1 ...6 7 8 10 11 12 ...32 Lo que Jock no dijo era que temía que ella o el niño no aguantaran los efectos de la anestesia general. Tina adivinó lo que él estaba pensando, pero se concentró en su trabajo, sin querer fijarse en la ansiedad del hombre joven y su mujer.
– Creo que me estoy poniendo malo. Yo… no sé si voy a aguantar -dijo el joven.
– Julie le necesita a su lado. Así que aguante y concéntrese en ayudar a Julie. Háblele, señor Blythe. Usted es todo lo que ella tiene y le necesita.
Se volvió para comprobar los monitores de nuevo.
– Lloyd no está aquí todavía -dijo Tina-. Estaba atendiendo una visita cuando lo llamé. Sally dijo que él estaría aquí en diez minutos.
Todos los ojos estaban fijos en los monitores. Jock sabía que era arriesgado traer al niño al mundo sin otro médico allí que pudiera resucitarlo si hiciera falta. Pero al ver los monitores decidió que todavía sería más arriesgado esperar a que llegara Lloyd. Le envió un mensaje silencioso y sombrío a Tina, que ella comprendió al ver los monitores.
No había tiempo que perder. Los monitores delataban que el niño no viviría mucho más tiempo que el que tardara Tina en aplicar la anestesia. Así que tenían que hacerlo. Jock esperó a que la anestesia hiciera efecto. Luego comprobó una vez más la posición de la cabeza, tomó aliento e hizo la incisión.
Dos minutos después una pequeña niña salió para conocer su nuevo mundo y a partir de ese momento todo fue mágico y maravilloso.
Lloyd irrumpió cuando la niña salía. Justo a tiempo. Limpió los conductos respiratorios del bebé, mientras Tina controlaba la anestesia y Jock cosía la herida. Mientras daba el primer punto, la niña se puso a llorar. La ayuda de Lloyd apenas fue necesaria.
– ¿Y para esto me hacéis venir? -preguntó Lloyd, con los ojos brillantes. Ese hombre amaba a los niños. Luego se volvió hacia los padres-. Felicidades, la niña es preciosa. Ahora yo me vuelvo a la cama. No soy necesario aquí y mis hijos se levantan dentro de una hora -el hombre sonrió a Jock y Tina y se marchó.
Jock terminó de suturar y se volvió para comprobar qué estaba haciendo Tina.
– Quiero que le pongas dos millones de unidades de penicilina -le dijo a Tina, que estaba ajustando el gota a gota.
– Dos millones… -frunció el ceño-. ¿No te parece demasiado?
– He dicho dos millones -ordenó Jock.
Luego hubo un tenso silencio.
– Muy bien -Tina se encogió de hombros.
No quería discutir con él, a pesar de que le parecía una dosis demasiado alta. En cualquier caso, no le haría ningún daño y detendría cualquier posibilidad de infección. Así que la tensión se disipó. Con el gota a gota ajustado, el celador se llevó a Julie, y su marido salió detrás de ella. Bill Blythe había crecido al menos seis pulgadas con la experiencia. Ellen se llevó a la niña para lavarla y vestirla, dejando solos a Jock y a Tina.
SE PRODUJO un silencio incómodo. Había una tensión entre ellos que Tina no podía explicar. Era una especie de corriente eléctrica que fluía entre sus dos cuerpos.
– Siento lo del antibiótico -dijo Tina, algo incómoda-. No quise discutir contigo. Es solo que era una dosis más alta de lo habitual.
– Es para estar seguro -replicó Jock.
– Supongo que…
Esa habría sido la dosis que Tina habría aplicado si las condiciones de higiene hubieran sido peores. Pero seguramente habría otra razón que ella no conocía. Al fin y al cabo, las habilidades de Jock como obstetra estaban fuera de toda duda.
– Supongo que tú también deberías volverte a la cama -dijo Tina, mientras se dirigía a la pila-. Siento haberte despertado.
– No lo sientas. Mereció la pena, ¿no?
– Si hubiera esperado un poco más, habrían muerto ambas.
– Así es.
Ambos se quedaron en silencio, conscientes de lo cerca que había estado la desgracia. Si no hubiera sido por la pericia de Jock…
– Por cierto, creía que no ibas a volver tan pronto al trabajo -dijo Jock, con brusquedad-. Creía que era Sally quien tenía que estar de guardia esta noche.
– Así era, pero volvimos de Sydney ayer, justo a tiempo para tomar el té con Marie. Luego telefoneé y dije que me reincorporaría esta noche. Christie ha regresado conmigo y Marie es tan eficiente como me prometiste. Así que decidí volver al trabajo.
– Muy bien -contestó Jock, que se quitó la bata con un gesto excesivo, como si estuviera cargado de corriente eléctrica. Pero ¿de dónde provendría esa maldita electricidad?-. ¿Cómo está tu hermana?
– Mejor.
– Especifica qué es mejor.
– Ya no está en peligro de muerte.
– ¿Es que lo estuvo alguna vez? ¿No suena eso un poco melodramático?
– Yo creo que sí que corrió peligro cuando llegó a Sydney. No probaba bocado. Las cosas se le habían ido de las manos -Tina respiró hondo-. La principal razón por la que insistí en que se la internase en un hospital psiquiátrico fue que temí que ella intentara suicidarse.
– ¿Y ahora?
– Ahora ella ha vuelto a comer. Y está descansada. Ha recobrado el sentido. Y me tiene a mí y a los niños, que la ayudaremos.
Jock frunció el ceño.
– Si estuvo tan mal como dices, tardará meses en recuperarse.
– Lo sé, pero no me importa. Tengo tiempo.
– ¿Y qué pasará con tu propia vida durante este tiempo? -preguntó con tono amable, mientras lavaba los guantes-. Por cierto, ¿qué hacías en Brisbane cuando dejaste todo para venir aquí?
– Ya conoces una parte -comentó Tina, algo dubitativa. Se sentía extraña hablando en el quirófano con ese hombre. Ella tenía bastante experiencia en ese tipo de sitios, pero con Jock era diferente. Luego respiró hondo, tratando de apartar esos pensamientos de su mente-. Imagino que te fijaste en lo que hacía cuando leíste mi currículum, al enviar yo la instancia para trabajar aquí. Jock asintió.
– Me acuerdo. Acababas de terminar la primera parte de la especialidad de anestesista. Por lo que Julie Blythe, su marido, su hija y yo te estamos muy agradecidos. Trabajaste muy bien -Jock no se dio cuenta de que ella se sonrojaba de orgullo-. ¿Y por qué no acabaste la especialidad?
– Fue para…
– Lo dejaste para venir aquí -asintió Jock-. Eso fue lo que pensé. Imagino que el año que viene continuarás con tu carrera.
– O quizá quede alguna vacante aquí este año -añadió Tina, aunque sabía lo difícil que era. Pero ella había sido consciente de lo que sacrificaba al abandonar Brisbane-. Quizá tenga suerte.
– O quizá no -Jock la miró con curiosidad-. ¿Y qué hay de tu vida social? ¿Tienes novio?
Tina se volvió a sonrojar. Ese hombre tenía la maldita habilidad de inquietarla.
– Eso no es asunto tuyo.
Pero Jock adivinó la verdad por la cara de disgusto de ella.
– Así que hay alguien.
Tina pensó en Peter, esperando pacientemente a que regresara a Sydney. Siempre se habían llevado bien y tenían muchas cosas en común, aunque ella no estaba segura de que eso fuera suficiente para que se casaran. Y creía que él tampoco lo estaba. Peter era encantador, pero ella no estaba enamorada de él.
– Pues sí. Ya que lo quieres saber, tengo novio -dijo con tono defensivo, aunque hubiera querido que su voz sonara firme y decidida-. Se llama Peter.
– ¿Es médico?
– Cirujano.
– Me alegro por Peter -aunque la voz de Jock tampoco fue tan tranquila como a él le hubiera gustado. Sin saber por qué, su tono fue de enfado-. ¿Y va a venir a verte el próximo fin de semana?
– No. ¿Por qué debería?
– ¿Lo viste en Sydney?
¡Santo Dios!
Tina frunció el ceño.
– Por supuesto que lo vi. ¿Qué es esto, doctor Blaxton? ¿Un interrogatorio? Peter y yo…
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