Simon Hawke - El peregrino

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Sorak el elfling parte en busca del misterioso hechicero al que se conoce como «El Sabio». Junto con Ryana, la hermosa sacerdotisa villichi que ha quebrantado sus votos para seguirlo en su misión, y la encantadora y mimada hija de un rey-hechicero que ha huido de la caravana de un noble, Sorak se enfrenta a los desconocidos peligros del salvaje desierto athasiano. Lo persigue un enemigo cruel e implacable que no se detendrá ante nada para recuperara a la princesa que le ha sido arrebatada.

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Apoyó la cabeza en la mochila y cerró los ojos. No recordaba haberse sentido nunca tan cansada. Cuando volvió a abrir los ojos, ya había amanecido.

3

Con Sorak de centinela, el resto de la noche transcurrió sin incidentes, y Ryana despertó poco después del amanecer, sintiéndose más descansada pero aún agotada y dolorida. Cuando abrió los ojos y se sentó en el suelo, descubrió que el cuerpo del thrax había desaparecido y, por un momento, le pasó por la cabeza la terrible idea de que una de las personalidades más carnívoras del muchacho se lo había comido.

– Anoche lo arrastré hasta esos matorrales enanos de ahí -dijo el joven como si hubiera leído sus pensamientos-. No creí que te resultase una visión muy agradable encontrarte con eso nada más abrir los ojos. Los escarabajos carroñeros ya se habían puesto manos a la obra.

La muchacha suspiró para sí aliviada.

– Chillaste esta noche mientras dormías -comentó él.

– Soñé con el thrax -asintió ella, reprimiendo un escalofrío-. No fue un sueño muy agradable.

– Es comprensible, teniendo en cuenta las circunstancias -repuso Sorak-. No obstante, ¿cuántas personas pueden jactarse de haber vencido a un thrax sin ayuda? Te defendiste muy bien, hermanita. Tamura estaría orgullosa de ti.

La muchacha pensó en su instructora en el uso de las armas allá en el convento y se alegró de que Tamura hubiera sido una supervisora tan implacable. Ryana la había maldecido en más de una ocasión, pero ahora la bendecía. De no haber sido por la preparación recibida de Tamura, habría sido su cadáver el que estaría tendido entre los matorrales.

– Aún nos queda un largo trecho -anunció Sorak, recogiendo sus cosas.

Tenía un aspecto extraordinariamente descansado, y Ryana le envidió no sólo sus asombrosos poderes elfling de resistencia, sino también su capacidad para replegarse y dormir mientras una de sus otras personalidades tomaba el control de su cuerpo. No deseaba cambiarse por él, pero se veía forzada a admitir que ser como era le proporcionaba ciertas extraordinarias ventajas.

– ¿Cuánto crees que hemos recorrido? -le preguntó.

– Yo calcularía que algo más que la mitad del camino hasta el arroyo -respondió-. El thrax no se habría alejado demasiado del sendero. Les gusta permanecer cerca de las rutas de las caravanas y estar al acecho por si aparecen rezagados vulnerables. Creo que llegaremos al camino antes del mediodía. El viaje debería resultar más fácil después de eso.

– Bien, eso me parece estupendo -dijo ella, recogiendo también sus pertenencias.

– Recogí tus cuchillos anoche, tal como me pediste -indicó Sorak con una sonrisa, recordando su brusca orden de que fuera a recogérselos. Le entregó las armas.

– Gracias.

– Tuve que buscar un poco para encontrar éste -explicó, al devolverle uno de los estiletes-. Me sorprendió lo lejos que había llegado. Tienes un brazo muy potente.

– El miedo da fuerzas -respondió ella con ironía.

– ¿Estabas asustada?

– Sí; y mucho.

– Pero no permitiste que el miedo te paralizara -observó él-. Eso es bueno. Has sido una buena alumna. Pocas cosas pueden resultar más aterradoras que un thrax.

– Bueno, pues sean las que sean esas pocas cosas, puedo pasar muy bien sin encontrármelas.

Se echaron las mochilas a la espalda y se encaminaron hacia el este, en dirección al sol naciente, avanzando a un paso regular pero cómodo. Ryana estaba en excelentes condiciones físicas, pero aún le dolían las piernas por la caminata del día anterior. El combate con el thrax también la había agotado, y sentía los efectos no sólo del esfuerzo de la noche anterior, sino también de la tensión nerviosa padecida. Se dio cuenta de que Sorak reducía el paso un poco, para evitar que tuviera que esforzarse para mantener el ritmo. «Hago que se retrase», se dijo. El elfling habría podido muy bien ganar el doble de tiempo de haber corrido. Pero sabía que, si lo hacía, ella no conseguiría mantenerse a su altura.

– Siento no poder andar más deprisa -se disculpó la joven, sintiéndose terriblemente inútil.

– No hay prisa -replicó Sorak-. Nadie nos persigue. Tenemos todo el tiempo del mundo para llegar a Nibenay. Respecto a eso, ni siquiera sabemos qué hemos de hacer cuando lleguemos ahí.

– Intentar establecer contacto con la Alianza del Velo -dijo ella-. Eso parece lo más lógico.

– Quizá, pero no será fácil -repuso él-. A los forasteros siempre se los mira con suspicacia en las ciudades. Recuerdo cómo fue en Tyr. Ninguno de los dos hemos estado nunca en Nibenay, y, al contrario de Tyr, Nibenay sigue gobernada por un profanador. Los templarios del Rey Espectro controlarán todo el poder de la ciudad, y tendrán innumerables informadores. Tendremos que ser muy prudentes en nuestras averiguaciones.

– Conocemos los signos necesarios para establecer contacto con la Alianza del Velo -indicó Ryana.

– Sí, pero sin duda los templarios también los conocen. Me temo que eso no será suficiente. Mucho antes de que demos con la Alianza en Nibenay, ellos darán con nosotros, lo que significa que también los templarios estarán enterados de nuestra presencia. En una ciudad gobernada por un profanador, la Alianza del Velo querrá formarse una opinión de nosotros antes de intentar establecer contacto. De algún modo tendremos que dar prueba de nuestras aptitudes.

– En ese caso tendremos sencillamente que evaluar nuestras oportunidades a medida que vayan apareciendo -replicó ella-. Hacer cualquier otra clase de planes en este punto no serviría de gran cosa. Recuerda que aún tenemos que llegar allí de una pieza.

– Tras ver cómo te ocupaste de ese thrax, no me siento demasiado preocupado a ese respecto -repuso él con una sonrisa.

– Yo me preocuparía aún menos si no nos quedara tanto por andar -dijo Ryana en tono seco.

– ¿Preferirías ir montada? -inquirió el joven.

Ella lo miró sorprendida. Se mostraba siempre tan serio, que resultaba inusitado en él que le tomara el pelo.

– No has estado prestando mucha atención -explicó Sorak, y señaló el suelo frente a ellos-. Había pensado que serías más observadora.

La muchacha bajó la mirada hacia el lugar indicado.

– ¡Un rastro de kank!

– Llevamos siguiéndolo desde hace una hora -dijo Sorak-. En alguna parte delante de nosotros hay un pequeño rebaño de kanks. Este rastro es reciente. Deberíamos divisarlos dentro de poco.

– ¿Cuántos crees que hay?

– A juzgar por los rastros, yo diría que al menos una docena o más.

– No hemos visto señales de ningún campamento de pastores -observó ella.

– No, lo que significa que estos kanks son salvajes. Se han mantenido bastante juntos mientras avanzaban, de modo que no se trata de un grupo en busca de forraje. Se han separado de un rebaño mayor para crear una colmena y buscan un lugar donde construirla.

– Eso significa que tienen una reina en condiciones de reproducirse -señaló Ryana.

– Sí, una reina joven, diría yo, porque el rebaño es aún bastante pequeño.

– Entonces los soldados serán bastante agresivos. -Lo miró dubitativa-. ¿Crees que podrás manejarlos?

– Yo no podría, pero Chillido tal vez sí.

– ¿Tal vez? -preguntó inquieta.

– Chillido no se ha enfrentado nunca a kanks salvajes -explicó él, encogiéndose de hombros-, sólo a los domesticados que crían los pastores.

– Y nunca se ha enfrentado a kanks soldados salvajes defendiendo a una joven reina que va a criar -añadió Ryana-. ¿Crees que será capaz de hacerlo?

– Sólo existe un modo de saberlo. Los kanks no se mueven muy deprisa.

– Tampoco yo, comparada contigo.

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