Caminamos entre las tumbas mientras el sol se ocultaba en el horizonte. Aunque no había encontrado ninguna relacionada con la lista de H amp;F, y ningún Dashwood tampoco, sí había algunos nombres familiares. Thaddeus Bowman. Víctor Livingstone y su hija, Sarah Masham Livingstone. Enoch McCready.
En ese momento recordé las palabras de Luke Bowman y me pregunté qué había provocado la muerte del esposo de Ruby en 1986. En lugar de respuestas estaba encontrando más preguntas.
Pero uno de los misterios estaba resuelto. Una persona desaparecida había sido encontrada. Al volverme para abandonar el cementerio, tropecé con una lápida sencilla en una esquina del extremo sur. En ella había una simple inscripción.
Tucker Adams
1871-1943
R.I.P.
Después de abandonar el cementerio regresé a High Ridge House, dejé a Boyd en su perrera y subí a mi habitación, ignorando que tendría la velada telefónica más agitada desde los tiempos del instituto.
Apenas encendí el aparato recibí una llamada de Pete.
– ¿Cómo está el Gran B?
– Disfrutando de la comida y la fauna de la montaña. ¿Estás de vuelta en Charlotte?
– Colgado en el estado Hoosier [14]. ¿Está poniendo a prueba tu paciencia?
– Boyd tiene una manera muy original de ver la vida.
– ¿Alguna novedad?
Le hablé de Primrose.
– Oh, cariño. Realmente lo siento mucho. ¿Tú estás bien?
– Lo estaré -mentí-. Hay más.
Hice un resumen del interrogatorio al que me había sometido Davenport y enumeré las quejas que el vicegobernador tenía intención de presentar.
– Suena a una jodida jugada de las clases influyentes de la comunidad.
– No intentes impresionarme con la jerga legal.
– Todo esto debe tener una motivación política. ¿Alguna idea de por qué lo hacen?
– A Davenport no le gusta mi peinado.
– A mí sí. ¿Has descubierto alguna otra cosa sobre el pie?
Le hablé de la edad histológica estimada, de la clasificación racial y acerca de los todavía desaparecidos Daniel Wahnetah y Jeremiah Mitchell.
– Mitchell parece el mejor candidato para el pie.
Le describí a Pete la fotografía tomada durante los funerales de Charlie Wayne Tramper y le hablé de la llamada que había hecho a Raleigh.
– ¿Por qué te mentiría Midkiff acerca de una excavación?
– A él tampoco le gusta mi peinado. ¿Debería buscarme un abogado?
– Ya tienes uno.
– Gracias, Pete.
Luego le tocó el turno a Ryan. McMahon y él habían acabado tarde y regresarían al lugar donde estaban montando el avión al amanecer, de modo que pasarían la noche en Asheville.
– ¿Problemas con el teléfono?
– La prensa y la televisión están oliendo sangre, de modo que tuve que apagarlo. Además, pasé la mayor parte del día en la biblioteca pública.
– ¿Aprendiste algo?
– La vida en las montañas es muy dura para la gente mayor.
– ¿Qué quieres decir?
– No lo sé. Por lo visto un montón de ancianos se ahogaron, congelaron o acabaron formando parte de la cadena alimenticia por estos alrededores. Prefiero la llanura, gracias. ¿Qué me dices de la investigación?
– Los tíos encargados de los restos químicos están encontrando algunos vestigios extraños.
– ¿Explosivos?
– No necesariamente. Mañana tendré más información para darte.
– ¿Han encontrado a Bertrand y a Petricelli?
– No.
En ese momento recibí una llamada de Lucy Crowe y me despedí de Ryan. Tenía poco que añadir a lo que ya sabíamos y no había conseguido la orden de registro.
– La fiscal del distrito no quiere parecer más lista que el magistrado sin tener pruebas más sólidas.
– ¿Qué diablos quiere esta gente? ¿A la señorita Escarlata en la biblioteca con un candelabro en la mano?
– Opina que es contradictorio.
– ¿Contradictorio?
– El perfil VFA dice que algo murió durante el verano. Mitchell desapareció en febrero. La señora fiscal está convencida de que la mancha pertenece a un animal. Dice que no se puede arrestar a un ciudadano por sazonar carne en su patio trasero.
– ¿Y el pie?
– Pertenece a una de las víctimas del accidente aéreo.
– ¿Alguna novedad sobre el asesinato de Primrose?
– Parece que Ralph Stover no es ningún paleto. El caballero posee una compañía en Ohio y es dueño de las patentes de varios microchips. En el ochenta y seis, Ralph experimentó una metamorfosis después de haber sufrido un problema cardíaco. Vendió sus posesiones por un montón de pasta y compró el Riverbank. Desde entonces es el propietario de un motel rural.
– ¿Algún antecedente policial?
– Dos infracciones por conducir sin carnet en los años setenta. Aparte de eso, el tío está limpio.
– ¿Todo esto tiene sentido para usted?
– Tal vez vio demasiadas reposiciones de Newheart y soñaba con ser el dueño de una posada en el campo.
La siguiente llamada fue de mi amigo en Oak Ridge. Laslo Sparkes me preguntó si estaría disponible a la mañana siguiente. Quedamos en encontrarnos a las nueve. Bien. Tal vez tuviese más resultados de las muestras de tierra.
La última llamada fue de mi jefe de departamento. Empezó disculpándose por su brusquedad durante nuestra conversación del martes por la noche.
– Mi hija de tres años metió al gato en la secadora después de que se cayera en el váter. Mi esposa acababa de rescatar al pobre animal y todo el mundo estaba histérico. Los niños lloraban. Mi esposa lloraba mientras intentaba que el gato respirara.
– Qué horrible. ¿Se encuentra bien?
– El pobre animal se ha recuperado, pero no creo que vea muy bien.
– Lo superará.
Hubo una pausa. Podía oír su respiración contra el auricular.
– Bien, Tempe, no hay una manera fácil de hacerlo, de modo que me limitaré a decirlo. El rector me pidió que me reuniese hoy con él. Ha recibido una queja formal de tu comportamiento durante la investigación del accidente aéreo y ha decidido suspenderte hasta que se lleve a cabo una investigación a fondo.
Permanecí en silencio. Nada de lo que estaba haciendo en Bryson City estaba bajo los auspicios de la universidad, pero seguía en nómina.
– Con tu sueldo, naturalmente. Dice que no cree una sola palabra de todo esto pero que no tiene otra alternativa.
– ¿Por qué no? -Ya conocía la respuesta.
– Teme la publicidad negativa, siente que debe proteger la universidad. El vicegobernador está dirigiendo personalmente este caso y te aseguro que ha sido como tener un grano en el culo.
– Y, como todo el mundo sabe, la universidad recibe sus fondos del gobierno. -Mi mano aferraba el teléfono con fuerza.
– Intenté todos los argumentos que se me ocurrieron, Tempe. No quiere arriesgarse.
– Gracias, Mike.
– Serás bienvenida en el departamento cuando te apetezca. Podrías presentar un pliego de descargo.
– No. Primero resolveré esto.
Celebré mi ritual habitual de todas las noches con pasta de dientes, jabón, aceite de Olay, crema de manos. Limpia e hidratada, apagué las luces, me acurruqué debajo del edredón y grité con todas mis fuerzas. Luego me abracé las rodillas contra el pecho y, por segunda vez en dos días, comencé a llorar.
Era hora de dejarlo. No soy una desertora, pero tenía que enfrentarme a la realidad. No iba a ninguna parte. No había encontrado nada que fuese lo bastante persuasivo como para conseguir una orden de registro, apenas si había descubierto nada en la casa del bosque o en los periódicos viejos. Había robado material de la biblioteca pública y casi allanado la habitación de un motel.
No merecía la pena. Podía disculparme ante el vicegobernador, renunciar al DMORT y regresar a mi vida normal.
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