Tess lanzó un suspiró e intentó sonreírle al guardaespaldas que John había contratado para que se instalara en su salón, pero estaba demasiado cansada. Desde que Michael había sido asesinado, unas pesadillas horribles turbaban su sueño. Podía pasar doce horas en la cama, pero despertaba como si no hubiera dormido más de un minuto.
– Sí, Philip. Y le he dicho que me llame Tess.
El agente se removió en su sitio y se encogió de hombros.
– De acuerdo, Tess. Voy a comprobar las puertas y ventanas y a asegurarme de que todo esté bien cerrado por la noche.
– Gracias. -Tess se alejó por el pasillo hasta su habitación y cerró la puerta. No estaba acostumbrada a tener a nadie en el piso, pero se sentía más tranquila sabiendo que alguien cuidaba de ella.
John llevaba cuatro días ausente, en una casa de seguridad en las afueras de Los Ángeles. Era lo único que le había dicho. No era suficiente. Estaba sumamente preocupada por él.
Tess se había dado cuenta de que el trabajo de seguridad no era lo suyo. No era el trabajo práctico que se había imaginado cuando comenzó a ayudar a Michael y John con su nueva empresa. Michael decía que trabajaban sobre el terreno. A ella le bastaba un ordenador y un poco de investigación para ser feliz. De hecho, el agente Quinn Peterson se había propuesto inscribirla en un programa de formación para el FBI en la unidad de investigación criminal de alta tecnología. Aquella oportunidad era la única luz después de dos semanas de oscuridad.
La muerte de Michael era como una herida en el corazón que nunca sanaría. Viviría con su ausencia el resto de su vida. La idea le quitaba energías y la entristecía. Y le impedía conciliar el sueño.
Después de darse un baño caliente largo con aceites de lavanda en un esfuerzo inútil para relajarse, se puso el pijama y se quedó tendida en la cama.
– Dios mío, por favor cuida de John. No puedo perder a dos hermanos. -Las lágrimas rodaron por sus mejillas y Tess se recostó de lado.
John había venido a verla antes de viajar a la casa de seguridad y le presentó a Philip, que se encargaría de la vigilancia junto con su relevo, un ex marine llamado Jim Jones. Si es que ése era su verdadero nombre. John tenía amigos muy extraños. Ella no quería que él se marchara.
– ¿A estas alturas no puede encargarse el FBI de todo esto? Quiero decir, el caso es de ellos, ¿no?
– Tengo la responsabilidad de proteger a Rowan -dijo John, negando con la cabeza.
– ¡Michael ha muerto por culpa suya! -Sabía que se estaba portando como una niña, pero no le importaba. Lloraba a su hermano. Si no fuera por ese estúpido empleo, todavía estaría vivo.
– Tess, por favor, no digas eso.
Ella se secó las lágrimas y le lanzó una mirada de rabia.
– Te acuestas con ella, ¿verdad?
– No quiero hablar de esto ahora. Ya lo trataremos más adelante,
– Lo cual equivale a decir que sí.
– Por favor, Tess. Déjalo correr. Quiero que seas fuerte y estés alerta. No te preocupes por mí.
– No puedo dejar de preocuparme. Hay un loco que anda persiguiendo a Rowan y tú estás dispuesto a morir por ella.
– No tengo ninguna intención de morir.
– Michael tampoco la tenía.
Tess sabía que había herido a John y se sentía mal por ello. Pero ya no podía repararlo. Desde luego, no le gustaba la idea de que John y Rowan Smith tuvieran una relación. John era muy parco en cuestión de sentimientos.
Tess no estaba segura de poder vivir con aquella situación. Al mismo tiempo, se reprochaba no poder desearle a su hermano la felicidad y aceptar a Rowan. Pero ¿cómo podía aceptarla? No podía imaginarse sentada frente a ella en la cena de Acción de Gracias. ¿Qué le diría entonces?
Rowan era una mujer retraída y poco sociable, y tenía más bagaje intelectual que ninguno de los conocidos de Tess. Aunque por un lado sentía lástima por la mujer que había perdido a su familia tan brutalmente y a tan tierna edad, no podía imaginarse contando con ella como una parte permanente de su vida, como la mujer de John. John necesitaba a una mujer buena, equilibrada y comprensiva. Alguien más parecida a su madre.
¡Su mujer! ¡En qué estaría pensando Tess! No podía ser tan grave. No era más que una historia de atracción física estimulada por el peligro. Al menos podía tener una esperanza, ¿no?
Se habría adormecido porque de pronto dio un salto y se sentó en el borde de la cama con el corazón desbocado. Había oído algo. ¿Qué era? ¿Y por qué la había despertado?
Su reloj digital parpadeaba. Eran las 12:07. Eso significaba que la electricidad se había cortado y había vuelo hacía siete minutos. ¿Era eso lo que la había despertado? Se miró la muñeca por la fuerza de la costumbre, pero se había quitado el reloj en el baño. No tenía ni idea de qué hora era, pero parecía muy tarde. Todo estaba oscuro, excepto las sombras que proyectaba la luz en el cuarto de baño que había dejado encendida.
Raacs.
¿Qué era eso? ¿Philip?
Las manos le temblaban. Buscó la pequeña pistola en el cajón de su mesilla de noche. Nunca había disparado contra nadie. ¿Qué pasaría si era Philip? Dios mío, pensó, no quisiera dispararle por error.
La adrenalina fluía a raudales por su cuerpo, le retumbaba en los oídos y hacía temblar la pistola en sus manos.
La puerta se abrió.
– ¿Quién es? -preguntó con voz débil. ¿Por qué no hablaba con más confianza?
¡Fiuu!
Sintió un dolor agudo en el hombro.
Me han disparado. Sintió las manos dormidas y soltó la pistola, que cayó sobre la alfombra. Quiso palparse el hombro y sintió que sobresalía algo, pero no sabía con qué le habían disparado.
– Buenas noches, señorita Flynn. -La voz grave y masculina ahogó una risilla, pero Tess sintió que se le helaba la sangre-. O quizá debería decir «felices sueños». Tendrás que echar una siestecita para que podamos dar un paseo.
– ¿Qué…? -Su voz no respondía. Ahora sintió que se le dormían las piernas y se deslizó de la cama hasta caer en el suelo, rígida. Estaba completamente paralizada y a merced del intruso desconocido.
– Shh, no digas nada. -Tess no veía más que su sombra y su visión se volvió borrosa. Intentó acercarse a él-. Si colaboras, te prometo que si tengo que matarte, será sin dolor. Pero si me creas un solo problema, te aseguro que sufrirás.
– Tú…
– Qué frase bien articulada. Sí, soy yo. Bobby MacIntosh. Es un placer conocerte, Tess Flynn. Eres justo lo que necesito para sacar a la puta de mi hermana de su escondrijo.
¡No! Tess intentó gritar. No pudo emitir sonido alguno. Le pesaban los párpados y no había manera de mantenerlos abiertos. Le pesaban las extremidades como si fueran sacos de arena. ¿Por qué no colaboraban? ¡Por qué no se mueven!
Tess alargó la mano, que sintió desconectada de su cuerpo.
– Aj. -No podía hablar, las cuerdas vocales se habían engrosado y no funcionaban. ¿Qué le estaba pasando?
No quiero morir.
Cayó hecha un bulto en el suelo y Bobby sonrió. Un asunto fácil, pensó. Recogió a la mujer inconsciente y se volvió hacia la puerta.
– Es una lástima que también tenga que matar a tu otro hermano.
John cerró su teléfono móvil de un golpe. Ante sus ojos sólo latía una rabia caliente y rojiza.
El cabrón tenía a Tess.
Miró una vez más las instrucciones que Bobby MacIntosh había escrito, aunque ya las tuviera memorizadas. MacIntosh se había puesto en contacto con Roger Collins para negociar el intercambio -Rowan por Tess- y el FBI planeaba una operación de asalto. John temía que Tess quedara atrapada bajo fuego cruzado.
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