Recordó su necesidad de crear distancia entre ambos, recordó su pregunta sobre el servicio, pero ella había dejado sus papeles arriba.
Afortunadamente, tan pronto como colocaron los platos ante ellos y la mayoría de los lacayos se retiraron, ella preguntó:
– Una cosa que Retford, Milbourne, Cranny y yo necesitamos saber es qué personal tienes, y qué miembros de la casa deseas mantener.
Un tema sensible.
– Tengo un ayuda de cámara… Trevor. Estaba conmigo antes.
Minerva entornó los ojos.
– Es menor que tú, ligeramente rechoncho… al menos así era.
Una razonable aunque breve descripción de Trevor.
Miró a Retford, que estaba detrás, a la derecha de Royce; el mayordomo asintió, indicando que él, también, recordaba a Trevor.
– Esto es fortuito, ya que dudo que Walter, el ayuda de tu padre, encajara contigo. Sin embargo, nos deja con el asunto de qué hacer con Walter… El no quiere dejar Wolverstone, ni el servicio de la familia.
– Déjame eso a mí -Royce había aprendido hacía mucho a valorar la experiencia. -Tengo una idea sobre un puesto en el que podría encajar.
– ¿Oh? -Esperó su respuesta, pero al no obtenerla, cuando Royce comenzó a servirse de una bandeja de carnes Irías, frunció el ceño, y después preguntó: -¿Henry aún es tu mozo de cuadras?
Asintió.
– Ya lo he hablado con Milbourne… Henry debería llegar mañana. El seguirá siendo mi mozo personal. El único otro miembro que se unirá a la casa será Handley -Miró a Minerva a los ojos. -Mi secretario.
Royce se había preguntado cómo se tomaría Minerva esa noticia. Un poco para su sorpresa, ella sonrió.
– Excelente. Eso me liberará de ocuparme de tu correspondencia.
– Efectivamente -Era un buen primer paso para evitarla en su órbita diaria. -¿Quién se ocupaba de la correspondencia de mi padre?
– Yo lo hacía. Pero son tantas las comunicaciones que cruzan el escritorio de un duque, y es tanto lo que tengo que supervisar como ama de llaves, que si nos entretenemos un poco, podríamos tener problemas. No siempre me ocupé de las cosas tan eficientemente como me habría gustado.
Royce se sintió aliviado porque ella realmente estuviera preparada para dejar que su correspondencia escapara de sus manos.
– Le diré a Handley que hable contigo si tiene alguna pregunta.
Minerva asintió, absorta mientras pelaba un higo. El duque la observó dar el primer bocado, vio sus labios brillar… rápidamente bajó la mirada hasta la manzana a la que estaba quitándole el corazón.
Cuando volvió a levantar la mirada, ella estaba mirando al otro lado de la mesa, frunciendo el ceño de un modo abstraído. Como si hubiera notado su mirada, le preguntó, aún sin mirarlo:
– ¿Hay alguien más a quien debamos alojar?
Le llevó un momento captar lo que había querido decir; fue la palabra "alojar" la que finalmente le dio la clave, confirmada por el tenue sonrojo que tiñó sus mejillas.
– No -Solo para dejárselo muy claro (y a Retford, también), añadió: -No tengo ninguna amante. Actualmente.
Hizo énfasis en "actualmente" para asegurarse de que ellos lo creían. Examinando rápidamente las posibles eventualidades, añadió:
– Y a menos que os informe de lo contrario, deberéis actuar con la asunción de que esta situación permanece sin cambios.
Las amantes, para él, constituían un peligro seguro, algo que había aprendido antes de haber cumplido los veinte años. Debido a que había sido el heredero de uno de los ducados más acaudalados, sus amantes (debido a sus gustos, inevitablemente elegidas entre la clase alta) habían mostrado una marcada tendencia a desarrollar ideas poco realistas sobre su relación.
Su declaración había picado la curiosidad de Minerva, pero ella simplemente asintió, aún sin mirarlo a los ojos. Terminó de comerse su higo y dejó el cuchillo de la fruta sobre su plato.
El se apartó de la mesa.
– Necesito una lista de los administradores y agentes de cada una de las distintas propiedades.
Minerva se levantó cuando Jeffers le retiró la silla.
– Tengo una lista preparada… la he dejado en mi escritorio. Te la llevaré al estudio.
– ¿Cuáles son tus aposentos?
Ella lo miró mientras se dirigían hacia las escaleras.
– La habitación matinal de la duquesa.
Royce no dijo nada, pero caminó a su lado mientras subían las escaleras y en el interior de la torre, hasta la habitación que, siglos antes, había sido un solárium. Su ventana abalconada daba al suroeste de la torre, sobre el jardín de rosas.
La siguió hasta su habitación y se detuvo justo en el umbral. Mientras ella se acercaba a un buró que estaba colocado contra una de las paredes, examinó la habitación, buscando alguna señal de su madre. Vio los cojines bordados que su madre adoraba bordar colocados despreocupadamente sobre los sofás, pero, excepto eso, la habitación contenía pocas señales más de ella. Era ligera, etérea, claramente femenina, y tenía dos jarrones de flores frescas aromatizando el aire.
Minerva se giró y caminó hacia él, leyendo unas listas. Estaba tan viva, tan anclada en el presente, que dudaba que algún fantasma pudiera persistir a su alrededor.
Ella alzó los ojos, lo miró; él frunció el ceño. Miró el sofá de dos plazas, el único lugar donde podrían sentarse, y después miró a Royce de nuevo.
– Creo que será mejor que examinemos esto en el estudio.
Se sentía incómoda teniéndolo en sus aposentos. Pero tenía razón: el estudio era el emplazamiento más adecuado. Además, allí tenía un escritorio tras el que podía esconder la peor de sus reacciones ante ella.
Se hizo a un lado y le señaló la puerta. La siguió por la galería, pero al no poder apartar su mirada de sus caderas, que se agitaban ligeramente, apresuró el paso para caminar a su lado.
Una vez estuvieron de nuevo en el estudio (una vez más firmemente en sus papeles de duque y ama de llaves) repasó su lista de administradores y agentes, extrayendo de ella todos los detalles que consideró útiles… además de sus nombres y puestos, sus descripciones físicas, y la opinión personal de Minerva sobre cada hombre. Al principio, ella había intentado no pronunciarse en este último aspecto, pero cuando él insistió le proporcionó un exhaustivo y astuto estudio de carácter sobre cada uno de ellos.
Sus antiguos recuerdos de Minerva no eran demasiado detallados; siempre había tenido la impresión de que era una chica prudente que no tenía inclinación al histrionismo ni a los vuelos de imaginación, una chica con los pies firmemente plantados en la tierra. Su madre había confiado en ella incondicionalmente, y por lo que estaba descubriendo, lo mismo había ocurrido con su padre.
Y su padre no confiaba en la gente fácilmente, no más que él mismo.
Para cuando llegaron a la última de sus listas, estaba convencido de que él, también, podría confiar en ella. Incondicionalmente. Lo que era un enorme alivio. Incluso manteniéndola a distancia física, necesitaría su ayuda para pasar los siguientes días, seguramente las siguientes semanas. Posiblemente incluso los siguientes meses. Saber que su lealtad estaba firmemente con el ducado (y, por tanto, también con él, ya que era el duque) era tranquilizador.
Casi como si pudiera confiar en ella para que protegiera su vida.
Y era extraño que un hombre como él tuviera una idea así de una mujer. Sobre todo de una dama como ella.
Subrayando inconscientemente su conclusión, después de reunir de nuevo sus papeles esparcidos, excepto los que él había cogido, Minerva dudó. Cuando Royce la miró y arqueó una ceja, dijo:
– El hombre de negocios de tu padre es Collier… no el mismo Collier de Collier, Collier & Whitticombe, sino su primo.
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