– Lo hice para protegerte.
– ¿De qué?
– De mí.
– ¿Por qué?
– Pues por no escuchar, para empezar.
– Me cansé de estar allí de pie, solo. Imaginé que ya habríais terminado, así que fui a ver cómo había ido.
– E interferiste con mi sospechoso.
– Pues claro que interferí. Ese tipo quería dispararte.
– Soy policía. La gente nos dispara. -Encontró el archivo que buscaba y cerró de un golpe el cajón-. Tienes suerte de que no te pegaran un tiro.
– Llevaba chaleco. Y, por cierto, ¿cómo podéis aguantar esas cosas? Son demasiado cerrados, sobre todo para esta humedad.
Ochoa entró dándose golpecitos con su cuaderno en el labio superior.
– No hay ninguna fisura en ningún lado. He comprobado las coartadas de nuestros principales sospechosos. Están todas confirmadas.
– ¿La de Kimberly Starr también? -preguntó Heat.
– La suya vale para dos. Estaba en Connecticut con su doctor amor en la casita que él tiene en la playa, así que dos menos. -Cerró su cuaderno y se volvió hacia Rook-. Oye, tío, Raley me contó lo que dijiste cuando apuntabas a ese motero.
Rook miró a Nikki.
– Mejor no hablemos de eso -dijo.
Pero Ochoa continuó con un ronco susurro:
– «Adelante. Necesito practicar». ¿Mola, eh?
– Sí, mucho -dijo Heat-. Rook es como nuestro propio Harry el Sucio. -El teléfono de su mesa sonó y ella contestó-. ¿Heat?
– Soy yo, Raley. Ya está aquí.
– Voy para allá -dijo.
El viejo portero se quedó con Nikki, Rook y Roach en la cabina de observación, mirando a través del cristal a los hombres de la fila.
– Tómese su tiempo, Henry -dijo Nikki.
Él se acercó un paso más a la ventana y se quitó las gafas para limpiarlas.
– Es difícil. Como ya dije, estaba oscuro y llevaban gorras.
En la sala de al lado había seis hombres de pie mirando hacia un espejo. Entre ellos, Brian «Doc» Daniels y los otros dos hombres de la redada del taller de coches de aquella mañana.
– No se preocupe. Sólo queremos saber si le suena alguno. O no.
Henry se volvió a poner las gafas. Pasó un rato.
– Creo que reconozco a uno de ellos.
– ¿Lo cree o está seguro? -Nikki había visto cómo muchas veces las ansias de ayudar o de vengarse llevaban a la gente a hacer malas elecciones. Advirtió de nuevo a Henry-: Asegúrese.
– Ajá, sí.
– ¿Cuál de ellos?
– ¿Ve a ese tío zarrapastroso con una venda en el brazo y el pelo largo gris?
– Sí.
– Pues el que está a su derecha.
Detrás de él, los detectives agitaron la cabeza. Había identificado a uno de los tres policías infiltrados en la ronda de reconocimiento.
– Gracias, Henry -dijo Heat-. Gracias por haber venido.
Ya de vuelta en la oficina abierta, los detectives y Rook estaban sentados de espaldas a sus mesas, lanzándose con pereza una pelota Koosh. Era lo que hacían cuando estaban bloqueados.
– No vamos a permitir que el motero se nos escape, ¿verdad? -dijo Rook-. ¿No podéis detenerle por atacar a la detective Heat?
Raley levantó la mano y Ochoa le lanzó la pelota a la palma.
– El problema no es retener al motero.
– Es conseguir que nos diga dónde están los cuadros. -Ochoa levantó la mano y Raley le devolvió la pelota. Tenían la técnica tan perfeccionada que Ochoa no tuvo ni que moverse.
– Y quién lo contrató -añadió Heat.
Rook levantó la mano y Ochoa le lanzó la bola.
– ¿Y cómo conseguís que un tío como ése hable si no quiere?
Heat levantó la mano y Rook le envió un lanzamiento fácil de coger.
– He ahí la cuestión. Se trata de encontrar el punto sobre el que puedes ejercer presión. -Agitó la pelota en la mano-. Puede que se me haya ocurrido una idea.
– Nunca falla. Es el poder de Koosh -dijo Raley.
– El poder de Koosh -repitió Ochoa, levantando la mano.
Nikki lanzó la pelota y le dio a Rook en la cara.
– Ajá -dijo ella-. Nunca lo he probado antes.
Nikki Heat tenía un nuevo cliente en la sala de interrogatorios, Gerald Buckley.
– Señor Buckley, ¿sabe por qué le hemos pedido que venga a hablar con nosotros?
Buckley tenía las manos cruzadas, fuertemente enlazadas sobre la mesa que estaba delante de él.
– No tengo ni idea -dijo con una mirada escrutadora. Heat se dio cuenta de que se había teñido las cejas de negro.
– ¿Sabe que hubo un robo en el Guilford la pasada noche?
– Éramos pocos y parió la abuela. -Se humedeció los labios y se rascó la nariz de bebedor con el reverso de un nudillo-. Seguro que durante el apagón, ¿no?
– ¿Qué quiere decir?
– Bueno, no sé. Ya saben. No es políticamente correcto decirlo, así que sólo digo que a «ciertos tipos» les gusta desbocarse en cuanto bajan la guardia. -Él sintió los ojos de ella sobre él y no logró encontrar un lugar seguro al que mirar, así que se concentró en toquetear una antigua costra en el dorso de la mano.
– ¿Por qué llamó para anular su turno en el Guilford ayer por la noche?
Levantó lentamente los ojos hasta toparse con los de ella.
– No entiendo la pregunta.
– Es una pregunta muy sencilla. Usted es portero del Guilford, ¿no?
– ¿Y?
– Anoche llamó al portero que estaba trabajando, Henry, y le dijo que no iba a ir al turno de noche. ¿Por qué lo hizo?
– ¿A qué se refiere cuando dice «por qué»?
– Pues exactamente a eso. ¿Por qué?
– Ya se lo he dicho, hubo un apagón. Ya sabe que esta ciudad se convierte en un maldito manicomio cuando la luz se va. ¿Cree que iba a salir así? Ni de broma. Por eso llamé para anular mi turno. ¿Por qué le da tanta importancia?
– Porque hubo un importante robo y cualquier cosa fuera de lo común, como rutinas alteradas o empleados que trabajan allí y que no aparecen, me interesa mucho. Eso, Gerald, es lo que tiene tanta importancia. -Miró hacia él y esperó-. Demuéstreme dónde estaba anoche y yo le estrecharé la mano y abriré esa puerta para usted.
Gerald Buckley se pellizcó dos veces las ventanas de la nariz e inhaló aire ruidosamente de la misma manera que ella había visto hacer a muchos cocainómanos. Él cerró los ojos durante cinco segundos y cuando los abrió dijo:
– Quiero un abogado.
– Por supuesto. -Ella tenía la obligación de satisfacer su petición, pero quería que hablara un poco más-. ¿Cree que lo necesita? -Aquel tío era un idiota y un yonqui. Si seguía hablando, ella sabía que caería por su propio peso-. ¿Por qué no hizo su turno? ¿Estaba usted en el furgón con los ladrones, o tenía demasiado miedo de que sucediera en su turno y de no ser capaz de hacerse el inocente a la mañana siguiente?
– No pienso decir nada más. -Maldita sea, estaba tan cerca-. Quiero un abogado. -Y, cruzándose de brazos, se reclinó en el asiento.
Pero Nikki Heat tenía un plan B. Ay, el poder de Koosh.
* * *
Cinco minutos más tarde estaba en la cabina de observación con Ochoa.
– ¿Dónde lo habéis puesto Raley y tú? -preguntó.
– ¿Sabes el banco que está al lado de la mesa de Asuntos Comunitarios, cerca de las escaleras?
– Perfecto -dijo ella-. Lo haré en dos minutos.
Ochoa salió de la cabina para ocupar su puesto, mientras Nikki retomaba el interrogatorio de Gerald Buckley.
– ¿Me ha conseguido un abogado?
– Puede irse. -Él la miró incrédulo-. ¿En serio? -preguntó.
Gerald se levantó y ella le abrió la puerta.
Cuando Nikki salió con Buckley a la oficina exterior de la comisaría, ella no miró hacia la mesa de Asuntos Comunitarios, pero pudo imaginarse a Ochoa y a Raley impidiendo que Gerald Buckley viera a Doc el motero, que estaba sentado allí, en el banco. La idea era que Doc viera a Buckley, no al revés. En lo alto de las escaleras, Nikki situó al portero de manera que le diera la espalda a Doc, y se detuvo.
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