Karen Rose - Muere para mí

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La enterraron con las manos unidas como si rezara…
Es enero, el suelo está helado y solo una casualidad ha permitido que el cuerpo haya sido descubierto. La policía de Filadelfia recurre entonces a Sophie Johannsen, una joven arqueóloga especialista en excavaciones medievales. Gracias a ella localizan el segundo cadáver: un joven con las manos a la altura del pecho, como si sostuviera una espada.
Ya tienen una dama y un caballero, dos asesinatos que imitan ritos funerarios medievales, y algo más cruel todavía: a su alrededor aguardan otras sepulturas, algunas ocupadas, otras vacías, esperando a las próximas víctimas… lo que el detective Vito Ciccotelli debe impedir a toda costa con la ayuda de Sophie.
Mientras, una empresa de videojuegos se prepara para el lanzamiento de su nuevo producto estrella: El inquisidor, un juego que lleva el horror y la oscuridad de la Edad Media hasta sus últimas consecuencias.

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Él pareció impresionado.

– ¿De esos con mazmorras?

Ella se rió entre dientes.

– Seguramente en su día las tuvo, pero nos consideraremos afortunados si encontramos la muralla exterior y los cimientos de la torre del homenaje. Bueno, podrán considerarse afortunados -se corrigió-. Escuche, Vito… Mi comentario ha estado fuera de lugar y lo siento, pero de verdad me ayudaría saber un poco más sobre lo que necesitan de mí antes de empezar a trabajar.

Él se encogió de hombros.

– En realidad no hay mucho que contar. Hemos encontrado un cadáver.

Volvían a estar como al principio.

– Pero cree que puede haber más.

– Es posible.

Sophie se aseguró de no volver a meter la pata; por ello imprimió cierta ligereza a su voz.

– Si descubro algo, sabré tanto como ustedes. Espero que no se trate de una de esas ocasiones en las que hay que matar al protagonista porque sabe demasiado. Eso me arruinaría el día.

Las comisuras de los labios de Vito se curvaron hacia arriba.

– Matarla sería ilegal, doctora Johannsen.

Había vuelto a tratarla con formalidad. Qué pena, porque ella seguía llamándolo Vito.

– Muy bien, Vito. Entonces, a menos que piensen borrarme la memoria, quiere decir que confían en que no me iré de la lengua. Porque usted no tiene uno de esos dispositivos que usan en Hombres de negro , ¿verdad?

Él tuvo que aguantarse de nuevo la risa.

– Me lo he dejado en otro traje.

– Dicen que hombre precavido vale por dos. ¿En qué traje? Le prometo que no se lo contaré a nadie.

De pronto, Vito sonrió abiertamente y en la mejilla derecha se le formó un hoyuelo. «Madre mía, madre mía», pensó Sophie. Una simple sonrisa hacía que Vito Ciccotelli dejara de parecer un modelo para convertirse en todo un galán cinematográfico. Si su tía Freya lo viera se le desbocaría el corazón. «Exactamente como te está pasando a ti», se dijo justo cuando él volvió a hablar.

– La información es confidencial -dijo, y Sophie se puso tensa.

– Veo que hemos entablado una relación de confianza.

La sonrisa de él se desvaneció.

– Doctora Johannsen, no se trata de que no confiemos en usted. Si no fuera así, ahora mismo no estaría aquí. Katherine responde de su honestidad y para mí con eso basta.

– Entonces…

Él negó con la cabeza.

– No quiero darle ningún dato que pueda condicionar su investigación. Es mejor que no sepa nada y nos diga qué encuentra. Eso es cuanto queremos.

Ella se quedó pensativa.

– Supongo que es lógico.

– Gracias a Dios -masculló él, y ella ahogó una risita.

– ¿Puede por lo menos decirme cuánto mide el terreno?

– Debe de medir media hectárea, como mucho una.

Ella puso mala cara.

– Pues me llevará bastante tiempo.

Él arqueó sus cejas morenas.

– ¿Cuánto es «bastante tiempo»?

– Cuatro o cinco horas, puede que más. El radar de la universidad no es muy potente, lo utilizamos solo con fines pedagógicos. Los terrenos que examinamos con los alumnos tienen como máximo diez metros cuadrados. Lo siento -añadió al ver que él fruncía el entrecejo-. Si la superficie es tan grande puedo recomendarles algunas empresas geotécnicas que trabajan muy bien. Ellos disponen de equipos más grandes y tractores para arrastrarlos.

– Pero la cantidad de dinero que cobran es proporcional -se lamentó él-. No podemos permitirnos contratar a ninguna empresa; han recortado mucho el presupuesto del departamento y no tenemos fondos. -Le dirigió una mirada temerosa-. ¿Usted puede dedicarnos cuatro o cinco horas?

Sophie miró el reloj. Empezaba a hacerle ruido el estómago.

– ¿Tienen fondos para invitarme a una pizza? Aún no he comido.

– Para eso sí.

3

Filadelfia,

domingo, 14 de enero, 14:30 horas

Vito detuvo su camioneta detrás del vehículo de la policía científica.

– Este es el lugar.

– Ya lo había adivinado -masculló-. Las primeras pistas han sido la cinta amarilla y la furgoneta de la policía científica.

Antes de que él pudiera pronunciar una palabra abrió la puerta y saltó de la camioneta. A continuación, hizo una mueca de disgusto y tragó saliva.

– Es muy fuerte -dijo él en tono comprensivo-. Eau de… ¿Cómo lo ha llamado?

L'odeur de la mort -respondió ella con voz queda-. ¿Sigue aquí el cadáver?

– No, pero el olor no siempre desaparece de inmediato. Puedo conseguirle una mascarilla, pero no creo que le sirva de mucho.

Ella negó con la cabeza y los grandes aros que adornaban sus orejas se balancearon.

– Solo me ha pillado desprevenida, no pasa nada. -Con aire resuelto, tomó las dos maletas más pequeñas-. Estoy lista.

Pronunció las últimas palabras con un breve y decidido gesto de asentimiento, más para convencerse a sí misma que a los demás.

Nick se bajó de la furgoneta de la policía científica y Vito tuvo la satisfacción de ver que su compañero se quedaba blanco como el papel. La reacción de Jen McFain fue idéntica. Claro que el efecto no era completo, puesto que Johannsen se había recogido el pelo que antes le colgaba hasta más abajo de las nalgas.

– Jen, Nick, esta es la doctora Johannsen.

Jen se acercó corriendo, sonriente, y estiró el cuello para mirar a Johannsen a la cara. La diferencia de estatura entre las dos mujeres resultaba cómica.

– Soy Jennifer McFain, de la policía científica. Muchas gracias por venir a ayudarnos a pesar de que le hemos avisado con tan poco tiempo, doctora Johannsen.

– No hay de qué. Y, por favor, llámeme Sophie -respondió ella.

– Entonces yo soy Jen.

Jen examinó las dos maletas.

– Siempre he querido tener entre manos uno de esos trastos. Si no le importa, ¿podría quitarse los pendientes?

Johannsen guardó inmediatamente los pendientes en un bolsillo de la chaqueta.

– Lo siento, había olvidado que los llevaba puestos. -Miró a Nick por encima del hombro de Jen-. ¿Y usted es…?

– Soy Nick Lawrence -respondió él-. El compañero de Vito. Gracias por venir.

– Es un placer. Si me dicen por dónde quieren que empiece, lo prepararé todo.

Anduvieron campo a través. Jen y Johannsen iban delante y Vito y Nick guardaron la suficiente distancia para que ellas no pudieran oírlos.

– No es… como esperaba -susurró Nick.

Vito ahogó una risita. Se estaba comportando con calma y serenidad, y así continuaría haciéndolo.

– Por no decir otra cosa, ¿verdad?

– ¿Estás seguro de que es la amiga de Katherine? Parece muy joven.

– Al final he conseguido hablar con Katherine. Es la auténtica doctora Johannsen.

– ¿Y estás seguro de que tendrá la boca cerrada?

Vito se acordó del comentario del dispositivo para borrar la memoria y no pudo evitar sonreír.

– Sí.

Llegaron a la tumba y Vito se puso serio. Por fin sabrían si la desconocida era la única víctima o una de muchas.

Johannsen se quedó mirando la tumba, cabizbaja, y Vito recordó que también había bajado la cabeza al avergonzarse de la crudeza con la que se había referido al cadáver. Vito sabía que no lo había hecho a propósito. El hecho de que se hubiera disculpado tan rápido era digno de tener en cuenta. Sophie se volvió y lo miró a los ojos.

– ¿Aquí es donde encontraron a la mujer?

– Sí.

– El terreno es muy extenso. ¿Por dónde quieren que empiece? ¿Tienen alguna preferencia?

– La doctora Johannsen cree que le llevará cuatro o cinco horas sondear todo el campo -explicó Vito-. Será mejor que primero registremos la zona más cercana a la tumba por ambos lados, a ver qué encontramos.

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