Kate Hoffmann - El sabor del pecado

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Todos ellos estaban a punto de descubrir el excitante poder del chocolate.
Los propietarios de una prestigiosa tienda de dulces querían demostrar la teoría de que el chocolate era el mejor afrodisíaco del mundo. Para ello llevaron a cabo un estudio muy poco ortodoxo que disfrazaron de promoción de San Valentín. Cuando los confiados clientes empezaron a probar el chocolate…los resultados fueron sorprendentes.
Kel Martin y Darcy Scott, que habían tenido una aventura de una noche hacía cinco años, acabaron de nuevo en la cama juntos… ¡y no deseaban salir!

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No había cambiado nada. Seguía siendo demasiado encantador para poder confiar en él. Era bien consciente de la fama que tenía con las mujeres y no pensaba volver a caer otra vez en brazos de él. Respiró hondo.

– En la recepción hay un cuaderno que expone todos los servicios que ofrecemos. En cuanto hayas tenido la oportunidad de mirarlo, estaremos encantados de hacer la reserva que te apetezca. Nos ocuparemos de todas tus necesidades.

– ¿De todas?

Se inclinó aún más y de pronto Darcy fue incapaz de continuar. Quiso retroceder, alejarse de su innegable magnetismo. Pero sintió que la atraía. Necesitaba alargar la mano y tocarlo, sopesar su reacción al contacto.

Despacio, levantó la mano y le acarició la mejilla, áspera por la barba de un día.

– Todas las necesidades dentro de lo legal -musitó ella.

Él emitió un gemido suave y le rodeó la cintura con el brazo para pegarla contra su cuerpo. Un instante después, la besó. Los recuerdos regresaron y los cinco años transcurridos se evaporaron como la niebla en un día soleado.

La lengua de él le recorrió los labios y ella se abrió ante ese gentil asalto. Probarlo le encendió la sangre y penetró en su alma. Sabía a… ¿chocolate? No había recordado eso, pero era placenteramente adictivo, un sabor que quería disfrutar. Sí, habían pasado años, pero era como si hubieran compartido ese mismo beso hacía muy poco tiempo.

La apretó más y le subió la pierna por el muslo hasta dejarle la falda en la cintura.

Con una mano le coronó el trasero. Darcy experimentó unas sensaciones salvajes hasta que tembló de necesidad. Así había sucedido la primera vez; el impulso se había convertido en acción con rapidez y sin un pensamiento consciente.

– Es estupendo -murmuró él, metiendo los dedos entre su cabello.

– Estupendo -repitió Darcy débilmente.

Una puerta se cerró detrás de ella y el sonido fue como un golpe en su sistema nervioso. Saltó hacia atrás, luego se bajó la falda y se arregló el pelo.

– Debería irme -pegó las manos sobre sus mejillas encendidas.

– Ha sido un placer conocerte, Darcy Scott -dijo él antes de robarle otro beso-. Espero que veamos mucho más el uno del otro.

Darcy retrocedió despacio, incapaz de quitarle los ojos de encima. Permaneció como una boba en mitad del pasillo hasta que él entró en la suite y cerró la puerta. Entonces, sus rodillas casi cedieron y se llevó los dedos a los labios. Seguían húmedos.

– ¿Qué estoy haciendo? -murmuró.

No tuvo respuesta a esa pregunta, pero no pareció importar. Deseaba a Kel Martin más allá de toda lógica. Quería que abriera la puerta, la arrastrara al interior de su habitación y la sedujera por completo.

– No, no, no -murmuró para sí misma-. Se supone que soy mayor y más lista.

Respiró hondo y regresó al ascensor.

Kel era exactamente como el chocolate. Quizá quisiera permitirse un pequeño mordisco, pero temía que eso condujera a una bacanal de una semana entera. Y después, anhelaría una dieta constante de Kel Martin.

Kel se sentó en el taburete y pidió un whisky. Luego centró su atención en el partido de baloncesto en el televisor que había encima del bar. Había disfrutado de una placentera y tranquila cena en el restaurante del hotel con la esperanza de volver a encontrarse con Darcy, pero ella no había aparecido.

– Gracias -le dijo al camarero cuando le puso la copa delante. El hombre asintió y luego se fue al extremo más alejado. Kel lo siguió con la mirada y descubrió a Darcy. En las sombras, al principio no había notado su presencia.

Sus ojos se encontraron y contuvo el aliento, con un nudo de expectación en el estómago. Lo había estado esperando, sabiendo que él la buscaría. Sin embargo, su expresión no animaba. Parecía como si pudiera huir en cualquier momento… o vomitar.

Bebió un sorbo de whisky y el licor fortaleció su coraje. Se puso de pie y fue hacia el final de la barra. Luego se sentó junto a ella. ¿Cómo se suponía que debía ir la situación? ¿Debía dedicar tiempo al coqueteo preliminar o ella esperaba que fuera directamente a la seducción?

– ¿Puedo invitarte a una copa? -preguntó. Era un buen comienzo, aunque algo tópico.

– Champán -dijo Darcy.

Aquella noche había pedido champán. De modo que era así como quería llevarlo… exactamente igual que cinco años atrás.

– ¿Celebras algo?

Ella rió con suavidad, como si se sintiera complacida de que recordara las palabras que había empleado la primera vez que se conocieron.

– No lo sé. No se me ocurre nada que celebrar.

– ¿Qué te parece conocerme? -preguntó.

La frase había soñado refinada hacía cinco años, pero en ese instante sólo sonaba como algo sexual.

Ella se mordió el labio inferior, divertida.

– ¿Eso llega a funcionar con las mujeres?

– Solía hacerlo -se volvió hacia el camarero-. ¿Me puede servir una botella de su mejor champán y dos copas? -volvió a centrar la atención en Darcy. Dos líneas finas de preocupación empañaban su frente y tenía las manos juntas ante ella, tan tensas que los dedos se veían blancos.

El camarero regresó, sirvió las dos copas y luego dejó la botella en una cubitera de plata grabada con el logo del Delaford.

– Dime, ¿qué haces aquí sola?

– No estoy sola -Darcy alzó su copa. El cristal sonó suavemente al entrechocarlo con delicadeza con la copa de él.

De pronto, Kel no pudo recordar qué iba a continuación. ¿Le había preguntado qué hacia en San Francisco? ¿O habían hablado de sus trabajos?

Aunque no importaba. El juego que jugaban sólo era un medio para un fin.

– ¿Te gustaría irte de aquí?

Darcy se puso de pie, tomó su copa y fue hacia la puerta.

Kel firmó con rapidez la cuenta y luego tomó la botella y su copa con una mano.

– Lo consideraré un «sí» -musitó.

La alcanzó justo fuera del bar y caminó en silencio junto a ella por el vestíbulo hasta el ascensor. El deseo le recorrió las venas al aguardar que las puertas se abrieran. Entonces, puso la mano en la cintura de ella y la guió al interior.

– Si tienes alguna duda, éste es el momento de decírmelo, antes de que comience a apretar los botones.

Sin apartar la vista, Darcy alargó el brazo y apretó el botón de la segunda planta. Pero Kel ya no podía esperar más. Le rodeó la cintura con el brazo y la acercó para darle un beso.

La unión de las lenguas le lanzó una oleada de calor por la corriente sanguínea y sintió que se ponía duro. Darcy enganchó los dedos en la cintura de sus pantalones y pegó las caderas contra las suyas, con el calor de la erección entre ambos. No quedó ninguna duda. Lo deseaba tanto como él a ella.

Las puertas del ascensor se abrieron y, conduciéndola por la cintura, continuaron sin quebrar el beso. Trastabillaron hacia su suite, con el champán cayendo de su copa mientras avanzaban. Al llegar, buscó la tarjeta en el bolsillo. Pegó a Darcy contra la puerta y, apoyando la barbilla en el hombro de ella, introdujo la tarjeta con torpeza en la cerradura.

Finalmente, cuando consiguió abrir, los dos entraron a trompicones, con lo último que quedaba del champán vertiéndose en el suelo. Kel le quitó la copa y la dejó en el bar junto con la suya. La giró y empujó contra la pared, le apartó el pelo y comenzó a besarla en la zona de la oreja.

Su embriagadora fragancia le llenó la cabeza y le dificultó pensar con coherencia. Pero su instinto lo impulsó. Lo sucedido cinco años atrás ya no importaba. Se hallaban en su suite, en ese momento, y la deseaba más allá de todo pensamiento racional.

Le sujetó el bajo de la falda, se la subió hasta las caderas y le acarició los muslos. Tenía las piernas desnudas, su piel era cálida y sedosa.

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