Tess Gerritsen - Llamada A Medianoche

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Una llamada a medianoche despertó a la recién casada Sarah Fontaine. En lugar de oír la voz de su marido desde Londres, oyó la de un desconocido llamado Nick O'Hara que le decía que Geoffrey había muerto en el incendio de un hotel en Berlín. Convencida de que su marido estaba todavía vivo, Sarah decidió investigar por su cuenta con la ayuda de Nick. Había demasiadas preguntas sin respuesta, y las respuestas podían ser fatales…

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Kronen no estaba tan seguro. A diferencia del viejo, él no tenía fe en algo tan ridículo como el amor. Además, había visto a Sarah Fontaine y no creía que ningún hombre… -desde luego no Simon Dance- acudiera en su rescate. No, era absurdo arriesgar la vida por una mujer. Y estaba seguro de que Dance no sería tan estúpido.

Aun así, sería un experimento interesante. Y cuando terminara, el viejo le permitiría ocuparse de ella. Su corazón sería más fuerte que el de Eve Fontaine. Duraría mucho más. Sí, sería un experimento interesante. Le daba algo con lo que soñar.

Sara soñó que corría detrás de Geoffrey gritando su nombre. Oía sus pasos delante, pero no lo veía, él permanecía siempre fuera de su alcance. Luego, los pasos cambiaron. Estaban detrás. Ya no era perseguidora sino perseguida. Corría entre la niebla y los pasos se acercaban cada vez más. El corazón le latía con fuerza y las piernas se negaban a moverse. Luchaba por seguir avanzando.

Una mujer de ojos verdes le bloqueó el camino. Una mujer que se reía de ella desde el medio de la calle. Los pasos se acercaban. Sarah se volvió.

El hombre que avanzó hacia ella era alguien a quien conocía, alguien de ojos grises cansados. Salió, despacio, de entre la niebla. Y el miedo de ella se evaporó cuando lo vio. Sus pasos resonaban en la calle adoquinada…

Sarah se despertó empapada en sudor. Alguien llamaba a su puerta. Encendió la luz. Eran las cuatro de la mañana.

Volvieron a llamar, ahora con más fuerza.

– ¿Señora Fontaine? -dijo una voz de hombre-. Abra, por favor.

– ¿Quién es?

– La policía.

Salió de la cama, se puso una bata y abrió la puerta. Fuera había dos agentes de uniforme acompañados por un conserje del hotel.

– ¿Señora Sarah Fontaine?

– Sí. ¿Qué ocurre?

– Lamento molestarla, señora, pero es necesario que nos acompañe a Comisaría.

– No comprendo. ¿Por qué?

– Vamos a arrestarla.

La joven se aferró con ambas manos a la puerta y los miró sorprendida.

– ¿A mí? ¿Por qué?

– Por asesinato. El asesinato de la señora Eve Fontaine.

Seis

Sarah pensó que aquello no podía estar sucediendo.

Tenía que ser una pesadilla surgida de los rincones más oscuros de su inconsciente. Estaba sentada en una silla dura de madera, delante de una mesa de madera desnuda. Unas luces fluorescentes caían sobre ella desde el techo e iluminaban todos sus movimientos. Hacía frío en la habitación y ella, ataviada solo con camisón y bata, se sentía medio desnuda. Un detective de fríos ojos azules le lanzaba una pregunta tras otra sin dejarle terminar ni una fase. Le permitió usar el baño después de que ella se lo pidiera una docena de veces, y solo acompañada por una matrona.

De regreso en la sala de interrogatorios, dispuso de un momento a solas para calibrar su situación. ¡Podía ir a la cárcel, acusada de asesinar a una mujer a la que había conocido la noche anterior!

Dejó caer la cabeza sobre las manos y sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas. Se esforzaba tanto por no llorar que apenas se dio cuenta de que se abría la puerta y volvía a cerrarse.

Pero sí oyó la voz que pronunciaba su nombre. Y esa única palabra fue como un rayo de sol. Levantó la vista.

Nick O'Hara estaba de pie ante ella. Algún milagro lo había transportado a través del océano y estaba allí… el único amigo que tenía en Londres.

¿Pero era un amigo?

Enseguida notó que pasaba algo raro. Tenía los labios apretados y los ojos inexpresivos. Buscó algo de calor, algún consuelo en su rostro, pero solo vio rabia. Poco a poco captó otros detalles: la camisa arrugada, la corbata suelta, la pegatina de British Airways en el maletín. Acababa de bajar del avión.

Dejó el maletín sobre la mesa y la miró con furia.

– Señora, está usted en un buen lío -gruñó.

– Lo sé -musitó ella, con voz lastimosa.

– ¿No puede decir nada más?

– ¿Va a sacarme de aquí? -musitó ella.

– Eso depende.

– ¿De qué?

– De si lo hizo usted o no.

– ¡Claro que no lo hice yo!

Nick pareció sorprendido por la violencia de su grito. Guardó silencio un momento. Cruzó los brazos y se apoyó con irritación en el borde de la mesa.

Sarah apretó las manos sobre la mesa. No le gustaba que la viera en aquella situación, y menos aún que hubiera traicionado su confianza en él como amigo.

– ¿Qué hace usted en Londres? -murmuró.

– Yo podría preguntar lo mismo. Y esta vez espero la verdad.

– ¿La verdad? -levantó la vista-. Yo nunca le he mentido.

– ¡Oh, vamos! -rugió él. Empezó a andar por la estancia con agitación-. No me mire con esa cara de inocencia, señora Fontaine. Debe creer que soy muy tonto. Primero insiste en que no sabe nada y luego se larga a Londres. Acabo de hablar con el inspector. Ahora quiero oír su versión. Usted conocía a Eve, ¿verdad?

– En absoluto. La conocí ayer. Y fue usted el que me mintió, señor O'Hara.

– ¿Sobre qué?

– Geoffrey. Usted me dijo que estaba muerto y yo lo creí. Y usted lo sabía todo el tiempo.

– ¿De qué está hablando?

– ¡Geoffrey está vivo!

La mirada de incredulidad del rostro de él era demasiado auténtica. Se preguntó si sería posible que Nick no supiera que Geoffrey estaba vivo.

– Creo que será mejor que se explique -dijo él-. Y quiero que no omita ningún detalle, porque ya puede imaginar que está en un buen lío. Las pruebas…

– Todas las prueba son circunstanciales.

– Las pruebas son estas: encontraron el cuerpo de Eve Fontaine alrededor de medianoche en un callejón desierto a pocas manzanas de El Cordero y la Rosa. No describiré el estado del cuerpo; solo diré que es evidente que alguien la odiaba. La camarera del pub recuerda haberla visto con una mujer americana… usted. También recuerda que discutieron. Eve salió corriendo y usted la siguió.

– ¡La perdí en la puerta de El Cordero y la Rosa!

– ¿Tiene testigos?

– No.

– Una lástima. La policía llamó a la casa de Eve en Margate y habló con el jardinero. El hombre la recuerda y le dio a Eve su mensaje por teléfono. Y todavía tiene el trozo de papel con su nombre y el hotel.

– Se lo di para que ella pudiera llamarme.

– Para la policía tiene usted un motivo evidente. Venganza. Descubrió que Geoffrey Fontaine era bigamo y decidió vengarse. Esas son las pruebas.

– ¡Pero yo no la maté!

– ¿No?

– Tiene que creerme.

– ¿Por qué?

– Porque nadie más me cree -el miedo y la soledad la envolvieron sin previo aviso como una marea-. Nadie me cree…

Nick la observó con una mezcla de emociones. ¡Parecía tan asustada! Vio un trozo de camisón azul a través de la bata abierta. El pelo rojizo le caía por la cara. Era la primera vez que se lo veía suelto y lo encontraba muy hermoso. Toda la rabia que sentía hacia ella se evaporó de repente. Le había hecho daño y se sentía como un monstruo. Le tocó la cabeza con suavidad.

– Sarah. Sarah. Todo se arreglará -murmuró-. Todo irá bien.

Se acuclilló y atrajo el rostro de ella hacia su hombro. Su cabello era suave, sedoso… el aroma cálido y femenino de su piel resultaba intoxicante. Sabía que lo que sentía en ese momento era peligroso, pero no podía evitarlo. Deseaba sacarla de allí, protegerla y darle calor. Y no podía mostrarse objetivo.

Se apartó de mala gana.

– Háblame, Sarah. Cuéntame por qué crees que tu marido está vivo.

La mujer respiró hondo y lo miró con ojos húmedos.

– Me llamó hace dos días -dijo-. La tarde del funeral.

– Espera. ¿Te llamó?

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