– No, no tengo ni la menor idea de lo que pasa -dijo Brophy, y apartó el teléfono móvil cuando el interlocutor replicó con una serie de improperios a su supuesta ignorancia-. Espera un momento, Philip. Es el FBI. Llevan armas, ¿vale? Si tú no te lo esperabas, ¿por qué tenía que esperarlo yo?
Esta deferencia a la inteligencia superior de Philip Goldman al parecer tuvo efecto porque Brophy volvió a apoyar el teléfono en la oreja.
– Sí, estoy seguro de que era él. Conozco su voz y además ella lo llamó por el nombre. Lo tengo todo grabado. No está mal de mi parte, algo brillante, ¿no te parece? ¿Qué? Claro que me quedaré por aquí a ver lo que encuentro. De acuerdo. Te volveré a llamar dentro de unas horas.
Brophy cortó la comunicación, guardó el teléfono y regresó a la casa mientras se frotaba los dedos ateridos.
Sawyer observaba con atención a Sidney, que acariciaba con una mano el brazo del sofá. Se preguntaba si había llegado el momento de soltar la bomba: decirle que Jason Archer no estaba enterrado en el cráter de Virginia. Por fin, después de un prolongado conflicto interno, la intuición se impuso a la mente. Se puso de pie y le tendió la mano.
– Muchas gracias por su cooperación, señora Archer. Si recuerda alguna cosa que pueda ayudarnos, llámeme a cualquier hora del día o de la noche a estos números. -Sawyer le dio una tarjeta-. Mi número particular está escrito al dorso. ¿Tiene alguna tarjeta suya? -Sidney cogió el bolso que estaba en la mesa, rebuscó en el interior y le dio una de las suyas-. Una vez más, lamento mucho lo de su marido.
Esto último lo dijo con toda sinceridad. Si Hardy tenía razón, lo que esta mujer estaba pasando ahora mismo sería una fiesta comparado con lo que se le venía encima. Ray Jackson salió del estudio. Sawyer estaba a punto de seguirlo cuando Sidney apoyó una mano sobre su hombro.
– Señor Sawyer…
– Llámeme Lee.
– Lee, tendría que ser muy estúpida para no ver que esto es muy grave.
– Ni por un momento he creído que sea usted estúpida, Sidney. -Se miraron con un respeto mutuo; sin embargo, la afirmación de Sawyer era ambigua.
– ¿Tiene alguna razón para sospechar que mi marido estaba involucrado… -hizo una pausa y tragó saliva como un paso previo a decir lo impensable- en algo ilegal?
Sawyer la miró, y la inconfundible sensación de que la había visto antes en alguna parte volvió a asaltarle hasta que se transformó en certeza.
– Sidney, digamos que las actividades de su marido inmediatamente antes de subir a aquel avión nos están causando algunos problemas.
Sidney recordó todas aquellas noches de trabajo hasta la madrugada, las idas de Jason a la oficina a las horas más intempestivas.
– ¿Pasa algo en Tritón?
Sawyer observó cómo ella se retorcía las manos. El agente tenía fama de ser muy reservado, pero por alguna razón deseaba contarle todo lo que sabía. Se resistió a la tentación.
– Es un caso abierto, Sidney. No se lo puedo decir.
– Lo comprendo, desde luego -respondió Sidney, que se apartó un poco.
– Estaremos en contacto.
Sawyer salió del estudio, y Sidney recordó inquieta que Nathan Gamble había dicho las mismas palabras. De pronto se estremeció de miedo. Se rodeó el pecho con los brazos y se acercó al fuego.
La llamada de Jason le había provocado una euforia tremenda. Nunca había experimentado nada parecido, pero los pocos detalles que él había mencionado después la habían desinflado con la misma rapidez. Ahora estaba dominada por una confusión total, y sólo tenía una cosa clara: la lealtad a su marido. Se preguntó qué nuevas sorpresas le esperaban mañana.
En cuanto los vio salir de la casa, Paul Brophy siguió a los dos agentes sin dejar de charlar.
– Por lo tanto, es obvio que mi bufete tiene un gran interés en conocer cualquier presunta fechoría que involucre a Jason Archer y a Tritón Global. -Por fin dejó de hablar y miró ilusionado a los agentes.
– Es lo que me han dicho -respondió Sawyer sin detenerse.
El agente del FBI se detuvo detrás del Cadillac de Bill Patterson, aparcado en la entrada del garaje, y apoyó un pie en el parachoques para atarse el cordón del zapato. Mientras lo hacía se fijó en la pegatina: MAINE, LUGAR DE VACACIONES. «¿Cuándo tuve mis últimas vacaciones? -pensó-. Debes estar muy mal si no te acuerdas.» Se subió los pantalones y se volvió hacia el abogado, que le observaba desde la acera.
– ¿Cómo ha dicho que se llamaba?
Brophy echó una ojeada a la puerta principal y después se acercó.
– Brophy, Paul Brophy -dijo, y se apresuró a añadir-: Como le dije antes estoy en el bufete de Nueva York, así que en realidad no tengo relación con Sidney Archer.
– Sin embargo vino hasta aquí para asistir al funeral. -Sawyer le observó con atención-. Eso fue lo que dijo, ¿no?
Brophy miró a los dos agentes. Ray Jackson entornó un poco los párpados mientras catalogaba al abogado. Tenía toda la pinta de un fulero.
– En realidad, estoy aquí en representación del bufete. Sidney Archer sólo es una abogada a tiempo parcial, y como yo estaba en la ciudad por otros asuntos, digamos que me tocó.
Sawyer contempló las nubes por encima de la casa.
– ¿Sí? Sabe, hice algunas averiguaciones acerca de la señora Archer. Según las personas con las que hablé, ella es una de las principales abogadas de Tylery Stone, aunque esté empleada a tiempo parcial. Pedí que me hicieran una lista de los cinco abogados más importantes a tres fuentes distintas, y ¿sabe una cosa? La señora estaba en todas las listas. -Miró a Brophy y añadió-: Es curioso, pero el suyo no apareció en ninguna.
Brophy tartamudeó unos segundos, pero Sawyer no le dio tiempo a protestar, y pasó a otro tema.
– ¿Lleva mucho tiempo aquí, señor Brophy? -Señaló la casa.
– Alrededor de una hora. ¿Por qué? -El tono quejoso de Brophy denunciaba sus sentimientos heridos.
– ¿Ha ocurrido algo fuera de lo normal en esa hora?
Brophy se consumía por decirles a los agentes que tenía grabadas las palabras de un hombre muerto, pero la información era demasiado valiosa para regalarla como si tal cosa.
– En realidad, no. Está cansada y deprimida, o al menos lo parece.
– ¿Qué quiere decir con eso? -le preguntó el agente Jackson, que se quitó las gafas de sol para mirar mejor a Brophy.
– Nada. Como les dije antes, no la conozco mucho. En realidad no sé cómo se llevaba con su marido.
– Ah. -Jackson apretó los labios y se volvió a poner las gafas. Miró a su compañero-. ¿Estás listo, Lee? Este hombre parece estar helado. Tendría que volver a la casa y calentarse un poco. -Miró a Brophy-. Vaya a presentarle sus respetos a su conocida.
Jackson y Sawyer le dieron la espalda y caminaron hacia el coche.
El rostro de Brophy estaba rojo de furia. Miró un momento hacia la casa y después los llamó.
– Eh, está bien, ella recibió una llamada.
Los dos agentes se volvieron al unísono.
– ¿Qué ha dicho? -preguntó Sawyer. Le dolía la cabeza por la falta de cafeína y estaba cansado de escuchar a ese gilipollas-. ¿Qué llamada?
Brophy se acercó a ellos y les habló en voz baja sin dejar de espiar a hurtadillas la casa.
– Fue un par de minutos antes de que llegaran ustedes. El padre de Sidney atendió el teléfono y el que llamaba dijo que era Henry Wharton. -Los agentes le miraron intrigados-. Es el titular de Tylery Stone.
– ¿Y? -dijo Jackson-. Quizá llamaba para interesarse por ella.
– Sí, eso mismo creía yo, pero…
– Pero ¿qué? -preguntó Sawyer, furioso.
– No sé si estoy en libertad de decirlo.
La voz de Sawyer recuperó la normalidad, pero sus palabras sonaron mucho más amenazadoras que antes.
Читать дальше