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Danielle Steel: El viaje

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Danielle Steel El viaje

El viaje: краткое содержание, описание и аннотация

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Todo el mundo en Washington conoce a Madeleine y Jack Hunter. Maddy es una presentadora de televisión galardonada, y Jack es el director de la cadena y un asesor del Presidente en temas de medios de comunicación. Para todo el mundo, el suyo es un matrimonio de cuento. Pero detrás de las puertas cerradas de su casa, la mujer a la que toda la nación idolatra vive en la degradación y el miedo. La crueldad que ella experimenta en manos de Jack no deja moretones, ni cicatrices, sólo las heridas del miedo, la humillación y el aislamiento. El viaje de Maddy hacia su curación se inicia cuando la esposa del Presidente le ofrece la oportunidad unirse a su recién formada Comisión sobre la Violencia contra la Mujer, donde escucha historias de terror escalofriante de las esposas y novias que le parecen inquietantemente familiares. Y allí se encuentra a Bill Alexander, un distinguido erudito y diplomático que también trabaja en la comisión. Bill sospecha que algo anda terriblemente mal en el matrimonio de Maddy y, mientras da los primeros pasos hacia la libertad, una notable serie de eventos comienzan a desarrollarse. Una devastadora tragedia se produce, lo que obliga a Maddy a darse cuenta de lo mucho que ha perdido: su esperanza, su confianza y su autoestima. A medida que su viaje llega a su fin, se encuentra con una fuerza que nunca supo que tenía… y un regalo que cambiará su vida para siempre.

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Maddy lo quiso más que nunca al oír estas palabras. Estaba de acuerdo con él. No quería renunciar a algo que quizá fuese obra del destino. Tenía la impresión de que había un motivo para que Dios le diera otra oportunidad, no solo con Bill sino también con Lizzie y Andy.

– ¿Me tomarás por loca si lo adopto? Ni siquiera sé si sigo teniendo un empleo, Jack me amenazó con despedirme.

– Esa no es la cuestión. Si no tienes trabajo ahora, lo tendrás muy pronto. Lo que debes preguntarte es si deseas criar al hijo de otra mujer y asumir esa responsabilidad durante el resto de tu vida.

– Lo deseo -respondió Maddy con seriedad.

Bill la conocía lo bastante bien para saber que no tomaría una decisión semejante a la ligera.

– Respondiendo a tu pregunta, no, no te tomaría por loca. Eres una mujer valiente, joven y llena de energía. Eres respetable, decente, dulce y bondadosa. No estás loca.

Era lo único que quería saber Maddy. Y esto le ayudaría a tomar su decisión.

Pasó toda la noche en vela, pensando, y por la mañana llamó a la asistente social para comunicarle que deseaba adoptar a Andy. La mujer le dio la enhorabuena y le dijo que iniciaría los trámites. Era un momento crucial en la vida de Maddy, que primero lloró y después llamó a Bill y a Lizzie para darles la noticia. Ambos parecieron alegrarse por ella. Sabía que Bill tenía sus reservas, pero si deseaba que la relación entre ellos funcionase, no debía renunciar a sus sueños por él. Bill tampoco se lo pedía. Sencillamente, no sabía si querría ser entrenador de la liga infantil de béisbol a los setenta años. Y Maddy no podía culparlo. Solo esperaba que esto fuese una bendición para todos; no solo para ella y Bill, sino también para Andy.

Ese día salió del hospital y fue directamente a casa de Bill, vestida con la ropa que él le había comprado. Aún se sentía extraordinariamente cansada: aunque no había sufrido heridas graves, el trauma de la explosión en el centro comercial se había cobrado su tributo. Pero llamó al productor y le prometió que se reincorporaría al trabajo el lunes. Elliott la había llamado varias veces, preocupado por lo sucedido y contento de que hubiera sobrevivido. Prácticamente todos sus conocidos le habían enviado flores al hospital. Era un alivio estar en casa de Bill. A pesar de las amenazas de Jack, al día siguiente iría a recoger sus cosas. Había contratado a un guardia de seguridad para que la acompañase. No sabía nada de Jack desde que le había dicho que lo dejaba.

Esa noche, ella y Bill se sentaron delante de la chimenea, escucharon música y conversaron durante horas. Él le había servido la cena a la luz de las velas. Maddy se sentía mimada y agasajada. Ninguno de los dos podía creer en su buena suerte. Maddy se había librado de Jack y estaba en casa de Bill. Tenían una vida nueva por delante. Aunque ella aún se sentía extraña. Era como si Jack no hubiera existido nunca, como si su vida en común hubiese desaparecido en un instante.

– Parece que el grupo de mujeres maltratadas cumplió su función -dijo Maddy con una gran sonrisa-. Ya he madurado.

Sin embargo, aún quedaban resabios del pasado. Se preocupaba por Jack, sentía pena por él y temía que estuviese deprimido por las cosas que le había dicho y la ingratitud que le había demostrado. No podía saber que él había pasado el fin de semana con una chica de veintidós años con quien ya se había acostado en Las Vegas. Pero eran muchas las cosas que ignoraba sobre él y jamás descubriría.

– Lo único que necesitaste para entrar en razón fue que volaran un centro comercial -bromeó Bill, aunque los dos sabían que no se tomaba la tragedia a la ligera. Aún estaba muy afectado por las cosas que había visto mientras esperaba que rescataran a Maddy. Sin embargo, la experiencia los había sacudido tanto que ambos necesitaban animarse un poco-. ¿Cuándo te entregarán a Andy?

– Todavía no lo sé. Me llamarán. -Entonces le preguntó algo que había pensado desde el momento en que había decidido adoptar al niño-. ¿Aceptarías ser su padrino, ya que no quieres ser otra cosa?

– Será un honor. -Después de abrazarla y besarla, le recordó algo-: No he dicho que no quisiera ser «otra cosa». Ya veremos qué pasa. Pero si vamos a tener un bebé, Maddy, creo que antes deberíamos ocuparnos de otro asunto.

Maddy pilló la insinuación en el acto y rió.

Después de poner los platos en el lavavajillas, subieron en silencio a la planta alta y se dirigieron al dormitorio de Bill. Maddy había puesto sus escasas pertenencias en la habitación de huéspedes, pues no quería presionarlo. Sabía que Bill no había estado con ninguna mujer desde la muerte de su esposa, aunque ya había pasado más de un año. El aniversario había sido extremadamente doloroso para él, pero ahora parecía más libre y alegre.

Se sentaron en el borde de la cama y conversaron sobre la explosión en el centro comercial, los hijos de Bill, Jack y todo lo que había pasado Maddy. No tenían secretos el uno para el otro. Finalmente, él la miró con ojos llenos de amor y la atrajo hacia sí.

– Cuando estoy contigo, me siento como un niño -murmuró.

Era su manera de decir que estaba asustado; ella también lo estaba, pero en menor grado. Sabía que no tenía nada que temer.

Cuando se besaron, todos los fantasmas del pasado de ambos -los buenos y los malos- desaparecieron, al menos por el momento. Para Maddy era como empezar una nueva vida con un hombre que había sido su amigo durante tanto tiempo que no podía concebir una existencia sin él.

Todo sucedió con naturalidad y sin complicaciones: se acostaron lado a lado y se abrazaron como si siempre hubieran estado juntos. Como si no pudiera ser de otra manera. Después, él le sonrió y le dijo cuánto la quería.

– Yo también te quiero, Bill -murmuró Maddy.

Se durmieron abrazados, conscientes de su suerte. Habían recorrido un largo camino hasta encontrarse, pero el viaje, las penas, el dolor e incluso las pérdidas sufridas por ambos habían merecido la pena.

Capítulo23

Al día siguiente, cuando el guardia de seguridad se presentó en casa de Bill, Maddy le explicó a este que quería ir a la vivienda que había compartido con Jack y recoger sus cosas. Tenía maletas suficientes y había alquilado una furgoneta para transportarlas. Las dejaría en el apartamento de Lizzie. Eso era todo. Le dejaría a Jack las obras de arte, los recuerdos, todos los objetos que había acumulado en el transcurso de los años. Solo se llevaría su ropa y algunos efectos personales. Parecía una tarea fácil y sencilla. Hasta que llegaron a la casa.

El guardia conducía la furgoneta. Bill se había ofrecido para acompañarlos, pero a Maddy no le pareció bien y le aseguró que no había razón para preocuparse. Calculaba que tardaría pocas horas y sabía que en esos momentos Jack estaría en el trabajo. Pero en cuanto llegó a la puerta y puso la llave en la cerradura, presintió que algo iba mal. La llave encajaba perfectamente, pero no abría. Probó otra vez, preguntándose si habría algún problema con el mecanismo. Luego lo intentó el guardia de seguridad y le dijo que habían cambiado la cerradura. La llave no servía.

Usó el teléfono móvil para llamar a Jack, y la secretaria le pasó la comunicación de inmediato. Por un instante había temido que no quisiera atenderla.

– Estoy en casa. He venido a recoger mis cosas -explicó-, y la llave no abre. Doy por sentado que has cambiado la cerradura. ¿Podemos pasar por la oficina para recoger la llave nueva? Te la devolveré más tarde. -Era un pedido razonable y, aunque le temblaban las manos, lo hizo con voz amable y serena.

– ¿Qué cosas? -preguntó él con aparente perplejidad-. Tú no tienes nada en mi casa.

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