– Según se lea.
– Exactamente. Según se lea.
– Motivos para una cierta ilusión.
– Entiendo que a César le están haciendo perder el tiempo en París y que Carlota de Aragón cumple el papel de una liebre para que el perro corra detrás hasta cansarse y entonces le ofrecerán un conejo. César no puede volver a Italia con las manos vacías.
– Hay un segundo elemento a considerar. Vengo de Florencia y hay rumores muy insistentes sobre una inmediata campaña del rey de Francia en Italia.
– Voy viendo claro. Para Luis Xii es importantísimo que César esté a su lado cuando empiece la campaña. Es la principal demostración de que la Liga Santa se ha roto. ¿Lo de Florencia cómo va?
– Tras la desaparición de Savonarola la Signoria trata de encontrar algo que entusiasme a la ciudad. Florencia es una ciudad abatida. Primero no soportaba a los Medicis. Luego a Savonarola.
Ahora no se soporta a sí misma.
Las ciudades de Italia no comprenden que los tiempos cambian y que sólo Venecia y el Vaticano se aprestan a resistir el huracán de las nuevas naciones hegemónicas.
Con Savonarola desapareció la utopía de la regeneración.
– Remulins, sigo observando en ti cierta proclividad por ese predicador. Era nuestro enemigo.
– Un enemigo demasiado ingenuo.
Un profeta desarmado, como le llamaba Nicolás Maquiavelo.
– ¿No te parece un poco cínico ese Maquiavelo? ¿Otro profeta desarmado?
– Sólo es un pesimista. Un pesimista activo. Desconfía del instinto del hombre y de la vigilancia de Dios. Sólo cree en la razón aliada con la fuerza y a continuación las leyes.
– Olvidémonos de Savonarola y estudiemos cómo queda nuestra política de alianzas. Ascanio Sforza está nervioso porque teme que rompamos la Liga Santa y dejemos a su hermano Ludovico el Moro en Milán solo ante los franceses.
César me insinua que nos sumemos a los franceses sin romper con los españoles. ¿Cómo hacerlo?
– Quizá César tenga la respuesta.
– Necesito a César. Él ve las cosas de este mundo aún más claras que yo. Aguarda el embajador español y va a hacerme preguntas embarazosas.
– Hay que ganar tiempo.
Asienten los ojos del papa y pasa Remulins a un segundo término mientras Burcardo da entrada al embajador español. Pisa fuerte el diplomático y reduce a puro esquema la gestualidad del acatamiento, para pasar cuanto antes al discurso impugnador.
– Si su santidad quería sacar de quicio a sus muy católicas majestades, Isabel y Fernando, lo ha conseguido.
– No me imagino yo al sereno rey Fernando fuera de quicio. Ni al eminente arzobispo de Toledo, Jiménez de Cisneros, al que he encargado la reforma piadosa de las órdenes mendicantes.
– Basta ya de vana palabrería, santidad. Como a un hombre de Estado le hablo, que no como papa.
Como papa, representante de Dios en la Tierra, mi respeto. Soy castellano viejo y no tengo pelos en la lengua.
– "Aequam memento rebus in arduis servare mentem", dijo el gran Horacio.
– El gran Horacio podía batir palmas o meterse los dedos en la nariz, si se le antojaba, pero no es el momento de conservar el espíritu sereno, sino de dejar de tragar sapos por muy vaticanos que sean. Es opinión de sus católicas majestades…
– Católicas majestades, denominación que utilizan porque yo se la concediera.
– ¡Denominación que utilizan porque se la han ganado, rediós!
¡Y no me corte el razonamiento su santidad porque soy más diestro con la espada que con la lengua! Sus católicas majestades no toleran la política de acercamiento del Vaticano al rey de Francia, política que incumple los acuerdos de la Liga Santa y pone en peligro la existencia del reino de Nápoles, vinculado a la Corona de Aragón.
Sus católicas majestades no acatan que de la noche a la mañana un allegado de su santidad como el llamado César el Valentino siga siendo Valentino por arte de birlibirloque, dejando de ser cardenal de Valencia para ser duque de Valence.
Se han adelantado Burcardo y Remulins tratando de contener con la proximidad de su presencia la irascibilidad del embajador, pero el papa detiene su avance con un gesto y exclama con toda la majestad que puede conservar:
– ¡Váyase, señor embajador, por esa puerta, que el descendiente de Pedro no ocupa esta silla para soportar insultos de un mal educado!
– ¡Qué educación ni qué niño muerto, santidad! No estamos en justas florales, ni hay desviados poetas feminoides que tañan la lira o el cencerro. Estamos hablando de negocios de Estado y represento a
la primera potencia conocida, una primera potencia que rinde más servicios a la cristiandad que un pontificado corrupto y moralmente repudiado por todas las conciencias cristianas.
– ¡Fuera! "Fora d.ací! Fora de Roma! Malparit! El dia que vas neixer, la teva mare t.hauria d.haver escanyat!" (1).
– ¡Hable en cristiano! Por los clavos de Cristo. Representante de Dios en la Tierra, ¿no? ¡Pues qué mal representado está Dios!
Vamos a convocarle un concilio para que ponga orden cristiano en esta Babilonia. Me voy, ¡pero un día de éstos me seguirá su santidad, encadenado, en el fondo de una barca que lo llevará a España y lo meteremos en el más lóbrego castillo donde se perderá su rastro pero no su pecadora, siniestra memoria! [9]Es un papa alzado y colérico el que persigue con sus gritos la retirada del embajador.
– "Malparit! Pou de merda!" (2).
Y no se queda corto el embajador, que insulta mientras retrocede sin dar la espalda.
– ¡Hereje! ¡Anticristo!
Miquel de Corella bebe espaciada, profundamente, cabecea, negador.
– Mal lo veo, César. Esa zorrilla napolitana está jugando con nosotros, y su padre el rey Federico va diciendo que no quiere casar a su hija con un bastardo de cura.
– Me interesa más la alianza con el rey que con la dama. Pero hay que encontrarle una sustituta.
Entra un desolado Luis Xii seguido de D.Amboise, de Della Rovere y de un tercer hombre desconocido rústico y receloso, como un campesino disfrazado de noble o un noble disfrazado de campesino.
El rey tiende una mano cansada para ser besada y la otra abierta sobre el corazón.
– ¿Cómo puede luchar un rey contra el corazón de una mujer?
César, permítame que le considere como un hijo y que por lo tanto el rechazo de la dama lo viva como un padre también rechazado.
– Es un honor tanta solidaridad, y entre todas las posibles alternativas sólo me quedo con la que pueda complacerle, majestad.
Hemos iniciado un matrimonio político mucho más interesante que cualquier otro.
– Sólo queda la alternativa de otra Carlota, Carlota de Albret, de la muy noble familia que reina en Navarra. Nos acompaña su padre, Alain de Albret, padre del rey Juan de Navarra. Hemos traído un retrato que no está a la altura de la bellísima dama para que el señor duque juzgue por sus ojos.
Sostienen entre D.Amboise y Della Rovere el retrato de Carlota de Albret y Corella comenta en voz baja junto a una oreja de César:
– "Cara llarga, nas encara mes llarg i figa llarga, suposo" ( [10]3).
– "El que menys compte es la figa. El pitjor es el nas (4).
Esperan el rey y sus acólitos que salgan Miquel y César de su jerga, y salen para que César discursee, remolón:
– Notable y alargada belleza, que aprecio en lo que vale. Han pasado los meses y necesito terminar mi estancia en Francia. Volver a Roma. Tal vez a Gandía y así estar cerca de mis sobrinos, los hijos del infortunado duque de [11] [12]Gandía, sometidos a una educación rígida y oscurantista por parte de su madre, María Enríquez. No quisiera reducir el problema de mi boda a un expediente forzado por el tiempo.
– Buena disposición. D.Amboise leerá la lista de elementos más notables de la dote que ofrece el señor duque a la familia Albret.
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