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Úrsula Le Güín: Cuentos de Terramar

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Úrsula Le Güín Cuentos de Terramar
  • Название:
    Cuentos de Terramar
  • Автор:
  • Издательство:
    Minotauro
  • Жанр:
  • Год:
    2002
  • Город:
    Barcelona
  • Язык:
    Испанский
  • ISBN:
    978-84-450-7371-1
  • Рейтинг книги:
    5 / 5
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Cuentos de Terramar: краткое содержание, описание и аннотация

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Los cinco cuentos reunidos en este libro exploran o extienden el mundo establecido en . tiene lugar en un tiempo oscuro y turbulento, y revela cómo se originaron algunas de las costumbres e instituciones del Archipiélago. trata sobre los maestros que le enseñaron al mago que a su vez enseñó a Ged, y demuestra que se necesita más de un mago para detener un terremoto. podría tener lugar en cualquier época durante los últimos doscientos años en Terramar. Después de todo, una historia de amor puede suceder en cualquier momento y en cualquier lugar. es una historia que sucedió en los breves pero movidos seis años durante los cuales Ged fue Archimago de Terramar. Y la última historia, , que tiene lugar algunos años después del final de , muestra como la determinación de una mujer puede romper el férreo control masculino sobre la magia de Terramar. Los cuentos se completan con un ensayo sobre las gentes, las lenguas, la historia y la magia de Terramar. Esta aclamada continuación del reino mágico de Terramar confirma a Ursula K. Le Guin como una de las más brillantes escritoras de nuestro tiempo.

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Ella estaba a su cargo, a su cuidado, ello supo desde que la vio. Aunque había venido a destruir a Roke, tal como ella misma había dicho, él debía servirle. Y lo hizo de buena gana. Ella había caminado con él por el bosque, alta, extraña, valiente; había apartado los espinosos brazos de las zarzas con sus grandes y cuidadosas manos. Sus ojos, de color ámbar, como las aguas del Arroyo de Zuil a la sombra, lo habían observado todo; había escuchado; se había quedado quieta. El quería protegerla y sabía que no podía hacerlo. Le había dado un poco de calor cuando tenía frío. No tenía nada más para darle. Adonde tenía que ir ella, allí iría. No comprendía el peligro. No tenía sabiduría alguna más que la inocencia, ni armadura alguna más que su furia. «¿Quién eres, Irian?», le preguntó, mientras la observaba, agachada como un animal encerrado en su silencio.

El Maestro de Hierbas regresó del bosque y se sentó un rato con él, sin hablar. Al mediodía regresó a la Casa Grande, acordando regresar con el Portero por la mañana. Les pedirían a todos los otros Maestros que se reunieran con ellos en el Bosquecillo. —Pero él no vendrá —dijo Deyala, y Azver asintió con la cabeza.

Se quedó todo el día cerca de la Casa de la Nutria, vigilando a Irían, obligándola a comer un poco con él. Ella había vuelto a la casa, pero cuando hubieron terminado de comer, regresó a su sitio en la orilla del arroyo y se sentó allí inmóvil. Y él también sentía cierto letargo en su propio cuerpo y en su propia mente, cierta estupidez, contra la cual luchó pero a la cual no pudo derrocar. Pensó en los ojos del Invocador, y entonces fue él quien sintió frío, en todo su cuerpo, a pesar de que estaba sentado bajo todo el calor de aquel día estival. «Estamos gobernados por los muertos», pensó. Y no podía dejar de pensar en ello.

Se sintió agradecido al ver a Kurremkarmerruk bajando lentamente por la ribera del arroyo de Zuil desde el norte. El viejo caminaba descalzo por las aguas del arroyo, con los zapatos en una mano y el alto báculo en la otra, gruñendo cuando perdía el equilibrio sobre las rocas. Se sentó en la orilla más cercana para secarse los pies y ponerse nuevamente los zapatos. —Cuando regrese a la Torre —dijo—, lo haré cabalgando. Contrataré a un carretero, compraré una mula. Soy viejo, Azver.

—Ven a la casa —le dijo el Maestro de Formas, y le ofreció al Nombrador agua y comida.

—¿Dónde está la muchacha?

—Durmiendo —Azver hizo un gesto con la cabeza señalando el sitio en el que ella se encontraba, encogida sobre la hierba sobre la pequeña cascada.

El calor del día comenzaba a disminuir y las sombras del Bosquecillo se proyectaban sobre la hierba, aunque los rayos del sol todavía bañaban la Casa de la Nutria. Kurremkarmerruk se sentó sobre el banco con la espalda contra la pared de la casa, y Azver se sentó en el umbral de la puerta.

—Hemos llegado al final —dijo el anciano rompiendo el silencio.

Azver asintió con la cabeza, en silencio.

—¿Qué te trajo hasta aquí, Azver? —le preguntó el Nombrador—. He pensado muchas veces en hacerte esta pregunta. Has venido desde muy, muy lejos. Y en las tierras de Kargad no tenéis magos.

—No. Pero tenemos cosas de las que está hecha la magia. Agua, piedras, árboles, palabras…

—Pero no las palabras de la Creación.

—No. Ni dragones.

—¿Nunca?

—Sólo en los viejos cuentos del Lejano Oriente, del desierto de Hur-at-Hur. Antes de que hubiera dioses. Antes de que hubiera hombres. Antes de que los hombres fueran hombres, eran dragones.

—Pues, eso sí que es interesante —dijo el viejo erudito, enderezándose un poco—. Te dije que he estado leyendo algunas cosas sobre dragones. Ya sabes, sobre esos rumores que dicen que volaban sobre el Mar Interior hasta tan al este como Gont. Sin duda ése fue Kalessin llevando a Ged a casa, multiplicado por navegantes, mejorando aun más una buena historia. Pero un muchacho aquí me juró que toda su aldea había visto dragones que volaban, esta primavera, al oeste del Monte Onn. Y entonces me puse a leer esos viejos libros, para saber cuándo dejaron de venir al este de Pendor. Y en un viejo pergamino Pelniano, me encontré con tu historia, o con algo parecido. Dice que los hombres y los dragones eran todos de una misma especie, pero que en algún momento se enfrentaron. Algunos fueron hacia el oeste y otros hacia el este, y se convirtieron en dos especies, y olvidaron que alguna vez habían sido una sola.

—Fuimos al Lejano Oriente —dijo Azver—. Pero ¿sabes tú qué es el líder de un ejército, en mi lengua?

Edran —dijo el Nombrador inmediatamente, y rió—. Dragón… —Después de un rato añadió—: Podría buscar la etimología de una palabra aun estando al borde de la muerte… Pero creo, Azver, que ahí es donde estamos. No lo derrotaremos.

—El nos lleva ventaja —dijo Azver, muy secamente.

—Así es. Pero, aun admitiendo que es muy poco probable, admitiendo que es imposible, si llegáramos a derrotarlo, si regresara a la muerte y nos dejara a nosotros aquí, con vida, ¿qué haríamos? ¿Qué vendría después de eso?

Después de una larga pausa, Azver dijo: —No tengo idea.

—¿Acaso tus hojas y tus sombras no te dicen nada?

—Cambio, cambio —dijo el Maestro de Formas— Transformación.

De repente levantó la vista. Las ovejas, que habían estado agrupadas cerca de la valla, estaban escabullándose, alguien venía por el sendero desde la Casa Grande.

—Un grupo de muchachos —dijo el Maestro de Hierbas, casi sin aliento, mientras se acercaba a ellos—. El ejército de Thorion. Vienen hacia aquí. Para llevarse a la muchacha. Para echarla de aquí. —Se detuvo para tratar de recuperar el aliento.— El Portero estaba hablando con ellos cuando me fui. Creo que…

—Aquí está —dijo Azver, y el Portero estaba allí, su apacible rostro de un amarillo apergaminado estaba tranquilo como siempre.

—Les he dicho —dijo— que si traspasaban la Puerta de Medra hoy nunca más podrían atravesarla para volver a entrar a la casa que conocían. Entonces algunos de ellos estuvieron a punto de echarse atrás. Pero el Maestro de Vientos y Nubes y el Cantor los alentaban a seguir adelante. Pronto estarán aquí.

Podían oír voces de hombres en los campos que estaban al este del Bosquecillo.

Azver fue rápidamente hasta donde Irian estaba acostada, junto al arroyo, y los otros lo siguieron. Ella se enderezó y se puso de pie, parecía embotada y aturdida. Todos estaban alrededor de ella, formando una especie de defensa de protección, cuando el grupo de treinta o más hombres llegaba junto a la pequeña casa y se acercaba a ellos. La mayoría eran de los alumnos más antiguos; había cinco o seis báculos de mago entre la muchedumbre, y el Maestro de Vientos y Nubes los guiaba. Su delgado y entusiasta viejo rostro reflejaba preocupación y cansancio, pero saludó cortésmente a los cuatro magos, a cada uno por su título.

Ellos le devolvieron el saludo, y Azver tomó la palabra:

—Venid al Bosquecillo, Maestro de Vientos y Nubes —dijo—, y allí esperaremos a los que faltan de los Nueve.

—Primero tenemos que resolver el asunto que nos divide —dijo el Maestro de Vientos.

—Ése es un asunto peliagudo —dijo el Nombrador.

—La mujer que está con vosotros desafía la Norma de Roke —dijo el Maestro de Vientos—. Debe irse. Un barco está esperando en el muelle para llevársela, y el viento, puedo deciros, lo llevará directo hasta Way.

—No tengo dudas de eso, señor —dijo Azver—, pero dudo que ella vaya.

—Mi Señor Hacedor de Formas, ¿desafiaríais vos nuestra Norma y nuestra comunidad, que ha permanecido unida durante tanto tiempo, manteniendo el orden contra las fuerzas de la ruina? ¿Seríais vos, de entre todos los hombres, quien rompiera el todo?

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