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Liz Fielding: Sombras en el paraíso

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Liz Fielding Sombras en el paraíso

Sombras en el paraíso: краткое содержание, описание и аннотация

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Flora Claibourne había programado un viaje de negocios con el único propósito de no tener que trabajar junto al sexy Bram Farraday Gifford. Pero le había salido mal, porque él había decidido acompañarla. En lugar de atenerse al cómodo horario de oficina, se vio obligada a estar constantemente con aquel hombre tan atractivo…en una romántica isla tropical. Flora se moría de ganas de besarlo, pero las barreras que había construido para protegerse de los hombres eran demasiado infranqueables. No dejaba que nadie se acercara a ella…, pero Bram sentía cada vez más curiosidad por descubrir por qué.

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Flora fue a responderle que, como eso no iba a suceder, no tenía por qué esforzarse, cuando acudió a su mente una idea tan brillante que no tuvo que fingir la sonrisa que iluminó su rostro.

– De acuerdo, si insistes… -se encogió de hombros como si no le diera importancia-. A partir de mañana debería empezar a tomarme en serio la exploración de la isla -ahuyentó un insecto-. Ya que no puedo hacer nada más, tendré que alquilar un coche o algo así.

– ¿O algo así?

– Un Jeep sería más adecuado -la expresión de Bram pareció indicar que prefería un coche con aire acondicionado-. Necesitamos un coche duro. No creo que las carreteras estén en muy buen estado -Flora se sonrojó al presentir que Bram la miraba fijamente, pero como no podía verle los ojos, era imposible estar segura.

– A mí me ha parecido que estaban perfectamente cuando hemos venido desde el aeropuerto -dijo él-. ¿O es que quieres explorar un sitio de difícil acceso?

Flora dejó escapar una risita.

– ¿A qué te refieres? No sé nada de esta isla, pero estoy segura de que se pueden visitar muchos sitios de interés histórico.

– Seguro que sí -dijo él sin mucho entusiasmo.

– Y no todos van a estar junto a la carretera. ¿Te has fijado si tienen mapas en la tienda? -Flora dejó la servilleta junto al plato y se puso en pie. Prefería evitar el gesto inquisitivo que dibujaban las cejas de Bram-. ¿Por qué no pides más café mientras voy a echar un vistazo? A no ser que lo de seguirme a todas partes te lo tomes al pie de la letra, claro -añadió-. No creo que valga la pena verme comprar.

Bram deslizó las gafas de sol por su nariz larga y recta y se quedó mirando el vestido gastado de Flora. No tenía ningún estilo, pero debía de ser muy cómodo. Flora lo habría elegido por los numerosos bolsillos que tenía.

– Tienes razón -dijo él después de una pausa premeditada.

Flora no sonrió. Bram no le había dedicado un comentario halagador, pero a ella eso le agradó. No se vestía para seducir al sexo opuesto sino para estar cómoda. Hacerlo al revés sólo le había causado dolor.

Sin decir nada, se hizo un nudo con el cabello ya seco, se lo sujetó con el sombrero y fue en busca de un mapa. El mapa del tesoro. Con un poco de suerte, también encontraría alguien que se lo marcara con una cruz.

Capítulo Cuatro

Bram siguió a Flora con la mirada. Sus movimientos sensuales y ágiles negaban la imagen severa y esquiva que pretendía crear con su indumentaria. Estaba seguro de que resultaría mucho más atractiva sin ropa que con ella.

Era evidente que se trataba de una mujer de valores ocultos. Nadie la consideraría hermosa, pues sus facciones eran demasiado duras, pero no era ni mucho menos tan poco agraciada como parecía a primera vista. Lo que Bram no lograba comprender era porqué Flora sentía la necesidad de esconderse.

En cambio, era fácil adivinar por qué había preferido ir sola a comprar el mapa y a preguntar sobre lugares de «interés histórico».

Flora iba a tener que aprender otros trucos si pretendía ocultarle sus intenciones. Un mapa, un Jeep y una sonrisa triunfal sólo podían significar una cosa. Tenían un día libre para descansar y no hacía falta ser un genio para darse cuenta de que no hacer nada no figuraba entre las actividades favoritas de la señorita Claibourne. Ni que la sugerencia de un posible peligro fuera a hacerla cambiar de idea. Quería ver por sí misma la tumba y si el señor Myan no la llevaba, haría las averiguaciones precisas para encontrarla y visitarla ella sola.

¿Sola? No. Flora no tenía un pelo de tonta. Su sonrisa triunfal tenía una justificación clara. Había decidido aprovechar la promesa de Bram de no separarse de ella en su propio beneficio. Iba a utilizarlo. Su compañía le permitiría hacer una visita a las montañas sin autorización. Así que era responsabilidad de él impedir que la hiciera.

Podía estar equivocado, pero Bram no creía que al Ministro de Patrimonio Artístico fuera a entusiasmarlo descubrir que la modosa intelectual había decidido explorar por su cuenta. Bram no comprendía por qué, y tampoco le interesaba descubrirlo. Su única misión consistía en evitar que Flora corriera peligro. No sería una misión difícil. A no ser que ella resultara ser la única mujer en el mundo capaz de interpretar un mapa o de conocer el funcionamiento básico de un motor de explosión. Y había pocas probabilidades de que lo fuera.

La mujer rubia logró que la mirada de Bram se cruzara con la de ella. Él tuvo la impresión de que la mujer tenía ganas de charlar, pero sus intentos serían vanos. A Bram le gustaba la compañía femenina, pero evitaba a las mujeres solitarias de cierta edad. Y para amostrarle que estaba ocupado dedicó una amplia sonrisa a Flora al verla aproximarse.

– ¿Has encontrado lo que buscabas? -preguntó.

Desconcertada por la cálida bienvenida, Flora dejó el bolso sobre la mesa y sacó de él un mapa y una guía.

– ¿Qué es esto? -Bram tomó una brújula plana-. ¿Qué visita turística requiere el uso de una brújula? -preguntó, invitándola a que confiara en él.

En lugar de responderle, Flora le quitó el aparato y guardó en uno de los muchos bolsillos de su vestido.

– ¿Y tienes el descaro de llamarme boy scout ? ¿Y por qué no has comprado un buen mapa?

– ¿Éste no es un buen mapa? -preguntó Flora, llena de inocencia, mientras abría un mapa turístico que sólo mostraba las rutas y monumentos más importantes, en el cual las montañas no aparecían más que esbozadas.

– Nos servirá -admitió Bram-. Siempre que tu idea de una visita turística no incluya una excursión a través de la jungla para buscar a tu querida «princesa perdida».

– A la princesa ya la han encontrado. Lo que falta es la tumba.

– No falta. Sólo está prohibido visitarla -le recordó Bram.

– Ya he entendido el mensaje. Lo que no comprendo es el porqué.

– Tipi Myan ha dicho que es peligroso.

– Puede que sea un lugar inseguro, pero no soy estúpida. No correría el riesgo de excavar donde pueda producirse un derrumbamiento. Sólo quiero ver el lugar.

– Olvídalo, Flora -Bram esperó a que ella hiciera una señal de conformidad. Al no recibirla, continuó-. Por favor, admite que tengo razón.

Flora se llevó la mano al pecho y puso expresión ofendida.

– Pero si tú eres un hombre, Bram -imitaba el tono fingido que adoptaban ciertas mujeres para aparentar fragilidad-. ¿Cómo voy a dudar que tengas razón?

Bram sabía que era una maniobra para no prometer lo que no pensaba cumplir.

– Basta con que me digas que sí.

– «Sí» es la palabra que todos los hombres quieren oír -dijo Flora. Abandonó el tono de burla y continuó-. Pero si te hace feliz, te prometo que no voy a atravesar la jungla. Ni siquiera sabría por dónde empezar.

Bram se preguntó si el rubor que asomó a las mejillas de Flora era efecto del sol o de un sentimiento de vergüenza, pero decidió no seguir insistiendo.

– No veo que se mencionen ni el tesoro ni la tumba.

La guía destacaba las atracciones típicas: pagodas decoradas, centros de artesanía y otros lugares por el estilo.

– ¿No? Supongo que es un descubrimiento demasiado reciente.

– ¿Tienes idea de dónde está? -preguntó Bram. Dejó a un lado la guía y abrió el mapa-. ¿No te dijo nada el señor Myan?

– Ya lo oíste. Habló de un largo camino cuesta arriba.

Pero Bram estaba seguro de que Flora había averiguado algo. Cierto nerviosismo en su actitud era un claro indicio de que era incapaz guardar un secreto, una característica de la que él podría beneficiarse. Todo dependía de cuánta información tuviera ella sobre los planes de India Claibourne y de lo difícil que le resultara a él romper su barrera defensiva.

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