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E. James: Cincuenta Sombras Liberadas

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E. James Cincuenta Sombras Liberadas

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La tercera entrega de la exitosa trilogía Cincuenta sombras Cuando la joven Anastasia conoce al poderoso y enigmático Grey, comienzan un excitante, sensual y atormentado romance. Erótica, entretenida y profundamente conmovedora, la serie Cincuenta sombras es una historia que te cautivará, te poseerá y se quedará contigo por siempre. Para público adulto.

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– Un artista de aquí. Trouton.

– Son muy bonitos. Elevan lo cotidiano a la categoría de extraordinario -dice distraída, perdida en el arte exquisito y la técnica perfecta de mis cuadros. Su perfil es delicado (la nariz respingona y los labios suaves y carnosos) y sus palabras han expresado exactamente lo que yo siento al mirar el cuadro: «Elevan lo cotidiano a la categoría de extraordinario». Una observación muy inteligente. La señorita Steele es lista.

Murmuro algo para expresar que estoy de acuerdo y vuelve a aparecer en su piel ese rubor. Me siento frente a ella e intento dominar mis pensamientos.

Ella saca un papel arrugado y una grabadora digital de un bolso demasiado grande. ¿Una grabadora digital? ¿Eso no va con cintas VHS? Dios… Es muy torpe y deja caer dos veces el aparato sobre mi mesa de café Bauhaus. Es obvio que no ha hecho esto nunca antes, pero por alguna razón que no logro comprender, todo esto me parece divertido. Normalmente esa torpeza me irritaría sobremanera, pero ahora tengo que esconder una sonrisa tras mi dedo índice y contenerme para no colocar el aparato sobre la mesa yo mismo.

Mientras ella se va poniendo más nerviosa por momentos, se me ocurre que yo podría mejorar sus habilidades motoras con la ayuda de una fusta de montar. Bien utilizada puede domar hasta a la más asustadiza. Ese pensamiento hace que me revuelva en la silla. Ella me mira y se muerde el labio carnoso. ¡Joder! ¿Cómo he podido no fijarme antes en esa boca?

– Pe… Perdón. No suelo utilizarla.

Está claro, nena, pienso irónicamente, pero ahora mismo no me importa una mierda porque no puedo apartar los ojos de tu boca.

– Tómese todo el tiempo que necesite, señorita Steele. -Yo también necesito un momento para controlar estos pensamientos rebeldes. Grey… Para ahora mismo.

– ¿Le importa que grabe sus respuestas? -me pregunta con expresión expectante e inocente.

Estoy a punto de echarme a reír. Oh, Dios mío…

– ¿Me lo pregunta ahora, después de lo que le ha costado preparar la grabadora? -Parpadea y sus ojos se ven muy grandes y perdidos durante un momento. Siento una punzada de culpa que me resulta extraña. Deja de ser tan gilipollas, Grey-. No, no me importa -murmuro porque no quiero ser el responsable de esa mirada.

– ¿Le explicó Kate… digo… la señorita Kavanagh para dónde era la entrevista?

– Sí. Para el último número de este curso de la revista de la facultad, porque yo entregaré los títulos en la ceremonia de graduación de este año. -Y no sé por qué demonios he accedido a hacer eso. Sam, de relaciones públicas, me ha dicho que es un honor y el departamento de ciencias medioambientales de Vancouver necesita la publicidad para conseguir financiación adicional y complementar la beca que les he dado.

La señorita Steele parpadea, solo grandes ojos azules de nuevo, como si mis palabras la hubieran sorprendido. Joder, ¡me mira con desaprobación! ¿Es que no ha hecho ninguna investigación para la entrevista? Debería saberlo. Pensar eso me enfría un poco la sangre. Es… molesto. No es lo que espero de alguien a quien le dedico parte de mi tiempo.

– Bien. Tengo algunas preguntas, señor Grey. -Se coloca un mechón de pelo tras la oreja, y eso me distrae de mi irritación.

– Sí, creo que debería preguntarme algo -murmuro con sequedad. Vamos a hacer que se retuerza un poco. Ella se retuerce como si hubiera oído mis pensamientos, pero consigue recobrar la compostura, se sienta erguida y cuadra sus delgados hombros. Se inclina y pulsa el botón de la grabadora y después frunce el ceño al mirar sus notas arrugadas.

– Es usted muy joven para haber amasado este imperio. ¿A qué se debe su éxito?

¡Oh, Dios! ¿No puedes hacer nada mejor que eso? Qué pregunta más aburrida. Ni una pizca de originalidad. Qué decepcionante. Le recito de memoria mi respuesta habitual sobre la gente excepcional que trabaja para mí, gente en la que confío (en la medida en que yo puedo confiar en alguien) y a la que pago bien bla, bla, bla… Pero, señorita Steele, la verdad es que soy un puto genio en lo que hago. Para mí está chupado: compro empresas con problemas y que están mal gestionadas y las rehabilito o, si están hundidas del todo, les extraigo los activos útiles y los vendo al mejor postor. Es cuestión simplemente de saber cuál es la diferencia entre las dos, y eso invariablemente depende de la gente que está a cargo. Para tener éxito en un negocio se necesita buena gente, y yo sé juzgar a las personas mejor que la mayoría.

– Quizá solo ha tenido suerte -dice en voz baja.

¿Suerte? Me recorre el cuerpo un estremecimiento irritado. ¿Suerte? Esto no tiene nada que ver con la suerte, señorita Steele. Parece apocada y tímida, pero ese comentario… Nunca me ha preguntado nadie si he tenido suerte. Trabajar duro, escoger a las personas adecuadas, vigilarlas de cerca, cuestionarlas si es preciso y, si no se aplican a la tarea, librarme de ellas sin miramientos. Eso es lo que yo hago, y lo hago bien. ¡Y eso no tiene nada que ver con la suerte! Mierda… En un alarde de erudición, le cito las palabras de mi industrial americano favorito.

– Parece usted un maniático del control -responde, y lo dice completamente en serio.

Pero ¿qué coño…?

Tal vez esos ojos cándidos sí que ven a través de mí. Control es como mi segundo nombre.

La miro fijamente.

– Bueno, lo controlo todo, señorita Steele. -Y me gustaría controlarte a ti, aquí y ahora.

Sus ojos se abren mucho. Ese rubor tan atractivo vuelve a aparecer en su cara una vez más y se muerde de nuevo el labio. Yo sigo yéndome por las ramas, intentando apartar mi atención de su boca.

– Además, decirte a ti mismo, en tu fuero más íntimo, que has nacido para ejercer el control te concede un inmenso poder.

– ¿Le parece a usted que su poder es inmenso? -me pregunta con voz suave y serena, pero arquea su delicada ceja y sus ojos me miran con censura. Mi irritación crece. ¿Me está provocando deliberadamente? ¿Y me molesta por sus preguntas, por su actitud o porque me parece atractiva?

– Tengo más de cuarenta mil empleados, señorita Steele. Eso me otorga cierto sentido de la responsabilidad… poder, si lo prefiere. Si decidiera que ya no me interesa el negocio de las telecomunicaciones y lo vendiera todo, veinte mil personas pasarían apuros para pagar la hipoteca en poco más de un mes.

Se le abre la boca al oír mi respuesta. Así está mejor. Chúpese esa, señorita Steele. Siento que recupero el equilibrio.

– ¿No tiene que responder ante una junta directiva?

– Soy el dueño de mi empresa. No tengo que responder ante ninguna junta directiva -le contesto cortante. Ella debería saberlo. Levanto una ceja inquisitiva.

– ¿Y cuáles son sus intereses, aparte del trabajo? -continúa apresuradamente porque ha identificado mi reacción. Sabe que estoy molesto y por alguna razón inexplicable eso me complace muchísimo.

– Me interesan cosas muy diversas, señorita Steele. Muy diversas. -Le sonrío. Imágenes de ella en diferentes posturas en mi cuarto de juegos me cruzan la mente: esposada a la cruz, con las extremidades estiradas y atada a la cama de cuatro postes, tumbada sobre el banco de azotar… ¡Joder! ¿De dónde sale todo esto? Fíjate… ese rubor otra vez. Es como un mecanismo de defensa. Cálmate, Grey.

– Pero si trabaja tan duro, ¿qué hace para relajarse?

– ¿Relajarme? -Le sonrío; esa palabra suena un poco rara viniendo de ella. Además, ¿de dónde voy a sacar tiempo para relajarme? ¿No tiene ni idea del número de empresas que controlo? Pero me mira con esos ojos azules ingenuos y para mi sorpresa me encuentro reflexionando sobre la pregunta. ¿Qué hago para relajarme? Navegar, volar, follar… Poner a prueba los límites de chicas morenas como ella hasta que las doblego… Solo de pensarlo hace que me revuelva en el asiento, pero le respondo de forma directa, omitiendo mis dos aficiones favoritas.

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