David Baldacci - Poder Absoluto

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Luther es un especialista, un maestro en robo. Cerca ya de retirarse, planea su ultimo golpe: limpiar la fabulosa mansion de Walter Sullivan, uno de los hombres mas ricos del pais, de vacaciones en el caribe.
La inesperada vuelta de la mujer complica el golpe y hace que Luther presencie un asesinato que apunta de lleno al presidente de los Estados Unidos.
Acosado por los hombres del servicio de seguridad del presidente y por el sargento de policia, Luther debera salvar su pellejo y el de su hija.
Baldacci ha sido el guinista de la película basada en su libro, dirigida y protagonizada por Clint Eastwood en el papel de Luther.

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Asomó la cabeza. El pasillo se veía desierto. ¿Por cuánto tiempo? El problema táctico era obvio. El espacio de la planta estaba configurado de tal manera que si optaba por una dirección había que seguirla. Además, no había muebles en los pasillos. Si se cruzaba con alguien no tendría dónde esconderse.

Una consideración práctica le pasó por la cabeza y buscó con la mirada en la penumbra de la oficina. Por fin su mirada se posó en un pesado pisapapeles de granito, uno de los muchos regalos recibidos cuando le hicieron socio. Utilizado correctamente podía hacer mucho daño. Jack estaba seguro de que sabría usarlo. Si iba a caer no se lo pondría fácil. Esta postura fatalista le ayudó a fortalecer su decisión. Esperó unos segundos antes de aventurarse al pasillo; no olvidó cerrar la puerta. Los que le buscaban tendrían que abrir todas las puertas para dar con su oficina.

Caminó agachado cuando se acercó a una esquina. Ahora deseó con toda el alma que la planta estuviera a oscuras. Inspiró con fuerza y espió. El camino estaba despejado, al menos por ahora. Pensó deprisa. Si había más de un intruso, sin duda se separarían para reducir a la mitad el tiempo de la búsqueda ¿Sabrían que estaba en el edificio? Quizá le habían seguido hasta aquí. Eso era preocupante. Tal vez en este momento le rodeaban, se acercaban desde direcciones opuestas.

El sonido se acercaba. Pisadas. Afinó el oído al máximo. Le pareció escuchar la respiración de otra persona, o al menos se lo imaginó. Tenía que decidirse. Su mirada se posó en algo que había en la pared, algo que brillaba: la alarma de incendios.

Estaba a punto de lanzarse cuando una pierna asomó por la esquina al otro extremo del pasillo. Jack retrocedió sin esperar a ver el resto. Caminó a paso ligero en la dirección opuesta. Dio la vuelta en la esquina, cruzó el vestíbulo, y llegó a la puerta de la escalera. La abrió de un tirón; el chirrido de las bisagras resonó por todo el piso.

Oyó el ruido de pies que corrían.

– ¡Mierda! -Cerró de un portazo y corrió escaleras abajo.

Un hombre apareció en la esquina. Llevaba la cabeza cubierta con un pasamontañas y empuñaba una pistola en la mano derecha.

Se abrió la puerta de una oficina y Sandy Lord salió al pasillo, en camiseta y los pantalones bajados hasta las rodillas. Lord tropezó y se llevo por delante al hombre. Ambos cayeron al suelo. En la desesperación por sujetarse, Lord le arrancó el pasamontañas.

Lord se puso de rodillas; le chorreaba sangre de la nariz.

– ¿Qué coño pasa aquí? ¿Quién coño es usted? -Lord miró furioso al desconocido. Entonces vio el arma y se quedó inmóvil.

Tim Collin le devolvió la mirada al tiempo que sacudía la cabeza como si lamentara su mala suerte. Ahora ya no podía escoger. Levantó la pistola.

– ¡Virgen santa! ¡Por favor, no! -chilló Lord e intentó apartarse.

Sonó el disparo y la sangre brotó en el centro de la camiseta.

Lord jadeó una vez, con los ojos vidriosos y su cuerpo cayó contra la puerta que se abrió del todo. En el interior, una joven casi desnuda miraba atónita el cadáver del abogado. Collin maldijo por lo bajo. Miró a la muchacha.

Ella sabía lo que le esperaba, Collin lo veía en sus ojos aterrorizados.

– Lo siento, señora. En el lugar equivocado, a la hora equivocada.

La pistola disparó por segunda vez y el cuerpo delgado salió despedido hacia atrás. Con las piernas abiertas, los puños abiertos, los ojos miraron sin ver el techo; su noche de placer se había convertido bruscamente en su última noche en la Tierra.

Bill se acercó a la carrera al compañero arrodillado y observó la carnicería con una expresión de asombro que cambió por otra de furia en un segundo.

– ¡Estás loco! -gritó.

– Me vieron la cara, ¿qué coño iba a hacer? ¿Pedirles que prometieran silencio? ¡A la mierda con ellos!

Los nervios de los dos hombres estaban al rojo vivo. Collin apretó con fuerza la culata del arma.

– ¿Dónde está? ¿Era Graham? -preguntó Burton.

– Sí. Bajó por las escaleras de incendios.

– Le perdimos.

– Todavía no. -Collin se levantó-. No he matado a dos personas para que se largue.

Antes de que pudiera dar un paso, Burton le sujetó.

– Dame la pistola, Tim.

– Coño, Bill, ¿te has vuelto loco?

Burton meneó la cabeza, sacó su pistola y se la dio a Collin al tiempo que cogía la del joven.

– Ahora ve a por él. Yo intentaré controlar los daños.

Collin corrió hacia la puerta y desapareció por la escalera.

Burton miró los dos cadáveres. Reconoció a Sandy Lord y contuvo el aliento. «Maldita sea, maldita sea», murmuró. Dio media vuelta y regresó de prisa a la oficina de Jack. Mientras seguía a su compañero, había dado con ella cuando sonó el primer disparo. Abrió la puerta y encendió la luz. Echó una ojeada. El tipo se había llevado el paquete. Estaba claro. Richmond había acertado con Edwina Broome. Whitney le había confiado el paquete. Mierda, habían estado cerca. ¿Quién se iba a pensar que Graham o cualquier otro estaría aquí tan tarde?

Echó otra mirada al contenido de la habitación, después se fijó en lo que había sobre la mesa. En unos segundos ya tenía un plan. Ya era hora de que les sonriera la suerte. Se acercó a la mesa.

Jack llegó al primer piso y tiró de la manija. No se movió. Se le heló el corazón. Ya habían tenido el mismo problema antes. En los simulacros de incendio las puertas habían permanecido cerradas. El problema estaba resuelto según el administrador. ¡Estupendo! Sólo que ahora su error le costaría la vida. Y no por culpa de un incendio.

Miró escaleras arriba. Bajaban deprisa, ya no les preocupaba el silencio. Jack subió al segundo piso, y musitó una plegaria antes de coger la manija. Casi gritó de alivio al sentir que giraba. Dobló la esquina, y al llegar al ascensor apretó el botón. Después corrió de vuelta hasta la esquina y se ocultó.

¡Venga! Oyó el ruido del ascensor que subía. Entonces pensó en algo terrible. El perseguidor podía estar en el ascensor. Quizá había descubierto las intenciones de Jack y pretendía adelantarse.

El ascensor llegó al piso. En el momento que se abrían las puertas Jack oyó el golpe de la puerta de la escalera de incendios contra la pared. Corrió hacia el ascensor, saltó entre las puertas que estaban a punto de cerrarse con tanta violencia que se estrelló contra la pared de la cabina. Se levantó de un salto y apretó el botón del garaje.

Jack notó la presencia al instante, el sonido de la respiración agitada. Vio algo negro, después el arma. Tiró el pisapapeles contra el desconocido y se acurrucó en un rincón.

Oyó un grito de dolor cuando las puertas se cerraron.

En cuanto llegó al garaje corrió en la penumbra hasta llegar al coche y al cabo de unos momentos atravesó la puerta automática y pisó el acelerador. El coche salió disparado. Jack miró por el retrovisor. Nada. Se miró en el espejo. Tenía el rostro bañado en sudor. Notó el cuerpo rígido por la tensión. Se masajeó el hombro que se había golpeado contra la pared del ascensor. Se había librado por los pelos.

Se preguntó dónde iría. Le conocían, al parecer lo sabían todo de él. Era obvio que no podía volver a su casa. Entonces, ¿dónde? ¿A la policía? No. No hasta que supiera quién le perseguía. El mismo que había podido matar a Luther a pesar de todos los polis. El que parecía saber lo mismo que sabían los polis. Esta noche se quedaría en algún lugar de la ciudad. Tenía las tarjetas de crédito. Por la mañana, a primera hora, llamaría a Frank. Entonces se acabarían los problemas. Miró el paquete. Pero esta noche echaría una ojeada a aquello que casi le había costado la vida.

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