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Kate Hoffmann: En la Noche

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Kate Hoffmann En la Noche

En la Noche: краткое содержание, описание и аннотация

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Ella quería una sola noche… Él quería que fuera para siempre… Nora Pierce necesitaba recuperar su vida. No había tenido una sola relación desde que había comenzado a escribir como columnista en un periódico bajo el pseudónimo de Prudence Trueheart. De modo que decidió hacer algo que Prudence jamás haría: ponerse un disfraz y seducir al primer hombre atractivo que se cruzara en su camino. El periodista deportivo Pete Beckett no entendía muy bien a qué estaba jugando Nora, pero, definitivamente, estaba disfrutando. Al fin y al cabo, llevaba meses intentando conectar de alguna forma con su atractiva y altiva compañera de trabajo. Y de pronto la encontraba en su cama por las noches, fingiendo ser otra persona. Pero él sabía perfectamente quién se escondía bajo sus sábanas y pensaba mantenerla indefinidamente allí.

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– Lo comprendo, pero Nora me dio esta invitación y me pidió que viniera -la mentira sonó convincente. Y si el mayordomo decidía ir a buscar a Nora para comprobarlo, Pete podría salir de allí sin ser visto. -Se enfadará si se entera de que no me ha dejado pasar. ¿Por qué no va a preguntárselo?

El mayordomo pensó un momento en su propuesta y a continuación forzó una sonrisa.

– Espere un momento, señor.

Mientras esperaba, Pete se puso a pasear por el vestíbulo, examinando los cuadros que colgaban de las paredes. Por lo que estaba viendo, la familia llevaba en San Francisco desde mediados del XIX. Un enorme cuadro de la mansión le llamó la atención, leyó en una placa que la mansión había sido destruida durante el terremoto de 1906. Se volvió, para contemplar los cuadros de la otra pared y se quedó completamente helado.

Frente a él tenía el retrato una mujer tan idéntica a Nora, tan bella que se quedó sin respiración. Lo observaba desde el cuadro con unos ojos azules como el cielo. Llevaba el pelo suelto, cayendo sobre sus hombros en suaves ondas. El deseo caldeó su sangre y alargó el brazo, queriendo sentir el calor de su piel.

– Por favor, no toque eso.

Pete bajó la mano y se volvió. Descubrió detrás de él a una mujer que, a juzgar por su parecido, tenía que ser la madre de Nora.

– ¿Señor Beckett? Soy Celeste Pierce. Me temo que ha habido una confusión. Estamos esperando a Stuart Anderson.

– Lo sé, pero yo soy amigo de Nora. Si me permite…

Un suave gemido escapó de los labios perfectamente pintados de Celeste.

– ¡Es usted! Es el que aparecía en el periódico. El que… -no terminó la acusación. -Creo que debería marcharse inmediatamente. Nora está ocupada con otro caballero en este momento y no quiero que la molesten. Además, no creo que tenga tiempo para hablar con usted.

Pete respondió a su indiferente mirada con una idéntica.

– ¿Cuánto? -preguntó, al tiempo que sacaba su chequera del bolsillo.

– ¿Cuánto? -repitió Celeste con desdén.

– Este es un acto benéfico. ¿Cuánto tengo que pagar para entrar? ¿Mil, dos mil dólares?

Aunque Celeste Pierce tenía sus escrúpulos, en lo que se refería a sus actos benéficos, siempre tenía un precio. A los tres mil dólares asintió imperceptiblemente. Pete arrancó un cheque, lo firmó y se lo tendió.

– Es de cinco mil dólares -le dijo, intentando olvidar que acababa de deshacerse de la mayor parte de sus ahorros. -Los dos mil que sobran son para sentarme al lado de Nora en la mesa. Estoy seguro de que usted puede arreglarlo, ¿verdad?

Celeste asintió y llamó al mayordomo.

– Courtland, asegúrate de que el señor Beckett se sienta en la cena al lado de Nora.

El mayordomo asintió y desapareció en las profundidades de la casa.

– Siga el pasillo hasta el final -le murmuró Celeste a Pete. -Encontrará a Nora en la terraza. No puedo garantizarle que vaya a alegrarse de verlo, pero en cualquier caso, gracias por el cheque.

Mientras se alejaba por el pasillo, Pete sonrió de oreja a oreja. Se había ganado a Celeste. Aunque le hubiera costado cinco mil dólares, había merecido una pena. Le había bastado ver el retrato de Nora para darse cuenta de lo desesperado que estaba por verla.

Por las puertas de la terraza, se filtraba el aire de la noche. Nada más acceder a ella, Pete se detuvo para contemplar aquella vista maravillosa.

La mansión estaba situada en lo alto de un acantilado, justo al borde del mar. Los invitados a la fiesta ya estaban allí reunidos. Las mujeres iban vestidas con trajes de diseño y ellos con elegantes esmóquines. Los camareros caminaban entre ellos, ofreciéndoles champán y entremeses exquisitos. Al final de la terraza, había una enorme tienda bajo la que habían colocado las mesas.

Pete tomó una copa de champán cuando se la ofrecieron y encontró un lugar situado cerca de un pilar de piedra. Semi-escondido entre las sombras, saboreó su copa mientras buscaba a Nora entre los invitados.

La descubrió al borde de la terraza, inclinada contra la barandilla y enfrascada en una conversación con un hombre. Pete tuvo que mirarla dos veces para reconocerla. No llevaba su recatado traje habitual, sino un vestido de color azul, bordado de abalorios que resplandecían bajo la suave luz de los faroles. Llevaba los hombros al descubierto y el satén de su piel protegido únicamente por dos tirantes diminutos.

El pelo lo llevaba recogido en lo alto de la cabeza, convertido en una suave y tentadora masa de rizos. Ella se apartó un mechón rebelde de la frente y Pete apretó la mano mientas se imaginaba haciendo lo mismo y quitándole una por una las horquillas, hasta dejar que la melena cayera libremente por sus hombros.

Deseaba tocarla, deslizar las manos por su piel, trazar un camino de besos desde su oreja hasta la dulce curva de su hombro… Tomó aire e intentó tranquilizarse. Se fijó en el acompañante de Nora y sintió el aguijón ele los celos, especialmente al advertir su expresión extasiada.

Pero al mirarla otra vez a ella, comprendió que no estaba disfrutando de la conversación. Cada vez que su acompañante intentaba tocarla, ella evitaba su mano. Además, su sonrisa parecía forzada y su comportamiento excesivamente tenso y formal. Definitivamente, parecía una mujer que necesitaba ser rescatada.

Pete sonrió para sí. Él era el hombre indicado para hacer ese trabajo.

– La tecnología del láser está cambiado el rostro de la cirugía moderna. No habíamos visto tantos progresos médicos desde el descubrimiento de los antibióticos.

Nora forzó una sonrisa y asintió. Dios Santo, si tenía que escuchar otra desagradable anécdota sobre algún procedimiento quirúrgico, iba a empezar a gritar. Miró por encima de su hombro, moviendo el pie con impaciencia. ¿Dónde se habría metido Stuart? Había prometido llegar diez minutos antes de que la fiesta comenzara y ya llegaba una hora tarde.

– Me encantaría llevarte al hospital para que vieras una operación.

– No creo que sea una buena idea -contestó, intentando parecer agradecida por la invitación. -Me impresiona mucho la sangre.

– Pero eso es lo más maravilloso de la cirugía con láser. Hay muy poca sangre.

Nora se devanaba los sesos intentando encontrar un tema de conversación alternativo. Miró hacia la tienda, donde los camareros estaban disponiendo ya las mesas para el primer plato. Si la fiesta de su madre seguía su horario habitual, tenía solamente cinco minutos para correr hasta la mesa y cambiar los letreros, de modo que Elliot terminara sentado al otro extremo de la mesa en vez de a su lado.

Había llegado a la fiesta sin ganas, pero deseando complacer a su madre. Y tenía que admitir que se había sentido muy bien al maquillarse y ponerse un vestido nuevo. Curiosamente, nadie parecía interesado en su escandalosa conducta. El marido de Buffy Sinclair había sido descubierto en la cama con su nueva peluquera y los comentarios sobre la noticia habían acallado los rumores sobre el arresto de Nora.

Aun así, a medida que iban pasando los minutos al lado de Elliot, más ganas tenía de estar al lado de Pete Beckett, viendo un partido de béisbol y disfrutando de un perrito con chile. O paseando por las calles de San Francisco. O rodando en su cama, en un maravilloso lío de sábanas y piernas.

Hasta que no había comprendido lo incompatible que era con Elliot, no se había dado cuenta de lo que Pete y ella habían compartido. Había una conexión invisible entre ellos, un lazo irrompible de pasión, afecto y respeto. Un lazo que ella había estirado hasta tal punto que estaba a punto de romperse.

Aunque Pete tenía la capacidad de convertirla en una tonta despreocupada y hambrienta de sexo, también le hacía sentirse a salvo y querida. Se estremeció al pensar en la exquisita sensación de su cuerpo sobre el suyo, en el placer de sentirlo en su interior, en el puro éxtasis que habían compartido. Jamás se había sentido tan amada, tan necesitada.

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