El siguiente versículo revela lo que ocurre cuando intercedemos por alguien más: “Si alguno viere a su hermano cometer pecado que no sea de muerte”. El pecado que conduce a la muerte es el pecado imperdonable. Es la condición que existe cuando las personas han endurecido sus corazones contra Dios. “Pedirá”. ¿Quién pedirá? El intercesor. ¿Qué ocurre? “Dios le dará vida [al intercesor]; esto es para los que cometen pecado que no sea de muerte” (vers. 16). Dios derrama su vida por medio de nosotros, para alcanzar la vida de otros. Somos los canales por medio de los cuales Dios derrama su poder sin límites. Dios honra nuestra intercesión de corazón por otra persona. La oración intercesora da resultados.
La vida de oración de Jesús
Jesús es nuestro gran modelo de intercesión. Era su costumbre retirarse a un lugar apartado para orar. Buscaba a Dios y le pedía fortaleza para enfrentar los desafíos del día. Rogaba a su Padre que le diera fuerzas para vencer las tentaciones de Satanás. El Evangelio de Marcos registra uno de los momentos de oración de Jesús en la madrugada con estas palabras: “Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba” (Mar. 1:35). Si Jesús, el divino Hijo de Dios, entendía que necesitaba orar, ¿no necesitaremos nosotros orar mucho más en nuestra vida? Jesús reconocía que el poder espiritual interior proviene de la oración. El Evangelio de San Lucas registra los hábitos de Jesús respecto de la oración: “Mas él se apartaba a lugares desiertos, y oraba” (Luc. 5:16). La oración no era algo que Jesús hacía ocasionalmente, cuando surgía una necesidad o un problema. La oración era una parte integral de su vida. Era la clave para mantenerse conectado con el Padre. Era la esencia de una espiritualidad vibrante. El Salvador renovaba diariamente su relación con su Padre por medio de la oración. Una vida de oración le dio a Jesús el valor y la fortaleza para enfrentar la tentación. Salía de estas sesiones de oración con frescura espiritual y una determinación más profunda de hacer la voluntad del Padre. En su descripción de uno de estos períodos de oración, Lucas añade: “Y entre tanto que oraba, la apariencia de su rostro se hizo otra, y su vestido blanco y resplandeciente” (Luc. 9:29). Jesús irradiaba la fortaleza que proviene de los momentos en la presencia de Dios, por medio de la oración. Si Jesús, el divino Hijo de Dios, necesitaba pasar tiempo en la presencia de Dios para vencer las fieras tentaciones de Satanás, ciertamente nosotros necesitamos, con mayor urgencia aún, pasar tiempo en la presencia de Dios.
Jesús nunca estaba demasiado ocupado como para no orar. Su agenda no estaba tan llena como para no poder dedicar tiempo a su Padre en comunión. Nunca tenía tanto que hacer que tuviera que entrar y salir apresuradamente de la presencia de su Padre. Jesús salía de estos momentos íntimos con Dios con nueva fuerza espiritual. Estaba lleno de poder porque dedicaba tiempo a la oración.
R. A. Torrey lamenta el ajetreo del cristianismo de hoy, que a menudo resulta tan falto de poder. Él declara: “Estamos demasiado ocupados para orar y, por lo tanto, estamos demasiado ocupados como para tener poder. Tenemos una gran cantidad de actividades pero logramos poco; muchos servicios, pero pocas conversiones; mucha maquinaria, pero pocos resultados”.
Elena de White concuerda: “Muchos, aun en sus momentos de devoción, no reciben la bendición de la verdadera comunión con Dios. Están demasiado apurados. Con pasos presurosos, penetran en la amorosa presencia de Cristo y se detienen tal vez un momento dentro de ese recinto sagrado, pero no esperan su consejo. No tienen tiempo para permanecer con el divino Maestro. Vuelven con sus preocupaciones al trabajo” ( La educación , p. 260).
El hecho es que no podemos enfrentar al diablo con nuestras propias fuerzas. La oración es la respuesta. Por medio de la oración, Dios nos sumerge en su presencia y en su poder. Por medio de la oración, toca los corazones de nuestros seres amados. Armados de la oración, podemos enfrentar al enemigo en el tiempo del fin. Sin oración constante, no podremos vivir en santidad durante el tiempo del fin. Cuando se quebranta nuestra conexión con Dios, nuestro poder, que viene de Dios, se interrumpe. Cuando hay poca oración, hay poco poder. La oración es nuestro humilde reconocimiento de que no podemos vivir la vida cristiana sin “sus” fuerzas. Es la admisión de nuestra incapacidad para enfrentar solos las tentaciones de Satanás. Por medio de la oración, somos más que capaces de rechazar las tentaciones de Satanás. El diablo no puede vencer al hijo de Dios que ora y confía.
De rodillas, en ruego a Dios, experimentaremos milagros. Veremos la mano de Dios de un modo milagroso. Tal como Jesús, saldremos de estos encuentros de oración refrescados y vigorizados. Sentiremos que Dios obra por medio de nuestras oraciones para transformar también la vida de los que nos rodean. ¿Desea vivenciar una nueva experiencia espiritual? ¿Está cansado de la complacencia espiritual? ¿Anhela un reavivamiento espiritual en su iglesia?
Nuestro Dios ha prometido responder a los anhelos fervientes de sus hijos. Él nos responderá según lo busquemos. Sus promesas son nuestras. Él ha dicho: “Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra” (2 Crón. 7:14).
Jesús añade esta promesa: “Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?” (Luc. 11:13).
Cuatro principios que transforman la vida
Si usted incorpora los cuatro principios básicos de la oración bosquejados abajo como parte de su vida devocional, Dios derramará su Espíritu abundantemente sobre usted. Su vida espiritual será reavivada, y Dios lo utilizará como un agente de reavivamiento en su hogar, en su escuela, en su lugar de trabajo, en su vecindario y en su iglesia local.
1. Dedique un momento específico cada día para estar a solas con Dios.Este tiempo ininterrumpido a solas, en la presencia de Dios, debe tener prioridad absoluta. Muchos han encontrado que el modelo que sigue los ayuda a mantener su mente concentrada durante sus momentos de devoción. Quizás a usted también lo ayude a evitar que sus pensamientos divaguen mientras ora.
A - Adoración
C - Confesión
A - Acción de gracias
S - Súplica
A- Adoración.Comience su período de oración con un momento de adoración y alabanza. Alabe a Dios por lo que es y por lo que representa para usted. El salmista declara que Dios habita entre la alabanza de su pueblo (Sal. 22:3). Otro Salmo declara: “El que sacrifica alabanza me honrará” (Sal. 50:23). La alabanza eleva nuestra alma de lo que somos a lo que él es. Dirige nuestra atención a su grandeza, no a nuestra debilidad; a su sabiduría, no a nuestra ignorancia; y a su poder, no a nuestra fragilidad.
C- Confesión.Pídale a Dios que humille su corazón y le revele cualquier cosa, en su vida, que no esté en armonía con su voluntad. Confiese abiertamente las actitudes, los hábitos y las acciones que Dios le indique que no son afines con Cristo. La confesión abre el camino para que el Espíritu Santo obre poderosamente en nuestra vida. Se nos dice que los discípulos entraron en este tipo de análisis profundo de sus almas justo antes del Pentecostés. “Estos días de preparación fueron días de profundo escudriñamiento del corazón. Los discípulos sentían su necesidad espiritual, y clamaban al Señor por la santa unción que los había de hacer idóneos para la obra de salvar almas” ( Los hechos de los apóstoles , p. 30). El Espíritu Santo fue derramado sobre estos discípulos sedientos, que humillaron su corazón en arrepentimiento y confesión.
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