Simon Hawke - El peregrino

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Sorak el elfling parte en busca del misterioso hechicero al que se conoce como «El Sabio». Junto con Ryana, la hermosa sacerdotisa villichi que ha quebrantado sus votos para seguirlo en su misión, y la encantadora y mimada hija de un rey-hechicero que ha huido de la caravana de un noble, Sorak se enfrenta a los desconocidos peligros del salvaje desierto athasiano. Lo persigue un enemigo cruel e implacable que no se detendrá ante nada para recuperara a la princesa que le ha sido arrebatada.

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En eso tienes algo de razón, concedió Sorak, sonriendo para sí.

Y no me dediques esa sonrisita de superioridad. Eyron sonaba irritado. No siempre he escurrido el bulto cuando nos hemos encontrado todos en peligro. Es sólo que esta vez…

Te preocupa Ryana, dijo Sorak con cierta sorpresa. Siempre creí que encontrabas su presencia fastidiosa.

Bueno… al principio es posible, quizá…, replicó Eyron algo vacilante, como reacio a admitir que realmente se preocupaba por alguien que no fuera él. Supongo que me he acostumbrado a ella. Y si, por casualidad, algo saliera mal…

Preferirías no estar allí para verlo, Sorak completó el pensamiento por él. ¿Y crees que yo sí? Mis sentimientos por Ryana son bastante más fuertes que los tuyos.

Lo sé, respondió él, comprensivo. Supongo que realmente soy un cobarde, después de todo.

Si lo eres, entonces eres esa parte de mí que es cobarde, dijo Sorak. Además, sentir miedo no lo convierte a uno en cobarde. Sólo es cobarde quien permite que el miedo se convierta en lo que controla todas tus acciones. ¿No es así, Guardiana?

Todo el mundo tiene miedo en un momento u otro, contestó ella. Es algo natural.

¿También tú?, quiso saber Eyron.

También yo. Temo por la seguridad de Ryana tanto como vosotros. También temo por la princesa. Por más que sea la hija de un profanador, su corazón es puro, y ha escogido la Senda del Protector. Vivir como la concubina de Torian es un destino peor que la muerte. Y temo, también, por todos nosotros.

Pero ¿qué sucede con la Sombra?, inquirió Eyron. Sin duda, la Sombra no conoce el miedo.

No puedo hablar por la Sombra, respondió la Guardiana. Es esa parte de nosotros que es empujada por la elemental fuerza primaria del deseo de supervivencia. Es la bestia interior, y todos sabemos lo terrible que es su aspecto. Cuando está despierto, temblamos. Cuando dormita, nos sentimos no obstante agradecidos por su presencia. Sin embargo, a pesar de lo poderoso que la Sombra es, considera las fuentes de las que brota su poder. El instinto de supervivencia está, en parte, impulsado por el miedo; así pues, aunque la Sombra pueda parecer totalmente audaz, el miedo debe de ser una parte de lo que lo empuja y lo motiva. Nadie está libre del miedo por completo, Eyron. Ese sentimiento forma parte de todos los seres vivos. Es una de esas cosas que nos permite comprender lo que realmente significa estar vivo.

Eyron se retiró durante un rato para meditar sobre las palabras de la Guardiana, y ésta también se retiró, para no entrometerse en los pensamientos de Sorak. Aun así, nunca se encontraba demasiado por debajo de la superficie, y Sorak sabía que siempre podía contar con su protectora energía maternal y con la sabiduría de sus juicios. También Eyron, a pesar de su carácter pendenciero, era a menudo fuente de consuelo para él, por muy irritante que pudiera ser. La actitud negativa y el cinismo de la entidad le resultaban valiosos porque eran características de las que él carecía. En el pasado, las había considerado impedimentos, pero ahora comprendía que las características del carácter de Eyron eran esenciales como contrapeso a las suyas y las de todos los demás: el Vagabundo, con su poderoso sentido práctico, su estoica autosuficiencia, su amor por la naturaleza y su afinidad con ella; Poesía, con su infantil facilidad para el asombro y su espíritu inocente; la Centinela, cuya presencia siempre vigilante y cautelosa quedaba resaltada por su casi constante silencio; el misterioso y etéreo Kether, que, en cierta forma, era parte de ellos y a la vez era más parecido a una especie de visitante espiritual venido de otro plano; incluso Kivara, con sus impulsos amorales y su irreprimible deseo de estimulación y excitación sensual alcanzaban un equilibrio que protegía a la tribu de uno.

Y, ahora, el delicado equilibrio de la tribu era absolutamente esencial para el éxito del plan de Eyron. Si pretendían salvar a Ryana y a la princesa, todos tendrían que trabajar en equipo, y la coordinación sería crucial, ya que no podían manifestarse todos a la vez. Aun cuando Sorak hubiera podido recurrir a todas sus capacidades a la vez, el plan habría seguido siendo peligroso. Pero no podía. Gran parte del plan dependería de aquellos de entre todos ellos que eran menos humanoides, aquellos que eran la encarnación viviente de las facetas animales de su naturaleza. Y todo empezaría con Chillido.

Torian se detuvo y miró a su alrededor.

– Acamparemos aquí -anunció. Desmontó, cansado, y ordenó a los dos mercenarios que empezasen a recoger matorrales secos para el fuego. Tanto Gorak como Rovik tenían aspecto agotado, y Torian sabía muy bien cómo se sentían. A él, que estaba en perfecta forma física, apenas si le quedaban energías.

La sacerdotisa y la princesa parecían medio muertas. Para ellas, atadas y amordazadas como estaban, el viaje había resultado aún más arduo. «No importa», se dijo Torian. La sacerdotisa sobreviviría el poco tiempo que aún le quedaba, y Korahna tendría tiempo de recuperarse del viaje cuando llegaran a la hacienda de su familia en Gulg. Esta prueba quebrantaría su espíritu rebelde e independiente, pensaba Torian. Cuando por fin la condujera a su nuevo hogar, se habría vuelto dócil y maleable, perdida toda combatividad. Sonrió para sí mientras pensaba que las mujeres eran, en muchos aspectos, parecidas a los kanks. Por naturaleza indisciplinados y difíciles de manejar, una vez domados estos animales cumplían obedientes todas las órdenes de su amo. Korahna resultaría un hermoso kank, y podría utilizarla a su antojo. En cuanto a la sacerdotisa… bueno, tal vez traía mala suerte matar una sacerdotisa, pero no sería él personalmente quien lo hiciera.

Por fin se habían librado de las malditas Planicies Pedregosas. Torian sintió una gran sensación de logro. No sólo había seguido el rastro del elfling y conseguido arrebatarle la princesa, sino que también había cruzado las tierras yermas y había sobrevivido, el primer hombre en conseguirlo jamás. Los mercenarios, claro está, no contaban realmente. Además, habrían dado media vuelta mucho antes de no haber estado él allí para infundirles temor y arrastrarlos. Durante generaciones, los bardos cantarían su hazaña. En realidad, en cuanto regresara a Gulg, encargaría a un bardo que compusiera una balada apropiada. La búsqueda de lord Torian; sí, ese título tenía un toque de nobleza.

En tanto que los mercenarios recogían combustible para la hoguera no muy lejos de allí, Torian desmontó a Korahna de su kank y la transportó hasta un cercano árbol de pagafa. En realidad, el atrofiado árbol azulverdoso con sus múltiples troncos y ramas achaparradas no proporcionaba demasiada protección, pero serviría para mantener inmovilizadas a sus prisioneras. Korahna no se movió ni protestó cuando él la condujo hasta el árbol y la dejó apoyada contra uno de los troncos; tenía los ojos cerrados, y profirió un débil gemido mientras el noble procedía a atarla al árbol. En cuanto la tuvo bien sujeta, el aristócrata fue en busca de la sacerdotisa.

Ésta parecía agotada y no ofreció más resistencia que Korahna cuando la descabalgó; pero, cuando la trasladaba hasta el árbol, empezó a debatirse y forcejear violentamente entre sus brazos. Torian perdió el equilibrio y cayó, soltándola sobre el suelo; sin embargo, volvió a incorporarse de inmediato y, mientras Ryana intentaba levantarse, se irguió completamente y le propinó una patada en el costado. La joven se desplomó con un quejido ahogado, y Torian añadió otra patada por si acaso. Esta vez, ella se quedó inmóvil.

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