta desesperanzada novela, mientras sus vidas oscilan entre el deseo y la traición, y entierran en el olvido lo que fueron algún día. Retrato amargo de la vida limeña a principios del nuevo milenio, en 
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–Tengo una fantasía.

Jade camina lentamente hacia el hombre atado al caballete, mientras Dafne y Tali la observan. Nunca has visto algo parecido, estás temblando de la emoción. El ambiente es oscuro, apenas iluminado por unos cirios altos. Las llamas danzantes proyectan sombras largas en las paredes. Te encanta el atuendo de Jade: un camisón abierto que deja expuestos sus pechos, portaligas y medias de encaje, guantes y botas altas de cuero, todo de negro. Y nada más, salvo por el látigo en su mano derecha. Dafne pasa saliva. Primero va Jade, luego Tali y después el turno es tuyo. Jade levanta su brazo derecho, el látigo corta el aire y suelta el primer zurriagazo en las nalgas del hombre, que lanza un chillido de dolor. Una marca roja se enciende en la blancura de la carne recién azotada. Y tú sientes que estás toda empapada, porque ya quieres que te entreguen el látigo y lanzar esa descarga de poder y adrenalina, ¿no es así?

–¿Una fantasía, dijiste?

Dafne abre los ojos como platos. Lo único que faltaba, la cereza sobre el pastel. Ya tienes más que suficiente y encima esto. Vete de aquí, Valeria. Pero, ¿qué diablos pedirá ahora? ¿Azotes? No estaría mal, por viejo verde. ¿Y si pide el especial? Ni hablar, no es que seas una santa pero con este tío ni muerta, no podrías mirarle a la cara a Dani en lo que te queda de vida. Es más, ni siquiera has traído lubricante. Dafne deja exhalar un pequeño suspiro. ¿Pedirá un trío? ¿Una mujer y dos hombres? ¿Dos mujeres y un hombre? Ya lo has hecho antes, pero es una joda, por ese tema de los tiempos muertos entre preservativo y preservativo. Imagínate si justo ahora sale alguien del armario. O le abre la puerta a una tercera persona. Una fulana de la calle, un flete del Parque Kennedy, otro tío regio, su esposa, un travesti. Vete, Valeria. Dafne deja la colilla del cigarrillo en el cenicero. Te dan ganas de acusarlo con Dani. Vete de una vez, Valeria. Explícaselo a Noemí. Pobre Dani. Entonces Jorge Lenz te pide que no lo mires con esa cara, que solo quiere que te pongas lo que ha traído. Dafne ladea la cabeza, como si interrogara con ella. ¿Qué disfraz será? ¿Conejita? ¿Maestra jardinera? ¿Colegiala? ¿Mujer policía? ¿Y si no es un disfraz? Como esa vez con los ponjas, acuérdate.

–Boca arriba –dice el intérprete.

El salón es amplio, muy iluminado, y en el centro hay una mesa larguísima cubierta por completo con un mantel blanco. Dafne se deja guiar por el itamae , que la ayuda a echarse con cuidado sobre la mesa, los brazos bien pegados al cuerpo. Estás completamente desnuda, te acabas de bañar con agua helada y jabón neutro. El itamae comienza a poner sushi y sashimi en los pechos de Dafne, el vientre, el sexo, los muslos. Tus pezones se endurecen, la comida está fría. ¿Cómo se te ocurrió aceptar esto? Qué roche, nunca has oído hablar de algo así. Varios hombres se acercan a Dafne. Hablan entre ellos, no entiendes lo que dicen. Todos son japonesitos. Cogen los bocados con los palillos, los remojan en salsa de soja y se los llevan a la boca. Tú sientes cosquillas, pero no te puedes mover, te quieres morir de la vergüenza pero ellos parecen no prestarte atención, siguen comiendo, qué estarán diciendo. La comida se acaba y el intérprete ordena boca abajo. Dafne lo mira. Esto no estaba previsto, pero no dices nada porque te están pagando un platal y te das la vuelta. El itamae vuelve a poner makis y rolls en la espalda de Dafne, en los hombros, en las nalgas. Qué tales pervertidos, quieren ver el tremendo culo de negra que tienes. Y así varias veces, varias vueltas. Estos hombres, todos son iguales. Tienen la mente retorcida, mujer.

–No la abras aquí –Jorge Lenz se inclina junto a la cama y le extiende a Dafne una mochila negra, pequeña–. Entra al baño y sal cuando estés lista.

Dafne cierra la puerta del pequeño baño de la habitación trescientos diez del Serenzza o del Heraldo. Cuando abres la mochila, por poco te caes. No puede ser. ¿Está loco este imbécil? Loco no es la palabra. ¿Qué es lo que se supone que debes hacer con esto? ¿Romperle el culo? Hubiese sido mejor azotarlo. ¿En serio quiere que te lo pongas? Ay, Dios. Dafne siente cómo la sangre le bulle nuevamente por toda la cara. Debes estar roja como un tomate, muchacha. Era lo último que te podías imaginar. ¿Quién lo diría, no? Tremendo rosquete, sí. Las cosas que tienes que ver. Pobre Dani, qué tal padre el que le tocó. Dafne deja la mochila en el suelo, se sienta sobre la tapa del váter con los brazos apoyados sobre las rodillas. Ay, Dani, si supieras. Dani, Dani. No le hagas esto a Dani, por favor. Vete de aquí, Valeria. Sal corriendo. Pobre Dani.

2

Valeria se sienta en posición de loto, blusa blanca, tirantes caídos. La tela ploma de la falda bien pegada a los muslos. Total, estás en quinto de media, ¿quién te va a decir algo? Debajo traes puesto un bicishort de licra para que los chibolos mañosos no te vean el calzón. El patio de secundaria del Lincoln, la zona de deportes. Segundo recreo. Valeria masca un chicle con la boca abierta. ¿Ya quieres sacar el puchito? No, todavía no. Daniela espera en silencio, las piernas juntas, las manos sobre los muslos. Te escucha muy atenta porque sabe que lo mejor recién está por venir. Como cuando en una fiesta ponen Total eclipse of the heart y Dani sabe que la van a sacar a bailar el lento. O como cuando conocen a unos chicos de otro colegio y Dani sabe que a ella le van a pedir su teléfono. Valeria la observa de pies a cabeza. Te gustaría ser tan bonita como Dani. Los ojos grandes y claros, el cabello lacio, la nariz pequeñita. No se ha bajado los tirantes; los lleva bien puestecitos, formando una H en el pecho y una X en la espalda. La insignia a la altura del corazón. Siempre tan proper , la Dani. Tan educadita. No fuma, no masca chicle y nunca se maquilla. Tampoco lo necesita. Valeria hace un globo con la boca, que revienta a los pocos segundos. Tus labios ya saben lo que es un beso. Los labios de Dani todavía no. Según ella, claro. ¿Cómo es posible que todavía no haya besado? Te está mintiendo, Valeria. Se hace la santa. Esas son las peores.

–¿Alguna vez te han besado?

La cama camarote vuelve a crujir y Valeria cree que en cualquier momento se viene abajo todo. Sientes tu corazón que palpita muy fuerte, la boca seca, la cabeza que te sigue dando vueltas. Mucho seco y volteado, ¿ya ves? María Gracia se echa al lado de Valeria, la mejilla izquierda recostada en el dorso de la mano, el brazo apoyado sobre la almohada. Muy cerca de tu hombro. ¿Alguna vez te han besado? Valeria se ríe, mira el reloj de Mickey Mouse en la pared, el póster de Madonna junto a la ventana. Quieres decirle que no, que sí, que no sabes. María Gracia acerca demasiado su cara a la tuya. Su aliento huele a cigarro, a vodka con naranja. Te agarras del edredón, lo arrugas haciendo puño. ¿Alguna vez te han besado?

–Nos fuimos a su cuarto y dijimos que nos echaríamos a dormir. Su cuarto tenía una cama camarote y en la parte de abajo estaba durmiendo su hermana menor.

–¿Fernanda?

–Sí. Fernandita.

Un camión hace sonar su bocina en la calle Matazango, luego se escuchan unos gritos de hombre. El chofer, seguramente. Valeria se levanta, vuelve a sentarse, cruza las piernas. Daniela te sigue clavando sus ojos, verdes o celestes, sabe Dios. Valeria mira hacia otro lado, hacia los cipreses enanos sembrados a lo largo de las paredes perimétricas del Lincoln, hacia los pabellones de mayólicas azules del Quiñones, el colegio vecino. Entonces recuerdas que Fernandita también había dejado de ir a clases. Sus padres se molestaron muchísimo y no les faltaba razón. Les echaron la culpa a los profesores. Dijeron que no cuidaban a los alumnos como era debido, sobre todo a las mujeres, y se las llevaron a las dos del Lincoln. Qué lecheras, sonríe Valeria. No digas eso, muchacha. La cosa es que desde ese momento no han vuelto a verlas, ni a María Gracia ni a Fernandita. Nadie sabe su dirección ni dónde estudian ahora. Dicen que están en Miami, con institutrices particulares. Eso sí debe ser mostro, ¿no?

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