Nelson Demille - El juego del León

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Desde un puesto especial de observación en el aeropuerto JFK de Nueva York, miembros de la Brigada Antiterrorista esperan la llegada de un pasajero desde París: Asad Khalil, un terrorista libio conocido como «El León» que va a pasarse a Occidente. Todo se está desarrollando conforme a lo previsto; el avión con sus centenares de pasajeros, incluido Khalil y sus escoltas del FBI, llega puntual a su destino. Sin embargo, pronto queda claro que algo marcha mal, terriblemente mal, y que lo ocurrido en este vuelo es sólo un preludio del terror que se sucederá a continuación…
John Corey, que sobrevivió a tres heridas de bala mientras fue miembro de la policía neoyorquina, sabe que ha agotado su cupo de buena suerte. No obstante, se alista como agente contratado al servicio de la Brigada Antiterrorista del gobierno federal y es asignado a la peligrosa sección de Oriente Medio. Kate Mayfield, su compañera en esta misión, tiene mayor graduación que John y menos edad, lo que constituye una combinación desastrosa para ambos. Aun así, ella consigue mantenerse firme frente al estilo temerario de John. Ahora, Corey y Mayfield deberán unir sus fuerzas y enfrentarse a un ser sin escrúpulos, un asesino cuya maldad no tiene límites.

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Lo que no tenía sentido para Stavros era la actitud del piloto. Cualquiera que fuese el problema, el primer impulso de un piloto sería despejar una pista activa a la primera oportunidad. Pero el Boeing 747 continuaba allí, inmóvil.

Hernández dejó la radio y preguntó a Stavros:

– ¿Debo llamar a alguien?

– No queda nadie a quien llamar, Roberto. ¿A quién vamos a llamar? Los tipos que se suponía que iban a sacar de ahí al jodido avión están tocándose las narices a su alrededor. ¿A quién voy a llamar ahora? ¿A mi madre? Ella quería que yo fuese abogado… -Stavros se dio cuenta de que estaba perdiendo los estribos y procuró calmarse. Volvió a inspirar profundamente y le dijo a Hernández-: Llama a esos payasos de ahí abajo. -Señaló hacia el grupo congregado al final de la Cuatro-Derecha-. Llama a Pistolas y Mangueras. McGill.

– Sí, señor.

Hernández conectó el radioteléfono y llamó a Unidad Uno, el vehículo de cabeza del Servicio de Emergencia. Contestó Sorentino, y Hernández pidió: «Informe de situación.» Pulsó el botón del amplificador y la voz de Sorentino resonó en la silenciosa sala:

– No sé qué está pasando.

Stavros cogió el radioteléfono y, tratando de dominar su ansiedad y su irritación, dijo:

– Si usted no lo sabe, ¿cómo voy a saberlo yo? Usted está ahí. Yo estoy aquí. ¿Qué está pasando? Dígamelo.

Hubo unos momentos de silencio y luego Sorentino respondió:

– No hay ninguna señal de un problema mecánico… excepto…

– ¿Excepto qué?

– El piloto ha aterrizado sin recurrir a la inversión de marcha. ¿Entiende?

– Sí, sé perfectamente qué es la inversión de marcha.

– Sí, bueno… McGill está tratando de atraer la atención de la tripulación…

– La tripulación tiene la atención de todo el mundo. ¿Por qué nosotros no podemos obtener la suya?

– No lo sé -respondió Sorentino-. ¿Debemos subir a bordo del avión?

Stavros consideró la pregunta y se preguntó si era él la persona que debía responderla. Normalmente esa decisión la tomaba el Servicio de Emergencia pero, en ausencia de un problema visible, los expertos de allí abajo no sabían si debían subir a bordo. Stavros sabía que subir a un avión que estuviera detenido en la pista y con los motores en marcha era potencialmente peligroso para el aparato y para los miembros del Servicio de Emergencia, sobre todo si nadie conocía las intenciones del piloto. ¿Y si el avión se movía de repente? Por otra parte, podría haber un problema a bordo. Stavros no tenía intención de contestar a la pregunta.

– Eso es cosa de ustedes -le dijo a Sorentino.

– Muy bien, gracias por la información.

Pasando por alto el sarcasmo, Stavros continuó:

– Mire, no es mi trabajo… Un momento. -Advirtió que Hernández le tendía un teléfono-. ¿Quién es?

– Un tipo que pregunta por usted llamándolo por su nombre. Dice que pertenece al Departamento de Justicia. Dice que a bordo del vuelo Uno-Siete-Cinco hay un fugitivo que está bajo custodia y quiere saber qué está pasando.

– Mierda… -Stavros cogió el teléfono y dijo-: Aquí el señor Stavros. -Escuchó, y se le dilataron los ojos. Finalmente respondió-: Entiendo. Sí, señor. El avión llegó sin contacto por radio y todavía se encuentra detenido en el extremo de la pista Cuatro-Derecha. Está rodeado por la policía de la Autoridad Portuaria y personal del Servicio de Emergencia. La situación es estática.

Escuchó y respondió:

– No, no hay indicios de que exista un problema real. No se ha enviado señal de secuestro a través del localizador de posición, pero el avión ha estado a punto de colisionar…

Escuchó de nuevo, preguntándose si debía mencionar la cuestión de la inversión de marcha a alguien que podría tener una reacción excesiva ante un problema mecánico relativamente poco importante, o quizá se trataba de un descuido por parte del piloto. Stavros no estaba seguro de quién era exactamente aquel tipo pero daba la sensación de ser una persona con poder. Esperó hasta que el hombre hubo terminado de hablar y luego dijo:

– Está bien, entiendo. Voy a poner manos a la obra…

Se quedó mirando el teléfono unos instantes y luego se lo devolvió a Hernández. La decisión había sido tomada sin su intervención, y se sentía mejor.

Stavros se acercó el radioteléfono a la boca y transmitió a Sorentino:

– Bien, Sorentino, deben entrar en el avión. Hay un fugitivo a bordo. En clase business. Está esposado y custodiado, de modo que para no asustar a los pasajeros no saquen las armas. Pero saquen del aparato al individuo y a sus dos escoltas y que uno de los coches patrulla los lleve a la Puerta 23. Allí los están esperando. ¿De acuerdo?

– Recibido. Pero tengo que llamar a mi comandante de turno…

– Me importa un carajo a quién llame, haga lo que le he dicho. Y cuando esté a bordo averigüe cuál es el problema, y, si no hay ningún problema, diga al piloto que salga de la maldita pista y vaya a la Puerta 23. Vaya usted delante.

– De acuerdo.

– Llámeme cuando esté a bordo.

– Lo haré.

– Y encima, ese tipo del Departamento de Justicia me dice que no asigne la Puerta 23 a ningún otro aparato hasta que él me lo autorice -dijo Stavros volviéndose hacia Hernández-. Yo no asigno puertas. Eso lo hace la Autoridad Portuaria. Roberto, llama a la Autoridad Portuaria y diles que no asignen la Puerta 23. Ahora tenemos una puerta menos.

– Con la Cuatro-Derecha y la Izquierda cerradas, no necesitamos muchas puertas -indicó Hernández.

Stavros soltó una obscenidad y, hecho una furia, salió en dirección a su despacho para tomarse una aspirina.

Ted Nash se guardó el móvil en el bolsillo.

– El avión ha llegado sin contacto por radio y está detenido al extremo de la pista -dijo-. No se ha enviado ninguna señal de peligro, pero la torre de control no sabe cuál es el problema. Los miembros del Servicia de Emergencia están allí. Como habéis oído, he dicho a la torre que les ordene entrar en el avión, que traigan aquí a nuestros hombres y que mantengan libre la puerta.

– Vayamos al avión -dije a mis colegas.

– El avión está rodeado por el Servicio de Emergencia -replicó Foster-. Además, tenemos dos hombres a bordo. Allí no nos necesitan.

Ted Nash se mantuvo al margen, como de costumbre, resistiendo la tentación de llevarme la contraria.

Kate apoyó a George, así que yo me quedé solo, como de costumbre. Es que, lo que yo digo, si una situación se está deteriorando en el punto A, ¿por qué quedarse en torno al punto B?

Foster sacó su teléfono móvil y llamó a uno de los tipos del FBI que estaban en la pista.

– Jim, soy George -dijo-. Hay un pequeño cambio de planes. El avión tiene un problema en la pista, así que un coche de la Autoridad Portuaria traerá a esta puerta a Phil, a Peter y al sujeto. Llámame cuando lleguen ahí y bajaremos. De acuerdo. Sí.

– Llama a Nancy, a ver si tiene noticias de Phil o de Peter -le dije a George.

– Es lo que iba a hacer, John. Gracias.

Marcó el número del Club Conquistador y estableció comunicación con Nancy Tate.

– ¿Tienes noticias de Phil o de Peter? -preguntó. Escuchó y luego respondió-: No, el avión está todavía en la pista. Dame los números de teléfono de Phil y Peter.

Escuchó nuevamente, Cortó la comunicación y volvió a marcar. Extendió el teléfono hacia nosotros, y pudimos oír el mensaje grabado en el que se informaba de que nuestro grupo estaba ilocalizable o fuera de cobertura. George marcó entonces el otro número y obtuvo el mismo mensaje.

– Probablemente tienen desconectados los teléfonos -nos dijo.

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