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Liz Fielding: Sombras en el paraíso

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Liz Fielding Sombras en el paraíso

Sombras en el paraíso: краткое содержание, описание и аннотация

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Flora Claibourne había programado un viaje de negocios con el único propósito de no tener que trabajar junto al sexy Bram Farraday Gifford. Pero le había salido mal, porque él había decidido acompañarla. En lugar de atenerse al cómodo horario de oficina, se vio obligada a estar constantemente con aquel hombre tan atractivo…en una romántica isla tropical. Flora se moría de ganas de besarlo, pero las barreras que había construido para protegerse de los hombres eran demasiado infranqueables. No dejaba que nadie se acercara a ella…, pero Bram sentía cada vez más curiosidad por descubrir por qué.

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Como tampoco era fingida su testarudez.

Bram había creído que durante la excursión del día siguiente Flora tenía la intención de convencerlo para ir hacia las montañas. Pero al abrir el mapa, había descubierto que la tumba estaba en el extremo opuesto al refugio para monos que habían planeado visitar.

La intención de Flora no era visitar a los animales, ni pasar el día con Bram. Al igual que ella se había molestado en salvarlo de un posible peligro, él tendría que cuidar de ella.

Flora buscó a tientas el despertador que tenía debajo de la almohada y lo apagó. El sol apenas se elevaba sobre el horizonte cuando se levantó de la cama y, con sigilo, se vistió con la ropa que había dejado preparada en el cuarto de baño la noche anterior.

Con las botas en la mano y una mochila liviana salió del búngalo. No había nadie en las inmediaciones, excepto el recepcionista del tumo de noche que le entregó una bolsa con unos bocadillos y algo de beber.

– ¿Va a viajar sola? -preguntó este, intranquilo.

Flora le había dicho que saldrían muy temprano para visitar una playa que se encontraba en el extremo opuesto de la isla.

– No, el señor Gifford está revisando el coche.

– Que pasen un buen día -dijo el encargado, antes de añadir en tono preocupado-: Por favor, no se desvíen de la carretera principal. Podrían perderse.

Flora le dedicó una sonrisa tranquilizadora y se marchó. Al llegar al Jeep, se subió al asiento del conductor, respiró profundamente y sonrió para sí.

Sería maravilloso ver la cara de Bram cuando descubriera que se había marchado. Le serviría de lección por haber dejado de besarla la noche anterior. Flora no sabía si agradecérselo o si estar furiosa con él por lo fácil que le había resultado separarse de ella.

Prefería creer que se sentía agradecida. La siguiente vez que se encontraran le diría…

La perspectiva de ver a Bram hizo que el corazón se le acelerara.

Estaba segura de que lo encontraría completamente fuera de sí.

Capítulo Ocho

Un terremoto despertó a Bram. El tipo de sacudida provocada por los portazos y las pisadas de una mujer furiosa porque el hombre al que quería engañar acababa de arruinarle los planes.

– ¡Eres un miserable! -Flora entró en su dormitorio como un huracán-. ¡Rata!

Bram despegó la cabeza de la almohada y la giró para comprobar la transformación que había causado en Flora descubrir que había quitado la tapa del delco del Jeep para impedirle escapar.

Sus ojos lanzaban rayos incendiarios, tenía las mejillas coloreadas y los labios rojos. También su cabello parecía distinto. Flora lo había recogido en una pulcra trenza que resaltaba sus pómulos. No llevaba peinetas.

Bram pensó que no había nada tan impactante como una mujer enfadada.

– ¿Dónde está? -dijo ella.

– Buenos días, Flora -Bram miró el reloj-. Ya sé que querías salir temprano, pero ¿no te parece que exageras?

– Deja de…

– ¿Qué ocurre? -Bram se giró sobre el costado y se incorporó sobre el codo-. ¿No puedes dormir?

Flora le lanzó una mirada incendiaria, retándolo a que hiciera alguna insinuación sobre la noche anterior.

– He dormido perfectamente, muchas gracias. Dame la tapa del delco y te dejaré dormir todo lo que quieras.

– ¿Te han quitada la tapa del delco? -preguntó él, con tono inocente. Era evidente que Flora tenía conocimientos de mecánica-. ¿Quién habrá hecho algo así?

– No te hagas el gracioso. Lo sabías, ¿verdad? Ese ridículo beso fue una excusa para manipularme.

– Yo no calificaría el beso de «ridículo». Pero tal vez tú tengas más experiencia que yo -Bram se sentía orgulloso de haber sacado a Flora de sus casillas y quiso aprovechar la ocasión de descubrir una nueva faceta de su personalidad. Si se calmaba, volvería a esconderse tras su férrea armadura y nunca más estallaría. Bram decidió avivar las llamas-. Me gusta tu peinado.

– ¡Me da lo mismo! -los ojos de Flora, con destellos marrones y dorados, hicieron pensar a Bram en un tigre-. ¿Qué derecho tienes a interferir en mis planes?

– ¿Qué planes? -preguntó Bram, sentándose y apoyándose en la almohada.

– Lo sabes perfectamente.

– ¿Explorar por tu cuenta territorio prohibido? -Bram entrelazó las manos detrás de la cabeza-. Eso va en contra de las normas. Recuerda que soy tu sombra v voy donde tú vayas. ¿Por qué no has pedido otro coche?

Flora lo miró desconcertada y Bram se dio cuenta de que ni siquiera se le había ocurrido esa posibilidad. Estaba demasiado furiosa como para pensar.

– ¿Qué te hace pensar que no lo he hecho?

– Que estás enfadada por la tapa del delco y no porque también me he encargado de que no puedas alquilar otro coche.

– ¿Qué quieres decir? ¿Cómo sabías que…?

– Recuerda que soy abogado. Puedo oler una mentira a distancia. Fui a ver a la dependienta de la tienda y me dio un mapa como el que tú habías comprado. Le dije que habías tirado café en el otro. Hasta marcó el emplazamiento de la tumba…

Flora se quedó con la boca abierta.

– ¿Y me acusas a mí de mentir?

– Le dije que no recordabas el sitio exacto.

– Así que soy una mujer torpe y desmemoriada -exclamó Flora, irritada.

– Y anoche, después de quitar la tapa del delco, di instrucciones en la recepción de que consultaran conmigo cualquier cambio de coche.

– Voy a denunciarte, Bram. A ti y al hotel. El Jeep lo alquilé yo y lo pagué con «mi» tarjeta de crédito.

– Ya lo sé. Es una vergüenza -dijo él, sarcástico-. Pero no estamos en Londres. Se ve que en Saraminda mandan los hombres.

– ¿Y las mujeres hacen lo que se les manda? -Flora lo miró por debajo de sus largas pestañas, más pensativa que coqueta-. Tengo que admitir que has sido listo. Y minucioso.

¿Iba a pasar Flora de la ira al halago? Bram lo dudaba. Tuvo que contener el impulso de decirle que se olvidara del tema y se metiera en la cama con él. Pero su sentido común pudo sobre la insensatez.

Flora se encogió de hombros.

– No hacía falta que te molestaras tanto. Mentí al recepcionista diciéndole que estabas revisando el coche. Le preocupaba que fuera a viajar sola. Si hubiera pedido un cambio de coche, habría insistido en consultarlo contigo. Y habría descubierto que no estabas.

Bram se echó hacia delante.

– ¿Y no crees que si todo el mundo te dice que estás cometiendo un error deberías escuchar? La dependienta llegó a decir que no debíamos acercamos a la tumba bajo ningún concepto.

– Tengo la sensación de que Tipi Myan oculta algo.

– En eso estamos de acuerdo.

– Voy a descubrir qué, Bram. Y tú no vas a lograr detenerme.

Bram intuía que Flora no iba a cambiar de actitud, así que decidió seguirle el juego.

– ¿Por qué no pides café mientras me doy una ducha? Así podremos hablar de este asunto con franqueza e intercambiar puntos de vista.

Sin darle tiempo a Flora a reaccionar, se levantó de un salto y desapareció detrás de la puerta del cuarto de baño, no sin llevarse consigo la tapa del delco. Tenía la certeza de que no debía subestimar la determinación de Flora.

Flora pidió café por teléfono y aprovechó el ruido de la ducha para buscar la tapa del delco sin que Bram la oyera. Pero su imaginación estaba demasiado ocupada con las imágenes de lo que ocurría en el cuarto de baño como para concentrarse en la búsqueda de la pieza del motor.

Cuando oyó que la ducha se cerraba, fue al salón y llamó al servicio de habitaciones para pedir tostadas y zumo de naranja.

El desayuno y Bram llegaron al mismo tiempo. Él llevaba una camisa remangada que dejaba al descubierto el vello de sus antebrazos, unos pantalones viejos y mocasines. A Flora no le pareció un conjunto adecuado para una excursión por la selva, pero ya que eso iba a ser imposible, tenía que admitir que estaba muy atractivo.

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