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Isaac Asimov: Fundación y Tierra

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Isaac Asimov Fundación y Tierra

Fundación y Tierra: краткое содержание, описание и аннотация

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La serie de la Fundación (Fundación, Fundación e Imperio, Segunda Fundación y Los límites de la Fundación) es la obra de ciencia ficción más leída de todos los tiempos. Como gran acontecimiento editorial, la saga monumental continúa con Fundación y Tierra, que es la quinta y más emocionante novela de la serie. Golan Trevize, ex consejero de la Primera Fundación, se encuentra con que debe realizar una tarea formidable: determinar el futuro del desarrollo galáctico. Pero, ¿qué fuerza instintiva ha llevado a Trevize a esta extraordinaria idea? ¿Procede acaso de lo más profundo de la Historia antigua de otro gran mundo llamado Tierra? Trevize tiene que saber la respuesta a estas preguntas. Al descubrir que toda referencia a la Tierra ha desaparecido misteriosamente de la Biblioteca Galáctica de Trantor, sale en busca del planeta «perdido». Y él y sus compañeros, el historiador Janov Pelorat y la hermosa gaiana Bliss, al viajar de un mundo prohibido a otro, se enfrentan audazmente a una odisea llena de peligros, de la que dependerá el destino del Imperio y de la propia Humanidad. Continuación de la serie «La Fundación». Ésta es una novela soberbia en la que vemos cómo la Humanidad, en un lejano futuro galáctico, busca sus orígenes en un planeta perdido llamado Tierra…

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Bliss agarró el brazo de Trevize con fuerza.

—¡No! ¡No!

Permaneció aferrada a él, reteniéndole, mientras Pelorat quedaba en segundo término, confuso y petrificado.

—¡Quita las manos del ordenador! — gritó Trevize—. No te interpongas, Bliss. No quiero hacerte daño.

—No seas violento con la niña —dijo Bliss, en un tono casi de agotamiento—. Sería yo quien tuviese que dañarte a ti…, contra todas las instrucciones.

Trevize miró ahora furiosamente a Bliss y dijo:

—Entonces, llévatela de aquí, Bliss. ¡Ahora!

Bliss lo apartó con fuerza sorprendente (tal vez sacándola de Gaia, pensó Trevize más tarde).

—Fallom —dijo—, levanta las manos.

—¡No! — chilló Fallom—. Quiero que la nave vaya a Solaría. Quiero que vaya allí. Allí.

Y señaló la pantalla con la cabeza, resistiéndose incluso a aflojar la presión de una de sus manos sobre el tablero.

Pero Bliss asió los hombros de la niña y, al contacto de sus manos, Fallom empezó a temblar. Bliss suavizó el tono de su voz.

—Ahora, Fallom, dile al ordenador que vuelva donde estaba, y tú ven conmigo. Ven conmigo.

Sacudió a la niña, que rompió a llorar, angustiada. Las manos de Fallom se apartaron del tablero, y Bliss, sujetando a la niña por las axilas, la levantó y la puso en pie. Después, la estrechó con fuerza sobre su pecho y dejo que la niña desfogase su llanto.

—Apártate Trevize — ordeno Bliss a éste que se hallaba plantado en el umbral—, y no nos toques al pasar.

Trevize se hizo rápidamente a un lado. Bliss se detuvo un momento ante él.

—He tenido que introducirme un instante en su mente —dijo en voz muy baja—. Si le he causado algún daño, no te lo perdonaré fácilmente.

Trevize sintió deseos de decirle que le importaba un comino la mente de Fallom; que sólo temía lo que pudiese ocurrirle al ordenador. Pero la mirada concentrada de Gaia (si sólo hubiese sido la de Bliss, no habría sentido aquel terror) le obligó a guardar silencio.

Permaneció callado durante un rato, y también inmóvil, después de que Bliss y Fallom se hubiesen metido en su habitación. En realidad, permaneció así hasta que Pelorat se dirigió a él.

—¿Estás bien, Golan? —preguntó a media voz—. No te habrá hecho daño, ¿verdad?

Trevize sacudió vigorosamente la cabeza, como para librarse de la momentánea parálisis que había sufrido.

—Estoy bien. Lo que realmente importa es si eso está bien. Se sentó ante el ordenador y apoyó las manos en las dos marcas sobre las que habían descansado recientemente las de Fallom.

—¿Qué? —preguntó ansiosamente Pelorat.

Trevize se encogió de hombros.

—Parece que responde con normalidad. Es posible que más tarde encuentre algún defecto, pero ahora todo da la impresión de estar en orden. — Después, dijo con renovada irritación—: El ordenador no debería responder con eficacia a otras manos que no fuesen las mías, pero en el caso de ese hermafrodita, no sólo eran sus manos. Estoy seguro de que los lóbulos transductores…

—Pero, ¿qué hizo temblar la nave? No debería ser aquello, ¿verdad? — No, Es una nave gravítica y no debería sufrir estos efectos de la inercia. Pero ese monstruo… — Y se interrumpió, furioso de nuevo.

—¿Si?

—Sospecho que dio dos instrucciones contradictorias al ordenador, y ambas con tal fuerza que éste no tuvo más remedio que intentar cumplir ambas a la vez. Al tratar de hacer lo imposible, debió de aflojar momentáneamente lo que mantiene a la nave a salvo de la inercia. Al menos, esto es lo que pienso que ocurrió. Y entonces, se suavizó la expresión de su semblante.

—Todo esto también podría ser favorable, pues ahora se me ocurre pensar que toda mi charla sobre Alfa de Centauro y su compañera fue una tontería. Ahora sé dónde debió trasladar la Tierra su secreto.

Pelorat lo miró fijamente; después, hizo caso omiso de la última observación y volvió a un enigma anterior:

—¿Cómo pudo pedir Fallom dos cosas contradictorias?

—Bueno, dijo que quería que la nave fuese a Solaría.

—Sí. Desde luego, eso quería.

—Pero, ¿qué entendía ella por Solaria? No puede reconocer Solaria desde el espacio. Nunca la ha visto realmente desde arriba. Cuando salimos de aquel mundo con tanta precipitación, ella estaba durmiendo.

Y a pesar de sus lecturas en tu biblioteca y de todo lo que Bliss le haya contado, me imagino que no puede captar la verdad de una galaxia que tiene cientos de miles de millones de estrellas y millones de planetas habitados. Habiéndose criado sola, y bajo tierra, sólo podrá captar el concepto elemental de que hay mundos diferentes; pero, ¿cuántos? ¿Dos? ¿Tres? ¿Cuatro? Para ella, cada mundo que ve es probable que sea Solaria y, dada la fuerza de su voluntarioso pensamiento, es Solaria. Y como presumo que Bliss trató de tranquilizarla diciéndole que, si no encontrábamos la Tierra, la llevaríamos de regreso a Solaria, debió concebir la idea de que ésta se halla cerca de la Tierra.

—Pero, ¿cómo puedes decir eso, Golan? ¿Qué te hace pensar que sea así?

—Ella casi nos lo dijo, Janov, cuando la sorprendimos. Gritó que quería ir a Solaria y después añadió «allí…, allí», señalando la pantalla con la cabeza. ¿Y qué había en la pantalla? El satélite de la Tierra. No estaba allí cuando yo dejé la máquina antes de cenar; se veía la Tierra.

Pero Fallom debió imaginarse el satélite cuando pidió ir a Solaria, y el ordenador, como respuesta, enfocó ese satélite. Créeme, Janov, yo sé cómo funciona este ordenador. ¿Quién podrá saberlo mejor?

Pelorat miró el grueso arco de luz de la pantalla.

—Se llamaba «moon» en al menos uno de los idiomas de la Tierra, y «Luna», en otro —dijo pensativo—. Probablemente, tenía otros muchos nombres. Imagínate, viejo amigo, la confusión que debía reinar en un mundo con numerosos idiomas; los equívocos, las complicaciones, los…

—¿Luna? Bueno, una palabra bastante sencilla. Ahora que lo pienso, es posible que la niña tratase instintivamente de manejar la nave por medio de sus lóbulos transductores, empleando la propia fuente de energía de aquélla, y esto pudo contribuir a producir la momentánea confusión de la inercia. Pero nada de eso importa ya, Janov. Lo que sí importa es que todo esto ha traído a esta Luna (sí, me gusta el nombre) a la pantalla, ampliándola, y aquí continúa todavía. Ahora la estoy mirando, y me asombra.

—¿Qué es lo que te asombra, Golan?

—Su tamaño. Nosotros tendemos a prescindir de los satélites, Janov. cuando existen, son muy pequeños. Pero éste es diferente. Es un mundo. Tiene un diámetro de unos tres mil quinientos kilómetros.

—¿Un mundo? No puedes afirmar que lo sea. Tiene que ser inhabitable. Incluso un diámetro de tres mil quinientos kilómetros es demasiado corto. No tiene atmósfera. Basta con mirarlo para saberlo. Ni nubes. La curva circular exterior está bien definida, y también la curva interior que delimita el hemisferio iluminado y el oscuro.

Trevize asintió con la cabeza.

—Te estás convirtiendo en un experto viajero espacial, Janov. Tienes razón. No hay aire. No hay agua. Todo eso significa que la Luna no es habitable en su indefensa superficie. Pero, ¿y debajo de ésta?

—¿Bajo tierra? —dijo Pelorat con acento de duda.

—Sí. Bajo tierra. ¿Por qué no? Tú mismo me dijiste que las ciudades de la Tierra eran subterráneas. Sabemos que Trantor estaba bajo tierra. Comporellon tiene bajo tierra una buena parte de su capital. Las mansiones solarianas eran casi subterráneas casi por entero. Es algo muy corriente.

—Pero, Golan, en todos esos casos, la gente vivía en un planeta habitable. La superficie también lo era, con una atmósfera y un océano. ¿Es posible vivir bajo tierra cuando la superficie es inhabitable?

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