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Epistolario decimal
Pedro Prado - Manuel Magallanes Moure
Pedro Maino Swinburn
Con la colaboración de Amalia Redondo Magallanes
y Valeria Maino Prado
© Inscripción Nº 2021-A-5079
Derechos reservados
Julio 2021
ISBN Nº 978-956-14-2847-8
ISBN digital Nº 978-956-14-2848-5
Diseño:
Francisca Galilea R.
Diagramación digital: ebooks Patagonia
www.ebookspatagonia.com
info@ebookspatagonia.com
CIP-Pontificia Universidad Católica de Chile
Prado, Pedro, 1886-1952, autor.
Epistolario decimal: Pedro Prado - Manuel Magallanes Moure / edición a cargo de Pedro Maino Swinburn.
Incluye notas bibliográficas.
1. Prado, Pedro, 1886-1952 - Correspondencia.
2. Magallanes Moure, Manuel, 1878-1924 - Correspondencia.
3. Cartas chilenas.
I. t.
II. Magallanes Moure, Manuel, 1878-1924, autor.
III. Maino, Pedro, editor.
2021 Ch886 + DDC23 RDA
ÍNDICE
Prólogo
Epistolario decimal
Anexos
Prólogo
El aislamiento al cual nos hemos visto obligados a raíz de la pandemia del covid-19 ha sido una novedad para las generaciones que coexistimos en la actualidad. Eso explica el desconcierto de muchos y la necesidad de copar este tiempo, aparentemente muerto, con toda clase de actividades y ejercicios. El vértigo parece ser la forma predominante de experimentar nuestra cotidianidad.
En este contexto, la lectura del epistolario entre los escritores Manuel Magallanes Moure (1878-1924) y Pedro Prado (1886-1952) resulta un refugio extraordinario, porque nos lleva de vuelta a un tempo distinto, reflejado no solo en la velocidad del tren de trocha angosta que unía la antigua Estación Providencia con el Cajón del Maipo, donde se retiraba Magallanes durante sus períodos de spleen (¡demoraba 3 horas!), sino también en un intercambio epistolar con largos días de intervalos, que causarían la desesperación de los frenéticos usuarios de los chats contemporáneos.
Ambos escritores vivían períodos de intensa actividad, seguidos de prolongadas etapas de aislamiento y reposo. Y estas cartas son los cables que permitían sortear el abismo que se abría entre ellos y el mundo durante estos retiros voluntarios de la realidad. Magallanes se escapaba a El Melocotón, al antiguo hotel que regentaba la señora Teresa Carvallo, y Pedro Prado se recluía en la torre de su chacra en la calle Mapocho 3981.
Estos dos amigos fueron piezas esenciales de Los Diez, cofradía artística que reunió a escritores, pintores, arquitectos y músicos chilenos que renovaron el ambiente local entre los años 1914 y 1924, y cuyos principales valores fueron el arte, la amistad y el humor. Celebraron exposiciones de arte, veladas artísticas-musicales, crearon una revista y la primera editorial moderna de Chile, inventaron a un poeta afgano del siglo XIX para mofarse de los críticos y soñaron con construir una torre en un peñón de Las Cruces. Dispusieron también de rituales secretos, un calendario propio y sendos símbolos mágicos, como la paloma y el unicornio, cuya creación risueña y ridícula es posible apreciar en estas cartas.
Manuel Magallanes hizo su aparición en el incipiente campo cultural chileno en los primeros años del siglo XX. A contrapelo de la estética modernista rubendariana, sus versos son de una gran austeridad y simpleza. Gabriela Mistral destacaba en ellos su pureza: «Pura, por la ausencia de didactismo, por un desinterés total de doctrina; pura por escrupulosa en la técnica y por ceñidamente sincera». Su poemario Facetas (1902) lo posicionó rápidamente en la escena y sus colaboraciones en las revistas culturales y periódicos de la época eran frecuentes. Publicaba poemas, cuentos y críticas de arte, e incluso trabajó como editor de la revista Pluma y Lápiz (1900-1904) y fundó el periódico La Reforma (1911-1916), de San Bernardo, lugar del que también fue alcalde. Durante las dos primeras décadas del siglo fue líder y representante de los escritores y fue jurado en los más prestigiosos premios literarios, como los «Juegos Florales» que reconocieron los primeros versos de Mistral en 1914.
Pedro Prado, por su parte, publicó su primer libro, Flores de cardo, en 1908, y hasta 1925, momento en que edita Androvar, que marcó el fin de su primer y más importante período de escritura, en el que exploró el verso libre, el poema en prosa, el ensayo, el cuento, la novela y el poema dramático. Fue presidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (1910), representante de la Escuela de Arquitectura de la misma universidad en los congresos estudiantiles de Buenos Aires (1910) y Lima (1912), fundó las revistas Contemporánea y Juventud, lideró el Grupo de Los Diez y fue director del Museo Nacional de Bellas Artes (1921-1923).
Se trata, probablemente, de los dos escritores más relevantes del campo literario chileno de la segunda década del siglo XX. La temprana muerte de Magallanes en enero de 1924 coincidió con el fin de la etapa más fructífera de la obra de Prado, y su retiro de la escena cultural como actor protagónico. Daban paso entonces al liderazgo de Gabriela Mistral, Vicente Huidobro y Pablo Neruda: la gran poesía chilena.
Su epistolario nos permite apreciar el nacimiento y desarrollo de su amistad a lo largo de trece años (1911-1923). Estas cartas se nos ofrecen como las huellas de un vínculo y permiten recrear, aunque sea una pequeña parte, esa comunidad de artistas que fue el Grupo de Los Diez.
Pedro Prado fue hijo único y perdió a sus padres siendo muy joven. Por eso, buscó en sus amigos a los hermanos que no tuvo. Y así se lo comenta a Magallanes, en diciembre de 1912: «Ha sido usted, lo supongo, persona dueña de buenas amistades. Yo, en cambio, a causa de mi retiro y salvo una o dos excepciones, exagerando el optimismo, no he tenido en el amigo el hermano cuya caricatura hicieron los Halmar y cuya realidad es, ahora lo veo, posible de obtener {…} He hablado de amistad, y tal vez no existan sino los amigos. Yo adivino que nosotros lo seremos». Y algunos años más tarde, vuelve sobre el mismo punto: «aunque nuestra amistad no data de mucho tiempo atrás, tengo por usted, y perdone mi confianza, el afecto que se siente por un hermano mayor».
Magallanes, a su vez, descubre en la amistad que nace entre ambos, un refugio: «¡Qué agradable es tener confianza en alguien! Si es amigo, como usted, ¡qué descanso! La verdad que para mí, a lo menos, nada hay tan encantador como abandonarse, como entregarse».
Y a partir de esa confianza y afinidad, van compartiendo sus inquietudes. Chile vive un proceso acelerado de modernización, que en oportunidades los desconcierta. Magallanes, al llegar a La Serena y ver las nuevas edificaciones, comenta: «La maldita afición a lo nuevo ha arrasado con lo bello tradicional». Y después de rechazar el estilo arquitectónico de las nuevas construcciones, que califica de «pacotilla», se detiene en las viejas casas coloniales, cuyos grandes patios evocan una vida sosegada: «esa vida que seguramente usted y yo habríamos preferido a la inestable vida actual».
Prado también tiene una relación conflictiva con el presente: «El presente va siendo, para mí, algo que nada vale; charro, recortado, grotesco, burdo. Si no fuese que es el punto de apoyo para forjar fantasías y para recordar historias, yo lo aborrecería con toda el alma. Bien quisiera que no fuese broma lo que voy a pedir: ¡que se lleven el presente. ¡No lo queremos!».
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