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Robert Sawyer: Humanos

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Robert Sawyer Humanos

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Un experimento científico hace posible la inesperada interacción entre dos universos paralelos con la salvedad de que, en uno de ellos, la especie humana que ha predominado son los Neanderthales y no los Cormagnones, como ha ocurrido en nuestro mundo. Ponter Boddit y su hombre-compañero, Addikor Hulk, físicos neanderthales, han abierto un puente entre dos universos con su computador cuántico. Ahora se plantean volver a abrir ese paso para dar lugar al más prodigioso e intercambio cultural entre especies y universos. Como Hominidos, que obtuvo el premio Hugo en 2003, Humanos ahonda en una prodigiosa exploración cultural, un nuevo tipo de ficción antropológica que centra sus mejores virtudes no sólo en la más actual ciencia moderna, sino, sobre todo, en las complejas consecuencias culturales, humanas y antropológicas de un inesperado cruce de culturas. Humanos explora con valentía esas diferencias culturales, mostrando otras posibilidades y contemplando nuestras propias convenciones sociales, culturales y religiosas desde un nuevo punto de vista. Robert J. Sawyer es ya el mayor fenómeno de la ciencia ficción canadiense. Especialista en una ciencia ficción rigurosa que plantea cuestiones morales, ha obtenido ya más de veinticinco premios nacionales e internacionales por su obra. Con obtuvo los premios Nebula, Aurora (de la ciencia ficción canadiense) y Homer (del foro de ciencia ficción de Compuserve) y, en los últimos seis años, ha sido cinco veces finalista del premio Hugo, un récord dificilmente igualable, que ha culminado con el Hugo obtenido por .

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El hoverbús se detuvo en la siguiente casa. Los vecinos de Ponter y Adikor, Torba y Gaddak, además de los hijos gemelos de Gaddak, subieron a bordo. Los varones dejaban a sus madres para vivir con sus padres a la edad de diez años. Adikor sólo tenía un hijo, un niño de ocho años llamado Dab. Que iría a vivir con él y con Ponter al cabo de dos años. Ponter tenía dos hijas: Megamek Bek, una 148, también de ocho años, y Jasmel Ket, una 147, de dieciocho años.

El propio Ponter. Así como su hombre-compañero Adikor, eran miembros de la generación 145, lo que implicaba que ambos tenían treinta y ocho años de edad. Eso era otra cosa extraña del mundo gliksin: en vez de controlar sus ciclos reproductores, de modo que sólo nacieran niños cada diez años, daban a luz constantemente, cada año. En vez de generaciones limpias, ordenadas y discretas, en su mundo había un flujo continuo de edades. Ponter no había pasado en el suficiente tiempo para descubrir cómo manejaban esa economía. Sin fabricantes que cambiaran su producción de ropa de bebé a ropa de niño a ropa de joven adulto, al paso del crecimiento de una generación, los gliksins tenían que producir simultáneamente ropa para personas de cualquier edad. Y tenían este ridículo concepto de la “moda”, o eso le había dicho Lou Benoit: ropa en perfecto estado era descartada por motivos de caprichosa estética.

El hoverbús despegó de nuevo. La casa de Torba y Gaddak era la última parada en el Borde; Ponter se acomodó para el largo viaje hasta Centro.

Como de costumbre, las mujeres habían dispuesto los adornos: grandes guirnaldas color pastel tendidas de árbol a árbol, bandas circulares de color alrededor de los troncos de los abedules y los cedros, estandartes que se agitaban en los tejados de los edificios, marcos dorados alrededor de los colectores solares, plateados, adornando las unidades de abono.

Ponter alberga menudo la sospecha de que las mujeres no quitaban los adornos nunca, pero Adikor le había dicho que no había ni rastro de ellos en su visita al Centro durante Últimos Cinco buscando a alguien que le defendiera de la espuria acusación de Daklar Bolbay.

El hoverbús se posó en el suelo. No era todavía la época en que caen las hojas, aunque el Dos que se convierten en Uno del mes siguiente coincidiría con el comienzo de la caída, y los ventiladores lanzarían entonces al aire follaje marrón y rojo y amarillo y naranja. Ponter se alegraría cuando regresara el clima frío.

El científico informático que había en Ponter no pudo dejar de advertir que Torba, Gaddak y los hijos gemelos de Gaddak fueron los Primeros en desembarcar: el hoverbús funcionaba siguiendo un sistema de último en entrar/primero en salir. Ponter y Adikor fueron los siguientes en bajar. Lurt la mujer-compañera de Adikor, corrió hacia él, acompañada por el pequeño Dab. Adikor tomó en brazos a su hijo y lo alzo encima de su cabeza. Dab se rió, y Adikor sonreía de oreja a oreja. Soltó a Dab y envolvió a Lurt en un abrazo. No había pasado un mes entero desde la última vez que les había visto; ambos asistieron al dooslarm basadlarm de Adikor, la audiencia preliminar para decidir sí Adikor había asesinado o no a Ponter, una acusación presentada por Daklar Bolbay tras la desaparición de Ponter cuando éste pasó al otro universo. Sin embargo, Adikor estaba encantado de ver a su mujer y su hijo, no cabía duda.

La mujer-compañera de Ponter, Klast, había muerto, pero esperaba que sus dos hijas acudieran a verlo. Cierto, las había visto hacia poco también; de hecho, Jasmel había sido esencial para recuperar a Ponter del mundo gliksin.

Adikor miró a Ponter, como pidiendo disculpas. Ponter sabía que Adikor lo amaba profundamente, y demostraba ese amor veinticinco días de cada mes. Pero éste era el momento en que tenía que estar con Lurt y Dab, y, bueno, quería saborear cada latido. Poner asintió, dejando marchar a Adikor, y Adikor se fue rodeando con un brazo la cintura de Lurt, sosteniendo con la otra mano la izquierda de Dab.

Otros hombres se reunían con sus mujeres, y los niños se marchaban con las niñas de la misma generación. Si ciertamente habría mucho sexo durante los siguientes cuatro días, pero también habría mucho juego y diversión y salidas familiares y festines.

Ponter miró alrededor. La multitud se dispersaba. Era un día desagradablemente caluroso y él suspiró… pero no sólo a causa del calor.

—Puedo llamar a Jasmel, sí quieres —dijo Hak.

Hak era el implante Acompañante de Ponter insertado en el interior de su antebrazo izquierdo, justo por encima de la muñeca. Como la mayoría de los Acompañantes, constaba de una pantalla rectangular de alta definición y acabado mate, de la longitud y la anchura de un dedo, con seis pequeñas clavijas de control debajo y una lente en un extremo. Pero al contrario que la mayoría de los Acompañantes, que eran bastante estúpidos, Hak era una sofisticada inteligencia artificial producida por Kobast Gant, un colega de Ponter.

Hak no había hablado en voz alta, aunque podía hacerlo: Ponter la consideraba femenina, ya que Kobast había programado el aparato con la voz de la difunta mujer-compañera de Ponter. En días como aquél, sin embargo, eso le parecía una terrible equivocación: le recordaba cuánto echaba de menos a Klast. Tendría que hablar con Kobast para que le pusiera una voz distinta.

—No —dijo Ponter, en voz baja— no, no llames a nadie. Jasmel tiene un joven, ya sabes. Probablemente ha llegado en un hoverbús anterior y estará con el.

—Tú eres el jefe —dijo Hak.

Ponter miró alrededor. Los edificios del Centro eran muy parecidos a los del borde la mayoría de las estructuras principales se habían desarrollado por medio de la arboricultura; eran troncos de árbol formados alrededor de edificios que luego habían sido retirados. Muchos tenían añadidos de ladrillo o madera. Todos disponían de recolectores solares, bien en los tejados o levantados en los terrenos adyacentes. En algunos climas hostiles, los edificios tenían que ser fabricados por completo, pero Ponter consideraba feas esas estructuras.

Y, sin embargo, por lo visto los gliksins fabricaban todos sus edificios y se apiñaban como rebaños de herbívoros. Hablando de animales, habría una caza de mamuts aquella tarde, que proporcionaría carne fresca para el festín del día siguiente. Tal vez Ponter debiera unirse a la partida. Había pasado mucho tiempo desde que empuñó por última vez, una lanza y abatió una presa a la antigua usanza. Al menos eso le daría (a él y a los otros hombres que no tenían a nadie con quien pasar el tiempo) algo que hacer.

—¡Papa!

Ponter se volvió. Jasmel corría hacia el, acompañada por su novio, Tryon. Ponter dejó que una sonrisa alterara sus rasgos.

—Día sano, cariño —dijo, mientras se acercaban—. Día sano, Tryon.

Jasmel abrazó a su padre. Tryon permaneció torpemente a un lado. Cuando Jasmel soltó a Ponter. Dijo:

—Me alegro de verlo, señor. Tengo entendido que ha corrido toda una aventura.

—Así es —dijo Ponter.

Suponía que albergaba los mismos sentimientos ambivalentes hacia aquel muchacho que cualquier padre de una mujer joven. Sí, Jasmel no había dicho más que cosas buenas sobre Tryon; la escuchaba cuando hablaba; era amable durante el sexo; estaba estudiando para ser trabajador del cuero, e iba a hacer una contribución valiosa a la sociedad. Pero Jasmel era su hija, y quería lo mejor para ella.

—Lamento llegar tarde —dijo Jasmel.

—No pasa nada —respondió Ponter—. ¿Dónde esta Megameg?

— Ha decidido que ya no le gusta que la llamen así —dijo Jasmel—. Ahora quiere ser sólo Mega.

Mega era su verdadero nombre; Megameg era un diminutivo. Ponter sintió una oleada de tristeza, Su hija mayor era ya una adulta y su hija pequeña crecía rápidamente.

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