Richard Castle - Ola De Calor

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Un magnate inmobiliario del estado de Nueva York se desploma y muere en una de las aceras de la ciudad. Una esposa florero con un sombrío pasado sobrevive tras escapar de milagro a un descarado ataque. Gánsteres y hombres con poder con motivos de sobra para asesinar recitan de memoria sus coartadas. Es entonces, en medio de una sofocante ola de calor, cuando otro homicidio tiene lugar y comienza un tenso viaje por los pequeños y oscuros secretos de los ricos. Unos secretos que resultan ser fatídicos. Secretos que permanecen ocultos en la sombra hasta que una detective del Departamento de Policía de Nueva York arroja un poco de luz sobre ellos.

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De vuelta en la comisaría, la detective Heat dibujó una línea roja vertical en la pizarra blanca para hacer un seguimiento por separado pero paralelo del robo. Luego hizo un boceto de la línea cronológica de los acontecimientos empezando por la partida de Kimberly Starr y su hijo, la hora del apagón, la llamada telefónica del portero de relevo, la llegada de la furgoneta y sus ocupantes y su partida justo antes de que volviera la luz.

Entonces trazó otra línea roja vertical para delimitar un nuevo espacio para el asesinato de la Desconocida.

– Estás empezando a salirte de la pizarra -dijo Rook.

– Cierto. Los delitos están aumentando más rápido que los esclarecimientos. -Y añadió-: Por ahora. -Nikki pegó la foto de la cámara de vigilancia del vestíbulo en la que salía la Desconocida. Al lado de ella, pegó la foto del cadáver que Lauren había hecho en el depósito municipal de vehículos hacía una hora-. Pero esto nos va a llevar a algún lado.

– Es demasiado raro que estuviera en el vestíbulo la misma mañana del asesinato de Starr -dijo Ochoa.

Rook giró una silla y se sentó.

– Una coincidencia bastante grande -admitió.

– Extraño, sí. Coincidencia, no -lo corrigió la detective Heat-. ¿Sigues tomando notas para tu artículo sobre los homicidios? Apunta esto. Las coincidencias arruinan los casos. ¿Sabes por qué? Porque no existen. Si encuentras la razón por la cual no es una coincidencia, ya puedes ir sacando las esposas porque tendrás que enganchar con ellas a alguien antes de lo que te imaginas.

– ¿Algún nombre para la Desconocida? -preguntó Ochoa.

– No. Todos sus efectos personales han desaparecido: los papeles del coche, las placas de la matrícula. Una brigada de la 32 está buceando en los contenedores para encontrar su cartera en un radio entre la 142 Oeste y Lenox, de donde remolcaron su coche. Cuando nos vayamos, pregunta cómo les va con lo del número de chasis.

– De acuerdo -dijo Ochoa-. ¿Por qué se está retrasando el análisis de los tejidos?

– Por el apagón. Pero le he pedido al capitán que deslice un M-80 bajo la silla de laboratorio de alguien del Departamento Forense. -Nikki pegó en la pizarra una foto del anillo hexagonal que Lauren había encontrado. La puso al lado de las fotos de los moratones con la misma forma del cadáver de Matthew Starr y se preguntó si sería de Pochenko-. Necesito esos resultados para ayer.

Raley se unió al corro.

– He llamado al móvil de Kimberly Starr. Está en Connecticut. Dijo que hacía demasiado calor en la ciudad, así que ella y su hijo habían pasado la noche en una casa de veraneo en Westport. En un lugar llamado Compo Beach.

– Comprueba la coartada, ¿vale? -ordenó Heat-. Es más, vamos a hacer una lista de todos a los que hemos entrevistado por lo del homicidio y comprobar todas sus coartadas. Y aseguraos de incluir al portero de relevo que perdió su turno la pasada noche. -Nikki tachó esa tarea en su bloc y se dirigió de nuevo a Raley-. ¿Cómo reaccionó ella con lo del robo?

– Se quedó alucinada. Todavía estoy esperando su respuesta. Pero, tal y como me ordenaste, no le dije lo que se habían llevado, sólo que alguien había entrado durante el apagón.

– Dijo que la señora Starr iba a pedir un coche para que la llevara al Guilford y que llamaría cuando estuviera cerca para encontrarnos allí.

– Bien hecho, Raley -dijo Heat-. Quiero que uno de nosotros esté con ella cuando lo vea.

– El que vaya que lleve tapones para los oídos -bromeó él.

– Tal vez no se enfade tanto -aventuró Rook-. Supongo que la colección estaba asegurada.

– Llamaré a Noah Paxton ahora mismo -dijo Nikki.

– Bueno, si lo estaba, ella se alegrará. Aunque con todo lo que se ha hecho en la cara, no sé cómo vais a ser capaces de apreciarlo.

Ochoa confirmó lo que sospechaban, que no había vídeo de la cámara de seguridad del robo por culpa del apagón. Pero dijo que Gunther, Francis y su equipo de Robos seguían llamando a las puertas del Guilford.

– Espero que nadie considere una violación de su intimidad responder a unas cuantas preguntas después de que salieran cuerpos volando por las ventanas y de que se hayan llevado de su edificio un botín de sesenta millones de pavos en obras de arte.

La detective Heat no quería que Kimberly Starr tuviera la oportunidad de ir a su apartamento antes que ella llegara, así que ella y Rook se fueron a esperarla al eterno escenario del crimen.

– ¿Sabes qué creo? -observó Rook mientras entraban de nuevo en el vestíbulo-. Que deberían tener cinta amarilla siempre a mano en el armario de la entrada.

Nikki tenía otra razón para llegar temprano. La detective quería hablar cara a cara con los friquis del Departamento Forense, que siempre se alegraban de intercambiar opiniones con gente de verdad. Aunque siempre le miraban el pecho. Encontró al tipo con el que quería hablar de rodillas, recogiendo algo aprovechable con unas pinzas de la alfombra de la sala.

– ¿Has encontrado tu lentilla? -preguntó ella.

Él se volvió y levantó la vista hacia ella.

– Uso gafas.

– Era una broma.

– Ah. -Se levantó y le miró el pecho.

– Te vi trabajar aquí en el homicidio hace unos días.

– ¿Sí?

– Sí… Tim. -La cara del friqui enrojeció alrededor de sus pecas-. Y tengo una duda que tal vez me puedas solucionar.

– Claro.

– Es sobre el acceso al apartamento. Más concretamente, sobre si alguien podría haber entrado por la escalera de incendios.

– Eso es algo a lo que puedo responder categóricamente: no.

– Pareces muy seguro.

– Porque lo estoy. -Tim llevó a Nikki y a Rook hasta la entrada del dormitorio, donde la escalera de incendios daba a un par de ventanas-. El procedimiento exige examinar todos los posibles puntos de acceso. ¿Ves esto? Es una violación del código, pero esas ventanas han sido pintadas, cerradas y llevan así años. Puedo decirte cuántos si quieres que lo analice en el laboratorio, pero en el lapso de tiempo en que nosotros estamos interesados, es decir, la semana pasada, es imposible que hayan sido abiertas.

Nikki se inclinó sobre el marco de la ventana para comprobarlo por sí misma.

– Tienes razón.

– Me gusta creer que en la ciencia no se trata de tener razón, sino de ser riguroso.

– Bien dicho -admitió Nikki, asintiendo-. ¿Y habéis buscado huellas?

– No, no parecía tener mucho sentido, dado que no se pueden abrir.

– Me refiero a la parte de fuera. Por si alguien que no lo supiera hubiera intentado entrar.

El técnico se quedó con la boca abierta y miró el cristal de la ventana. El rubor de sus mejillas desapareció, y la cara llena de pecas de Tim adquirió un aspecto lunar.

El móvil de Nikki vibró y ella se alejó unos pasos para responder a la llamada. Era Noah Paxton.

– Gracias por devolverme la llamada.

– Me estaba empezando a preguntar si estaba enfadada conmigo. ¿Cuándo fue la última vez que hablamos?

Ella rió.

– Ayer, cuando interrumpí su almuerzo de comida para llevar.

Rook debió de oír su risa y apareció por el pasillo de la entrada para cotillear. Ella le dio la espalda y se alejó unos cuantos pasos de él para evitar su cara escrutadora, pero podía verlo por el rabillo del ojo, rondándola.

– ¿Lo ve? Casi veinticuatro horas. Como para no volverse paranoico. ¿Qué sucede esta vez?

Heat le contó lo del robo de la colección de arte. A su noticia le siguió un silencio largo, largo.

– ¿Sigue ahí? -preguntó ella.

– Sí. ¿No estará bromeando? Quiero decir, no con algo como esto.

– Noah, ahora mismo estoy en el salón. Las paredes están completamente vacías.

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