Leslie Charteris - El Santo contra El Tigre

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– Sabe usted mas de el que yo -dijo Patricia, asombrada.

– Es mi oficio espiar los asuntos de los demas -repuso Templar solemnemente-. Podria ser una falta de educacion, pero es muy util.

– Tal vez conozca usted tambien todo lo que a mi se refiere -exclamo Patricia, desafiante.

– Solo las cosas mas importantes. Que se educo usted en Mayfield; que la senorita Girton no es tia suya, sino una prima muy lejana; que lleva usted una vida muy tranquila, y que ha viajado algo. Depende usted de la senorita Girton porque ella administra sus bienes hasta que tenga veinticinco anos. Esto es, de aqui a cinco anos.

– ?Se da usted cuenta de que esta cometiendo una impertinencia? -prosiguio ella con acento glacial.

El Santo asintio.

– Es imperdonable -admitio-. Mi unica excusa es que cuando se ha puesto precio a la cabeza de uno, toda precaucion con las nuevas amistades es poca.

Al decirlo, miraba pensativo el contenido dorado de la copa, que conservaba en la mano sin beber.

– A su salud -dijo al fin, haciendolo. Dejo la copa en la mesa, sonrio y dijo-: Al menos, de usted nada tengo que temer.

Patricia no tuvo tiempo de encontrar una respuesta adecuada, porque, en aquel instante, Algy volvia con la senorita Girton y un hombre alto, delgado, de rostro curtido, que le presentaron al Santo con el nombre de Bloem.

– Mucho gusto en conocerle -murmuro Templar-. Siento que las acciones "T. T. Deeps" esten tan bajas en Bolsa, pero es una buena oportunidad para acapararias.

Bloem se sobresalto y se le cayeron los lentes, que quedaron colgando de una cinta negra. Miro a Templar como quien ve visiones.

– Debe usted de estar muy familiarizado con la Bolsa, senor Templar -dijo al fin.

– Es extraordinario,?verdad? -repuso el Santo con la mas inocente de las sonrisas.

Tocabale ahora el turno de ser presentado a sir Michael Lapping. El ex juez estrecho su mano cordialmente y, como era un poco corto de vista, se acerco para examinar el rostro de Templar.

– Me recuerda usted a un hombre que encontre un dia en el Palacio de Justicia, pero no se si fue por razones profesionales.

– Yo lo recuerdo perfectamente. Era cuando condeno a Harry Le Duc a siete anos de carcel. Hace seis, se evadio; me han dicho que vuelve a estar en Inglaterra desde hace algunos meses; de manera que tenga cuidado cuando salga de noche.

Templar debia acompanar a la senorita Girton a la mesa, pero esta le cedio el honor a Patricia y la joven pudo intercambiar unas palabras con el.

– Ya ha faltado usted dos veces a su palabra.

– Lo he hecho para llamar la atencion -contesto el Santo-. Ahora que el interes se centra en mi, descansare sobre mis laureles.

Ya en la mesa, la mirada de Templar se cruzo con la de Patricia, y la burla que siempre vagaba en sus ojos se convirtio en franca sonrisa. Ella fruncio el entrecejo, echo atras la cabeza y se puso a discutir seriamente con Lapping; pero cuando, poco despues, miro de soslayo al Santo para ver como habia tomado el desaire, se dio cuenta de que debajo de sus finos modales se desternillaba de risa. Esto la enfurecio.

Simon Templar habia viajado. Hablaba con gran interes, aunque con cierta egolatria, de lugares lejanos y selvaticos. Habia estado en Vladivostok, Armenia, Moscu, Laponia, Chung-King, Pernambuco y Sierra Leona, entre otros. Al parecer, habia pocos sitios salvajes del mundo que no hubiese visto y en algunos habia tenido aventuras. En Africa del Sur descubrio una veta de oro, y veinticuatro horas mas tarde perdio todo el dinero jugando al poquer. Hizo contrabando de armas en China, de whisky en los Estados Unidos y de perfumes en Inglaterra. Tras un ano en la Legion Extranjera espanola, logro desertar. Pago el precio del pasaje a Nueva York trabajando de camarero; recorrio el pais a pie; se abrio camino luchando a traves de Mexico durante una de las frecuentes revoluciones; pudo hacer algunos miles de libras esterlinas en Buenos Aires, de donde regreso viajando como multimillonario, para perder todo el fruto de su larga peripecia en las carreras de Epsom Downs.

– Pues encontrara usted la vida de Baycombe muy aburrida despues de una existencia tan emocionante -observo la senorita Girton.

– En cierto modo, no estoy de acuerdo -repuso el Santo-. Encuentro el aire aqui muy tonificante.

– ?Y cual es hoy el objeto de su vida?

– Ahora -dijo el Santo con voz suave- estoy buscando un millon de dolares. Quisiera terminar el resto de mis dias viviendo con lujo, y no puedo hacer nada sin quince mil libras anuales.

Algy se moria de risa.

– ?Estupendo, estupendo! -decia-.?Estupendo!?Eh??Eh?…

– En efecto -convino el Santo con modestia.

– Temo que no encontrara usted su millon de dolares en Baycombe -observo Lapping.

El Santo puso las manos sobre la mesa y examino sus unas con suave sonrisa.

– Me deprime su observacion, sir Michael -contesto-. Tenia yo un gran optimismo. Me habian dicho que se podria encontrar aqui un millon de dolares, y no es facil dudar de las palabras de un hombre moribundo, sobre todo teniendo en cuenta que uno ha tratado de salvarle la vida. Sucedio eso en un lugar llamado Ayer Pahit, en los Estados Malayos. Habiase refugiado en las selvas porque le persiguieron en todas partes desde que descubrieron que se habia establecido en Singapur para gozar de una parte injusta del botin… Uno de los perseguidores, un malayo a sueldo, le cogio y le hundio el cris en el cuerpo. Le encontre poco antes de que expirara; me conto la mayor parte de la historia… Pero les estoy aburriendo…

– Nada de eso. En absoluto -exclamo Algy rapidamente, y los demas le apoyaron.

El Santo movio la cabeza.

– Estoy seguro de aburrirles si continuo -dijo, obstinado-. Supongamos que haya hablado del Brasil…?Saben que hay una aldea tras una sierra, casi infranqueable a causa de la espesa selva, en la que viven aun algunos descendientes de Hernan Cortes? Gradualmente van siendo absorbidos por los nativos, pero aun llevan espadas y hablan castellano. Casi no daban credito a sus ojos cuando les ensene mi rifle. Recuerdo…

Fue imposible hacerle volver al asunto del millon de dolares.

Despues de tomar el cafe, aprovecho la primera ocasion para despedirse, intercambiando unas palabras con Patricia.

– Cuando me conozca usted mejor, perdonara mi debilidad.

– Supongo que solo se trata de un absurdo deseo de causar sensacion -dijo ella con voz glacial.

– Nada mas que eso -respondio el Santo con entera franqueza; y se fue a su casa satisfecho del resultado obtenido.

A pesar de las protestas de Horacio, por la tarde fue a pasear. Queria conocer el terreno de las afueras, y el camino le llevo hacia la loma que protegia la aldea en el lado sur. Era la primera vez que recorria aquel terreno, pero sus experiencias en la caza habian sido una buena ensenanza para el, y al cabo de tres horas conocia el lugar tan bien como los vecinos del pueblo.

Al regresar encontro a un desconocido. Habia caminado sin ver un alma, ni siquiera un campesino, porque todo el camino de aquella parte era un erial abandonado. Aquel hombre que vio de pronto a media milla parecia inofensivo.

Vestia pantalon azul, llevaba una especie de mochila sobre el hombro y en la mano una red para cazar mariposas. Caminaba de un lado a otro sin rumbo, daba saltos, corria o caminaba a gatas. No parecia advertir la llegada de Simon Templar, y este, avanzando sigilosamente, llego a su lado cuando aquel estaba buscando algo en la hierba. Mientras el Santo le observaba, dio un grito de alegria y extrajo de la hierba un cetonido que puso en seguida en una cajita que saco de la mochila. Luego el entomologo se puso de pie, sudando y sofocado.

– Buenas tardes -observo cordialmente, secandose la frente con un panuelo de seda.

– Excelente tiempo, en efecto -convino el Santo.

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