Kathy Reichs - Informe Brennan

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La antropóloga forense Temperance Brennan es una de las primeras personas en acudir al monte donde acaba de estrellarse un pequeño avión de pasajeros. Casi todos ellos eran estudiantes que formaban parte de un equipo de béisbol, y entre las víctimas también podría encontrarse Katy, la hija de Tempe.
Asustada la doctora decide investigar los motivos de la tragedia y, a partir de ese momento, se verá envuelta en una conspiración dirigida a entorpecer por todos los medios su trabajo y acabar con su vida.

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El interior de la casa estaba en silencio. Subí la escalera al compás del lento tic tac del reloj de Ruby que estaba en el vestíbulo. En las habitaciones no se oía ningún ruido.

Al doblar la esquina del pasillo me sorprendió ver que la puerta de Magnolia estaba ligeramente abierta. La empujé. Y me quedé paralizada.

Habían desvalijado los cajones y la cama estaba deshecha. El maletín estaba abierto y los documentos y las carpetas de cartón estaban desparramados por el suelo.

Mi mente se concentró en una sola palabra.

«¡No! ¡No! ¡No!»

Dejé el bolso en la cama, corrí hasta el armario y abrí las puertas de par en par.

Mi ordenador portátil estaba a salvo en el fondo del mueble, exactamente donde lo había dejado. Lo saqué y lo encendí mientras todo tipo de preguntas cruzaban por mi mente.

«¿Qué había en la habitación? ¿Qué había en la habitación? ¿Qué había en la habitación?»

Hice un rápido inventario mental. Las llaves del coche. Las tarjetas de crédito. La licencia de conducir. El pasaporte. Los llevaba encima.

«¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?»

¿Un registro apresurado en busca de objetos de valor o acaso buscaban algo en concreto? ¿Qué había en la habitación que alguien pudiera querer?

«¿Qué? ¿Qué? ¿Qué?»

Cuando se iluminó la pantalla del ordenador examiné unos cuantos archivos. Todo parecía estar en orden.

Fui al cuarto de baño y me eché agua fría en la cara. Luego cerré los ojos y practiqué un juego infantil que sabía que me tranquilizaría. En silencio canté la letra de la primera canción que me vino a la mente. Honkey Tonk Women.

El intermedio con Mick y los Stones dio resultado. Más tranquila, regresé a la habitación y comencé a juntar los papeles.

Aún estaba ordenando los documentos cuando oí que llamaban a la puerta. Era Andrew Ryan. Llevaba dos helados Dove en la mano derecha.

Los ojos de Ryan barrieron el revoltijo.

– ¿Qué coño ha pasado aquí?

Me limité a mirarle, sin confiar demasiado en mi voz.

– ¿Falta algo?

Tragué con esfuerzo.

– El único objeto de valor era el ordenador y no se lo llevaron.

– Eso descarta el robo.

– A menos que algo o alguien haya interrumpido al intruso.

– Parece como si hubiesen puesto todo patas arriba buscando algo.

– O sólo para asustarme.

«¿Por qué?»

– ¿Un helado? -me ofreció Ryan.

Comimos las barras heladas y consideramos las posibles explicaciones. Ninguna resultaba convincente. Las dos más probables eran alguien que buscaba dinero o alguien que me hacía saber que a él o a ella yo no les importaba nada.

Cuando Ryan se marchó guardé las carpetas que aún quedaban fuera del maletín y fui a llenar la bañera para prepararme un baño caliente. Al descorrer la cortina tuve otro sobresalto.

La figura de cerámica de Ruby que representaba a Annie la Huerfanita estaba en el fondo de la bañera con el rostro aplastado y los miembros destrozados. Sandy colgaba de la ducha con un nudo alrededor del cuello.

De nuevo, mi mente se convirtió en un torbellino y mis manos comenzaron a temblar. Este mensaje no tenía nada que ver con el dinero. Estaba claro que había alguien a quien yo no le importaba absolutamente nada.

De pronto recordé el Volvo. ¿Aquel incidente había sido una amenaza? ¿Esta intrusión en mi habitación era otra? Luché contra el impulso de correr por el pasillo a la habitación de Ryan.

Pensé en las puertas sin llave y en la posibilidad de traer a Boyd dentro de la casa. ¿Entonces quién estaría amenazado?

Una hora más tarde, acostada en la cama y algo más calmada, reflexioné acerca de la fuerza de mi reacción ante la invasión de mi espacio. ¿Había sido la ira o el miedo lo que me había enfurecido de ese modo? ¿Con quién debería estar furiosa? ¿Por qué debería tener miedo?

Tardé mucho tiempo en conciliar el sueño.

Capítulo 14

Cuando bajé a la mañana siguiente, Ryan estaba interrogando a Ruby sobre el intruso. Byron McMahon estaba sentado al otro lado de la mesa, y dividía su atención entre el interrogatorio y un trío de huevos fritos.

Ruby hizo un comentario.

– Los secuaces de Satán están entre nosotros.

Me molestó la indiferencia que mostraba hacia el saqueo de mis pertenencias, pero no dije nada.

– ¿Se llevaron algo? -preguntó McMahon.

Bien. El FBI estaba con mi caso.

– Creo que no.

– ¿Ha estado molestando a alguien?

– Sospecho que mi perro lo ha hecho. Los perros ladran.

Describí lo que les habían hecho a Annie y Sandy.

Ryan me miró con una expresión extraña pero no dijo nada.

– Este lugar no es precisamente Los Álamos. Cualquiera puede entrar y salir de aquí sin problemas. -McMahon pinchó varias patatas fritas con el tenedor-. ¿Qué ha estado haciendo últimamente? No la he visto por aquí.

Le hablé del pie y de la casa amurallada, acabé con el perfil de los ácidos grasos volátiles que había conseguido el día anterior. No le dije nada acerca de mi actual posición en la investigación del accidente aéreo y dejé que él se encargarse de llenar ese vacío. Mientras yo hablaba, su sonrisa se fue diluyendo lentamente.

– ¿De modo que Crowe piensa pedir una orden de registro? -preguntó con expresión de policía veterano.

Estaba a punto de contestarle cuando el móvil comenzó a emitir la Obertura de Guillermo Tell. Los dos hombres se miraron cuando activé el teléfono.

La llamada era de Laslo Sparkes en Oak Ridge. Escuché, le agradecí la información y colgué.

– ¿Era Rossini? -preguntó Ryan.

– Estaba probando las opciones de llamada y olvidé cambiarla. -Corté el huevo con el cuchillo y parte de la yema cayó fuera del plato-. Nunca te hubiese asociado a ti con un entusiasta de la ópera.

– Muy graciosa.

McMahon cogió una tostada.

– Era el antropólogo de Oak Ridge.

– Déjame adivinar. Ha sacado el perfil de los humores y el cuerpo desaparecido es el de Madalyn Murray O'Hair [11].

Ryan estaba de cachondeo. Le ignoré y dirigí mi respuesta a McMahon.

– Encontró algo mientras estaba filtrando los restos de tierra.

– ¿De qué se trata?

– No lo dijo. Sólo que podría resultar muy útil. A mediados de semana se detendrá en Bryson City de camino a Asheville.

Ruby regresó, retiró los platos y desapareció.

– ¿De modo que piensas ir al tribunal? -preguntó Ryan.

– Sí -respondí concisa.

– Suena a trabajo de detective.

– Alguien tiene que hacerlo.

– No perjudica a nadie averiguar quién es el dueño de esa propiedad. -McMahon vació su jarra-. Después de la reunión de hoy debo viajar a Charlotte para entrevistar a un tío que afirma tener información sobre un grupo paramilitar que actúa aquí en Swain. Si no, la hubiese acompañado.

Sacó una tarjeta de la cartera y la dejó delante de mí.

– Si en el tribunal se muestran reacios a colaborar puede mostrarles esto. A veces ayuda a una mejor predisposición.

– Gracias.

Guardé la tarjeta en el bolsillo.

McMahon se excusó, dejándonos a Ryan, a mí y a tres jarras vacías.

– ¿Quién crees que revolvió tu habitación?

– No lo sé.

– ¿Por qué lo hicieron?

– Estaban buscando tu gel de ducha.

– Yo no me lo tomaría a broma. ¿Qué te parece si doy unas vueltas por ahí y hago algunas preguntas?

– Sabes que eso no te llevará a ninguna parte. Estas cosas jamás se resuelven.

– Les haría saber a esos tíos que alguien siente curiosidad por lo que ha pasado.

– Hablaré con Crowe.

Me levanté para marcharme y Ryan me cogió del brazo.

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