Christian Diego Oets - Argentina 14/25 - solo en unión se puede construir

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Argentina 14/25: solo en unión se puede construir: краткое содержание, описание и аннотация

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Diciembre 2014, en los salones de la Casa Rosada, las fuerzas sociales convocadas por el gobierno están por firmar un pacto de gobernabilidad. Pretenden con él, resolver la crítica situación de saqueos e inestabilidad que vive el país. Pero no es el pacto que esperaban y monseñor paga con su vida.
Diciembre 2015, el gobierno suspende las elecciones. La gente, indignada, sale a las calles pero ya es tarde, el gobierno tiene otros planes y a fuerza de terror, los impone.
Diciembre 2016, se instaura el Régimen, una dictadura nacional y popular que sueña, como antiguos regímenes, con sus mil años de gloria. La «mañana de abril» y «la noche de los corderos» fueron males necesarios. El terror y las vidas que se llevó también, pero Argentina, la nueva Argentina, ha sido pacificada.
En esta nueva Argentina, los protagonistas (padres nacidos a fines de los años sesenta y sus hijos) sufren y viven su nueva realidad. Luchan por sobrevivir. Sufren, ante el reclamo de sus hijos, por el país que les han dejado.
¿Podrán entender qué fue lo que pasó? ¿Cómo es que, su generación y las anteriores, permitieron que les robaran el país? ¿Podrán recuperar el país que vivieron de chicos para entregárselo a sus hijos? ¿O, ya está perdido para siempre?
Una historia ficticia que indaga en nuestro pasado para entender el presente. Que nos invita a reflexionar sobre nuestro compromiso como ciudadanos. A superar nuestras diferencias para construir, todos juntos, un futuro mejor. A comprender que, el país que nuestros hijos heredarán, depende de lo que hoy hagamos o dejemos de hacer.

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6.

Año V del Régimen,el Tío

Que lo apodaran el Tío , como lo habían hecho en la unidad básica allá por 2015, cuando estalló la revuelta, no era algo menor. Semejante señal de admiración, por parte de los muchachos, respondía a la crueldad con que había ejercido su mando durante aquellos años de terror y a la apertura de cárceles que realizó cuando le faltaron tropas para actuar. Ya establecido como un alto funcionario del régimen, estaba orgulloso de lo logrado. Había logrado adaptarse, con relativo bajo costo, a las nuevas reglas. Conservar el antiguo departamento de Alvear y Montevideo. Mantener unida a su familia y un puesto que le aseguraba una cierta tranquilidad. Del campo y el haras de la familia paterna, ya nada quedaba, pero no había familia patricia que lo hubiera logrado conservar. Es cierto que en casa ya nada era igual. La alegría que solía reinar había sido reemplazada por una angustia permanente. Un eterno quejarse de lo perdido que, a su criterio, no les permitían ver todo lo que tenían; especialmente comparado con otros que habían perdido hasta la familia. Sus hijos, siendo hijos de un alto funcionario del régimen, lograron evitar ser secuestrados y eran educados en casa. Después de todo así se educaron “los tatas”, se justificaba cuando se mencionaba el tema. De todo su sadismo, nada se sabía en casa. “Sus funciones son solo administrativas”, decía su mujer para excusarse.

Técnicamente, las funciones del Tío eran una especie de agregaduría comercial, solo que comercializaba con seres humanos. De él dependían la autorización para salir del país, las relaciones con comerciantes de blancas y el turismo alternativo que tanto éxito tenía últimamente.

En aquella mañana de diciembre, mientras en el hospital del Che Guari consolidaba la “toma” del edificio, el Tío llegaba a su despacho. Como siempre, comenzó por revisar las solicitudes de salida. Ya casi no las había, pero igualmente obsesivo como era, no podía cortar con su rutina. Solo tenía tres pedidos. Dos fueron rápidamente enviados a carpeta de rechazados, pero el tercero lo sorprendió. Luego de los filtros habituales, en el cuadro de comentarios aparecía: “Flaco, soy yo, Rafa” y un teléfono. Inmediatamente, vinieron a su memoria recuerdos de partidos, en particular, uno en el cual Rafa viéndolo en el piso se tiró a cubrirlo para protegerlo. Nada raro en aquella época, uno en la cancha daba todo por su amigo. Ahora, el recuerdo logró perturbarlo. Como si le debiera algo, pensó. Su primera reacción fue defenderse, pero Rafa... ¡era casi un hermano! Hace tiempo que no sabía nada de él ni del resto del equipo. No pudo evitar perderse en sus recuerdos. Los años de jugar en la división de infantiles, con su viejo entrenándolo y de ese grupo de amigos que, desde entonces, habían sido inseparables. Que irían creciendo juntos en un continuo de colegio, rugby, veranos, padres y mayores, que los formaron a base de sacrificio, amor y lealtad por un deporte “formador de hombres”. Unos valores que ya había olvidado, pero que Rafa despertaba nuevamente. Se recordó a sí mismo en aquellas tardes memorables en el viejo casco de Manuel J. Cobo cuando a lomo de caballo, cual sable, blandían sus tacos en busca de la preciada bocha. O cuando, en zungas de “amorosos colores”, vendían los productos de su amigo. Lo recordó muerto cuando obstinado se negó a prestar su prestigioso apellido a la causa del régimen. Recuerdos dolorosos que despertaron su bronca y quiso olvidar. Anotó el teléfono y siguió con su agenda, ya vería qué hacer...

El ministerio estaba particularmente agitado, en aquella mañana. Los oficiales corrían de un despacho a otro y la desesperación se percibía en sus rostros. Aparentemente habían tomado el sanatorio Del Che, casi toda una villa se había instalado en él. Lo peor es que todavía seguía saliendo al aire el spot de la Señora, inaugurándolo como la obra suprema del régimen en materia sanitaria. Un fiasco que nunca se iba a usar, pero que solo ellos lo sabían. El Tío caminaba por los pasillos todavía sumergido en sus recuerdos...

—¡Señor ministro! —lo interceptó un funcionario con cara de asustado. —¡Lo están buscando por todos lados!

—¿Qué está pasando? —preguntó con indiferencia.

—¡Venga! Lo necesitan en Crisis. En el camino, el funcionario asustado, lo puso en autos. —¿Cómo no pasó antes? —pensó para adentro—. ¡Tantas escuelas, jardines y hospitales falsos no podían mantenerse en secreto! —Parece que se están despertando —concluyó en sus pensamientos con una mezcla de asco y temor.

En la sala de Crisis se proyectaban las imágenes, exclusivas para el ministerio, del edificio tomado. Barricadas con gomas ardiendo, gente gritando desde las ventanas destrozadas, carteles de “el gobierno miente”, las eternas listas de los nombres de los niños robados, gente ingresando con carros, colchones y bártulos de todo tipo. Se veía cierta organización, gente armada, grupos dirigiendo y otros obedeciendo. Claramente estaban organizados y la idea era instalarse. Definitivamente no se veía esto desde las luchas iniciales del régimen.

—¡Tío! ¡La Señora está que arde! No quiere esto en su paraíso...

—Señor ministro, parece feo... —respondió irónicamente el Tío.

—Hemos establecido un cordón de protección de tres cuadras a la redonda, pero llegamos un poco tarde. Estimamos que se deben haber instalado unas cien familias... —precisó el ministro de Asuntos Interiores—. Voy a dar la orden de desalojar...

—Va a ser sangriento —comentó el Tío, como si hablara de una película—. Se ve que se van a defender... Señor ministro, no se apure —recomendó, mientras meditaba.

—¿Se te ocurre algo? —preguntó el ministro.

—Podría ser...Tengo un pedido de “Turismo alternativo” que podría cuadrar... —Hizo silencio más para aumentar el dramatismo que desfiguraba la cara de su interlocutor que para pensar.

—¡Sigue, hombre, por favor!

—Hay un grupo que quiere jugar a SWAT, son unos gringos, diez o doce gringos que buscan adrenalina... Podríamos armarles un paquete por unos buenos millones... Misión: “ingresar y destruir”, que pongan bombas y los hagan desaparecer con familias y todo... Luego lo mostramos como un sabotaje al régimen...

El ministro de Asuntos Interiores lo miraba incrédulo, no solo había resuelto el “temita”, sino que había logrado generar fondos para la causa. ¡Un genio!

El Tío se retiró prometiendo mandarle los detalles en breve. Mientras tanto, recomendó, que simplemente se mantuviera el cordón de seguridad y nada de información a la televisión... Más tarde, en su despacho, el Tío redactó rápidamente el protocolo de “Turismo Alternativo N.º 402”, definiendo los permisos, costos y demás datos burocráticos. Cuando estuvo listo llamó a su secretario a los gritos.

—¡Ciento veinticinco! ¡Llamó por el intercom, venga para acá!

“Ciento veinticinco” era una de las primeras generaciones de egresados de los chicos robados. Había ingresado hacía un par de meses a cumplir las funciones para las que el gobierno meticulosamente lo había programado. Era un genio bastante instruido, que siempre se mostraba como un amante acérrimo del régimen y un ejecutor infalible de sus órdenes. Era una garantía de seguridad, que prometía mil años de gloria, si todos salían como él. Le explicó la situación, le entregó el protocolo y terminó ordenándole que él mismo se encargara de todo y que lo liquidara en el día.

Terminado este tema, se volvió a concentrar en Rafa. ¿Qué hacía con él? “¿Lo llamo?”, dudó, acosado por sus recuerdos. Se enojó, por sentirse débil, vulnerable. Finalmente, calificó al expediente de “Peligroso, a LIQUIDAR” y lo derivó al despacho correspondiente.

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