El que renuncia a su ego se convierte en su propio salvador y siempre estará rodeado de amigos como si estuviera protegido por un cinturón de seguridad. Ante el divino resplandor de un corazón puro toda la oscuridad desaparece y todas las nubes se disuelven. Quien ha vencido al ego también conquista el universo.
Sal, pues, de tu pobreza; sal de tu dolor; escapa de tus problemas, de tus suspiros y tus quejas, de tus penas y tu soledad, y resurge de ti mismo.
Desecha la vieja ropa andrajosa de tu egoísmo superficial y viste el nuevo atuendo del amor universal. Cuando lo hagas, te darás cuenta del paraíso que existe en tu interior y este paraíso se reflejará en tu vida exterior.
El que pisa firmemente la senda de la autoconquista y camina apoyándose en el bastón de la fe, por el sendero del autosacrificio, logrará con seguridad la más alta prosperidad y riqueza financiera, y cosechará alegría y dicha abundante y duradera.
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A aquellos que buscan el bien máximo
todo les servirá para obtener sus mejores ideales.
Nada consideran como malo,
solo la sabiduría les da las alas para elevarse
por encima de todas esas formas que representan el mal.
El dolor oscuro oculta una gran estrella
que espera su turno para brillar con luz radiante.
El infierno está esperando en las alturas
y, al partir la oscuridad de la noche,
la dorada gloria se distingue a la distancia.
Las derrotas son solo escalones que subimos
con el deseo de obtener objetivos más nobles.
La derrota siempre lleva consigo un triunfo
y la dicha nos ayuda a subir los seguros escalones
que nos llevarán a las cimas del tiempo.
El dolor nos conduce por caminos de grandes bendiciones,
hacia ideas, palabras y acciones divinas.
Y por medio de sus nubes oscuras y sus brillantes rayos nos llenamos de fortaleza al recorrer la larga jornada
que va formando el engranaje de la vida.
Las dificultades solo hacen que el camino se nuble,
pero al final, llegaremos al paraíso
donde su sol iluminará los grandes triunfos
que, después de haberlos deseado por tanto tiempo, estarán a la espera de nuestra conquista.
Nuestras dudas y temores son el velo mortuorio
que cubre el valle de nuestras esperanzas.
Nuestro espíritu se enfrenta a las tinieblas
que van recogiendo la amarga cosecha
de incesantes lágrimas y lamentos.
El dolor, las miserias y las amarguras,
las heridas que nos dejan las cadenas rotas,
todos estos pasos son necesarios porque nos ayudan
a encontrar el camino de nuestra inquebrantable fe.
El amor bondadoso y vigilante
corre a encontrarse impaciente
con el viajero de la Tierra del Destino.
Toda la gloria y todo el bien esperan
la llegada de su paso obediente.
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