¡Eso no era ni la mitad del asunto!
– ¡Piense, Quaid! ¿Cómo funciona?
Quaid regresó al recuerdo. Recorrió veloz el espacio, sin necesidad de ningún impulso externo, ya que se encontraba explorando un diseño que estaba almacenado en su cabeza y que podía ser recorrido por el simple pensamiento. Era el implante eidético de los No'ui; la presencia alienígena en su mente. Pasó al lado de unos andamiajes temporales a los lados del abismo. Se aproximó a un reborde en la misma cima del abismo. Había una pasarela que conducía a lo que él sabía que era una sala de control. Flotó a su interior.
Había consolas electrónicas rodeadas por unos sistemas mecánicos enormemente complejos…, con la parte superior de las columnas corroídas. Pero la corrosión no era nada; los No'ui lo habrían evitado si de verdad importara. Los elementos clave de la maquinaria se hallaban protegidos. Pasó cerca de una pared suavemente rugosa.
Sabía cómo activar este aparato. La pregunta era si Kuato encarnaba a la persona adecuada a quien decírselo. Había algo que le hacía dudar, y no porque Kuato fuera una mala persona -no era el caso-, sino por la maldad de la situación misma. Algo no encajaba y, hasta que no supiera qué era exactamente, lo postergaría.
– ¡Allí! -gritó Kuato-. Regrese… más… allí.
Un mandala abstracto, una configuración concéntrica de formas geométricas que podían representar al cosmos, había sido esculpido en la roca. Se hallaba cubierto por extraños jeroglíficos que no procedían de Sumeria o de Egipto o de ninguna otra cultura terrestre. Se trataba de una representación No'ui, y ahora Quaid la comprendía, aunque no tenía ningún interés en interpretarla para nadie. La maldad seguía presente…, no en Kuato, pero…
– Más cerca -indicó Kuato con ansiedad.
Estaba claro que podía ver el mandala y las figuras; sin embargo, desconocía su significado.
En el centro del mandala había una imagen de sorprendente familiaridad: una mano humana.
Kuato vio la mano, aunque no comprendió su significado.
– ¿Cómo se activa el reactor? -preguntó-. ¡Concéntrese!
Quaid se centró en la mano, deslizándose hacia ella como si se viera arrastrado a su interior. Oh, sí, sabía…
De pronto, la mano empezó a vibrar. Un retumbar bajo llenó la estancia. Los ojos de Quaid se abrieron de golpe y el retumbar continuó. ¡No formaba parte de su visión!
Arena y gravilla llovieron del techo. Grietas finas como cabellos se abrieron en las paredes y luego se expandieron a amplias fisuras. Una excavadora minera perforó la pared de la cámara y penetró en la estancia. Quaid saltó de su silla y George le siguió los pasos, abotonándose la camisa mientras corría hacia la puerta. Un rebelde la abrió desde el otro lado, y penetraron en el caos de la cámara exterior.
Otra excavadora había perforado su camino hasta las catacumbas, abriéndose paso a través de los cuerpos momificados. Cincuenta soldados se ocuparon de los rebeldes de allí, superados tanto en cantidad como en armas. La otra excavadora surgió por la otra pared alineada de nichos, indiferente al sacrilegio. Más soldados siguieron la estela del monstruo metálico hacia el interior de la cámara. Algunos rebeldes intentaron luchar, pero habían sido cogidos desprevenidos. Para las fuerzas de Cohaagen, ésta no era más que una operación de limpieza.
– ¿Dónde está Kuato? -dijo el rebelde junto a la puerta. Una explosión resonó a través de la estancia, arrojándolos a todos al suelo. Quaid ayudó a George a ponerse en pie y se inclinó para tenderle una mano al luchador rebelde, pero el hombre estaba muerto.
Melina y Benny hallaron su camino hasta el lado de Quaid. La ensangrentada camisa de George había resultado desgarrada en su caída, y todos contemplaron con sorpresa la arrugada cabeza de Kuato. Pero no había tiempo para explicaciones.
– ¡Por aquí! -exclamó George. Les condujo a través de una puerta oculta hasta un pasadizo. Los soldados intentaron bloquear su paso, pero Melina los barrió con una ráfaga. Benny y Quaid cogieron las armas de los soldados caídos y corrieron a través de una serie de cámaras hasta alcanzar una compuerta. Quaid protegió la retaguardia mientras George, Melina y Benny se metían por la puerta. Mientras cerraba la puerta y giraba la palanca a su lugar, oyó más disparos…, ¡desde dentro de la compuerta!
Quaid se volvió justo a tiempo para ver a Benny acribillar a balazos el cuerpo de George. Había habido un traidor entre ellos. El mismo Kuato lo habría descubierto si hubiera penetrado en la mente de Benny. Sin embargo, estaba vigilando a Quaid, y de esa forma había pasado por alto lo obvio. Benny había usado a Quaid como un escudo para llegar hasta Kuato.
Antes de que Quaid pudiera reaccionar, Benny agarró a Melina y apuntó su arma contra su cabeza.
– ¡Quietos! -gritó. Quaid se inmovilizó, y Benny rió quedamente-. Felicidades, amigos. Nos habéis llevado directamente hasta él.
Quaid ignoró la ironía y se arrodilló para examinar la forma inerte de George, intentando hallar un último destello de vida. Si Kuato podía golpear la mente de Benny, atontarlo lo suficiente para que Quaid…
– Olvídalo, hermano -dijo Benny-. Sus días de clarividente han terminado.
La cabeza de Kuato era un peso muerto. La cabeza de George pendía fláccida. El cuerpo parecía muerto.
Melina miró con ojos coléricos a Benny, tan sorprendida como iracunda.
– ¡Benny, eres un mutante!
Los labios del hombre emitieron una mueca burlona. Le mostró un brillante transmisor oculto en el interior de su mano ortopédica.
– Da sus frutos mantenerse en contacto. Vuestras tropas nunca me cachearon. ¡Demonios, Kuato nunca me sondeó! Puede que tuviera poderes extraños; pero no era inteligente, y esta organización tampoco. ¡Apuesta lo que quieras a que nadie se habría introducido en la guarida de Cohaagen con tanta facilidad!
Quaid tuvo que estar de acuerdo. Él mismo se había percatado desde un principio de la lasitud de los rebeldes. Dependían demasiado de los poderes mutantes de Kuato, y dejaban que ocurriera lo estúpido y obvio. No eran profesionales.
Pero Benny sí lo era. Sus ojos brillaron cruelmente cuando añadió:
– Lo siento, Mel, tengo cinco niños que alimentar.
¿Cinco?
– ¿Qué sucedió con el sexto? -inquirió Quaid.
Benny sonrió.
– Mierda, hombre. Ni siquiera estoy casado. -De repente, se mostró autoritario-. ¡Y ahora poned vuestras jodidas manos sobre vuestras cabezas!
¡De la majestuosidad alienígena a la ignominia humana con tanta rapidez! Parecía que tenían razón los No'ui al dudar de la posibilidad de triunfo de la humanidad. Con el control en manos de Cohaagen y sus lacayos asesinos, el regalo de los alienígenas no valía la pena.
Mientras Quaid cumplía la orden de Benny, éste arrastró a Melina consigo en tanto se inclinaba y con el pie abría la palanca de la puerta de la esclusa. Quaid permaneció alerta a la espera de algún error por parte de Benny, pero el hombre estaba alerta también. Sólo sacrificando a Melina conseguiría atraparlo…, y Benny sabía que no iba a hacerlo. Benny había estado a su lado cuando Quaid reconoció su amor hacia ella.
Entonces Quaid escuchó un jadeo apagado procedente de la cabeza de Kuato. Se inclinó sobre él para escuchar un susurro apenas perceptible.
– Quaid…
– ¡Atrás, Quaid! -restalló Benny.
Kuato hizo un esfuerzo para hablar de nuevo.
– Active el reactor… Libere Marte.
Quaid saltó hacia atrás cuando una ráfaga de disparos destrozó la cabeza. Oyó una ahogada exclamación de Melina. Alzó la vista…, y allí estaba Richter, de pie ante él, sujetando un rifle automático.
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