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Kate Hoffmann: Secretos en el tiempo

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Kate Hoffmann Secretos en el tiempo

Secretos en el tiempo: краткое содержание, описание и аннотация

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Una mujer en busca de su pasado… Un hombre dispuesto a arruinarlo Después de haber crecido como hija única, Keely McClain descubrió con asombro que no sólo tenía un padre, sino que también tenía seis hermanos mayores. Pero antes de nada debía descubrir qué había sucedido hacía tantos años. Y, al investigar su pasado, encontró una familia… y un amante… Rafe Kendrick sólo tenía un objetivo en la vida: vengarse de los Quinn, y no estaba dispuesto a permitir que nada ni nadie lo distrajera… Hasta que se enamoró locamente de la nueva camarera del pub de los Quinn. Aún así, decidió poner su plan en marcha… fue entonces cuando descubrió que la mujer que había en su cama también era una Quinn.

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Estaba allí, justo donde esperaba encontrarlo, el Pub de Quinn. Antes se había presentado en la casa de su padre, se había armado de valor y había llamado a la puerta hasta que un vecino la había informado de que Seamus Quinn estaba en su pub, a unas pocas manzanas de allí.

– Seamus -murmuró sin apartar la vista del pub-. Seamus, Conor, Dylan, Brendan, Brian, Sean, Liam.

Un mes atrás aquellos nombres no significaban nada para ella. Pero tras unos momentos reveladores en la casa de Maeve, se habían convertido en los nombres de sus familiares. Keely los repetía una y otra vez, como si el mero hecho de pronunciarlos pudiese evocar alguna imagen de sus dueños.

– Está bien, ¿cuál es el plan? -se dijo.

Quizá fuera buena idea hacerse una composición de lugar primero. Entraría, pediría una cerveza, quizá pudiese echar un vistazo a su padre. Cruzó la calle cuando un hombre abrió la puerta del bar, seguido de otro justo detrás. Se oyó una melodía irlandesa procedente del interior. Los neones de la fachada desprendían suficiente luz para poder ver a los dos hombres, aunque Keely clavó la mirada en el más alto de los dos.

Tenía que ser uno de ellos, aunque no acertara a distinguir cuál de los seis. Sus facciones eran inconfundibles: el pelo negro, la mandíbula firme, esa boca ancha… eran los mismos rasgos que veía en el espejo cada mañana, aunque los suyos estaban suavizados con alguna curva femenina. Los mismos rasgos que había apreciado en la vieja fotografía, cambiados por el paso del tiempo.

Keely siguió avanzando. Si se daba la vuelta y echaba a correr, solo conseguiría llamar la atención sobre sí misma. Pasó a los hombres de largo, pero su mirada se enlazó un segundo con la de él. Keely tuvo la sensación de que él también la había reconocido de alguna manera y, por un momento, tuvo la certeza de que la pararía para hablar con ella. Le entró pánico. Pero consiguió seguir andando.

– No te pares -se dijo, arrepentida al mismo tiempo por aquella oportunidad perdida-. No mires atrás.

Cuando llegó a la puerta del pub, subió los escalones. Pero sus fuerzas ya habían sufrido un duro revés. Si reaccionaba así con un desconocido, alguien que quizá ni siquiera fuese uno de sus hermanos, ¿cómo reaccionaría cuando se encontrara cara a cara con su padre por primera vez en la vida?

El miedo la hizo darse la vuelta y bajar los escalones. Se alejó hasta llegar a un camión que había aparcado en la curva de la calle. Desde allí, Keely observó a los dos hombres entrar en un coche viejo aparcado a mitad de bloque. ¿La habría reconocido él igual que Keely?, ¿habría advertido el parecido familiar que los unía?

El coche arrancó y los hombres pasaron de largo por delante de ella. En el último instante, Keely levantó una mano para detenerlos:

– ¡Esperad! -gritó. Pero tenía un nudo en la garganta y las palabras apenas salieron de su cuello-. Esperad… -repitió desesperanzada mientras los faros de atrás se perdían en la oscuridad bajo la lluvia.

Keely permaneció quieta en la acera durante un buen rato, dejando que las gotas le golpearan en la cara y se filtraran a través de la chaqueta.

Un escalofrío le recorrió la columna. Keely pestañeó, no le quedó más remedio que reconocer que había fracasado. Maldijo en voz baja y emprendió el camino de vuelta al coche. Una vez dentro, a salvo, cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás, tratando de superar su decepción.

– El primer paso es el más difícil -se dijo mientras el corazón recuperaba un ritmo normal-. El segundo será mucho más fácil.

Luego encendió la luz superior, agarró el bolso del suelo y sacó la preciada fotografía. Una familia irlandesa, su familia, estaba de pie en un acantilado peñascoso con vistas al Atlántico. Los cinco chicos eran aún unos críos: Conor, el mayor, tendría siete u ocho años. Liam ni siquiera había nacido todavía. Todos parecían felices, esperanzados, listos para emprender la aventura de cruzar el charco. La vida parecía que les depararía grandes sorpresas, pero terminó por dar un giro desgraciado.

Mientras pasaba el pulgar por la foto, intentó imaginarse a su madre durante aquellos días anteriores a su separación de la familia. Keely no concebía que hubiese abandonado a sus hijos. Y todavía le costaba más asumir que quizá había sido por su culpa. Que si su madre no se hubiese vuelto a quedar embarazada, tal vez hubiese aguantado y hubiera tratado de solucionar las cosas.

Hundida en el asiento del coche, giró la cabeza hacia la puerta del pub y miró a los clientes que salían y entraban, con la esperanza de reconocer a algún otro chico de la fotografía.

– Conor, Dylan, Brendan -repitió Keely-. Brian, Sean, Liam.

¿Quiénes eran?, ¿en qué clase de hombres se habrían convertido? ¿Serían tiernos, comprensivos, cariñosos e inteligentes? ¿Cómo reaccionarían cuando irrumpiera en sus vidas? Había crecido sin saber que existían. ¿La aceptarían como una más de la familia o le darían la espalda?

– Conor, Dylan, Brendan. Sean, Brian, Liam -hizo una pausa-. Y Keely… Keely Quinn -añadió con una leve sonrisa.

Sonaba bien. Aunque se había pasado la vida llamándose Keely McClain, su verdadero nombre era Keely Quinn y debía ir acostumbrándose a pensar en sí misma como una integrante de una familia numerosa, con un padre, una madre y seis hermanos.

No tardó en organizarse un plan de actuación. El trabajo la había enseñado a ser organizada y era una virtud aplicable también a otras facetas de la vida. En unas pocas semanas, volvería al Pub de Quinn, entraría y se tomaría una cerveza. Y unas semanas después, hablaría con su padre o alguno de los hermanos. Esa vez quería ir paso a paso, sin precipitarse.

Keely estaba decidida a que su familia tuviera noticia de su existencia para navidades. No tenían por qué aceptarla al principio. En realidad no esperaba que se pusieran a llorar de la emoción y la colmaran de cariños. Más bien imaginaba una reacción de desconcierto, acaso de resentimiento. Pero, más tarde o más temprano, formaría parte de la familia que siempre había querido tener.

Exhaló un suspiro delicado y lanzó una última mirada a la puerta del pub. Había tenido suficientes emociones por un día. Había encontrado el pub de su padre y tal vez hasta se había cruzado con uno de sus hermanos. Volvería al hotel, descansaría y volvería a Boston en otra ocasión. Pero estaba demasiado excitada para no compartir aquellos momentos con nadie.

Keely le había prometido a su madre que la llamaría en cuanto encontrase a su padre y a sus hermanos. Metió la mano en el bolso, sacó el móvil y marcó el teléfono del apartamento de Fiona.

Habría salido de la pastelería en torno a las seis. A las siete solía hacerse la cena y a las ocho se sentaba en su sillón favorito con alguna novela de Agatha Christie. Keely pensó qué le diría. ¿Debía parecer emocionada o aparentar frialdad?

– ¿Mamá? -dijo Keely con voz trémula cuando su madre respondió-. Los he encontrado, mamá.

Sobrevino una pausa prolongada al otro lado de la línea.

– Entonces… ¿has hablado con Seamus?

– No, todavía no. Pero lo haré. Pronto.

– Vuelve a casa, Keely.

– Sabes que no puedo. Ahora tengo que irme, mamá. Te llamo mañana.

Cortó la comunicación y dejó el móvil sobre el asiento de al lado. Luego puso la llave en el contacto. Pero, en el último segundo, cambió de idea. Había recorrido un camino muy largo. ¿Por qué no entrar en el pub? Podía limitarse a pasar y preguntar si podía utilizar el baño. O fingir que necesitaba hacer una llamada. ¿Qué podía perder? Y si todo iba bien, se presentaría.

– Puedo hacerlo -se dijo mientras tomaba las llaves y salía del coche-. No voy a echarme atrás.

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