Rachel Gibson - Jane Juega Y Gana

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Un tanto desilusionada, bastante terca y cansada de acudir a citas a ciegas con hombres poco interesantes, Jane Acott parece llevar la típica existencia de mujer soltera en una gran ciudad. Sin embargo, tiene una doble vida. Durante el día es periodista deportiva, encargada de seguir a un equipo de hockey, y especialmente a su portero, Luc Martineau. Durante la noche es escritora, la creadora secreta de las escandalosas aventuras de una serie de la que todos hablan.
Luc tiene clara su opinión acerca de esos parásitos llamados periodistas, incluida Jane. Además, desde que tiene uso de razón se ha visto a sí mismo como un hombre soltero. Lo último que necesita es una reportera entrometida que escarbe en su pasado y se interponga en su camino.

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La cara de Jane se encontraba a escasos centímetros de la suya, por lo que pudo estudiarla con detenimiento. Tenía un cutis perfecto y un leve rubor teñía sus suaves mejillas. Sus ojos eran del color de la hierba en verano, y pudo apreciar las finas líneas de las lentillas en los extremos de sus iris. Si no se tratase de una periodista y en su primer encuentro no le hubiese preguntado si había dejado las drogas definitivamente, quizás hubiese pensado que no era del todo fea. Incluso quizás hubiese llegado a pensar que no estaba mal. Quizá.

– Sé lo suficiente -respondió mientras apartaba su mano y metía los libros en el bolsillo delantero del maletín.

– No me cabe la menor duda. -Luc despegó una de las notas de la rodillera de su pantalón. En ella podía leerse: «¿Qué demonios es marcaje al hombre?» La agarró por la muñeca y le dejó la nota en la palma de la mano-. Parece como si realmente lo supieses todo.

Se pusieron en pie y él le cogió el maletín.

– Puedo con él -protestó Jane al tiempo que se metía la nota en el bolsillo de los pantalones.

– Deja que te lo lleve.

– Si estás intentando ser amable, debes saber que ya es tarde.

– No quiero ser amable. Lo que quiero es salir de aquí antes de que se vaya el autocar.

– Oh. -Ella abrió la boca para decir algo más, pero la cerró al instante.

Recorrieron el pasillo, Jane con una energía que revelaba su agitación. Una vez dentro del autocar, se sentó junto al director deportivo. Luc dejó el maletín sobre su regazo y se fue a la parte de atrás. Rob Sutter se acercó a Luc cuando éste se hubo sentado.

– Oye, Lucky -dijo Rob-, ¿no te parece mona?

Luc recorrió las hileras de asientos con la mirada hasta ver la cabeza de Jane y los mechones sueltos de su cola de caballo. No era fea, pero distaba de ser su tipo. Le atraían las mujeres estilo Barbie, con piernas largas y pecho abundante, larga melena y los labios pintados de rojo. Mujeres a las que les gustaba satisfacer a los hombres y no esperaban más que su propia satisfacción. Sabía lo que se decía de él, pero no le importaba demasiado. Jane tenía una bonita piel y su pelo estaría mejor si no lo estirase de aquel modo, pero sus pechos eran pequeños.

La imagen de la blusa blanca de Jane cruzó su mente. Se había vuelto para responder a algo que le había preguntado Vlad Fetisov y, por primera vez desde el despegue, se percató de su presencia. Se fijó entonces en los dos puntos que se marcaban en su blusa de seda. Por un instante se preguntó si tendría frío o estaría excitada.

– No especialmente -le respondió a Rob.

– ¿Crees que es verdad eso de que se acostó con Duffy para conseguir el trabajo?

– ¿Es eso lo que dicen los chicos?

– Con él y con su amigo del Seattle Times.

La idea de una mujer joven como Jane montándoselo con dos viejos verdes para conseguir un trabajo le revolvió el estómago. No entendía por qué le molestaba algo así, y con un encogimiento de hombros apartó de su mente a Jane y cualquier pensamiento acerca de con quién podría o no haberse acostado ella.

Estaba esperando una importante llamada de su representante, Howie. Howie vivía en Los Ángeles y tenía a sus tres hijos internados en una escuela al sur de California. Cuanto más pensaba en ello, más convencido estaba Luc de que un internado en California era la solución perfecta para Marie, que había vivido en el sur de ese estado durante la mayor parte de su vida. Para ella sería como volver al hogar. Estaría contenta y él recuperaría su vida de antes. Todos saldrían ganando.

Los Chinooks se registraron en el hotel a las once de la mañana, comieron algo y a las dos ya estaban en la pista de hielo del America West Arena para entrenar. El equipo llevaba dos semanas sin perder un solo partido, y Luc ya había detenido cinco penaltis en lo que iba de temporada. El equipo no había constituido una auténtica amenaza para sus rivales desde la retirada de su antiguo capitán, John Kowalsky. Ese año la cosa era diferente: estaban en plena forma.

A las cuatro, los Chinooks estaban de regreso en el hotel. Luc subió en el ascensor a su habitación y llamó por teléfono a una amiga. Dos horas después, salió del ascensor en la planta baja dispuesto a disfrutar de la vida mientras pudiese hacerlo.

Conoció a Jenny Davis en un vuelo de la United a Denver. Ella le sirvió un vaso de soda con lima y una bolsita de cacahuetes en la que había apuntado su nombre y su número de teléfono. De eso hacía tres años, y siempre se veían cuando él estaba en Phoenix o ella pasaba por Seattle. La situación resultaba satisfactoria para ambos. Él la satisfacía. Ella lo satisfacía a él.

Esa noche se encontró con Jenny en el vestíbulo del hotel y fueron juntos a Durant's. Allí Luc tomó su habitual cena antes de los partidos: chuleta de cordero, ensalada César y arroz salvaje.

Después de cenar, Jenny lo llevó a su casa, en Scottsdale, donde le ofreció su postre especial. Le condujo de vuelta al hotel a la hora del toque de queda. A Luc le encantaba su vida cuando estaba de viaje. Ya en el hotel, se sentía totalmente calmado, relajado, listo para enfrentarse a los Coyotes la noche siguiente.

Charló durante un rato con sus compañeros en el bar del hotel, después de lo cual se fue a su habitación. Estaba un tanto preocupado por su rodilla derecha, por lo que cogió la cubitera que había encima del televisor y recorrió el pasillo hasta la máquina de hielo. Apenas se había dado la vuelta para regresar a la habitación cuando vio a Jane Alcott introduciendo unas monedas en la máquina de chocolatinas. Llevaba el cabello recogido en lo alto de la cabeza, con unos cuantos mechones sueltos. Dio un paso hacia delante y apretó el botón elegido; una bolsa de M &M's cayó en la cesta metálica de la máquina.

Se encaminó hacia su habitación y entonces pudo apreciar el trasero redondo de Jane, con dos vaquitas estampadas. De hecho, había vaquitas por todo su pijama azul. Era de una sola pieza. Se volvió y Luc tuvo que enfrentarse a un horror superior al que implicaban las vaquitas del pijama: lucía unas gafas de montura negra. Las gafas eran pequeñas y cuadradas, y se suponía que le daban cierto aire de feminista militante. Eran verdaderamente desagradables.

Al verlo, Jane abrió los ojos como platos y se quedó sin aliento.

– Creía que a estas horas ya estabais en la cama -dijo.

Luc no imaginaba que una mujer pudiese parecer tan poco sexy.

– ¿Qué es esto? -preguntó él apuntando con la cubitera hacia ella-. ¿Te has prometido a ti misma hacer todo lo posible para no volver a acostarte con nadie en la vida?

Ella frunció el entrecejo.

– Tal vez te sorprenda, pero estoy aquí para trabajar, no para irme a la cama con el primero que se cruce en mi camino.

– Vale, vale. -Luc recordó su conversación con Sutter y se preguntó si se habría acostado con el viejo Virgil Duffy para conseguir el trabajo. Había oído historias relativas a la debilidad de Virgil por mujeres lo bastante jóvenes para ser sus nietas. De hecho, cuando Luc se trasladó a Seattle, Sutter le dijo que en 1998 Virgil había estado a punto de casarse con una jovencita, pero que ésta había recobrado la cordura en el último momento y lo dejó plantado en el altar. Luc no solía tomar en consideración los chismes y no sabía cuánto de cierto había en aquella historia. Simplemente, no podía imaginarse a Virgil en el papel de cazachicas-. Dudo mucho que encontrases algo de acción con esa pinta.

Jane abrió la bolsa de los dulces.

– Al parecer, tú no tienes problemas para encontrar acción, Lucky. -A Luc no le gustó el modo en que pronunció «Lucky», pero no le pidió explicaciones. Ella se las dio de todos modos-. Te vi marcharte con la rubia. Por lo que pude ver, yo diría que es azafata. Tenía ese aire de ven-a-volar-conmigo.

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