– No. Como no había estado con ningún amante, no se me ocurrió.
– Me había pasado toda la noche preocupándome por ti. Una vez más, es todo culpa mía. Tu hermano Nikolai no me ha dejado duda alguna al respecto. Si hubieras tenido guardaespaldas, esos paparazzi no se te habrían acercado nunca y yo habría sabido dónde estabas esa noche.
– No necesito guardaespaldas. Nikolai se preocupa demasiado por la seguridad.
Leandro le tomó las manos, que ella no había dejado de retorcerse durante toda la conversación, y se las apretó con fuerza. Entonces, la miró con los ojos llenos de ansiedad.
– Quiero que regreses, amor mío. Te lo habría dicho hace una semana si tu hermano hubiera querido decirme dónde estabas.
Molly se tensó. La esperanza y las dudas se enfrentaban en el interior de su cabeza en una pelea a muerte.
– Estoy segura de que tu intención es buena, pero, para mí, el matrimonio tiene que ser mucho más que el hecho de hacer lo correcto con la mujer que lleva en sus entrañas el hijo de uno. Yo jamás intentaría apartarte de nuestro hijo.
– ¿Cómo puedo convencerte de que ahora será diferente? -insistió Leandro sin soltarle las manos-. No se trata de hacer lo correcto. Te estoy pidiendo que me des la oportunidad de demostrar lo mucho que valoro tu presencia en mi vida.
Las lágrimas llenaban los ojos de Molly. Aquél era el hombre al que amaba, al que había echado de menos cada hora del día y que, una vez más, le estaba ofreciendo lo que ella más ansiaba. Sin embargo, en esa ocasión, era mucho menos ingenua.
– Tú no me valoraste cuando yo estaba a tu lado. Ni venías a cenar, ni me llamabas ni mostrabas la más pequeña señal de que me echaras de menos cuando estabas lejos de mí.
Leandro estaba muy pálido. Su rostro denotaba una profunda tensión.
– Jamás me ha resultado fácil mostrar mis sentimientos. No me habría permitido necesitarte demasiado. Lo veía como una debilidad y a mí me gusta tener el control absoluto de las cosas.
– Por el contrario, yo lo muestro todo y digo y hago lo que siento. Hacemos mala pareja, Leandro. Yo me sentía sola y triste contigo y no quiero regresar a eso. Ahora que hemos roto, todo debería resultarnos más fácil.
– ¡No me gusta mi vida sin ti! -exclamó él de repente. Molly jamás le había oído gritar de aquel modo tan violento.
– Creo que deberías marcharte.
– ¡No puedo alejarme de ti ni de mi hijo!
– Tienes que hacerlo, si eso es lo que ella quiere -dijo la voz de otro hombre desde la puerta.
Molly giró la cabeza para ver a sus dos hermanos, el adoptivo y el biológico, en la puerta. Ninguno de los dos parecía tener un gesto muy amable en el rostro.
– Nikolai, no te metas en esto, por favor -Leandro contempló a los dos nombres y sintió la rotunda oposición hacia él que había en los rostros de ambos.
– Lysander, ¿estás con Nikolai en esto? -le preguntó.
– No. No creo en lo de inmiscuirse en los matrimonios de otras personas -contestó el guapo griego con tranquilidad-. Sin embargo, si sigues haciendo sufrir a mi hermana, te juro que te haré pedazos.
Nikolai estudió a Leandro con fría hostilidad.
– Ahora Molly nos tiene a nosotros. No necesita a nadie más.
– Dejemos que sea Molly quien tome esa decisión -anunció Leandro. Con eso, se dirigió hacia la puerta. Entonces, desde el umbral, se volvió a mirar a Molly-. Ya sabes dónde me alojo.
Molly se tragó el nudo que tenía en la garganta y asintió. Cada fibra de su ser la empujaba a salir corriendo detrás de él e impedir que se marchara. Por eso, necesitó hacer un gran esfuerzo para dejar que se marchara sin protestar. Se dijo que había tomado la decisión correcta. No quería estar con un hombre que no la amaba. No quería pasarse el resto de su vida ocultando el amor que sentía hacia él. Quería ser valiente e independiente. Tenía que aprender cómo salir adelante sin él.
Nikolai le dio una palmada sobre el hombro cuando la puerta se cerró. Leandro se había marchado.
– Has tomado la decisión adecuada.
– Sólo si es en verdad lo que Molly desea -intervino Lysander. No parecía muy convencido.
– Molly y yo crecimos sin nada -afirmó Nikolai-. ¿Qué crees que tiene ella en común con un duque que se educó en colegios privados de Inglaterra?
– No es un esnob -musitó Molly a favor de Leandro.
– Muy pronto tendrán un hijo en común -le recordó Lysander a su cuñado con impaciencia-. Ese niño es razón suficiente par que Molly se tome su tiempo para decidir si quiere o no divorciarse.
¡Divorcio! La palabra horrorizaba a Molly. Sería una resolución definitiva. No volvería a ver a Leandro a menos que él fuera a visitar a su hijo y no creía que pudiera soportar ni siquiera pensar en esa posibilidad.
Su convicción se hizo más firme mientras jugaba con sus sobrinos aquella noche. ¿Acaso no tenía sentido darle a su matrimonio una segunda oportunidad cuando estaba tan enamorada de Leandro? Poco después de llegar a esa conclusión, le dijo a Abbey que se marchaba a ver a Leandro a su apartamento.
Uno de los guardaespaldas de Nikolai la siguió durante todo el camino. Fue un alivio entrar por fin en el apartamento. Evidentemente, su aparición sorprendió mucho a Leandro. El hecho de que oliera a whisky le sorprendió porque Leandro casi nunca bebía. Además, su apariencia no era tan perfecta como de costumbre. Le faltaba la corbata, tenía la chaqueta arrugada y necesitaba afeitarse.
– Molly…
Ella entró en el salón y vio una botella de whisky medio vacía y un único vaso de al lado de un plato de comida intacto.
– Tengo una proposición que hacerte.
Leandro la interrogó con la mirada, a pesar de que no parecía poder enfocar los ojos correctamente sobre ella. Trató de dirigirse hacia ella en línea recta. No consiguió ninguna de las dos cosas. El abstemio esposo de Molly distaba mucho de estar sobrio.
– Tú dirás.
– Te propongo unas vacaciones de al menos tres semanas sólo para nosotros dos para que podamos ver si podemos sacar adelante este matrimonio -murmuró Molly. Le preocupaba que él hubiera estado bebiendo a solas.
– ¡Hecho!
– Leandro, en España no podías ni siquiera estar una noche en casa conmigo, por lo que te ruego que no subestimes lo que te estoy pidiendo que hagas.
– Haré lo que sea si ello significa que no te pierdo ni a ti ni al bebé, preciosa mía…
Los ojos de Molly se llenaron de lágrimas. Acababa de darse cuenta de que él había estado pensando mucho el tema y había terminado por comprender lo que le costaría la ruptura de su matrimonio. Naturalmente, no quería perder la oportunidad de criar a su hijo.
– Y no habrá más secretos. Sé que tú no estás acostumbrado a mostrar tus sentimientos, pero los tienes, ¿verdad?
Leandro la estudió atentamente.
– Sí -admitió.
– Entonces, el trato es: largas vacaciones, sin secretos, y mayores esfuerzos en todos los frentes por tu parte -afirmó Molly con una cierta ansiedad.
– ¿Quieres que nos vayamos ahora mismo?
– No. Creo que primero deberías dormir la borrachera -le ordenó Molly-. ¿Qué te parece mañana por la tarde? ¿Podrías alquilar una casa en alguna parte?
– Hecho. Y te prometo que serán las vacaciones perfectas -prometió Leandro.
Casa Limone se erguía en un maravilloso paisaje de bosques y colinas en la Toscana. Era una joya del Renacimiento con gruesos muros y una torre, aunque su interior estaba decorado en el estilo más contemporáneo. La casa estaba situada al final de un largo sendero, muy aislada, rodeada de olivares, viñedos y hermosos campos moteados de flores silvestres.
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