Maureen Child - Juego Seductor

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Había vuelto para reclamarla
Durante tres años, ella había sido la imagen que turbaba sus sueños. El recuerdo de un apasionado y anónimo encuentro empujó al magnate Jesse King a regresar a Morgan Beach, California. Estaba decidido a encontrar a esa mujer misteriosa para poseerla una vez más. Un King jamás perdía.
Bella Cruz no se alegraba en absoluto de ver de nuevo a Jesse King. El millonario la había seducido, abandonándola después… ¡y ni siquiera la reconocía! Pero como era su nuevo casero, debía tener contacto con él. Esperaba que Jesse no descubriera su identidad porque, si así fuera, Bella jamás podría negarse a su seducción.

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La puerta de la caravana se abrió y las modelos salieron. Iban muy sonrientes. Jesse las miró a todas cuando pasaron a su lado. Hasta la más delgada parecía tener una bonita figura. La tela se le ceñía al cuerpo y hacía destacar sus curvas. No quería admitirlo, pero Bella tenía razón.

Tom dejó escapar un silbido e inmediatamente comenzó a colocar a las modelos para la sesión. Jesse observaba atentamente y no dejaba de sacudir la cabeza. Estaba sorprendido por la transformación.

¿Dónde diablos estaba Bella? Subió los escalones de la caravana y se asomó al interior.

– ¿Te has arrepentido, Bella? Vamos, deja que te veamos con uno de esos trajes de baño de los que te sientes tan orgullosa…

– Date la vuelta.

La voz de Bella venía desde detrás de él. Jesse no podía entender cómo había logrado pasar a su lado sin que se fijara en ella. Cuando se dio la vuelta y la vio, lo comprendió todo.

No podría haber estado más equivocado.

– ¿Bella?

La miró de la cabeza a los pies una vez y no pudo evitar volver a mirarla, haciéndolo en aquella ocasión con más detenimiento. Aquella mujer tenía curvas suficientes para volver loco a un hombre.

– Vaya -dijo, caminando en círculo a su alrededor-. Resultas…

Había estado a punto de decir «familiar», pero no podía entender por qué. Por lo tanto, sustituyó aquella palabra por «sorprendente».

El biquini que llevaba tenía un color rojo intenso y se le aferraba a las curvas como si fuera las manos de un amante. Tenía los pechos altos, abundantes, una cintura estrecha, caderas redondeadas y, justo por encima del trasero, un pequeño sol tatuado. Su piel era suave, del color de la miel derretida. Su largo y espeso cabello le caía por la espalda y se meneaba con cada uno de sus movimientos. Los enormes ojos de color chocolate lo observaban con satisfacción.

– Gracias -replicó ella, tras colocarse las manos sobre las caderas-. Bueno, creo que he demostrado lo que quería decir.

– ¿Y qué era lo que querías decir?

– Que el traje de baño adecuado marca diferencias.

– Guapa, con un cuerpo como ése, podrías ponerte uno de mis trajes de baño y estar maravillosa.

Bella sacudió la cabeza. Jesse se quedó maravillado con el modo en el que el cabello le bailaba. Sintió una repentina tensión en el cuerpo. La necesidad se despertó en él como una bestia clamorosa. Ansiaba tomarla entre sus brazos, estrecharla contra su cuerpo, besarla hasta que ella no pudiera hablar y luego encontrar la superficie plana más cercana, tumbarla y hundirse en ella.

Sin embargo, a juzgar por el fuego que ardía en los ojos de Bella en aquel momento, esa pequeña fantasía no iba a producirse en un futuro muy cercano.

– Eres increíble -dijo ella suavemente.

– ¿Y qué se supone que significa eso?

– He vestido a tus modelos, y a mí misma, para demostrarte que tenía razón. Que tu modo de hacer las cosas no es el único. Que mi manera es mejor.

– No será tu manera de ganarte la vida.

– ¿Y quién dice que a mí me interesa eso? -preguntó Bella.

– Eres una mujer de negocios. ¿Por qué no deseas tener éxito?

– El éxito no tiene que ser a tu manera.

– Mi manera no es mala. El hecho de contratar a los fabricantes amplía el negocio, le permite alcanzar más dientes y…

– También te aleja de ellos -lo interrumpió ella-. Una empresa se hace tan grande que uno se olvida de por qué empezó su negocio, pero eso no le importa a un King, ¿verdad? -añadió. Se acercó a él y le hundió un dedo en el pecho-. Toda tu familia… sois como señores de la guerra. Llegáis a un lugar, compráis lo que queréis y jamás lo consideráis de otro modo que no sea el vuestro.

– Eh, un momento-replicó Jesse. Le agarró el dedo. Al sentir la calidez que emanaba de él, todos sus pensamientos se hicieron pedazos.

Recordó haberse sentido así en una ocasión al sentir el tacto de la piel de una mujer. Recordó cómo esa piel se deslizaba contra la suya, el calor de su unión, el sabor de su boca. Por un segundo, miró a Bella fijamente, pero inmediatamente se negó a creer que Bella Cruz fuera su mujer misteriosa.

– ¿Qué estás haciendo? -preguntó ella, tratando de soltarse-. ¿Por qué me miras de ese modo?

– Ni hablar -murmuró él, más para sí mismo que para ella. No podía ser. Era imposible que su mujer misteriosa fuera la misma que se había convertido en una pesadilla desde el primer día,

– ¿Qué dices? -dijo ella. En aquella ocasión, logró soltarse. Dio un paso atrás y entró en la caravana para recoger sus cosas-. Mira, yo… tengo que irme a mi tienda. Ya he pasado demasiado tiempo aquí y…

– Un momento -susurró él.

Se acercó a Bella y dejó que la puerta de la caravana se cerrara a sus espaldas. El interior estaba lleno de sombras. La luz del sol se filtraba a través de las lamas de las persianas. Desde el exterior, se filtraba el sonido de los gritos y las risas de la multitud que se había reunido para observar la sesión de fotografía.

Jesse sólo podía verla a ella. Los ojos de color chocolate de Bella lo observaban con cautela. Mientras, él se decía que el único modo seguro de saber si era su mujer misteriosa era besarla. Saborearla. No iba a permitirle que se marchara de la caravana hasta que lo hubiera hecho.

– Jesse -susurró ella mirando a su alrededor como si estuviera buscando una salida-. Jesse, de verdad que me tengo que marchar ahora mismo.

– Sí -replicó él acercándose hasta que sintió su aliento en la barbilla-. Lo sé, pero hay una cosa que tengo que hacer primero.

Bella se lamió los labios,

– ¿De qué se trata?

Jesse sonrió y bajó la cabeza.

– De esto… -musitó. Entonces, la besó.

Bella se quedó tan rígida como una tabla durante un segundo. Entonces, se moldeó contra él y le rodeó el cuello con los brazos. Jesse la estrechó contra su cuerpo, colocándole las manos sobre la cintura. Las yemas de los dedos le quemaban con el calor que emanaba de la piel de ella. Bella separó los labios y permitió el acceso a la lengua que él le ofrecía.

Jesse jamás olvidaría ese sabor. Llevaba tres años soñando con él. Por fin volvía a tenerla entre sus brazos. Por fin podía abrazarla, saborearla, tocarla… Al darse cuenta de que la había encontrado, interrumpió el beso de repente y la miró a los ojos.

– Eres tú…

Ella se tambaleó un poco.

– ¿Cómo dices?

– Tú. En la playa. Hace tres años.

Bella parpadeó, se frotó la boca con los dedos y respiró profundamente.

– Enhorabuena. Veo que al fin te has acordado.

– ¿Tú lo sabías? ¿Te acordabas y no me dijiste nada?

– ¿Y por qué iba a hacerlo? ¿Acaso crees que estoy orgullosa de aquella noche?

– Deberías estarlo. Nos lo pasamos genial juntos.

– Éramos unos desconocidos. Fue un tremendo error.

Bella trató de pasar al lado de Jesse, pero él le agarró el brazo y la hizo detenerse.

– Te busqué. Al día siguiente, regresé a la playa y te busqué por todas partes.

– ¿Acaso creías que seguiría allí tumbada en la arena, esperándote?

– No me refería a eso, maldita sea. ¿Dónde demonios estabas?

– No creo que te esforzaras demasiado en buscarme. Fui a verle a la mañana siguiente y pasaste a mi lado sin verme.

Jesse frunció el ceño y trató de recordar, pero le resultó imposible. Aquella noche bebió tanto que todo lo ocurrido al día siguiente estaba sumido en la bruma del alcohol. Lo único que recordaba era el tacto de la piel de Bella, su sabor.

– Cuando me viste, ¿me dijiste quién eras?

– ¡Por supuesto que no!

– ¿Y cómo diablos iba yo a saber quién eras tú si no me lo decías?

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