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Richard Castle: Ola De Calor

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Richard Castle Ola De Calor

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Un magnate inmobiliario del estado de Nueva York se desploma y muere en una de las aceras de la ciudad. Una esposa florero con un sombrío pasado sobrevive tras escapar de milagro a un descarado ataque. Gánsteres y hombres con poder con motivos de sobra para asesinar recitan de memoria sus coartadas. Es entonces, en medio de una sofocante ola de calor, cuando otro homicidio tiene lugar y comienza un tenso viaje por los pequeños y oscuros secretos de los ricos. Unos secretos que resultan ser fatídicos. Secretos que permanecen ocultos en la sombra hasta que una detective del Departamento de Policía de Nueva York arroja un poco de luz sobre ellos.

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R: N.

Nikki cerró el archivo de Ochoa y miró el reloj. Podía enviarle un mensaje a su jefe, pero cabía la posibilidad de que no lo viera. Quizá estuviera durmiendo. Tamborilear con los dedos en el teléfono sólo conseguía que se hiciera más tarde, así que marcó su número. Al cuarto tono, Heat se aclaró la garganta, preparándose para dejar un mensaje de voz, pero Montrose contestó. Su saludo no sonaba somnoliento y se oía la previsión meteorológica en la televisión.

– Espero que no sea demasiado tarde para llamar, capitán.

– Si es demasiado tarde para llamar, también lo es para tener esperanza. ¿Qué sucede?

– He venido a echar un ojo al vídeo de la cámara de vigilancia del Guilford, pero no está aquí. ¿Sabe dónde está?

Su jefe tapó el teléfono y le dijo algo a su esposa, con la voz amortiguada. Cuando volvió con Nikki, ya no se oía la televisión.

– Esta noche, durante la cena, he recibido una llamada del abogado que representa a los vecinos. Se trata de un edificio con inquilinos adinerados que son muy susceptibles al tema de la privacidad -dijo.

– ¿Y al de que sus vecinos salgan volando por las ventanas?

– ¿Intentas convencerme? Para que den su consentimiento hará falta una orden judicial. Según el reloj parece que tendremos que esperar a mañana por la mañana para encontrar a un juez que firme una. -Lo oyó suspirar porque estaba segura de que lo había hecho. La verdad era que Heat no podía soportar el hecho de perder otro día más esperando una orden judicial.

– Nikki, duerme un poco -dijo con su habitual amabilidad-. Mañana te la conseguiremos.

Claro que el jefe tenía razón. Despertar a un juez para que firmara una orden judicial era una baza que sólo se utilizaba en caso de extrema necesidad en la que se jugaba contrarreloj. Para la mayoría de los jueces, éste era sólo un homicidio más, y ella lo sabía demasiado bien como para presionar al capitán Montrose para que malgastase una baza como ésa. Así que apagó la luz de su lámpara.

A continuación, la volvió a encender. Rook era colega de un juez. Horace Simpson era compañero suyo de póquer en la partida semanal a la que ella siempre rechazaba asistir cuando era invitada por el periodista. Dejar caer el nombre de Simpson no era tan sexy como dejar caer el de Jagger, pero, según su información, ninguno de los Stones firmaba órdenes judiciales.

Pero se detuvo a pensar un momento. Tener prisa era una cosa, y deberle un favor a Jameson Rook era otra. Además, había oído cómo les contaba a los Roach que había quedado para cenar con aquella fan de la camiseta de escote halter que había irrumpido en el escenario del crimen de Nikki. A esas horas, Heat debía de estar continuando la firma de su autógrafo en una nueva y más excitante parte del cuerpo.

Así que levantó el teléfono y marcó el número de móvil de Rook.

– Heat -dijo sin tono de sorpresa. Era más como un saludo, como en Cheers cuando gritaban ¡Norm! Prestó atención para oír el ruido de fondo, pero ¿por qué? ¿Qué esperaba oír, a Kenny G y el corcho de una botella de champán?

– ¿Te llamo en mal momento?

– Según la identificación de llamadas estás en la comisaría. -Evasiva. El Mono Escritor no respondió a su pregunta. Tal vez si lo amenazaba con el zoo del calabozo…

– El trabajo de un policía no acaba nunca, y todo ese rollo. ¿Estás escribiendo?

– Estoy en una limusina. Acabo de tener una cena maravillosa en Balthazar. -Silencio. Lo había llamado para fastidiarlo, ¿cómo era posible que acabara siendo ella la fastidiada?

– Ya me darás tu puntuación Zagat en otro momento, esto es una llamada de trabajo -dijo ella, aunque se preguntaba si esa fan de la camiseta halter sabría que no se podían llevar vaqueros cortados a un restaurante, un local de moda del SoHo o lo que fuera-. Llamaba para decirte que no vengas a la reunión de la mañana. La hemos cancelado.

– ¿La habéis cancelado? Pues será la primera vez.

– Era para prepararnos para una reunión con Kimberly Starr mañana por la mañana. Ahora esa reunión está en el aire.

Rook pareció maravillosamente alarmado.

– ¿Cómo? Necesitamos reunirnos con ella. -Lejos de sentirse culpable por jugar con él, le encantó la urgencia de su voz.

– El motivo para quedar con ella era visionar las imágenes de ayer de la cámara de vigilancia del Guilford, pero no puedo tener acceso a ellas sin una orden judicial y ¿cómo vamos a encontrar a un juez esta noche? -Heat se imaginó un vídeo rodado bajo el agua de la boca enorme de una perca a punto de morder el anzuelo milagroso en uno de esos publirreportajes que ella veía con demasiada frecuencia en sus noches de insomnio.

– Yo conozco a un juez.

– Olvídalo.

– Horace Simpson.

Ahora Nikki estaba de pie, midiendo con sus pasos el largo de la oficina abierta, intentando que su sonrisa no se reflejara en su voz mientras decía:

– Escúchame, Rook. No te metas en esto.

– Ahora te llamo.

– Rook, te estoy diciendo que no -dijo con su voz más autoritaria.

– Sé que aún está despierto. Probablemente viendo su canal de porno blando. -Entonces, justo cuando Rook estaba cortando la comunicación, Nikki oyó la risita de fondo de la mujer. Heat había conseguido lo que quería, pero, por alguna razón, no se sentía todo lo victoriosa que se había imaginado. ¿Pero por qué se ponía así?, se preguntó una vez más.

A las diez de la mañana siguiente, en medio del bochorno al que la prensa amarilla llamaba «el verano hirviente», Nikki Heat, Roach y Rook se encontraron bajo el toldo del Guilford llevando dos juegos de doce fotogramas estáticos de la cámara de vigilancia del vestíbulo. Heat dejó a Raley y Ochoa enseñándole uno de ellos al portero, mientras ella y Rook entraban en el edificio para su cita con Kimberley Starr.

En cuanto las puertas del ascensor se cerraron, él empezó.

– No hace falta que me des las gracias.

– ¿Por qué iba a dártelas? Te dije claramente que no llamaras a ese juez. Como siempre, hiciste lo que te dio la gana, es decir, lo contrario de lo que yo te digo.

Él hizo una pausa para asimilar la veracidad de aquello.

– De nada -dijo.

Luego empezó con aquella perorata suya de «es la información subliminal. El aire está lleno de ella esta mañana, agente Heat». ¿Al menos estaba mirando para ella? No, estaba de espaldas disfrutando del contador de pisos de LED y, aun así, ella se sentía como si la estuviera observando desnuda con rayos X y se quedó sin palabras. La campanilla emitió una señal de rescate en el sexto. Cabrón.

Cuando Noah Paxton abrió la puerta principal del apartamento de Kimberly Starr, Nikki tomó nota mentalmente para investigar si la viuda y el contable se acostaban juntos. En un caso abierto de asesinato todas las posibilidades estaban sobre la mesa, ¿y había algo con más derecho a formar parte de una lista de probabilidades que una mujer florero con ansias de dinero y el hombre que manejaba el dinero tramando una conspiración desde la cama? Pero dejó eso a un lado, y se limitó a decir:

– Qué sorpresa.

– Kimberly está tardando más de lo normal en volver del salón de belleza -dijo Paxton-. He venido a traerle algunos documentos para firmar y ella ha llamado para ver si podía entretenerlos hasta que llegara.

– Me alegra ver que está centrada en encontrar al asesino de su marido -dijo Rook.

– Bienvenidos a mi mundo. Créame, Kimberly nunca se centra en nada.

La agente Heat intentó interpretar su tono de voz. ¿Era verdadera exasperación, o estaba fingiendo?

– Mientras esperamos, quiero que vea unas fotos. -Heat se sentó en la misma silla tapizada de su última visita y sacó un sobre tipo manila. Paxton se sentó frente a ella en el sofá, y ella desplegó dos filas de imágenes de diez por quince sobre la mesa de centro lacada en rojo situada delante de él.

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