– No puedo responder a eso.
– Tienes que hacerlo, te estoy interrogando, idiota. ¿Dejarías de hacer lo que haces por una mujer?
– En principio… No creo.
– Pues eso.
– Pero -continuó él, antes de hacer una pausa para formular su pensamiento- por la mujer adecuada… Me gustaría pensar que haría casi cualquier cosa. -Parecía satisfecho con lo que acababa de decir, hasta se reafirmó asintiendo una vez con la cabeza, y cuando lo hizo, alzó las cejas y, en ese momento, Jamie Rook no parecía en absoluto un trotamundos en la portada de una revista de moda, sino un niño de una ilustración de Norman Rockwell, sincero y sin malicia.
– Creo que necesitamos alcohol de verdad -dijo ella.
– Estamos en medio de un apagón, podría saquear una licorería. ¿Tienes una media que me puedas dejar para ponérmela en la cabeza?
El contenido exacto del mueble bar de la cocina era un cuarto de botella de jerez para cocinar, una botella de licor de melocotón para cócteles Bellini que no tenía fecha de caducidad, pero que hacía años que se había cortado y había adquirido el aspecto y el color de material nuclear fisionable… ¡Ajá! Y media botella de tequila.
Rook sujetó la linterna y Nikki se irguió desde el cajón de las verduras de la nevera blandiendo una triste y pequeña lima como si hubiera atrapado una pelota de Barry Bonds con holograma.
– Es una pena que no tenga triple seco, o Cointreau, podríamos hacer margaritas.
– Por favor -dijo él-. Ahora estás en mi terreno. -Volvieron al sofá y él montó el chiringuito sobre la mesa de centro con un cuchillo de pelar, un salero, la lima y el tequila-. En la clase de hoy aprenderemos a hacer lo que denominamos margaritas en mano. Observa. -Cortó una rodaja de lima, sirvió un chupito de tequila, luego se lamió el dorso de la mano sobre el pulgar y el índice y echó sal encima. Lamió la sal, se bebió el tequila de un trago y luego mordió la lima-. Sí, señor. A esto es a lo que me refiero -dijo-. Desmond Tutu me enseñó a hacer esto -añadió, y se rió-. Ahora tú.
Con un movimiento fluido, Nikki cogió el cuchillo, cortó una rodaja, se echó sal en la mano, y para adentro. Ella vio su expresión.
– ¿Dónde diablos crees que he estado todos estos años? -preguntó.
Rook le sonrió y preparó otro y, mientras lo miraba, sintió cómo se relajaban sus doloridos hombros y, poco a poco, se iba liberando del estado de alerta que había adoptado como estilo de vida sin darse cuenta. Pero cuando estuvo listo, Rook no se bebió su chupito. En lugar de ello, extendió la mano hacia ella. Nikki miró la sal sobre su piel y la lima entre sus dedos pulgar e índice. No lo miró a la cara, porque temía cambiar de opinión si lo hacía en lugar de lanzarse. Ella se inclinó hacia su mano y sacó la lengua, rápido al principio, pero luego, queriendo ralentizar el momento, se quedó allí lamiendo la sal de su piel. Él le ofreció el chupito y ella se lo bebió de un trago y, después, cogiendo su muñeca entre los dedos, se llevó la rodaja de lima que él estaba sujetando hacia los labios. El estallido del zumo de lima limpió su paladar y, mientras tragaba, el calor del tequila se extendió desde su estómago hasta sus extremidades, llenándola de un optimismo lujurioso. Cerró los ojos y recorrió sus labios de nuevo con la lengua, saboreando el gusto cítrico y la sal. Nikki no estaba en absoluto borracha, era otra cosa. Se estaba dejando llevar. Una de esas cosas normales a las que la gente no da importancia. Por primera vez en mucho tiempo, que ella recordara, estaba completamente relajada.
Entonces se dio cuenta de que todavía estaba agarrando a Rook por la muñeca. A él no parecía importarle.
No hablaron. Nikki se lamió la mano y le echó sal. Cogió una rodaja. Sirvió un chupito. Y le tendió la mano. A diferencia de ella, él no evitó su mirada. Atrajo su mano hacia él y puso sus labios sobre ella, saboreando la sal y luego el sabor salado de la piel circundante mientras se miraban fijamente el uno al otro. A continuación, se bebió el chupito y mordió la lima que ella le ofreció. Mantuvieron el contacto visual así, sin un solo movimiento, la versión extendida de su momento anuncio de colonia en el balcón de Matthew Starr. Pero esta vez Nikki no lo interrumpió.
Con indecisión, lentamente, se fueron acercando centímetro a centímetro, en silencio, sosteniéndose la mirada. Ella despreció cualquier resto de preocupación, incertidumbre o conflicto que hubiera podido sentir antes, como algo que la haría pensar demasiado. En ese momento, Nikki Heat no quería pensar. Quería estar. Extendió la mano y le acarició la mandíbula con suavidad, donde le había golpeado anteriormente. Se irguió sobre una rodilla, se inclinó sobre él y lo besó suavemente en la mejilla. Nikki se quedó allí, suspendida en el aire, estudiando el juego de la luz de las velas y las sombras sobre su cara. Las suaves puntas de su cabello colgaban hacia abajo, rozándolo. Él se inclinó, separándole con suavidad uno de sus mechones, acariciándole ligeramente la sien. Inclinada sobre él, Nikki pudo sentir el calor de su pecho que subía hasta encontrarse con el suyo, e inhaló el agradable aroma de su colonia. El parpadeo de las velas hacía que pareciera que la habitación estaba en movimiento, la misma sensación que sentía Nikki cuando el avión en el que viajaba atravesaba una nube. Se hundió hacia él y él la recibió; no se movían, sino que se dejaban atraer ingrávidos el uno hacia el otro, atraídos por alguna fuerza irresistible de la naturaleza que no tenía nombre, color, ni sabor, sólo calor.
Y entonces, lo que había empezado tan suavemente, cobró vida propia. Volaron el uno hacia el otro, uniendo sus bocas entreabiertas, cruzando alguna línea que los desafiaba, y ellos aceptaron el desafío. Se saborearon profundamente y se tocaron con el frenesí de la impaciencia encendida por el asombro y las ansias, ambos permitiéndose, finalmente, experimentar los límites de su pasión.
Una de las velas de la mesa de centro empezó a chisporrotear y se apagó. Nikki se apartó bruscamente de Rook, alejándose de él, y se sentó. Con la respiración agitada, empapada en sudor, tanto suyo como de él, observó cómo se apagaba la brillante brasa de la vela y, cuando la oscuridad la consumió, se puso en pie. Tendió la mano hacia Rook y él la agarró, levantándose para ponerse de pie a su lado.
Una de las velas había echado chispas y se había apagado, pero la otra todavía estaba encendida. Nikki la cogió, e iluminó con ella el camino hacia su dormitorio.
Nikki lo guió en silencio hasta su dormitorio y dejó la vela sobre el tocador, delante del espejo de tres cuerpos, que multiplicó su luz. Se dio la vuelta para encontrar a Rook allí, cerca de ella, magnético. Le rodeó el cuello con los brazos y atrajo su boca hacia la suya; él envolvió su cintura con sus largos brazos y la atrajo hacia él. Sus besos eran profundos y urgentes y a la vez familiares, y la lengua de ella buscaba la profundidad y la dulzura de su boca entreabierta mientras él exploraba la suya. Una de sus manos empezó a buscar su blusa, pero vaciló. Ella se la agarró y se la puso sobre su pecho. En la habitación hacía un calor tropical y, mientras él la tocaba, Nikki sentía cómo sus dedos se movían por encima de la mancha de sudor sobre la humedad de su sujetador. Ella bajó una mano buscándolo, y él gimió ligeramente. Nikki empezó a balancearse, luego él también, ambos interpretando una lenta danza en una especie de vértigo delicioso.
Rook la hizo retroceder hacia la cama. Cuando sus pantorrillas se encontraron con el extremo de la misma, ella se dejó caer lentamente hacia atrás, arrastrándolo con ella. Mientras caían suavemente, Heat lo atrajo más hacia sí y giró, sorprendiendo a Rook al aterrizar sobre él. Levantó la vista hacia ella desde el colchón.
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