Trish Morey - Engaño feliz

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Le esperaban dos sorpresas: su amante no era quien él creía… y además estaba embarazada…
Se suponía que Tegan Fielding tenía que hacerse pasar por su hermana gemela… ¡no acostarse con el jefe de su hermana! Pero James Maverick era demasiado sexy y poderoso como para resistirse y, pronto, Tegan se convirtió en su amante. A pesar de que él no sabía quién era realmente…
El engaño no podría durar porque Tegan se estaba enamorando del implacable magnate y, cuando ya se acercaban las Navidades, descubrió algo que iba a cambiarles la vida para siempre. ¿Cómo reaccionaría James cuando descubriera que su amante tenía un regalo de Navidad muy especial?

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Sintiéndose con fuerzas, Tegan intentó separarse de él. Sin embargo, al hacerlo, posó la mano sobre su pecho y sintió, durante unos segundos, su corazón latiendo apresuradamente. Lo miró, y cayó hechizada por aquellos ojos oscuros, profundos, llenos de energía, llenos de deseo.

No era a ella a quien deseaba, en realidad, sino a su hermana, a Morgan. Era con ella con quien quería estar.

Pero, en aquellos momentos, con los ojos de él mirando la boca de ella, eso no le importaba lo más mínimo. Maverick quería besar a Morgan, pero era ella, Tegan, quien iba a disfrutarlo, quien le iba a dejar hacerlo.

Cuando Maverick tomó su barbilla y le alzó levemente la cabeza, Tegan estaba ya tan entregada que abrió los labios sin darse cuenta de que las puertas del ascensor se estaban cerrando de nuevo, bloqueando su única vía de escape.

Pero ella ya no estaba pensando en escapar, sino en él. En que la besara.

Y, entonces, lo hizo. Primero suavemente, rozando apenas sus labios. Después, poco a poco, fue acercando su boca, hasta besarla apasionadamente, saboreando los labios de Tegan, acariciándole con la lengua.

Era imposible rechazarlo. Su cuerpo estaba siendo recorrido por estremecimientos que la sacudían como si fueran descargas eléctricas. Necesitaba sentirlo más cerca. Tegan lo rodeó con sus brazos y lo atrajo hacia ella. Empezó a recorrer el cuello de él con sus dedos, introduciéndolos por dentro del cuello de la camisa, repasando cada músculo, cada línea de aquel cuerpo escultural.

La respuesta de Maverick no se hizo esperar.

Pudo sentirla presionando contra su vientre. Estaba excitado. Y, percibirlo, darse cuenta de que era capaz de provocar algo así en un hombre como aquél, en James Maverick, hizo que ella también se excitara.

Por un instante, pensó que debía de estar loca, que aquélla era una aventura demasiado peligrosa, pero ya era demasiado tarde para echarse atrás, estaba cabalgando en una ola de deseo imparable, la sangre le hervía en las venas mientras Maverick recorría su cuello con la lengua en tanto sus manos se internaban dentro de su chaqueta buscando su vientre, su cintura, su trasero.

Sintió que ya nada podría detenerlo cuando Maverick le desabrochó los botones superiores de la blusa y, llevado por la urgencia, liberaba uno de sus senos de la prisión del sujetador. Lo sostuvo con la mano, acariciándolo, endureciéndolo…

– Me has vuelto loco todo el día, ¿lo sabes? -dijo él sin dejar de tocarla.

Sus palabras atravesaron todo su cuerpo. Se sentía incapaz de responderle, de articular más de dos palabras que tuvieran sentido. Pero no hizo falta, porque él volvió a besarla y los labios de ella le dieron la respuesta.

– ¿Sabes cuánto te deseo? -volvió a decir él.

Tegan sintió un escalofrío. De alguna manera, recordó que aquello no era buena idea. Las cosas habían ido demasiado lejos.

– Maverick…

– Quédate conmigo esta noche.

Aquello era una locura, pero la tentación de aceptar su propuesta era tan fuerte…

– No creo que…

– ¡No pienses! -exclamó Maverick-. ¡Siente! Haz el amor conmigo toda la noche, Morgan.

«¡Morgan!».

Escuchar el nombre de su hermana fue como un jarro de agua fría. Maverick creía que estaba besando a su secretaria, a Morgan. Quería hacer el amor con su hermana. Todo era una enorme mentira. ¿Cómo iba a ser capaz de acostarse con él y seguir con aquella farsa?

No era posible. Nunca le habían gustado las relaciones de una noche, el sexo fortuito. Y, aquello, no sólo era fortuito, sino complicado y peligroso.

Tenía que detenerlo. Su hermana iba a ser la primera en agradecérselo.

– De verdad, tengo que irme -protestó intentando separarse de él con una mano mientras con la otra buscaba a tientas el botón para llamar de nuevo al ascensor.

– ¡Pero no quieres irte! -insistió Maverick-. Lo deseas tanto como yo.

– ¡Tengo que irme! -repitió Tegan pulsando el botón-. Espero una llamada.

Aunque Maverick debía de estar pensando que aquello era sólo una excusa para escapar, en realidad era cierto.

– ¿Por qué no lo has dicho antes? Venga, te llevo a casa.

– No -contestó ella con firmeza, incapaz de seguir al lado de aquel hombre por más tiempo-. No hace falta.

– Así podremos hablar.

– No hay nada de qué hablar.

– De modo que… prefieres huir.

El timbre anunció la llegada del ascensor y Tegan, sin dejar de mirarlo, retrocedió poco a poco para entrar en cuanto se abrieran las puertas sin tropezarse de nuevo.

– Ya te dije que cenar juntos no era una buena idea -dijo ella-. Lo que acaba de ocurrir es todavía peor.

Las puertas se abrieron y Tegan, abrochándose los botones de la blusa, entró lentamente en el ascensor con una sensación de alivio. Pulsó el botón de la planta baja y, durante unos breves segundos que parecieron una eternidad, ambos se miraron fijamente.

En cuanto las puertas se cerraron, Maverick recobró el control de sí mismo. ¿Qué demonios había ocurrido? ¿Cómo se había dejado llevar así? ¡Era su secretaria! ¿Cómo había conseguido la visión de unas simples piernas, por muy bellas que fueran, hacerle perder la sensatez?

Ajustándose el nudo de la corbata, Maverick se dio la vuelta para dirigirse a su despacho. No eran sólo unas piernas. Eran sus ojos, su cuerpo, todo.

¿Qué había conseguido convertir a su secretaria en un volcán sexual tan intenso?

Tenía que descubrirlo.

Cuando abrió la puerta de su apartamento, Tegan oyó el timbre del teléfono. Nerviosa, tiró el bolso, las llaves y la chaqueta al suelo, y corrió hacia donde estaba el auricular.

– ¡Morgan! -exclamó.

Nadie respondió al otro lado.

– ¿Eres tú, Morgan?

Entonces, palideció.

¿Qué había hecho? ¿Cómo había podido cometer un error así?

– Maverick… ¿Qué ocurre?

– ¿Pasa algo?

– Acabo de llegar -contestó derrumbándose en el sillón-. Estoy sin respiración.

– ¿Ahora? Deberías haber dejado que te llevara a casa.

– Gracias, pero es mejor así. ¿Necesitas algo?

– Sólo llamaba para asegurarme de que habías llegado bien.

– He llegado bien, gracias por preocuparte -dijo Tegan.

– Morgan, respecto a lo que ha pasado hace un rato…

– Gracias por llamar -lo interrumpió Tegan-. Pero, si te parece, lo mejor será olvidarlo todo.

Y colgó el teléfono.

Nadie le colgaba el teléfono a James Maverick. Ni los directores de las grandes compañías, ni los acreedores más furiosos… y mucho menos, su secretaria.

Contuvo el impulso de tomar el auricular, llamar de nuevo y decirle cuatro cosas. No debía actuar llevado por la furia o el resentimiento.

Además, bien mirado, la chica le estaba haciendo un favor. Morgan era su secretaria, y él siempre se había mantenido alejado de cualquier miembro de su personal. Era una norma no escrita que debía ser cumplida. Lo que le había pasado con Tina le había demostrado que era necesario evitarlo a toda costa.

Maverick respiró profundamente. Aquellos últimos días habían sido desastrosos. El ataque al corazón de Giuseppe, la cancelación de la reunión, el extraño comportamiento de su secretaria…

Debía retomar el control de los acontecimientos. Al día siguiente se reuniría con Rogerson y le convencería de seguir adelante. Sólo hacía falta esperar un poco a que Zeppabanca se recuperara. Por otro lado, su secretaria tendría toda la noche para descansar y enterrar el extraño carácter que había mostrado durante todo el día. Todo volvería a la normalidad y él sería otra vez el mismo de siempre.

Capítulo 4

– ¡Tiggy! ¿Cómo estás?

Tegan respiró aliviada al oír la voz de su hermana al otro lado del teléfono.

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