Laura Moresi - Criptomonedas

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Mucho se ha escrito en los últimos tiempos sobre monedas digitales, tanto en libros, blogs, redes y prensa, sin dejar de contar los cientos de videos que circulan en internet.
En el caso particular de este ensayo, salvo las reflexiones y las opiniones personales, de una u otra manera, todo ha sido escrito, solo que se encuentra disperso en una oferta de información realmente inabarcable. No obstante, al final de la obra encontrarás todas las fuentes consultadas, con sus enlaces completos; la idea es que puedas ubicarlas rápidamente y leerlas en su versión original.
Todo aquel que realiza un trabajo intelectual debe ser reconocido, por lo tanto es necesario respetar el derecho de autor de cada una de las fuentes utilizadas y permitir que los lectores tengan la posibilidad de profundizar su conocimiento.

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La dificultad en la coincidencia hizo necesario encontrar un elemento que resultara valioso para ambas partes y que pudiese usarse como instrumento de intercambio. Comenzó a utilizarse la obsidiana como forma de pago. La obsidiana es una roca ígnea o roca volcánica, parecida al granito, semejante a un mineral, sin serlo, ya que no es cristalina y su composición es más compleja. Antiguamente se usaba para fabricar puntas de flecha, como elemento cortante en circuncisiones e incluso como espejo; aún hoy en día puede ser utilizada como instrumento quirúrgico. También comenzaron a usarse los granos como forma de pago.

En ambos casos, se trataba de elementos que tenían que ver con el comercio directo, es decir, a la obsidiana y a los granos se les dio un sentido monetario, ya que además de servir para el intercambio podían volver a ser reutilizados y nuevamente vueltos a cambiar.

Sin embargo, cuando la división del trabajo fue creciendo y las sociedades comenzaron a hacerse más complejas, se complejizó también el intercambio, ya que entonces no podía ser realizado de forma directa; era preciso encontrar un método que permitiese realizar operaciones o intercambios de manera indirecta. Comienza así la utilización de los metales, el oro, la plata y también el bronce, que circulaban de acuerdo a su peso y su calidad. Con los años fue necesario marcarlos para representar la calidad, así surgió la acuñación de moneda.

El Código de Hammurabi, del año 1750 a. C., fue dictado por el entonces rey de Babilonia con el fin de unificar las leyes existentes hasta esa fecha. Entre esas normativas se encuentran varias sanciones relacionadas con los pagos en siclos de plata. También en el Antiguo Testamento de la Biblia –Génesis 23, 12-16– podemos leer cómo Abraham le compra la finca a Efrón pagando por ella cuatrocientas monedas de plata.

Asimismo, en otras partes de la Biblia se hace referencia a unidades monetarias. Cuenta el Nuevo Testamento que, en cierta ocasión, los fariseos le preguntaron a Jesucristo si era contra la ley pagar el impuesto al César, entonces Jesús pidió que le mostrasen una moneda (un denario). Al verla les preguntó: “¿De quién esta cara y el nombre que lleva escrito?”. La respuesta de los fariseos fue: “Del César” (Mateo 22, 17-21). Este evento nos permite saber que en esa época las monedas ya estaban acuñadas.

Con el desarrollo de la minería la obtención de metales fue más intensiva, y estos materiales, además de ser limitados, eran capaces de fundirse en piezas semejantes y, lo más importante, conservaban su valor en el tiempo. De esta manera se produjo la capacidad de intercambio, contabilidad y acumulación de estos bienes.

Con el surgimiento de los bancos, la población comienza a guardar sus valores en estas instituciones; sin embargo, el traslado del oro atesorado no era sencillo cada vez que se realizaba una compra y era necesario movilizar esos valores al vendedor. Aparecen entonces los billetes, que servían para representar los ahorros acumulados en los bancos, y comienzan a entregarse con la promesa de que si el vendedor lo presentaba podía sacar la cantidad en oro que figuraba en ellos, eso significaba que las personas tenían confianza en que el banco entregaría los montos indicados.

Esta confianza en los billetes estaba dada por una promesa de pago; en ellos figuraban leyendas similares a: “El banco… pagará al portador…”, otros decían: “Certificado de plata de tanto… de curso legal”, o “pagará al portador y a la vista…”. Los que creaban estas promesas eran las autoridades monetarias de los Estados –los bancos centrales–, que luego distribuían al resto de las instituciones bancarias, de esta manera, los billetes que circulaban dentro de cada uno de los países eran los mismos y era posible controlarlos evitando las falsificaciones y la cantidad de emisión.

Si bien como comentamos anteriormente, desde la prehistoria se buscaron bienes que permitiesen realizar intercambios, entre ellos los granos, la plata y el oro, el patrón oro tal como se lo conoce en la actualidad no tiene más de ciento cincuenta años, y se utilizó principalmente desde mediados del siglo XIX hasta 1918, cuando terminó la Primera Guerra Mundial1. En este sistema, cada país fijaba la cantidad de circulación de moneda de acuerdo a una determinada cantidad de oro, quedando garantizado para el poseedor la convertibilidad de su moneda en metal.

En esa época, el país más emblemático era Inglaterra, que, aunque tenía en reservas solo el 5% de su circulante, no tenía inconvenientes ya que la libra esterlina era la moneda que más confianza suscitaba en esos tiempos, dominando el mercado financiero. Los países en guerra fueron perdiendo su equilibrio interno, ya que se procuraron endeudamientos como promesas de pago para poder afrontar los gastos de los enfrentamientos bélicos, y aparecieron así los cambios flexibles, el abandono de la paridad fija y la libre fluctuación de la moneda con el fin de lograr equilibrarla; es decir, el mercado terminaba ajustando el valor de la moneda sin que existiera una tasa de cambio fija.

Los gastos de la guerra hicieron que los países emitieran sin respaldo en oro, esto fue generando inflación y el sistema empezó a perder solidez. Todo esto terminaría, años más tarde, con el emblemático caso de Alemania atravesada por la hiperinflación. De esta manera, se abrían las puertas a la especulación y, en 1929, se produce la llamada “Gran depresión” o “Crack del ’29”.

Al terminar la Primera Guerra Mundial, en Estados Unidos se había producido un fuerte cambio: la producción de bienes había aumentado considerablemente y el mundo demandaba sus productos. Las compañías que cotizaban en la Bolsa estadounidense aprovecharon el crecimiento de la economía. Por otro lado, los países europeos estaban fuertemente endeudados. El principal problema era que Estados Unidos exigía que la deuda se pagase en oro o en mercancías, e implementaron nuevos derechos aduaneros que hacía que a estos países se les complicara el pago. Sumado a esto, la imposición de exportaciones a Europa hizo que Estados Unidos se convirtiera en el país con mayor cantidad de reservas en oro.

Frente a tan descomunal crecimiento, los ciudadanos no querían quedarse afuera de los posibles negocios y comenzaron a invertir sus ahorros en la Bolsa. Fuera de las grandes fortunas, una gran cantidad de personas que contaban con un pequeño ahorro operaban en la Bolsa, sin entender bien de qué se trataba. Las acciones incrementaron tanto su valor que la gente comenzó a endeudarse para comprar acciones y así comenzó a formarse una burbuja de especulación.

A estos créditos se le sumó el aumento de la producción gracias a las nuevas tecnologías, que no se tradujo en una valorización de la mano de obra, sino que, por el contrario, cada vez se necesitaban menos operarios para producir el mismo resultado; así la desocupación fue cada vez más en aumento.

La especulación y la desocupación no son buenos indicadores, y a pesar de que algunos de los principales bancos de Estados Unidos intentaron evitar la crisis, todo estalló en octubre de 1929.

Por otro parte, la Reserva Federal de los Estados Unidos no socorrió a los bancos dándoles liquidez, sino que redujo la oferta monetaria, generando un efecto multiplicador que se extendió desde el origen hacia otros países del mundo generando la gran depresión mundial. En 1931, Estados Unidos abandona el patrón oro; otros países lo seguirían tiempo después.

Cuando en 1933 asumió el presidente Franklin D. Roosevelt, tomó una medida drástica: prohibió a los ciudadanos la posesión de oro, de manera que aquellos que lo tenían atesorado se vieron obligados a cambiarlo por dólares a un tipo de cambio fijado por el gobierno. Las sanciones impuestas para quienes no cumpliesen eran multas elevadísimas. Por otro lado, se prohibió la exportación de oro sin la autorización del gobierno, y se estableció la obligación de que las minas auríferas vendieran su producción al Estado. De esta manera, al haber confiscado todo el oro, el dólar se devaluó; es decir, se necesitaba más cantidad de billetes por cada onza de oro. Esto permitió la expansión de la base monetaria, la posibilidad de que los precios dejasen de caer, aumentando la producción y el crédito.

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