Ken Follet - El tercer gemelo

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Ayer acabé otra novela de Ken Follet de las que tengo por casa pendientes.
El tercer gemelo habla sobre el tema de la clonación de seres humanos. Una empresa pionera en estas investigaciones decide, allá por los años setenta, lanzar sus pruebas a los seres humanos pero sin advertir a los afectados.
Veintitrés años después de que se llevaran a cabo algo hará que se descubra todo el pastel, gracias a una profesora que trabaja para esa empresa sin saber el fin real de sus estudios.
“Una joven científica está desarrollando una investigación sobre la formación de la personalidad y las diferencias de comportamiento entre gemelos. De pronto, cuando descubre dos gemelos absolutamente idénticos nacidos de madres distintas, se da cuenta de que alguien intenta frenar su investigación al precio que sea.
¿Es posible que se hayan hecho experimentos secretos de clonación en seres humanos sin ser ellos conscientes? ¿Y de qué forma puede estar involucrado un candidato a la presidencia de los Estados Unidos?”

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– ¿Quieres que avise a alguien? -se brindó-. ¿A tus padres?

– No -declinó él en tono resuelto-. Se preocuparían. Y todo esto habrá acabado en cuestión de horas. Se lo contaré entonces.

– ¿No te estarán esperando esta noche?

– Les advertí que era posible que volviera a quedarme con Ricky.

– En fin, si tan seguro estás… -articuló Jeannie, dubitativa.

– Segurísimo.

– Venga ya -dijo Mish con impaciencia.

– ¿A qué viene tanta prisa? -saltó Jeannie-. ¿Te queda alguna otra persona inocente por arrestar?

Mish la fulminó con la mirada.

– ¿Y tú tienes alguna cosa más que decirme?

– ¿Qué viene ahora?

– Habrá una rueda de reconocimiento. Dejaremos que sea Lisa Hoxton quien decida si éste es el hombre que la forzó. -Con irónica deferencia, Mish añadió-: ¿Le parece a usted bien, doctora Ferrami?

– Por mí, de acuerdo -repuso Jeannie.

9

Condujeron a Steve al cuartelillo en el Dodge Colt azul claro. La mujer iba al volante y el otro policía, un corpulento y bigotudo hombre blanco, ocupaba el asiento contiguo, encogido en la estrechez del pequeño vehículo. Nadie despegó los labios.

Steve hervía de rabia resentida. ¿Por qué infiernos tenía que ir en aquel incómodo coche, con las muñecas esposadas, cuando debía estar sentado en el piso de Jeannie Ferrami con una bebida fría en la mano? Lo mejor que podían hacer era acabar aquel desdichado asunto cuanto antes, ni más ni menos.

La comisaría de policía era un edificio de granito gris, en el barrio chino de Baltimore, entre bares de top less y sex shops . Ascendieron por una rampa y aparcaron en un garaje interior. Estaba repleto de coches patrulla y compactos utilitarios como el Dodge Colt.

Subieron a Steve en un ascensor y lo llevaron a una habitación de paredes amarillas y carente de ventanas. Le quitaron las esposas y lo dejaron allí solo. Dio por supuesto que habían cerrado con llave la puerta: no lo comprobó.

Había una mesa y dos sillas de plástico duro. Encima de la mesa, un cenicero con dos colillas de cigarrillo con filtro, una de ellas manchada de carmín. La puerta tenía una hoja de cristal opaco: Steve no podía ver el exterior, pero supuso que los polis si podían ver el interior del cuarto.

Al mirar el cenicero le entraron ganas de fumar. Así haría algo en aquella celda amarilla. Pero tuvo que conformarse con pasearse de un extremo a otro de la habitación.

Se dijo que no era posible que se encontrase en apuros. Se las había arreglado para echar un vistazo al retrato de la octavilla, y aunque la imagen era más o menos como él, no era él. Sin duda se parecía al violador, pero cuando estuviese alineado en la rueda de reconocimiento con otros jóvenes, la víctima no le señalaría a él. Después de todo, aquella pobre mujer habría mirado largo y tendido al hijo de mala madre que lo hizo; el rostro del violador estaría grabado a fuego en la memoria de la víctima. No se equivocaría.

Pero los polis no tenían derecho a hacerle esperar encerrado allí. De acuerdo con que debían eliminarle como sospechoso, pero no podían tenerlo allí toda la noche. El era un ciudadano que respetaba la ley.

Se esforzó en ver el lado positivo. Estaba contemplando un primer plano del sistema judicial estadounidense. Sería su propio abogado: sería un buen ejercicio práctico. Cuando actuase en el futuro, representando a un cliente acusado de algún delito, conocería de primera mano lo que iba a pasar el reo durante el período de custodia en manos de la policía.

En una ocasión ya había visto el interior de una comisaría, pero aquello había sido muy distinto. Entonces sólo contaba dieciséis años. Se había presentado a la policía acompañado de uno de sus profesores. Se confesó autor del crimen inmediatamente después de cometido y refirió a las autoridades sinceramente todo lo que había pasado. Los agentes pudieron ver sus heridas: era evidente que la pelea no había sido unilateral. Acudieron sus padres y se lo llevaron a casa.

Fue el momento más vergonzoso de su vida. Cuando su madre y su padre entraron en aquella sala, Steve deseo estar muerto. Papá parecía mortificado, como si estuviese sufriendo una gran humillación; la expresión de mamá era de profundo sufrimiento; ambos se mostraban desconcertados y heridos. En aquel instante, lo que él no pudo hacer fue estallar en lágrimas, y aún sentía en la garganta un nudo que le asfixiaba cada vez que aquella escena acudía a su memoria.

Pero esta vez era distinto. Esta vez era inocente.

Entro la mujer detective con una carpeta de cartulina. Se había quitado la chaqueta, pero aún llevaba el arma al cinto. Era una atractiva mujer negra que andaría por los cuarenta años, tirando a robusta y con aire de aquí mando yo.

Steve la miró aliviado.

– Gracias a Dios -dijo Steve.

– ¿Por qué?

– Porque al fin sucede algo. Malditas las ganas que tengo de pasarme aquí toda la noche.

– ¿Quieres sentarte, por favor?

Steve se sentó.

– Soy la sargento Michelle Delaware. -Sacó de la carpeta una hoja de papel y la puso encima de la mesa-. ¿Tu nombre y dirección completos?

Steve se los dio y la detective los anotó en el formulario.

– ¿Edad?

– Veintidós años.

– ¿Estudios?

– Soy titulado superior.

La mujer lo escribió en el impreso y se lo pasó a Steve a través de la mesa. Su encabezamiento decía:

DEPARTAMENTO DE POLICÍA

BALTIMORE (MARYLAND)

EXPOSICIÓN DE DERECHOS

FORMULARIO 69

Le rogamos lea las cinco frases del formulario y, a continuación, ponga sus iniciales en los espacios habilitados al lado de cada frase.

La sargento le pasó una pluma.

Steve leyó el impreso y puso las primeras iniciales.

– Tienes que leerlo en voz alta -aleccionó la mujer.

Steve meditó unos segundos.

– ¿Para que te convenzas de que se leer? -preguntó.

– No. Para que más adelante no simules ser analfabeto y alegues que no se te informó de tus derechos.

Aquella era la clase de cosa que no le enseñaban a uno en la escuela de leyes.

– Por la presente -leyó Steve en voz alta- se le notifica que: Primero: tiene derecho a guardar silencio. -Steve escribió SÍ en el espacio que quedaba al final de la línea y luego siguió leyendo las frases y poniendo sus iniciales al final de cada una de ellas-.

Segundo: lo que diga o escriba puede utilizarse en su contra ante un tribunal de justicia. Tercero: tiene derecho a hablar con un abogado en cualquier momento, antes de cualquier interrogatorio, antes de responder a cualquier pregunta o en el curso de cualquier interrogatorio. Cuarto: si desea contar con los servicios de un abogado y no puede permitirse contratarlo, no se le formulará ninguna pregunta y se solicitará al tribunal el nombramiento de un abogado de oficio para que le represente. Quinto: si accede a responder a las preguntas, puede dejar de hacerlo en cualquier momento y pedir un abogado, y no se le formulará ninguna pregunta más.

– Ahora firme aquí, por favor. -La sargento Delaware indicó el impreso-. Aquí y aquí.

El primer espacio destinado a la firma estaba debajo de la frase:

HE LEÍDO LA EXPOSICIÓN DE MIS DERECHOS,

QUE HE ENTENDIDO POR COMPLETO

Firma

Steve firmó.

– Y ahí debajo -dijo la detective.

Estoy dispuesto a responder voluntariamente a las preguntas y no deseo tener abogado en este momento. Mi decisión de responder a las preguntas sin que un abogado esté presente la tomo libre y voluntariamente .

Firma

Steve firmó y dijo:

– ¿Cómo rayos consiguen que los culpables firmen esto?

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