Lucy Gordon - El hijo de italiano

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El hijo de italiano: краткое содержание, описание и аннотация

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Aquel hombre había ido a buscarla porque quería tener un hijo…
El hombre con el que Becky Hanley había estado a punto de casarse acababa de volver a su vida. Habían pasado muchos años, pero Luca Montese estaba más guapo y sexy que nunca… La atracción había vuelto a surgir entre ellos con una fuerza a la que Becky era incapaz de resistirse… estaba claro que el amor seguía vivo. Pero entonces descubrió que el único motivo por el que había regresado era para tener un hijo con ella… y lo más sorprendente era que ella estaba embarazada.

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La respuesta de ella fue tirarle un panecillo, a lo que él se agachó, pero no pareció desconcertado.

– ¿Por qué ya no te gusto? -gritó ella.

– Sí que me gustas, Becky, me gustas más de lo que deberías. Por eso te tienes que ir, y no volver.

– Eso no tiene sentido.

– Creo que sabes a qué me refiero.

– ¡No! -chilló ella, que no quería entender lo que no le convenía.

– Creo que sí. Sabes lo que quiero contigo, y no puedo tenerlo. No debo, eres una niña.

– Tengo diecisiete años. Bueno, en un par de semanas. No soy una niña.

– Pues hablas como tal. Tienes que tener todo lo que quieras. De momento me quieres a mí, pero yo soy un hombre, no un juguete con el que jugar y dejar tirado después.

– No estoy jugando.

– Pues lo haces. Eres como un gatito con un ovillo. Aún no has aprendido que la vida puede ser cruel y amarga, y Dios no quiera que lo aprendas por mí.

– Pero has dicho que me querías. ¿Por qué no podemos…?

– Becky, mi abuelo era el carpintero de tu abuela. Yo también soy carpintero. A veces trabajo reparando coches, ensuciándome.

– Oh, a nadie le importan ya esas cosas.

– Pregúntale a tu padre si le importa.

– Esto no tiene nada que ver con mi padre. Es sobre tú y yo.

– ¡No seas estúpida! -gritó él, perdiendo los nervios de repente.

– No me llames estúpida.

– Eres estúpida. Si no, no vendrías a estar a solas con un hombre que te desea tanto como yo. Nadie te oiría si pidieras ayuda.

– ¿Y por qué iba a pedir ayuda contra ti? Te conozco y…

– No sabes nada -la cortó él airado-. Me paso las noches despierto imaginándote en mi cama, en mis brazos, desnuda. No tengo derecho a pensar esas cosas, pero no puedo evitarlo. Y entonces vienes tú sonriendo y diciendo «Luca, te deseo», y me vuelves loco. ¿Cuánto crees que puede aguantar un hombre?

– ¿Me deseas? -fue lo único que le impactó.

– Sí -dijo él de forma seca, y se volvió a mirar por la ventana-. Ahora vete.

– No me voy -dijo ella en voz baja, casi para sus adentros. Era más que una decisión, era una declaración de que había elegido su camino y pensaba seguirlo.

Fue detrás de él y le pasó los brazos por el cuerpo. Como había imaginado, él se volvió y cayó en la trampa, pues ella se había quitado la camiseta y él se topó con su piel desnuda, sus brazos, sus hombros, sus pechos. Luca hizo un último intento.

– No, Becky, por favor.

Pero las palabras murieron en los labios de ella. La besó con ternura al principio y después con ansia creciente, mientras la exploraba con las manos y las manos de ella lo exploraban a él. Llevaba una camisa abierta por arriba, que a ella no le costó mucho desabrochar del todo para apoyar sus senos contra el cuerpo. Pese a su inexperiencia, supo enseguida que aquello era demasiado para el control de Luca. Cuando le fue a quitar la camisa, lo hizo él.

Al principio todo lo que sintió fue la ternura del campesino, que la animaba a seguir. Ella, que ya lo deseaba fervientemente, lo ayudaba a que le quitara el resto de la ropa y después la de él, anticipándose a sus movimientos, lo cual hizo reír a Luca.

– No tengas tanta prisa.

– Es que te deseo, Luca.

– Si no sabes lo que quieres, iscina . No tengo derecho, tenemos que parar.

– ¡No! O te pego.

– Matoncilla -susurró él.

– Entonces será mejor que me dejes salirme con la mía -bromeó ella.

Aquello acabó con su control. A partir de ahí no habría habido fuerza en el mundo capaz de impedir que la explorara, encantado por su dulzura y su joven pasión por él.

Cuando la penetró, ella soltó un gritito de excitación y comenzó a moverse contra él. Él se entregó por completo, disfrutando de su franco entusiasmo por hacer el amor y de la falta de falsa modestia. Enseguida Becky llegó a un clímax que la mareó. Un momento se lo estaba pasando bien y al momento siguiente estaba en las estrellas.

– Oh, uau -dijo, casi sin aliento-. Oh, uau.

Al momento volvió a saltar sobre él, sin hacer caso de sus quejas. En aquella ocasión Luca la amó más despacio, o tan despacio como ella lo dejó, acariciándole los senos hasta que ella lo rodeó con las piernas para pedir que la llenara, y él no pudo más que ceder. Después los dos se quedaron tumbados, bajando de las alturas y regocijándose por encontrar al otro a su lado.

– ¿Por qué no querías dejarme? -le susurró ella-. Ha sido precioso.

– Me alegro. Quiero que todo sea siempre bonito para ti. Y maravilloso.

– Ya es maravilloso, tú eres maravilloso, y todo en este mundo es maravilloso porque me quieres.

– No he dicho que te quiera -gruñó.

– Pero lo haces, ¿no?

– Sí -contestó, y la apretó contra sí-. Te quiero, Piscina . Te quiero con toda mi alma y mi corazón, y con mi cuerpo.

– Ya lo sé -dijo ella, con una risilla tonta.

***

El día que Frank regresaba, Becky fue a recogerlo al aeropuerto de Pisa, y en el camino a casa le explicó que había tenido éxito.

– He conseguido todo lo que quería a menos de lo que esperaba pagar, sí señor.

– ¿Se quedará gente sin trabajo? -le preguntó ella, que lo había oído hablar así muchas veces, pero que en aquella ocasión recordó la desesperación de los tres ingleses.

– ¿A qué viene eso?

– Si logras tanto beneficio, alguien tendrá que perder, ¿no?

– Por supuesto alguien pierde siempre, pero son los peleles, los que se merecen perder porque la naturaleza los ha hecho perdedores.

– Pero ¿es la naturaleza la que los hace perdedores o tú?

– Becky, ¿qué es esto? Nunca habías tenido estas ideas.

– Cerraste un sitio en Inglaterra -comenzó ella, después de pensar que nunca había tenido ideas de ningún tipo- y vinieron a buscarte unos de los que dejaste sin trabajo.

– ¡Demonios! ¿Y qué pasó?

– Que me encontraron a mí. Estaba montando a caballo sola y aparecieron tres hombres.

– ¿Te hicieron daño?

– No, pero solo porque apareció otro hombre y me rescató. Se llama Luca Montese y vive cerca. Estaba trabajando en su cabaña cuando oyó los gritos. Los puso firmes, dejó a uno inconsciente y salieron corriendo.

– Entonces debo agradecérselo. ¿Dónde ocurrió exactamente? -le preguntó, y ella le describió el lugar-. No sabía que tuviera arrendatarios por ahí.

– No es un arrendatario, esa pequeña porción de tierra es suya. Dice que has intentado comprársela, pero que no la va a vender.

– ¿Montese? -murmuró-. Montese, ¿es él? Mi agente Carletti me habló de uno que estaba causando problemas.

– No está causando problemas, papá, sólo quiere mantener su hogar.

– Tonterías. No sabe lo que es mejor para él. Carletti me dijo que no es más que una casucha miserable e insalubre.

– Ya no. Ha hecho un trabajo fantástico de reforma.

– ¿Has estado allí?

– Me llevó después de salvarme y me hizo un té. Era muy bonita y acogedora. Ha trabajado mucho.

– Pues está perdiendo el tiempo. Al final la conseguiré.

– No lo creo. Está decidido a no vender.

– Pues yo estoy decidido a que lo haga, y soy mucho más fuerte que cualquier jovencito campesino.

– ¡Papá! Hace un momento querías darle las gracias y ahora pretendes intimidarlo.

– Qué tontería -dijo él con su risa fácil-. Simplemente voy a mostrarle lo que le interesa.

Visitó a Luca aquel mismo día, lleno de cordialidad, para agradecerle haber protegido a Becky al tiempo que se las ingeniaba para «asesorarlo» en un modo que avergonzó a ésta. La respuesta de Luca fue de una tranquila dignidad. Entonces Frank miró a su alrededor.

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