En el tercer momento, la economía se presenta como una práctica heterónoma, es decir, que es siempre instituida por una política que le transmite sus valores. Para Platón, los regímenes políticos empíricos en los que vivimos 8son malos en diversos grados. Ellos dan rienda suelta a los apetitos y refuerzan su tendencia anómica y conflictiva, dado que subordinan la política a una economía que los sostiene y que favorece su despliegue. Por consiguiente, estos regímenes no son verdaderamente políticos. Ellos no logran establecer la unidad y la armonía que son el fruto de una verdadera política 9, la cual tiene la autoridad exclusiva sobre las decisiones y las prescripciones de la totalidad de los asuntos en el seno de la ciudad. Únicamente la ciudad verdadera, regida por una política autónoma, puede dar lugar a una economía mesurada y regulada en función del beneficio común. En la ciudad auténtica, la economía está subordinada a la verdadera política y a su tendencia unificadora.
Ante esta compleja tesis, es necesario precisar que el ideal de
subordinación de la economía a la verdadera política no significa que Platón le confiera un rol secundario ni que la oponga a la política en una oposición simplista. Lejos de verla como una materia pasiva que la política puede moldear a su antojo, Platón considera que la economía posee una verdadera positividad política, pero solo la política genuina puede conducirla de la potencia al acto y reorientar su carga potencialmente destructiva para utilizarla en beneficio de la totalidad de la ciudad. La autonomía de la política no implica la desvalorización de la economía ni la desaparición de la economía doméstica del oikos –que era la institución «económica» central de la época de Platón–, sino su reconfiguración y promoción como medio de realización de los individuos y de la ciudad que habitan. Estudiar la economía, tal y como Platón la concibe, es comprender cuáles son las condiciones requeridas para transformarla en la aliada de esa finalidad política fundamental, que es la instauración de una ciudad verdaderamente unida.
Si este libro logra restituir a la economía platónica el lugar que le corresponde es, sin duda alguna, en razón de los motivos expuestos por E.R. Dodds: «Lo que descubrimos en cualquier documento depende de lo que buscamos, y lo que buscamos depende de nuestros propios intereses, los cuales están en cierta medida determinados por el clima intelectual de nuestra época 10». ¿Quién podría afirmar que la economía no es hoy en día una de nuestras mayores preocupaciones? Efectivamente, en nuestros días todo parece suspendido a la economía: el porvenir de nuestro planeta, la estabilidad de la sociedad y de sus instituciones, la fuerza y la legitimidad de los gobiernos, el equilibrio geoestratégico, la salud física y mental de los individuos. Si bien es probable que nuestro grado de dependencia a la economía es hoy mayor que en los tiempos de Platón, nuestro interrogante sigue siendo el mismo que el suyo: la condición de posibilidad de concederle a la economía el lugar que le corresponde en la sociedad fue y seguirá siendo la comprensión de su naturaleza. Posiblemente lograremos entonces, como lo anhelaba Platón, encontrar la manera de poner fin a los males de las ciudades o, por lo menos, encontrar un régimen en el que la vida sea lo menos dura posible, «dado que en todos es dura» 11. Saber si podremos realizarlo es otra cosa.
4Polanyi 1994.
5Como lo afirman Cross y Woozley 1964, 80.
6Sobre el capitalismo ver, por ejemplo, las objeciones de Caillé a la hipótesis de Braudel, para quien el mercado podría ser teórica e históricamente separado del capitalismo (Caillé 2005, 72-73).
7Plt. 289e-290a.
8Plt. 302e.
9Plt. 308d.
10Dodds 1973, 28.
11Plt. 302b.
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