– Estoy buscando a Samantha Reardon. Ésta es la última dirección que tengo de ella.
– ¿Qué es lo que desea de ella? -le preguntó sospechosa la mujer.
– Tal vez ella tenga información que podría ser útil para un cliente que vivió en Hunter's Point.
– Entonces no tiene suerte. Ella no está aquí.
– ¿Sabe cuándo regresará?
– Imposible saberlo. Se ha ido desde el verano. -La encargada volvió a mirar la tarjeta-. El otro investigador era también de Portland. Lo recuerdo, porque ustedes dos son las únicas personas que conocí de Oregón.
– ¿Este tipo era un hombre corpulento, con el tabique de la nariz roto?
– Sí. ¿Usted lo conoce?
– No personalmente. ¿Cuándo vino él?
– Hacía calor. Eso es todo lo que recuerdo. Reardon partió al día siguiente. Pagó un mes de alquiler por adelantado. Dijo que no sabía por cuánto tiempo estaría afuera. Luego, alrededor de una semana más tarde, regresó y se mudó.
– ¿Le dejó algo en depósito?
– No. El apartamento tiene el mobiliario y ella casi no tenía nada propio. -La encargada meneó la cabeza-. Yo estuve una vez allí para arreglar una pérdida del fregadero. No había ni un cuadro en las paredes, ni un adorno sobre la mesa. El lugar se veía de la misma manera que cuando ella se mudó. Espantoso.
– ¿Habló alguna vez con ella?
– Oh, seguro. La veía de vez en cuando. Pero era principalmente decir "buen día" o "cómo le va" de mi parte y no mucho de ella. Estaba sola.
– ¿Trabajaba?
– Sí. Trabajaba en algún lugar. Creo que era secretaria o recepcionista. Algo como eso. Tal vez de algún médico. Sí. un médico y ella era tenedora de libros. Eso es. Además tenía aspecto de eso. Verdaderamente silenciosa. No cuidaba su aspecto. Tenía una linda figura si la miraba bien. Alta, atlética. Pero siempre se vestía como una solterona. Me parecía que trataba de asustar a los hombres, si sabe con eso lo que quiero decir.
– ¿No tendría por casualidad una fotografía de ella?
– ¿De dónde sacaría yo una fotografía? Como le dije, ni siquiera creo que tenía alguna fotografía en su casa. Rara. Todo el mundo tiene fotografías, adornos, cosas que le recuerden los buenos tiempos.
– Alguna gente no desea pensar en el pasado -le dijo Steward.
La encargada tomó una bocanada de su cigarrillo y asintió.
– ¿Es ella de esa clase de personas? ¿Malos recuerdos?
– Los peores -dijo Steward-. Los peores que pueda imaginar.
3
– Déjame que te ayude con los platos -dijo Rita. Los habían dejado después de la cena, para poder ver con Kathy uno de sus programas favoritos, antes de que Betsy la llevara a dormir.
– Antes de que me olvide -dijo Betsy mientras apilaba los platos del pan-, una mujer llamada Nora Sloane tal vez te llame. Yo le di tu número. Es la que está escribiendo el artículo para Pacific West.
– ¿Oh?
– Desea entrevistarlas a ti y a Kathy para los antecedentes.
– ¿Entrevistarme? -dijo alegre Rita.
– Sí, mamá. Es tu oportunidad para la inmortalidad.
– Tú eres mi inmortalidad, cariño, pero estoy disponible si ella llama -dijo Rita-. ¿Quién mejor que tu madre para hablarle de una vida interior?
– Eso es lo que temo.
Betsy enjuagó los platos y tazas y Rita los colocó en el lavaplatos.
– ¿Tienes algo de tiempo antes de irte a tu casa? Deseo preguntarte algo.
– Seguro.
– ¿Quieres té o café?
– Café está bien.
Betsy se sirvió dos tazas y las llevó a la sala.
– Es el caso Darius -dijo Betsy-. No sé qué hacer. Sigo pensando en esas mujeres, por lo que debieron pasar. ¿Qué sucede si él las asesinó, mamá?
– ¿No dices siempre que la culpabilidad o inocencia de un cliente no importa? Eres abogada.
– Lo sé. Y eso es lo que siempre digo. Y lo creo. Además necesitaré del dinero que estoy ganando con el caso, si Ricky yo… si nos divorciamos. Y el prestigio. Aun si pierdo, seguiré siendo conocida como la abogada de Martin Darius. Este caso me está colocando en las ligas mayores. Si lo dejo, obtendría la reputación de alguien que no puede manejar la presión de un caso grande.
– Pero ¿estás preocupada de sacarlo?
– Eso es, mamá. Sé que lo puedo sacar. Page no tiene el material. El juez Norwood así se lo dijo en la audiencia de la fianza. Pero yo sé cosas que Page no sabe y…
Betsy meneó la cabeza. Se la veía visiblemente conmovida.
– Alguien representará a Martin Darius -dijo Rita con calma-. Si tú no lo haces, otro abogado lo hará. Escuché lo que tú dijiste acerca de que todos, incluso los asesinos y narcotraficantes, deben tener un juicio justo. Es difícil para mí aceptarlo. Un hombre que le haría eso a una mujer. A cualquiera. Uno desea escupirlos. Pero tú no estás defendiendo a esa persona. ¿No es eso lo que me dices? Tú estás preservando un buen sistema.
– Esa es la teoría, pero ¿qué sucede si te sientes enferma en tu interior? ¿Qué sucede si no puedes dormir porque sabes que dejarás en libertad a alguien que…? Mamá, él hizo lo mismo en Hunter's Point. Estoy segura de ello. Y, si lo saco, ¿qué es lo próximo que hará? Pienso en todo momento por lo que debieron pasar esas mujeres. Solas, indefensas, desprovistas de su dignidad.
Rita le tomó la mano a su hija.
– Estoy tan orgullosa de lo que has hecho con tu vida. Cuando eras una niña, jamás pensé en que serías abogada. Éste es un trabajo importante. Tú eres importante. Haces cosas importantes. Cosas que otra gente no tiene coraje de hacer. Pero hay un precio. ¿Crees que el presidente duerme bien? ¿Y los jueces? ¿Los generales? Entonces, tú estás descubriendo el lado malo de la responsabilidad. Con esas mujeres golpeadas, fue fácil. Tú te encontrabas del lado de Dios. Ahora, Dios está en tu contra. Pero debes hacer tu trabajo aunque sufras. Debes mantenerte en él y no tomar el camino fácil.
De pronto, Betsy estaba llorando. Rita se movió y abrazó fuerte a su hija.
– Soy un desastre, mamá. Amé tanto a Rick. Le di todo y él se fue de mi lado. Si él estuviera aquí para ayudarme… No puedo hacerlo sola.
– Sí que puedes. Eres fuerte. Nadie podría hacer lo que hiciste sin ser fuerte.
– ¿Por qué yo no lo veo de esa manera? Me siento vacía, desgastada.
– Es difícil verse a uno mismo del modo en que los demás lo ven a uno. Sabes que no eres perfecta, de modo que tú resaltas tu debilidad. Pero tienes muchas fuerzas, créeme.
Rita hizo una pausa. Se mostró distante por un momento, luego miró a Betsy.
– Te diré algo que ningún ser vivo lo sabe. La noche en que murió tu padre, yo casi me suicido.
– ¡Mamá!
– Me senté en nuestro dormitorio, después de que tú te quedaste dormida y tomé las pildoras del botiquín del cuarto de baño. Debí de haber estado mirando esas pastillas aproximadamente por una hora, pero no pude hacerlo. Fuiste tú la que me lo impidió. El pensar en ti. Cómo iba a perderme el verte crecer. Cómo jamás sabría lo que hiciste con tu vida. El no tomar esas pildoras fue la cosa más inteligente que jamás hice, ya que me permitió ver lo que tú eres ahora. Y estoy muy orgullosa de ti.
– ¿Qué sucede si yo no estoy orgullosa de mí? ¿Qué si estoy sólo en esto por el dinero y la reputación? ¿Qué si ayudo a liberar a un hombre que es un verdadero diablo para escapar al castigo, de modo tal que pueda quedar libre para provocar un dolor insoportable y más sufrimiento a gente inocente?
– No sé qué decirte -contestó Rita-. No conozco todos los hechos, de modo que no puedo colocarme en tu lugar. Pero confío en ti y sé que harás lo correcto.
Betsy se secó las lágrimas.
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