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Simon Hawke: El peregrino

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Simon Hawke El peregrino

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Sorak el elfling parte en busca del misterioso hechicero al que se conoce como «El Sabio». Junto con Ryana, la hermosa sacerdotisa villichi que ha quebrantado sus votos para seguirlo en su misión, y la encantadora y mimada hija de un rey-hechicero que ha huido de la caravana de un noble, Sorak se enfrenta a los desconocidos peligros del salvaje desierto athasiano. Lo persigue un enemigo cruel e implacable que no se detendrá ante nada para recuperara a la princesa que le ha sido arrebatada.

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– Sea como sea, lo sabremos mañana al amanecer -había manifestado Ryana.

Al anochecer ya habían llegado a la cima de la loma y acampado. Tras dormir un rato, la muchacha se había encargado de la guardia para que Sorak pudiera dormir. Cuando el joven cerró los ojos, el Vagabundo hizo su aparición y tomó el control; se incorporó en silencio y se perdió en la oscuridad a grandes zancadas, los ojos relucientes como los de un gato. Ryana sabía que Sorak estaba profundamente dormido, replegado en sí mismo, como él lo llamaba, y que cuando despertara no recordaría que el Vagabundo hubiera ido de caza.

Ryana se había acostumbrado a este insólito comportamiento cuando aún eran niños allá en el convento. Sorak, por respeto a las villichis que lo habían criado, no comía carne. Sin embargo, su dieta vegetariana iba en contra tanto de su naturaleza elfa como de la halfling, y sus otras personalidades no compartían su deseo de seguir las costumbres villichis. A fin de evitar conflictos, su tribu interior había encontrado este curioso método de compromiso: mientras Sorak dormía, el Vagabundo salía de caza, y el resto de la tribu podía disfrutar de la sangre caliente de una pieza recién abatida sin que el muchacho tuviera que participar en ello. Al despertar tendría el estómago lleno, pero ningún recuerdo de cómo había sucedido. Lo sabría, claro; pero, puesto que no había sido él quien había cazado y consumido la carne, su conciencia estaría tranquila.

Desde el punto de vista de Ryana, resultaba una curiosa forma de lógica, pero al parecer convencía a Sorak. A ella, por su parte, le importaba muy poco si el joven comía carne o no. Era un elfling, y era algo natural en él hacerlo. En cuanto a eso, se decía, podría argüirse que también era innato en los humanos el comer carne, y, puesto que había quebrantado sus votos al abandonar el convento, quizá ya no tuviera nada que perder si comía carne, aunque nunca lo había hecho. La sola idea le repugnaba. Menos mal que la tribu interior del joven se marchaba lejos del campamento a cazar y devorar su presa. Hizo una mueca al imaginar a Sorak desgarrando un ensangrentado pedazo de carne cruda, aún caliente, y decidió seguir siendo vegetariana.

Amanecía casi cuando el Vagabundo regresó. Se movía tan silenciosamente que, incluso con sus bien adiestrados sentidos villichi, Ryana no lo oyó hasta que salió a la luz de la fogata y se sentó en el suelo a su lado, con las piernas cruzadas. Cerró los ojos y apoyó la cabeza sobre el pecho… y, al cabo de un instante, Sorak se despertó y levantó los ojos hacia ella.

– ¿Descansaste bien? -inquirió la muchacha con un leve tono burlón.

Él se limitó a gruñir, para inmediatamente alzar la mirada al cielo.

– Casi ha amanecido. -Introdujo la mano en su capa y sacó el rollo de pergamino; lo desenrolló y volvió a estudiarlo-. «Cuando amanezca, arroja el pergamino a una hoguera. Que el Nómada te guíe en tu búsqueda» -leyó.

– Parece muy sencillo -dijo ella-. Hemos ascendido a la loma y encendido una hoguera. Dentro de poco, conoceremos el resto… lo que sea que haya que saber.

– He estado pensando en esa última parte -comentó Sorak-: «Que el Nómada te guíe en tu búsqueda». Es un dicho corriente que a menudo se utiliza para desearnos suerte en un viaje, pero aquí se emplea la palabra «búsqueda» en lugar de «viaje».

– Bueno, ellos sabían que tu viaje era una búsqueda -repuso Ryana encogiéndose de hombros.

– Cierto. Pero aparte de eso, las frases escritas en el pergamino son sencillas y directas, desprovistas de sentimiento o salutación.

– ¿Quieres decir que crees que significan algo más?

– Tal vez -replicó Sorak-. Parece una especie de referencia a El diario del Nómada. La hermana Dyona me dio su ejemplar el día que abandoné el convento.

Abrió la mochila, rebuscó en ella unos instantes, y por fin sacó un pequeño libro de aspecto corriente encuadernado en piel, cosido con tripas de animal. No era algo que hubiera salido de las manos de las villichis, que escribían sus conocimientos sobre pergaminos.

– ¿Ves qué dedicatoria puso?

«Un insignificante regalo para que te sirva de guía en tu viaje. Es un arma más sutil que tu espada, pero no menos poderosa, a su manera. Utilízala con sabiduría.»

– Un arma sutil -repitió-, para ser utilizada con sabiduría. Y ahora el pergamino de la Alianza del Velo parece hacer referencia a ella.

– Se sabe que la Alianza del Velo hace copias del diario y las distribuye -dijo Ryana, pensativa-. Es un libro prohibido porque cuenta la verdad sobre los profanadores, pero ¿crees que puede haber algo más aparte de eso?

– No estoy seguro -respondió Sorak-. Lo he estado leyendo, pero quizá merezca un estudio más cuidadoso. Es posible que contenga alguna especie de significado oculto. -Levantó por segunda vez la mirada hacia el cielo. Empezaba a clarear-. El sol saldrá en cualquier momento. -Volvió a enrollar el pergamino y lo sostuvo sobre el fuego mientras lo contemplaba meditabundo-. ¿Qué crees que sucederá cuando lo quememos?

– No lo sé -repuso ella meneando la cabeza.

– ¿Y si no lo hacemos?

– Ya sabemos lo que contiene -indicó la joven-. No parece que vaya a servir de nada conservarlo.

– Al amanecer -repitió él-. Es muy concreto en cuanto a eso. Y sobre esta loma. En la cima, dice.

– Hemos hecho todo lo que era preciso. ¿Por qué vacilas?

– Porque lo que mi mano sostiene es mágico. Ahora estoy seguro de ello, pero ignoro qué conjuro podemos desatar cuando lo quememos.

– Los miembros de la Alianza del Velo son protectores -le recordó ella-, así que no será un conjuro profanador porque iría en contra de todo aquello en lo que creen.

– Supongo que es así -asintió con la cabeza-. Pero siento recelo de todo lo relacionado con la magia. No confío en ella.

– Entonces confía en tu instinto -replicó Ryana-. Te apoyaré cualquiera que sea tu elección.

El muchacho levantó los ojos hacia ella y sonrió.

– No sabes cómo siento que rompieras tus votos por mí -le dijo-, pero al mismo tiempo me alegra que vinieras.

– Amanece -indicó ella, al ver que el oscuro sol asomaba por la línea del horizonte.

– Bueno… -dijo él, y dejó caer el pergamino en el fuego.

Éste se tornó rápidamente marrón y enseguida empezó a arder, pero con una llamarada que primero era azul, luego verde y por último azul otra vez. A medida que el papel se consumía se desprendían chispas, que saltaban sobre el fuego y se elevaban cada vez más alto, arremolinándose en la columna de humo azulverdoso, girando cada vez más deprisa hasta formar un embudo como el de un ondulante remolino de arena. El embudo flotó sobre la fogata y creció, alargándose a medida que giraba sobre sí mismo cada vez a mayor velocidad. Absorbió las llamas del fuego, engulléndolas al interior de su vórtice, que centelleaba y chisporroteaba con energía mágica, al tiempo que levantaba un fuerte viento que agitó sus cabellos y capas y los cegó con una polvareda de arena y cenizas.

La columna se elevó por encima de la ahora apagada fogata, produciendo un fuerte silbido sobre el que de improviso pareció hablar una voz, una voz profunda y sonora que surgió de la nube azulverdosa en forma de embudo para pronunciar una única palabra:

Nibenaaaay…

Luego el brillante embudo nebuloso se alzó del suelo y cruzó la loma a ras del suelo, adquiriendo velocidad a medida que descendía en dirección al desierto. Se alejó girando veloz sobre sí mismo por la meseta, en dirección este, hacia Arroyo Plateado y las planicies desérticas situadas más allá. Ellos lo siguieron con la mirada mientras se perdía en la distancia a tal velocidad que dejaba un rastro de luz azulverdosa tras él, como si indicara el camino. No tardó en desaparecer, y todo volvió a quedar en silencio.

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