– Sí -dijo Jonny-. También. Pero además le dejaron una soga de ahorcado en la puerta. ¿Y te contó Sneddon lo de la pintura del coche? Quiero decir, el color.
Meneé la cabeza.
– Rojo. Rojo sangre. Y el pájaro muerto no era un simple gorrión ni nada parecido: era una paloma, una paloma blanca. ¿A qué coño viene todo esto?
– En conjunto, parece como si lo estuvieran amenazando de muerte -dije-. Pero eso encajaría con la idea de mandarle una advertencia para que no gane el combate.
– No… hay algo que no está claro -observó Jonny-. Fui yo quien le dijo a Sneddon que te pusiéramos a investigar. Aquí hay algo más que un intento medio chungo de decidir el resultado del combate. ¿Entiendes a qué me refiero?
Me encogí de hombros.
– Voy a explorar todas las posibilidades, como dicen en las malas películas de polis.
– Has dicho dos.
– ¿Cómo?
– Has dicho que investigabas dos casos en los que yo estaría en cierto modo implicado.
– Ah, sí. Bueno, no tanto usted como este local -dije, echando una mirada alrededor-. ¿Conoce a la cantante Sheila Gainsborough?
– Claro. Una chica de Glasgow que ha triunfado. Con una bonita voz, ya lo creo.
– Y con buenos pulmones -dije-. Bueno, pues resulta que su hermano ha desaparecido.
– Ah, ya. Sammy Gainsborough.
– Pollock. Gainsborough es solo el nombre artístico de ella. Bueno, se lo ha cambiado oficialmente, pero el apellido era Pollock y su hermano se llama Sammy Pollock.
– Te voy a sorprender. Él se hace llamar Gainsborough ahora, al menos profesionalmente. Para sacarle partido al éxito de su hermanita, supongo.
– O sea que lo conoce.
– Claro. Ha cantado aquí un par de veces. Nada del otro mundo. Voz correcta, pero no está a la altura de la hermana.
– ¿Cuándo fue la última vez que cantó aquí?
– Hará tres semanas. -Jonny se sacó una pitillera del bolsillo y me ofreció. Los dos encendimos un cigarrillo-. Sammy ocupó el hueco de un número anulado. Un arreglo de última hora, no actuaba aquí regularmente. Y no lo he visto desde entonces, ni siquiera como cliente.
– ¿Era asiduo del local?
– Bastante. Por eso pudimos reclutarlo para que sustituyera al artista que se había puesto enfermo. No solo estaba disponible, sino que ya lo teníamos aquí.
– ¿Sabía que se relaciona con el hijo de Jimmy Costello?
– ¿Paul Costello? -Jonny frunció el ceño-. No, no lo sabía. Ese sí que es un mierda. Ahora que lo dices, se ha pasado por el club algunas veces, pero no lo habría relacionado con Sammy. No creo haberlos visto juntos nunca, al menos aquí. ¿Tú crees que el joven Costello tiene algo que ver con la desaparición de Sammy Gainsborough?
– No lo sé, Jonny. Él dice que ni siquiera sabía que Sammy hubiera desaparecido. Quizá no lo esté; podría andar de juerga por ahí y aparecer dentro de un par de días.
– Si ha desaparecido, yo le echaría un buen repaso a Costello. Por poco que se parezca a su viejo, será un pequeño cabronazo retorcido capaz de sacarle dinero a cualquier cosa que caiga en sus manos.
– No lo olvidaré. ¿Hasta qué punto conoce a Costello? Quiero decir, al padre.
– No he tenido demasiado trato con él. Controla un garito de apuestas y un pub en el East End. Le paga un porcentaje a Martillo Murphy, y este le encarga trabajillos de vez en cuando. Reclutar gorilas, cosas así. Murphy realmente gobierna su territorio como un reino. O como un feudo. Costello obedece, paga lo que le dicen y puede dedicarse a sus asuntos siempre que sea con el conocimiento de Murphy.
– Es lo que me suponía. ¿Y Costello Junior está aprendiendo el oficio al lado de su padre?
– Costello tiene dos hijos: Paul y su hermano mayor, Michael. No creo que el viejo disponga de mucho tiempo para ninguno de los dos. Paul es un gilipollas y Michael resultó una gran decepción para su padre.
– ¿Ah, sí?
– Sí… imagínate qué vergüenza que tu hijo se vuelva honrado cuando te has dedicado toda tu vida a robar. Debe de haber sido duro para Costello ver que un miembro de su progenie se convertía en una persona decente. Parece que Michael consideró incluso la posibilidad del sacerdocio, pero al final se trasladó a Edimburgo y trabaja como funcionario.
– ¡Joder! -Mi tono y mi exabrupto manifestaban mi compasión por ambos, por el padre y por el hijo-. Un funcionario en Edimburgo; nadie se merece una cosa así. ¿Conoce a un francés llamado Barnier?
– ¿Alain Barnier? Claro. ¿Qué tiene que ver con esto?
– Según Sheila Gainsborough, andaba últimamente con Sammy Pollock.
Jonny sonrió.
– Barnier no anda con nadie. Los demás andan con él, si acaso. Es un buen vivales.
– ¿Y él con quién está?
– Con nadie.
– Vamos, Jonny. Cualquiera que mueva un dedo en esta ciudad está con usted, con Murphy o con Sneddon.
– Barnier es un tipo legal básicamente. Bueno, tiene algún jugoso trapicheo bajo cuerda, pero nada que nos pueda interesar a nosotros. Yo hago algún que otro negocio con él.
– ¿Qué tipo de negocio? ¿Cuál es su especialidad?
– Oficialmente es importador, de vinos sobre todo, y licores. También trae cosas de extremo oriente: muebles, adornos, esas chorradas. Lleva aquí un par de años y se ha convertido en proveedor de los restaurantes más refinados de la ciudad. Y de Edimburgo también. Pero si te hace falta importar cualquier otra cosa, probablemente será capaz de arreglártelo. -Jonny sirvió otra ronda y ladeó la botella de Heaven Hill otra vez para mostrarme la etiqueta-. Barnier fue quien me sirvió de intermediario para conseguir este material. Y coñac también.
– Déjeme adivinar… No le gusta darle problemas al jefe de la aduana, ¿no?
– Es muy considerado en ese sentido. Les ahorra mucho papeleo a nuestros sufridos funcionarios. Pero el material que trae ha sido siempre de calidad, por así decirlo. Nada que puedas encontrar en Paddy’s Market. Dicen que los beneficios de su negocio ya no son como antes. El fin del racionamiento le ha perjudicado.
– ¿Y cigarrillos? ¿También los trae de contrabando? ¿Marcas de lujo francesas?
Jonny se encogió de hombros.
– Lo dudo. Aunque es posible, supongo.
– ¿Ha oído hablar del Poppy Club, Jonny? Es posible que tenga algo que ver con Barnier. Y es seguro que tiene que ver con Sammy Pollock.
– ¿Poppy Club?
– No está en la guía de teléfonos. Quizá no tenga licencia.
– No me suena de nada, Lennox.
Cuando me sirvió el tercer bourbon yo ya rebosaba de felicidad. Volví a examinar el Pacific Club, pero mi felicidad no era contagiosa. Seguía resultándome deprimente.
– ¿Dónde podría encontrar a Barnier? -pregunté.
– Siempre viene si tenemos un buen espectáculo de jazz. Los viernes, aunque tampoco todos. Lo mejor será que pruebes junto al río; allí tiene una especie de oficina, o más bien un cobertizo, cerca de la aduana.
– ¿Ahí es donde libera sus mercancías del cautiverio?
Jonny se encogió de hombros.
– No sabría decir. Si lo hace, será a base de sobornos. Algún que otro sobre al vigilante, al poli o al del fisco. Pero Barnier no es un delincuente redomado, como te he dicho. Solo merodea el terreno peligroso por el lado legal. Creo que congeniaríais vosotros dos.
– Será mejor que me marche -dije, apurando mi vaso-. Gracias por el whisky.
Jonny me acompañó hasta la puerta. Después de la penumbra y del bourbon del Pacific Club estuvimos unos instantes guiñando los ojos bajo el resplandor del sol.
– Lennox -dijo Jonny, haciendo visera con la mano.
– ¿Sí?
– Este segundo caso… lo de Sammy Pollock. Sé que has de investigarlo, pero no dejes que interfiera demasiado y te impida averiguar qué coño pasa con Bobby Kirkcaldy. Sneddon se está poniendo de los nervios. El combate se celebra en poco más de dos semanas, y ya te he dicho que hay algo en ese asunto que me huele fatal.
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