Isaac es el segundo hijo de Abraham, después de Ismael, pero Isaac es el hijo primogénito según la promesa.
Isaac se casa con Rebeca y la promesa pasa a su hijo, Jacob, que es el segundo hijo, nacido después de Esaú, pero a pesar de ello ocupa el puesto del hijo primogénito en el marco de la Alianza.
El objetivo es la transmisión de la promesa del Pacto. Dios no está tan interesado en el orden exacto del nacimiento como en llevar adelante la realización de la promesa del Pacto. Lo que importa es que se consolide una línea por medio de la cual el nuevo “Hijo de Dios” pueda entrar en el seno de la humanidad y derrotar a la serpiente desde dentro, desde la posición estratégica de la naturaleza humana, revirtiendo así la caída de Adán en la carrera hacia la victoria.
La historia sigue avanzando hacia su gran meta final, en resumen, de la siguiente manera:
Abraham y Sara tienen un hijo primogénito del Pacto al que llaman Isaac.
Isaac y Rebeca tienen un hijo primogénito del Pacto al que llaman Jacob.
Las esposas de Jacob le dan doce hijos. Dios cambia el nombre de Jacob por el de Israel. Entonces, de manera soprendente –o no tan sorprendentemente dentro de la narración general–, los doce hijos de Jacob y todos sus descendientes son conocidos corporativamente por el nombre del pacto de su padre, Israel. Dios ahora tiene un pueblo corporativo, una nación. Más tarde, Israel emigra a Egipto y se convierte en un pueblo esclavizado. Dios finalmente envía a Moisés para liberar a Israel de la esclavitud en Egipto, y –presta atención ahora– Dios le pide que le diga al Faraón algo muy específico:
“Israel es mi hijo, mi primogénito. Y yo te he dicho que dejes ir a mi hijo, para que me sirva” (Éxo. 4:22, 23, JBS).
Israel, la nación, es ahora designada como el “hijo primogénito” de Dios, en singular. En este punto de la historia, el lenguaje de la progenie iniciado en Génesis 3:15 se amplía, aplicándolo a la filiación corporativa de Israel como nación. ¿En qué sentido Israel es el hijo primogénito de Dios? La respuesta es evidente cuando recordamos la promesa hecha a Abraham:
“Y serán benditas en ti todas las familias de la tierra” (Gén. 12:3).
Israel es la nación-hija primogénita de Dios con la intención de que, por medio de su testimonio, muchas otras naciones se conviertan también en naciones-hijas de Dios. Una vez más, vemos que la posición o el papel del “hijo primogénito” no tiene nada que ver con el orden de nacimiento. Tiene que ver con la transmisión del Pacto a todas las naciones de la Tierra. Israel es el canal espiritual por medio del cual Dios intenta devolver a todas las gentes el estatus de hijo perdido por Adán. Vemos que tanto Isaac como Jacob, y más tarde Israel y otros, eran “primogénitos” en un sentido figurado o funcional , no en un sentido cronológico .
Es en este punto del relato bíblico –cuando Israel es designado como el primogénito de Dios– que Dios asume el papel de “Padre” en relación con Israel. Reprendiendo a Israel por su infidelidad a Dios, Moisés dijo:
“¿No es él tu padre, que te creó?
Él te hizo y te estableció […].
Provocaron sus celos con dioses ajenos,
y su ira con abominaciones.
Sacrificaron a los demonios, y no a Dios;
a dioses que no habían conocido,
a nuevos dioses venidos de cerca,
que no habían temido vuestros padres.
De la Roca que te creó te olvidaste;
te has olvidado de Dios, tu creador”
(Deut. 32:6, 16-18).
Moisés le dice a Israel:
Dios es “tu Padre”.
Dios te “engendró”.
Dios te dio el ser.
Ahora, con Israel asumiendo el papel de hijo unigénito de Dios entre las naciones, Dios asume a su vez el papel de Padre de Israel. Por primera vez en el relato bíblico, Dios emplea ahora el lenguaje del parto, del nacimiento. Él “engendró” a Israel como su pueblo escogido entre las naciones. Israel, como hijo unigénito de Dios entre las naciones, es castigado por haber “olvidado al Dios que lo engendró”, una paternidad y un nacimiento que ocurrieron cuando Dios liberó a Israel de la esclavitud en Egipto. Al volverse hacia los “dioses” de otras naciones, Israel estaba negando al Dios que lo engendró. Como Dios diría más adelante por medio de Jeremías, “yo soy el padre de Israel, y Efraín es mi primogénito” (Jer. 31:9). Las otras naciones están bajo la autoridad de sus dioses y demonios (Deut. 32:17), pero Israel es el pueblo escogido de Dios, llamado de entre las naciones para ser el hijo unigénito de Dios, por quien todas las otras naciones serán bendecidas.
Como el asunto de la filiación, el tema de la paternidad de Dios se basa en la narración del Antiguo Testamento y está estrechamente relacionado con el llamado de Israel como el pueblo dentro del cual el Mesías entrará en el mundo. Si queremos entender lo que el Nuevo Testamento quiere decir cuando llama a Dios “Padre”, debemos permitir que la historia misma nos explique lo que significa esa expresión. Cuando así lo hacemos –es decir, cuando nuestro pensamiento obedece a la teología de la narración de la Biblia–, se hace evidente que hay un sentido en el que Dios es nuestro Padre y el Padre de Jesús. Un sentido que la idea normal de paternidad no puede abarcar totalmente, como vamos a ver más adelante en este estudio.
Una imagen coherente se está construyendo, mientras nosotros simplemente seguimos la narración bíblica para ver dónde nos lleva. Estamos a punto de saltar de nuestros asientos en este punto, cuando las implicaciones de la filiación comienzan a vislumbrarse en nuestra mente. Al dejar que la historia nos guíe, estamos a punto de comprender la Biblia en un nivel completamente nuevo. A partir de aquí la cosa es cada vez más sorprendente, así que presta mucha atención a lo que sucede a continuación.
“De un lado está Adán; y del otro, Jesús. Estas dos figuras constituyen la premisa de toda la historia bíblica”.
Capítulo cinco
David, mi hijo
Israel, el “hijo primogénito” de Dios, ahora liberado de la esclavitud, crece como nación, generación tras generación, hasta que nace un niño llamado David.
Puede que hayas oído la historia de David como un relato aislado, inspirador, con hermosas lecciones acerca de vencer a “gigantes” personales que se oponen a tu éxito profesional (Goliat) con cinco cualidades de tu personalidad (sus cinco piedritas), pero es más que eso. La historia de David es, en un nivel profundo, la continuación ininterrumpida de la historia de la gran Alianza de la Biblia.
David es, de hecho, el siguiente hijo de Dios en la Sagrada Escritura.
Al convertirse en el rey elegido de Israel, en él se encarna ahora la identidad corporativa de Israel. La identidad de la filiación ahora toma un significado profético más concreto. El ideal del orden de nacimiento es transgredido, una vez más, porque David no es el primogénito de su padre, Isaí, sino su último hijo (1 Sam. 16:10, 11).
Una vez más, lo que importa es la continuidad histórica de la Alianza, no el orden cronológico de nacimiento. Dios reafirma con David la promesa del pacto que hizo con Abraham, Isaac, Jacob, e Israel, de modo que David se convierte en una especie de prototipo del Mesías venidero.
Fíjate en esto.
Con el fin de transmitir la idea de sucesión, la Escritura invoca de nuevo el lenguaje de “hijo”. En el Salmo 2:1 al 7, David habla de sí mismo como habiendo sido “engendrado” como “hijo” de Dios, y al mismo tiempo evoca proféticamente la venida del Mesías, en quien debe cumplirse todo lo que Dios ha prometido al mundo a través de Israel:
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