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Lois Bujold: En caída libre

Здесь есть возможность читать онлайн «Lois Bujold: En caída libre» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию). В некоторых случаях присутствует краткое содержание. Город: Barcelona, год выпуска: 1990, ISBN: 84-406-1204-4, издательство: Ediciones B, категория: Космическая фантастика / на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале. Библиотека «Либ Кат» — LibCat.ru создана для любителей полистать хорошую книжку и предлагает широкий выбор жанров:

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Lois Bujold En caída libre

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Leo Graf era tan sólo un competente ingeniero de soldadura: se ocupaba de sus asuntos, hacia bien el trabajo y se ajustaba a las especificaciones. Pero todo cambió cuando fue asonado al Hábitat Cay y conoció a los cuadrúmanos, seres sin piernas y con cuatro brazos adaptados por la ingeniería genética para el trabajo en ausencia de la gravedad. ¿Quién podría permanecer indiferente antela explotación y la esclavitud de un millar de jóvenes tratados como objetos por Galac-Tech. la gran corporación espacial? Fue relativamente fácil adoptar, un tanto ilegalmente, a un millar de cuadrúmanos. Lo difícil fue enseñarles a ser libres. Un retorno de lujo a los temas de la ciencia ficción campbelliana basada en la aventura y la especulación científica inteligente, con personajes de una entrañable «normalidad». Un hito en la moderna literatura de ciencia ficción.

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—Tal vez no estén demasiado organizados —sugirió Silver—, y vengan de un momento a otro.

La señora Minchenko suspiró.

—También es posible. —Observó a Silver, que apretaba los labios—. ¿Y qué se supone que harás en ese caso?

—Tengo un arma. —Silver tocó el soldador láser que estaba apoyado en la consola, delante del asiento del piloto en el que ella se encontraba—. Pero preferiría no tener que disparar a nadie más. No, si puedo evitarlo.

—¿A nadie más? —Había un tono de respeto en la voz de la señora Minchenko.

Andar por ahí disparando a la gente era algo tan estúpido… ¿Por qué todos tenían que estar tan impresionados?, se preguntaba Silver, irritada. Uno pensaría que había hecho algo verdaderamente importante, como descubrir un nuevo tratamiento de alguna enfermedad. Apretó los labios.

Luego abrió la boca y se inclinó hacia delante para mirar bien por el monitor.

—Oh, oh. Ahí se acerca un coche terrestre.

—Seguramente no serán nuestros muchachos —dijo la señora Minchenko, con cierta intranquilidad—. ¿Hay algo que va mal?

—No es su Land Rover. —Silver pensaba en la resolución a tomar. La tenue luz del sol penetraba a través del polvo y lo convertía en una pantalla de humo rojiza—. Creo… que es un coche de Seguridad de Galac-Tech.

—Oh, querida. —La señora Minchenko se sentó erguida—. ¿Y ahora qué?

—No abrimos las escotillas, de ninguna manera. No importa lo que pase.

En unos minutos, el coche estaba a unos cincuenta metros de la lanzadera. Una antena se elevó en el techo. Silver conectó el intercomunicador (era tan irritante no poder usar los brazos inferiores) y pidió un menú de los canales de comunicación en el ordenador. La lanzadera parecía tener acceso a un número desmesurado de canales. El audio de Seguridad era 9999. Lo sintonizó.

—¡Por Dios! Los que están ahí adentro, respondan.

—Sí. ¿Qué quieren? —dijo Silver.

Hubo una pausa ruidosa.

—¿Por qué no respondían?

—No sabía que me estaban llamando a mí —respondió Silver, lógicamente.

—Sí, bien… Esta lanzadera de carga es propiedad de Galac-Tech.

—Yo también. ¿Y qué?

—¿Cómo? Mire, señorita, soy el sargento Fors de Seguridad de Galac-Tech. Tiene que desembarcar y entregarnos la lanzadera.

Una voz en el fondo, no lo suficientemente baja, preguntó:

—Oye, Bern. ¿Crees que nos van a bonificar con el 10 por ciento por haber recuperado esta lanzadera como propiedad robada?

—Sigue soñando —gruñó otra voz—. Nadie nos va a dar un cuarto de millón.

La señora Minchenko levantó una mano y se inclinó hacia adelante, para entrometerse en la conversación.

—Jovencito, soy Ivy Minchenko. Mi esposo, el señor Minchenko, se apropió de esta embarcación para responder a una emergencia médica. No solamente está en su derecho, sino que es su obligación legal. Y según el reglamento de Galac-Tech deben ayudarle, no ponerle trabas.

—Me pidieron que recuperara esta lanzadera. Ésas son mis órdenes. Nadie me dijo nada sobre una emergencia médica.

—Bueno. ¡Yo se lo estoy diciendo!

La voz que retumbaba en el fondo volvió a hablar.

—… No son más que dos mujeres. ¡Vamos!

—¿Van a abrir la escotilla, señoras? —preguntó el sargento.

Silver no respondió. La señora Minchenko levantó una ceja en señal de pregunta y Silver meneó la cabeza en silencio. La señora Minchenko suspiró y asintió.

El sargento repitió su demanda. Silver sentía que le faltaba muy poco para que su discurso degenerara en alguna obscenidad. Después de un minuto o dos, dejó de hablar.

Después de varios minutos más las puertas del coche se abrieron y tres hombres, con máscaras de oxígeno, bajaron y se acercaron a mirar las escotillas de la nave sobre sus cabezas. Regresaron al coche, subieron y dieron la vuelta. ¿Se iban? Silver tenía esa esperanza. Pero, no. El coche se acercó y se detuvo nuevamente debajo de la escotilla delantera de la nave. Dos de los hombres buscaron unas herramientas en el baúl y luego se subieron al techo del coche.

—Tienen una especie de herramientas cortantes —dijo Silver, alarmada—. Deben de querer intentar hacer un corte para entrar.

Un ruido intenso comenzó a retumbar en toda la lanzadera.

La señora Minchenko señaló el soldador láser.

—¿Es el momento de usarlo? —preguntó, temerosa.

Silver sacudió la cabeza.

—No. Otra vez no, no puedo permitir que estropeen la lanzadera… Tiene que estar en buenas condiciones para volar en el espacio o no podremos volver a casa.

Había observado a Ti… Respiró profundamente y tomó los controles de la nave. Le parecía casi imposible llegar a los pedales. Tendría que arreglárselas sin ellos. El motor derecho, activado. El motor izquierdo, activado. Un rugido atravesó la lanzadera de punta a punta. Los frenos… allí, obviamente. Llevó la palanca lentamente hacia la posición «liberar». No pasó nada.

Luego la nave comenzó a moverse hacia adelante. Asustada por el movimiento abrupto, Silver tocó la palanca de freno y la nave se detuvo de inmediato. Buscó desesperada los monitores externos. ¿Dónde…?

El alerón de estribor de la nave había pasado sobre el coche y no lo había tocado por medio metro. Silver se dio cuenta, con un estremecimiento de culpa, de que tendría que haber verificado la altura antes de comenzar a moverse. Podría haber arrancado el ala derecha, con todas las consecuencias desagradables que eso podría ocasionar.

Los guardias de Seguridad no estaban a la vista, en ninguna parte. No, allí estaban, sobre el lecho seco del lago. Uno de ellos se incorporó y comenzó a encaminarse hacia el coche. ¿Y ahora qué? Si ella se detenía, o si hacía unos metros y se detenía a una cierta distancia, volverían a intentarlo. No pasarían muchos intentos hasta que se las ingeniaran y le dispararan a las ruedas de la lanzadera o la inmovilizaran de cualquier otra forma. Sería una situación extremadamente peligrosa.

Silver se mordió el labio inferior. Entonces, inclinada hacia delante, en un asiento que no había sido diseñado para cuadrúmanos, liberó los frenos y aceleró el motor. La lanzadera se estremeció unos metros hacia delante, patinando y derrapando. Detrás de la lanzadera, el monitor mostraba el coche casi oculto tras el polvo anaranjado que levantaban los gases de escape. Su imagen vibraba por el calor que eliminaban los motores.

Clavó los frenos al máximo y aceleró el motor una vez más. El rugido se convirtió en un quejido. No se atrevía a llevarlo hasta el punto que había usado Ti durante el aterrizaje. ¿Quién sabía lo que pasaría entonces?

El techo plástico del coche se rajó y comenzó a hundirse. Si Leo había tenido razón cuando hizo la descripción del combustible de hidrocarburo que utilizaban aquí abajo para los vehículos, en no más de un segundo tenía que lograr que…

Una llamarada amarilla absorbió el vehículo, momentáneamente más intensa que el sol que se estaba poniendo. Pedazos de coche volaron en todas direcciones, arqueándose y rebotando por el efecto del campo de gravedad. Una mirada a los monitores permitió a Silver ver que todos los hombres de Seguridad corrían ahora en cualquier dirección, lejos del vehículo en llamas.

Silver desaceleró el motor, soltó los frenos y dejó que la lanzadera se desplazara a través del barro endurecido. Afortunadamente, el lecho del viejo lago era bastante uniforme, de manera que no tenía que preocuparse demasiado por los puntos más delicados del pilotaje de la nave, como, por ejemplo, las maniobras con el timón.

Uno de los hombres de Seguridad corrió tras ellas durante un minuto o dos, sacudiendo los brazos al aire, pero enseguida quedó atrás. Silver dejó que la nave siguiera desplazándose unos kilómetros más y entonces apagó los motores.

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