– Ha adoptado un bebé que nació adicto a la cocaína. Me comunicó sus planes cuatro días antes del nacimiento del bebé. Se ofreció a marcharse, pero no podía dejar que se fuera. La queremos demasiado. Seríamos muy desgraciados sin ella.
– Sí, por supuesto -dijo Blake, todavía asombrado-. ¿Cómo lo lleva Charles?
– No le hace ninguna gracia. Todavía nos estamos haciendo a la idea.
Tampoco le dijo que Charles creía que mandar a los niños a un internado era una gran idea. Blake no tenía por qué saberlo.
– No es fácil adaptarse.
– Creo que a mí tampoco me haría mucha gracia -admitió Blake sinceramente.
Después le contó que todo iba viento en popa en Marruecos. Era un proyecto grandioso, pero todo marchaba según lo previsto.
– ¿Cuándo vendrás? -preguntó Maxine.
– No te preocupes, estaré para la boda. Los planes para la fiesta también están en marcha. -Había alquilado un club precioso para la ocasión-. Llegaré unos días antes.
– ¿Arabella vendrá contigo?
– Bueno… -Vaciló y a Maxine le pareció raro-. La verdad es que no.
– Qué lástima. Esperaba poder conocerla. ¿Está haciendo algún retrato?
– No lo sé. Y si te soy sincero, tampoco me importa. La encontré en mi cama con un hindú guapísimo la noche que regresé a casa. Estaba viviendo con ella. La eché aquella misma noche y no he vuelto a verla.
– Caramba, lo siento, Blake.
El no le daba importancia, pero Maxine sabía que le había dolido. Arabella había durado más que ninguna de las otras. Mucho más. De todos modos, parecía que no se lo estaba tomando del todo mal.
– Sí, yo también. Pero lo pasamos bien juntos. Así que vuelvo a ser libre como el viento, excepto por cien pequeños huérfanos que están en Marruecos. -Soltó una carcajada.
– Daphne estará encantada, con lo de Arabella, quiero decir.
– Estoy seguro de que sí. ¿Cómo se porta con Charles? -preguntó.
– Más o menos como siempre. Espero que el viaje en barco la apacigüe. Tendrán tiempo para conocerse mejor. Es un buen hombre, pero está acostumbrado a tratar solo con adultos.
– El bebé de Zellie hará que eso cambie, ¿no?
Ambos se rieron.
– En fin, pasadlo bien en el barco, Max. El gran día se acerca. ¿Estás asustada? ¿No tienes dudas?
Sentía curiosidad, aunque le deseaba lo mejor.
– No tengo dudas. Sé que hago lo correcto. Creo que es bueno para mí. Solo desearía que el período de adaptación fuera más fácil, para todos.
Intentar unir a los dos bandos era agotador para ella. Blake no le envidiaba la tarea.
– No creo que pudiera volver a casarme -dijo Blake con sinceridad-. Arabella me ha inmunizado.
– Espero que no. Estoy segura de que encontrarás a la mujer que te conviene.
En los últimos dos meses Blake había cambiado mucho. Tal vez ya estaba preparado para tener una relación con una mujer madura y no con una muñeca. Podría suceder. Lo esperaba de corazón, por su bien. Sería estupendo ver cómo sentaba la cabeza y dedicaba más tiempo a sus hijos.
– Te llamaré al barco -prometió, y colgó.
Aquella noche, Charles y ella fueron a cenar a casa de sus padres. Charles había comprado todo tipo de medicamentos para el mareo, pero todavía le molestaba verse obligado a pasar las vacaciones en el barco de Blake. Lo hacía por Maxine, y aquella noche reconoció delante de sus padres que no le apetecía mucho.
– Creo que disfrutarás -dijo el padre de Maxine alegremente mientras los dos hombres charlaban de temas médicos y de golf-. Es un barco increíble. La verdad es que Blake es muy simpático. ¿Ya le conoces?
Arthur Connors preguntaba a su futuro yerno por el yerno anterior.
– No, todavía no -contestó Charles, tenso. Estaba harto de oír hablar de Blake; a los niños, a Maxine y ahora a su padre-. No tengo muchas ganas de conocerle. Pero no me queda más remedio. Vendrá a nuestra boda y nos regala la fiesta.
– Así es él -dijo Arthur riendo-. Es como un niño grande en un cuerpo de hombre. No era lo que le convenía a Maxine y era un padre desastroso, pero no es mala persona. Solo es un irresponsable que ganó demasiado dinero cuando era muy joven. Eso lo echó a perder. No ha trabajado un solo día desde entonces; se limita a pasearse por el mundo con una mujer distinta cada vez y a comprar casas. Yo solía llamarlo «truhán».
– No es el tipo de hombre con quien querrías que se casara tu hija -comentó Charles severamente, sintiéndose inseguro de nuevo.
¿Por qué a todos les caía tan bien Blake? No era justo, si era tan irresponsable. Ser divertido no era suficiente.
– No, no lo es -aceptó Arthur de buena gana-. Así lo creía cuando Maxine se casó con él. Ya entonces era muy original y sus ideas eran estrambóticas. Pero es muy divertido. -Miró a Charles y sonrió-. Me alegro de que por fin se case con un médico. Opino que hacéis una pareja perfecta.
Charles se animó al oír esas palabras.
– ¿Cómo te va con los niños?
– Nos está costando adaptarnos. Yo no he tenido hijos.
– Seguro que lo pasarás bien -dijo Arthur feliz, pensando en sus encantadores nietos-. Son unos niños maravillosos.
Charles le dio la razón educadamente y, unos minutos después, cenaron. Fue una velada muy agradable y Charles estaba relajado y contento cuando se marcharon. Le gustaban los padres de Maxine, y ella se alegraba. Al menos esta parte de la familia no daba problemas. Charles todavía no había hecho buenas migas con los niños, y seguía estando celoso de Blake. Pero quería a Maxine, como le repetía a menudo. Ambos sabían que el resto se iría ajustando poco a poco, sobre todo cuando el bebé de Zellie dejara de berrear. Con un poco de suerte, cuando regresaran del crucero.
Charles, Maxine y sus tres hijos volaron de Nueva York directamente a Niza. Cuando salieron de la casa, Jimmy seguía berreando.
Fue un vuelo agradable. Tres miembros de la tripulación de Blake y el capitán les esperaban en el aeropuerto de Niza y los llevaron al barco en dos coches. Charles no esperaba nada en concreto, pero le sorprendieron un poco los uniformes almidonados y la profesionalidad de la tripulación. Evidentemente no se trataba de un barco cualquiera. Blake Williams no era un hombre cualquiera. El barco se llamaba Dulces sueños. Maxine no se lo contó a Charles, pero Blake había hecho construir el barco para ella. Realmente ella era un sueño muy dulce. Se trataba de un velero de sesenta metros de eslora; Charles no había visto ninguno así en su vida. La tripulación estaba formada por dieciocho personas, y los camarotes eran más bonitos que las habitaciones de la mayoría de las casas u hoteles. Una fortuna en obras de arte colgaba de las paredes de madera bruñida. Los niños lo pasaban siempre en grande en el velero. Corrían por todas partes como si fuera su segunda casa, y en cierto modo lo era.
Saludaron encantados a todos los miembros de la tripulación, que también se alegraron de volver a verlos. Esas personas se dedicaban exclusivamente a satisfacer todas las necesidades imaginables y a mimarlos de todas las formas posibles. Ninguna petición se desatendía por pequeña o insignificante que pudiera parecer. Era la única época del año en que Maxine se sentía colmada de atenciones y podía relajarse por completo. La tripulación cuidaba de los niños y planificaba los entretenimientos cada vez que se detenían. Había fuerabordas, veleros en miniatura, lanchas y balsas e incluso un helipuerto para las visitas de Blake. Además, disponían de un cine de verdad para distraerse por la noche, de un gimnasio totalmente equipado y de un masajista.
Cuando el enorme velero soltó amarras, Charles se sentó en cubierta, atónito. Una azafata le ofreció una copa y otra un masaje. Rechazó las dos cosas y contempló cómo Mónaco se alejaba y ponían rumbo a Italia. Maxine y los niños estaban abajo deshaciendo las maletas y poniéndose cómodos. Por suerte, ninguno de ellos se mareaba en el mar, y el barco era tan grande que Charles supuso que él tampoco. Estaba observando la costa con los prismáticos cuando Maxine subió a buscarlo. Llevaba una camiseta rosa y unos pantalones cortos. A Charles ya le habían pedido educadamente que no se paseara por la cubierta de teca con zapatos de calle. Cuando apareció Maxine estaba tomando un Bloody Mary. Él le sonrió y ella se sentó a su lado y le besó en el cuello.
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