– No me gusta el alcohol. Cuando era azafata, me emborraché una vez entre dos vuelos y no he vuelto a probarlo.
– Yo también le tengo aversión desde joven, desde que un día, al volver del colegio, me encontré a mi madre completamente borracha, tirada en la cama. Yo quería que se levantara de la cama, se despejara y dejara a mi padre. Pero mi madre no podía hacerlo. A mí me parecía la cosa más sencilla del mundo. Ni siquiera después de estudiar Psicología, fui capaz de hacer algo para ayudarla a superar su alcoholismo.
– Ha debido de ser terrible para ti, Jarod.
– Sí, así es. Sin embargo, algo bueno he sacado de ello: nunca me he dado a la bebida.
– Lo comprendo -dijo Sydney-. Yo también me alegro de que aquella mala experiencia me hiciera detestar el alcohol.
Jarod le sonrió.
– ¿Qué pasa? -preguntó Sydney curiosa.
– Nada, es sólo que me sorprende la conversación que estamos teniendo. En Cannon no podíamos hablar de estas cosas ni mostrar interés el uno por el otro.
– No me lo recuerdes -Sydney gruñó.
– Es como si fuéramos dos niños tratando de aprender cosas el uno del otro con la mayor rapidez posible.
– ¡Gracias a Dios que no somos niños! -exclamó ella-. Si tuviera que esperar a hacerme mayor, me volvería loca.
La risa de Jarod se le contagió y le hizo darse cuenta de que jamás había sido tan feliz.
– Hablando de locura, ¿qué día vamos a casarnos? ¿El sábado siguiente o al otro?
Sydney respiró profundamente antes de contestar.
– Si nos casáramos dentro de dos semanas, daríamos más tiempo a nuestras familias para pensarlo bien y quizá decidieran asistir a la boda.
– A veces ocurren milagros. Quizá incluso tus padres cambien de idea y decidan venir a darnos su bendición.
– Para entonces, Gilly y Alex habrán regresado.
– En ese caso, está decidido. Dentro de dos semanas.
Sydney asintió.
– ¿Crees que vas a disfrutar trabajando en AmeriCore?
– Sí. Será como trabajar en la parroquia, pero con mayor volumen de personas. Maureen me ha dicho que hay tres mil empleados, lo que significa muchos problemas laborales. Voy a sentirme como en casa.
Ella sabía que Jarod hablaba en serio, pero también sabía que no sería lo mismo para él.
– ¿Sydney? -una voz de hombre a sus espaldas la hizo sobresaltarse.
Sydney volvió la cabeza.
– ¡Hola, Larry!
Los ojos de él se clavaron en el brillante que Sydney llevaba en la mano izquierda. Y sonrió traviesamente.
– Vaya, qué callado te lo tenías. Me encantaría que me presentaras al hombre que ha logrado lo imposible contigo.
Una suave carcajada escapó de la garganta de ella. Sydney apreciaba mucho a aquél corpulento guardabosques.
– Larry Smith, te presento a mi prometido, Jarod Kendall -los ojos de Sydney se iluminaron-. Querido, Larry es el jefe de seguridad del parque.
Jarod se había puesto en pie. Los dos hombres se estrecharon la mano.
Ella miró a su alrededor.
– ¿No está tu esposa contigo?
– Esta noche no. He venido a Gardiner para tratar de un asunto con el sheriff y hemos cenado juntos.
– Si no estás ocupado, ¿por qué no te sientas con nosotros? -sugirió Jarod.
– Gracias. Encantado de sentarme unos minutos con vosotros.
Larry agarró una silla de la mesa contigua y se sentó con ellos. La camarera se acercó y Larry pidió un café. Luego, se quedó observando a Jarod un minuto.
– Me sorprende que hayáis logrado mantener en secreto vuestra relación tanto tiempo.
– Eso es porque Sydney me conoció cuando yo era sacerdote en Dakota del Norte -respondió Jarod-. No teníamos relaciones, hasta que decidí dejar el sacerdocio y casarme con ella. Pero Sydney no lo supo hasta la semana pasada.
Larry digirió la información con extraordinario aplomo.
– ¿Cuánto tiempo fuiste sacerdote?
– Diez años.
Larry lanzó un silbido antes de mirar a Sydney.
– Vaya, el misterio se ha revelado.
– ¿Qué quieres decir?
– Ningún tipo que yo conozca ha conseguido acercarse a ti de esta manera -entonces, se volvió a Jarod-. Te llevas lo mejor de lo mejor.
– Lo supe desde el momento que nos conocimos -respondió Jarod con voz algo ronca.
– Me alegro de que dejaras el sacerdocio.
A Sydney le sorprendió la reacción de su antiguo compañero de trabajo.
– He sido católico toda mi vida y espero que no te moleste lo que voy a decir: siempre me dieron pena los sacerdotes -añadió Larry.
– No puede molestarme la sinceridad -comentó Jarod-. El celibato va contra la naturaleza humana, pero muchos sacerdotes han aprendido a vivir así. Yo creí ser uno de ellos, hasta que conocí a Sydney.
Larry sonrió a su amiga.
– Bueno, felicidades a los dos. ¿Cuándo es la boda?
– Dentro de dos semanas, el sábado.
– ¿Dónde?
– En una iglesia de Ennis -contestó Sydney.
– ¿Va a ser una ceremonia íntima?
Ella miró a Jarod, preguntándole en silencio cómo quería que fuera la ceremonia.
– A Sydney y a mí nos encantaría que tu esposa y tú vinierais a la boda.
Larry asintió.
– Allí estaremos. ¿A qué hora?
Con entusiasmo, Sydney respondió:
– Os llamaré a ti y al jefe Archer tan pronto como sepamos los detalles. Gilly todavía no sabe nada, pero queremos que Alex y ella vengan también.
Los ojos de Larry brillaron.
– Es natural. Las dos sois muy amigas -se volvió a Jarod-. Gilly también es una belleza, como Sydney. Todos los guardabosques del parque estaban tontos con ellas. Más de uno se va a tirar de los pelos cuando se entere de que un forastero se ha llevado a Sydney.
– Eso es verdad, soy un forastero.
– No lo he dicho por ofender, te lo aseguro.
Jarod sonrió ampliamente.
– Lo sé.
– Bueno, será mejor que me vaya antes de que mi esposa empiece a preocuparse por la tardanza. Ha sido un placer conocerte, Jarod. Cuando volváis de la luna de miel, estaré encantado de dar una fiesta en vuestro honor. Así podrás conocer a todo el mundo. Bueno, que os divirtáis.
– Gracias, Larry -dijo Sydney mirando a su amigo con ojos llenos de cariño y agradecimiento.
– Estoy deseando conocer a todos los amigos de Sydney -declaró Jarod poniéndose en pie para despedirse del otro hombre.
Tan pronto como Larry se hubo marchado, Jarod dijo:
– ¿Te parece que nosotros también nos vayamos ya?
– Bien.
Después de dejar unos billetes en la mesa, se marcharon del restaurante. No tardaron mucho en llegar al piso de ella.
Jarod la estrechó en sus brazos y la besó.
– Me vuelves loca. Estoy deseando ser tuya -dijo Sydney mirándolo a los ojos.
– Te deseo tanto que… voy a tener que marcharme inmediatamente.
– ¡No!
– Sydney… -dijo Jarod con angustia-. No me lo pongas más difícil de lo que ya es.
– ¿Por qué no pasamos la noche abrazados simplemente?
– ¿En serio crees que podríamos durar así más de cinco minutos?
– Ninguno de los dos lo sabemos.
– No, no puedo -respondió Jarod y, al momento, la soltó y dio un paso atrás.
– ¿Porqué?
Jarod suspiró profundamente.
– Quiero hacerlo todo correctamente. Sydney, nuestro amor es un sacramento. Sería perjudicial para ambos cometer un error ahora.
A Sydney le maravilló la integridad de aquel hombre.
– Ojalá fuera tan fuerte como tú.
Los ojos de él brillaron de emoción.
– Estás equivocada. Yo soy el débil. ¿Se te ha olvidado que fui yo quien vino a buscarte?
¿Débil él?
¿Acaso consideraba una debilidad amarla? De ser así, ¿acabaría despreciándola por ello?
Читать дальше