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E. James: Cincuenta Sombras Liberadas

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E. James Cincuenta Sombras Liberadas

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La tercera entrega de la exitosa trilogía Cincuenta sombras Cuando la joven Anastasia conoce al poderoso y enigmático Grey, comienzan un excitante, sensual y atormentado romance. Erótica, entretenida y profundamente conmovedora, la serie Cincuenta sombras es una historia que te cautivará, te poseerá y se quedará contigo por siempre. Para público adulto.

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Mami ríe. Lelliot ríe. Yo río.

– ¿Te gusta esta canción, Christian? -Mami pone su cara triste-feliz.

Tengo un cal-ce-tín. Es rojo y tiene un dibujo de un hombre con un gorro rojo y una gran barba blanca. Es Papá Noel. Papá Noel trae regalos. He visto dibujos de Papá Noel. Pero nunca me ha traído regalos. Yo era malo. Papá Noel no les trae regalos a los niños que son malos. Ahora soy bueno. Mi nueva mami dice que soy bueno, muy bueno. Mi nueva mami no lo sabe. No hay que decírselo a mi nueva mami… pero soy malo. No quiero que mi nueva mami lo sepa.

Papa cuelga el cal-ce-tín en la chimenea. Lelliot también tiene un cal-ce-tín. Lelliot sabe leer lo que pone en su cal-ce-tín. Dice «Lelliot». Hay una palabra en mi cal-ce-tín. Christian. Mi nueva mami lo deletrea: C-H-R-I-S-T-I-A-N.

Papi se sienta en mi cama. Me lee. Yo abrazo mi mantita. Tengo una habitación grande. A veces la habitación está oscura y yo tengo sueños malos. Sueños malos sobre antes. Mi nueva mami viene a la cama conmigo cuando tengo sueños malos. Se tumba conmigo y me canta canciones y yo me duermo. Huele bien, a suave y a nuevo. Mi nueva mami no está fría. No como… No como… Y mis malos sueños se van cuando ella duerme conmigo.

Ha venido Papá Noel. Papá Noel no sabe que he sido malo. Me alegro de que Papá Noel no lo sepa. Tengo un tren y un helicóptero y un avión y un helicóptero y un coche y un helicóptero. Mi helicóptero puede volar. Mi helicóptero es azul. Vuela alrededor del árbol de Navidad. Vuela sobre el piano y aterriza en medio de las teclas blancas. Vuela sobre mami y sobre papi y sobre Lelliot mientras él juega con los legos. El helicóptero vuela por la casa, por el comedor, por la cocina. Vuela más allá de la puerta del estudio de papi y por la escalera hasta mi cuarto, el de Lelliot, el de mami y papi. Vuela por la casa porque es mi casa. Mi casa donde vivo.

Conozcamos a Cincuenta Sombras

Lunes, 9 de mayo de 2011

Mañana -murmuro para despedir a Claude Bastille, que está de pie en el umbral de mi oficina.

– Grey, ¿jugamos al golf esta semana? -Bastille sonríe con arrogancia, porque sabe que tiene asegurada la victoria en el campo de golf.

Se gira y se va y yo le veo alejarse con el ceño fruncido. Lo que me ha dicho antes de irse solo echa sal en mis heridas, porque a pesar de mis heroicos intentos en el gimnasio esta mañana, mi entrenador personal me ha dado una buena paliza. Bastille es el único que puede vencerme y ahora pretende apuntarse otra victoria en el campo de golf. Odio el golf, pero se hacen muchos negocios en las calles de los campos de ese deporte, así que tengo que soportar que me dé lecciones ahí también… Y aunque no me guste admitirlo, Bastille ha conseguido que mejore mi juego.

Mientras miro la vista panorámica de Seattle, el hastío ya familiar se cuela en mi mente. Mi humor está tan gris y aburrido como el cielo. Los días se mezclan unos con otros y soy incapaz de diferenciarlos. Necesito algún tipo de distracción. He trabajado todo el fin de semana y ahora, en los confines siempre constantes de mi despacho, me encuentro inquieto. No debería estar así, no después de varios asaltos con Bastille. Pero así me siento.

Frunzo el ceño. Lo cierto es que lo único que ha captado mi interés recientemente ha sido la decisión de enviar dos cargueros a Sudán. Eso me recuerda que se supone que Ros tenía que haberme pasado ya los números y la logística. ¿Por qué demonios se estará retrasando? Miro mi agenda y me acerco para coger el teléfono con intención de descubrir qué está pasando.

¡Oh, Dios! Tengo que soportar una entrevista con la persistente señorita Kavanagh para la revista de la facultad. ¿Por qué demonios accedería? Odio las entrevistas: preguntas insulsas que salen de la boca de imbéciles insulsos, mal informados e insustanciales. Suena el teléfono.

– Sí -le respondo bruscamente a Andrea como si ella tuviera la culpa. Al menos puedo hacer que la entrevista dure lo menos posible.

– La señorita Anastasia Steele está esperando para verle, señor Grey.

– ¿Steele? Esperaba a Katherine Kavanagh.

– Pues es Anastasia Steele quien está aquí, señor.

Frunzo el ceño. Odio los imprevistos.

– Dile que pase -murmuro consciente de que sueno como un adolescente enfurruñado, pero no me importa una mierda.

Bueno, bueno… parece que la señorita Kavanagh no ha podido venir… Conozco a su padre: es el propietario de Kavanagh Media. Hemos hecho algunos negocios juntos y parece un tipo listo y un hombre racional. He aceptado la entrevista para hacerle un favor, uno que tengo intención de cobrarme cuando me convenga. Tengo que admitir que tenía una vaga curiosidad por conocer a su hija para saber si la astilla tiene algo que ver con el palo o no.

Oigo un golpe en la puerta que me devuelve a la realidad. Entonces veo una maraña de largo pelo castaño, pálidas extremidades y botas marrones que aterriza de bruces en mi despacho. Pongo los ojos en blanco y reprimo la irritación que me sale naturalmente ante tal torpeza. Me acerco enseguida a la chica, que está a cuatro patas en el suelo. La sujeto por los hombros delgados y la ayudo a levantarse.

Unos ojos azul luminoso, claros y avergonzados, se encuentran con los míos y me dejan petrificado. Son de un color de lo más extraordinario, un azul empolvado cándido, y durante un momento horrible me siento como si pudieran ver a través de mí. Me siento… expuesto. Qué desconcertante. Tiene la cara pequeña y dulce y se está ruborizando con un inocente rosa pálido. Me pregunto un segundo si toda su piel será así, tan impecable, y qué tal estará sonrosada y caliente después de un golpe con una caña. Joder. Freno en seco mis díscolos pensamientos, alarmado por la dirección que están tomando. Pero ¿qué coño estás pensando, Grey? Esta chica es demasiado joven. Me mira con la boca abierta y yo vuelvo a poner los ojos en blanco. Sí, sí, nena, no es más que una cara bonita y no hay belleza debajo de la piel. Me gustaría hacer desaparecer de esos grandes ojos azules esa mirada de admiración sin reservas.

Ha llegado la hora del espectáculo, Grey. Vamos a divertirnos un poco.

– Señorita Kavanagh. Soy Christian Grey. ¿Está bien? ¿Quiere sentarse?

Otra vez ese rubor. Ahora que ya he recuperado la compostura y el control, la observo. Es bastante atractiva, dentro del tipo desgarbado: menuda y pálida, con una melena color caoba que apenas puede contener la goma de pelo que lleva. Una chica morena… Sí, es atractiva. Le tiendo la mano y ella balbucea una disculpa mortificada mientras me la estrecha con su mano pequeña. Tiene la piel fresca y suave, pero su apretón de manos es sorprendentemente firme.

– La señorita Kavanagh está indispuesta, así que me ha mandado a mí. Espero que no le importe, señor Grey. -Habla en voz baja con una musicalidad vacilante y parpadea como loca agitando las pestañas sobre esos grandes ojos azules.

Incapaz de mantener al margen de mi voz la diversión que siento al recordar su algo menos que elegante entrada en el despacho, le pregunto quién es.

– Anastasia Steele. Estudio literatura inglesa con Kate… digo… Katherine… digo… la señorita Kavanagh, en la Estatal de Washington.

Un ratón de biblioteca nervioso y tímido, ¿eh? Parece exactamente eso; va vestida de una manera espantosa, ocultando su complexión delgada bajo un jersey sin forma y una discreta falda plisada marrón. Dios, ¿es que no tiene gusto para vestir? Mira mi despacho nerviosamente. Lo está observando todo menos a mí, noto con una ironía divertida.

¿Cómo puede ser periodista esta chica? No tiene ni una pizca de determinación en el cuerpo. Está tan encantadoramente ruborizada, tan dócil, tan cándida… tan sumisa. Niego con la cabeza, asombrado por la línea que están siguiendo mis pensamientos. Le digo alguna cosa tópica y le pido que se siente. Después noto que su mirada penetrante observa los cuadros del despacho. Antes de que me dé cuenta, me encuentro explicándole de dónde vienen.

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